Columnas Escritas
Lo que dicen los columnistas
Encuentro de remolinos feministas
Marta Lamas
Proceso
A las abolicionistas les preocupa que “la paulatina sustitución en legislaciones de todo el mundo de la categoría material de ‘sexo’ por la categoría subjetiva de ‘identidad de género’ se traduce en un borrado jurídico de las mujeres”.
En su artículo publicado en El Universal el pasado 4 de diciembre, Leticia Bonifaz recuerda que la lucha por los derechos ha sido resultado de “acciones concatenadas” de muchísimas personas que protestaron por ser excluidas en razón no sólo de su sexo, sino también de “color de la piel, religión, orientación sexual, estatus migratorio, edad, estado civil, etcétera”. Así, concluye que por ello el resultado de todas las luchas debe compartirse con las demás personas.
“No es posible decir que gané derechos para mí y para quienes son como yo y que no cabe nadie más”. Ella retoma el concepto de la interseccionalidad y habla de distintos tipos de mujeres: las indígenas, las afrodescendientes, las niñas, las ancianas y las mujeres trans, y señala que la inclusión de todas no implica el “borrado” de sus particularidades. Su texto provocó un rechazo que circuló en las redes con el título “Respuesta de las feministas abolicionistas al artículo ‘Esta lucha es mía’”, de Leticia Bonifaz Alfonzo, experta del comité CEDAW.
A las abolicionistas les preocupa que “la paulatina sustitución en legislaciones de todo el mundo de la categoría material de ‘sexo’ por la categoría subjetiva de ‘identidad de género’ se traduce en un borrado jurídico de las mujeres”. Pero ¿por qué naciones en todo el mundo están “sustituyendo la categoría ‘sexo’ por la de ‘género’?”. Tal vez porque el conocimiento modifica las concepciones y éstas, a su vez, las leyes.
Conceptualmente, la categoría “sexo” se define por los cromosomas –hembras, machos y personas intersexuadas– mientras que con la categoría “género” se alude a una identidad que es resultado de procesos culturales y psíquicos. Todos los seres humanos tenemos sexo y género, y hoy se distingue entre dos formas de ser “mujer”; así, se dice mujer “cis” para nombrar a las que son hembras y mujer “trans” para hacerlo con quienes no son hembras.
¿Por qué? Porque se reconoce que los seres humanos tienen, además de un cuerpo biológico, una psique. No hay cuerpo sin psiquismo así como tampoco hay psiquismo sin cuerpo. Más que llevar a un “borramiento de las mujeres”, hablar de mujeres “cis” y mujeres “trans” lleva a reconocer que una cosa es la materialidad del sexo y otra la existencia de la psique.
“Mujer” es un concepto que implica diferencias entre hembras y machos biológicos, pero que también encubre las diferencias que existen entre las mujeres. ¿Por qué hablar de “la Mujer” como si todas las mujeres tuvieran los mismos problemas, intereses y necesidades? Esa es, justamente, la denuncia que hicieron desde los años ochenta y a lo largo de los noventa las feministas llamadas “de color” y las de los países del Tercer Mundo. n 1989 una feminista negra, Kimberlé Crenshaw, puso en circulación la interseccionalidad como perspectiva interpretativa para abordar la complejidad de la realidad social. La interseccionalidad plantea que en cualquier ser humano intersecan distintos ejes de opresión, discriminación y exclusión, que están interrelacionados y se constituyen mutuamente.
De esta manera resulta reductivo hacer análisis que perciban como elementos escindidos cuestiones como el sexo, la raza, la etnicidad, la sexualidad, la clase social, la posición de ciudadanía, la diversidad funcional, la religión, la edad o el nivel de formación de una persona, ya que es la combinación particular de estos elementos (su intersección) lo que configura posiciones de exclusión. Entre ellos está también el género, que nombra al proceso identificatorio proveniente de la mezcla de psiquismo y cultura.
Las diversas tendencias feministas concebimos a ese ente que socialmente llamamos Mujer a partir de ciertas creencias culturales y determinados conocimientos. La relevancia de debatir acerca de esto es que, más allá de la discusión académica, las feministas construimos nuestro posicionamiento político y hacemos nuestras intervenciones a partir de los enfoques con los que conceptualizamos a la mujer. ¿Qué implica centrar la definición de “mujer” en la consecuencia anatómica que producen los cromosomas? ¿Por qué hay tanta resistencia ante machos biológicos que se asumen como “mujeres”? La disputa es compleja, pues no sólo es teórica, sino eminentemente política.
Ante lo sucedido en torno al artículo de Bonifaz y la reacción abolicionista, Nadine Gasman, Marisa Belausteguigoitia y Tamara Martínez, directoras respectivamente del Inmujeres, el Centro de Investigaciones y Estudios de Género, de la UNAM y la Coordinación para la Igualdad de Género, de la UNAM, publicaron el 11 de diciembre en La Jornada un artículo titulado “Remolinos de viento”. En ese texto, estas tres feministas hacen una convocatoria oportuna: “Realizar un encuentro de feministas, diverso, divergente en ideas y propuestas, con el ánimo de debatir, hablar, unir fuerzas”.
Para este “encuentro”, que se llevaría a cabo, según las convocantes, en enero, habría que tratar de recuperar esa discusión que ya lleva muchos años en el campo feminista acerca de qué es “una mujer”. Ojalá su propuesta logre convocar a los distintos remolinos feministas para que nos escuchemos y analicemos si es o no cierto lo que hace tiempo dijo Simone de Beauvoir: “No se nace mujer, se llega a serlo”.
Morena, el camino de la fragmentación
Max Cortázar
Excelsior
El Movimiento de Regeneración Nacional conformó una potente maquinaria electoral en la elección de 2018, al lograr cohesionar a una amplia gama de perfiles y operadores políticos con distinto signo programático e ideológico, bajo el paraguas de un proyecto presidencial. Sin embargo, por lo observado a lo largo de 2021, una vez ganada la contienda que giraba en torno a un solo centro de gravedad, el movimiento genera creciente desencanto entre sus partidarios y amenaza con perder gran parte de su fuerza política, debido a una serie de decisiones cupulares que agravian constantemente a un sector importante de sus liderazgos nacionales y locales, así como a su propia militancia.
Quizá el ejemplo más evidente de ello derive del pobre desempeño del presidente nacional de Morena, Mario Delgado Carrillo. Dirigente que no ha conseguido hacer transitar en los mejores términos, en el interior de su partido, la designación de candidaturas por método de encuestas. Formato que, a diferencia de un proceso de elección abierta, está exento de toda complejidad logística y con menores márgenes de motivar impugnaciones, pero, por el contrario, ha despertado la mayor de las inconformidades.
Por eso, de acuerdo con fuentes abiertas, en la gran mayoría de los estados donde se realizaron elecciones, se presentaron importantes deserciones hacia el resto de las fuerzas políticas opositoras, así como impugnaciones ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. El costo del desaseo fue alto. Las derrotas más dolorosas para Morena se dieron en las alcaldías de la Ciudad de México y, más pronto que tarde, comenzaron las acusaciones de traición en el interior que concluyeron en un reagrupamiento del primer círculo de la jefa de Gobierno. Hasta el color verde abandonó la administración local, balcanizándose con la adopción del rojo marrón de Morena.
Es importante subrayar que los divorcios políticos no sólo se dan de manera frecuente entre la dirigencia y la militancia, sino entre perfiles nacionales de Morena. Ahí está la acusación de “muñeco morboso” y “Pinocho aspirante de Pinochet” que Porfirio Muñoz Ledo le lanzara públicamente al mismo Delgado Carrillo, tras retirarlo “a la mala” de la Cámara de Diputados, como también la confrontación entre los senadores Germán Martínez Cázares y Ricardo Monreal Ávila, en la que el primero acusa al segundo de carecer de la estatura para presentarse como candidato a la Presidencia, debido a un supuesto incumplimiento de la palabra empeñada.
En este clima de animadversión horizontal y vertical, la tormenta perfecta de Morena podría venir de la carrera por la sucesión presidencial adelantada. Primero, porque la cancha de juego es dispareja a favor de Claudia Sheinbaum y, segundo, debido a que su candidatura nada más no logra despegar en la misma proporción que la magnitud de las ventajas concedidas hasta ahora –si se consideran las últimas encuestas publicadas por Reforma y El Financiero. Mario Delgado pudo haber dado albazo a liderazgos menores, pero difícilmente podrá madrugarse a Marcelo Ebrard Causabon o al propio Ricardo Monreal.
También, una nueva línea de tensión podría activarse con la potencial entrada del secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández a la contienda interna. Sin duda, el choque de trenes podría terminar de fragmentar a gran escala, la maquinaria que hace apenas tres años se mantenía por demás cohesionada. Los tambores de guerra suenan ya, a lejanos tres años de la elección constitucional, con declaraciones de que no avalarán una imposición en la próxima candidatura de Morena a la Presidencia de la República, en lo que parece ser una ruta inevitable de prolongado desgaste.
Así será interesante observar el desarrollo de las tensiones políticas, como también la forma en que habrán de solucionar las incongruencias de política pública. Porque, por un lado, los liderazgos de Morena se jactan de disfrutar de la mejor de las relaciones con el gobierno del presidente Joe Biden; pero, por el otro lado, las instituciones estadunidenses se manifiestan abiertamente adversas a los criterios de política pública ejercidos por el gobierno de México.
Por ejemplo, resalta la recompensa millonaria ofrecida por varios integrantes de la familia de Joaquín Guzmán Loera, como también la crítica abierta a los cambios en la política energética. A ello se suma toda una serie de políticas públicas que no terminan de conseguir aprobación popular, de ahí que los incentivos al deslinde serán cada vez mayores. Por todo ello, de cara a la elección de 2024, Morena parece transitar por el inevitable camino de la fragmentación.
¿A qué le temen los demócratas?
Carlos Velasco M.
La Jornada
La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) emitió su fallo y en abril el Instituto Nacional Electoral (INE), en manos de Lorenzo Córdova y Ciro Murayama, deberá realizar la consulta para revocar o ratificarle el mandato presidencial a Andrés Manuel López Obrador.
Pero ante la desproporcionada reacción de Córdova-Murayama, quienes realmente mecen la cuna en el INE, así como de Claudio X. González a través de Marko Cortés (PAN), Jesús Zambrano (PRD) y Alejandro Moreno Cárdenas (PRI), nos lleva a un callejón sin salida donde millones de mexicanos se pregunten ¿A qué le temen en esta democracia participativa?
Los restos del establish-ment, que no son pocos en el país, se mueven a tratar de evitar que aparezca el verdadero ciudadano, ese que exige respeto a sus derechos político-electorales, el que demanda la justicia real en todos sus ámbitos, el que está en contra del monopolio del poder gubernamental, el que busca el respeto que no le han dado históricamente.
¿A qué le temen los encargados de respetar y hacer respetar la democracia electoral en México?
Porque los argumentos esgrimidos por Lorenzo Córdova y Ciro Murayama, cabezas visibles de la contrademocracia en el país, para no realizar la consulta de ratificación o revocación del mandato presidencial, uno a uno, caen en el absurdo, por ello podemos concluir que la política electoral en el INE, es demasiado seria como para dejarla en manos de quienes anteponen el interés personal o faccioso en una institución que debería estar al servicio de la ciudadanía.
¿A qué le teme la oposición?
Nada nuevo se descubre cuando estamos ante una opereta de oposición política en México. Han transcurrido tres años del gobierno de Andrés Manuel López Obrador y lo único que los mexicanos escuchan de los partidos opositores son infundios, diatribas, calumnias, mentiras completas y, en pocas ocasiones, medias verdades.
Estamos, pues, en un escenario en el que el PAN, el PRI y el PRD se han develado como partidos que carecen que ideología y apenas hace unos días el PRI, por acuerdo de Asamblea Nacional se descubrió como socialdemócrata, feminista, ambientalista y antineoliberal. En este caso, hay que imaginar la reacción de Carlos Salinas de Gortari, el creador de ese priísmo que privatizó casi todo el territorio nacional.
A su vez, el PRD se imagina de centro y que definitivamente ya no es de izquierda ¿esta es la oposición que quieren los mexicanos? Estamos ante una oposición simuladora o camaleónica.
Entre los que mueven los hilos de la oposición del talante que hoy padecemos, ¿habrá un grupo de opositores legítimos y preparados que puedan enfrentarse seriamente al gobierno?
¿A qué le temen los hacedores de la democracia en México?
¿Por qué se ha convertido en monstruo de mil cabezas la democracia participativa?
¿Por qué el IFE y, después, el INE estaban en una zona de confort con la democracia participativa?
¿Realmente el Instituto Nacional Electoral defiende la democracia electoral o simplemente se había convertido en una especie de Secretaría de Elecciones del prianismo?
Y como el INE se ha convertido en parte de la oposición, podemos asegurar que ésta generalmente se encuentra al cuidado de pedir lo que está segura de no obtener, porque de lo contrario dejaría de ser oposición.
¿A qué le temen?