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Razones

Frío en la Casa Blanca

Jorge Fernández Menéndez

Excelsior

Decíamos apenas ayer que, luego de encuentros como el que sostuvieron el martes los presidentes López Obrador y Biden, se comenzarían a filtrar los acuerdos, o no, que éstos mantuvieron, más allá de las declaraciones de rigor en estas citas. Pues bien, hoy ya sabemos que simplemente no hubo acuerdos y cuando vamos a la forma y el fondo de la visita, nos topamos con uno de las reuniones más desangeladas entre mandatarios de México y Estados Unidos de las que se tenga memoria.

Primero, no hubo ningún acuerdo importante. Se habló de muchas cosas, pero no hubo compromisos reales o temas que no se hubieran tratado en otras ocasiones, todos sin demasiada repercusión en la relación bilateral.

Ninguno de los temas que trató el presidente López Obrador fue respaldado por el presidente Biden. Al contrario, cuando se refirió a China como la fábrica del mundo, fue refutado por Biden, que agregó, contrario a lo dicho por López Obrador, que Estados Unidos había creado más empleos que cualquier otro país. Lo de las visas tipo programa Bracero simplemente fue ignorado y Biden habló de los trabajos que se crearon en el campo. De Sembrando Vida ni hablemos. La propuesta de que los estadunidenses vinieran a cargar gasolina del lado mexicano fue una pésima ocurrencia, sobre todo si partimos del hecho de que nuestra gasolina está subsidiada por el propio gobierno (le extenderíamos el subsidio a los estadunidenses). Lo de la inversión de mil 500 millones de dólares en infraestructura fronteriza es un tema de nuestra agenda interna. El plan antiinflación que presentó López Obrador no tuvo siquiera respuesta.

No hubo acuerdos en el ámbito comercial, pero tampoco en el energético o en el migratorio. Fue una visita desangelada, incluso en términos de la agenda: apenas una reunión de una hora con la vicepresidenta Kamala Harris sobre temas migratorios y otra con Joe Biden, donde el Presidente pronunció un discurso lentísimo en español de media hora (Biden habló apenas ocho minutos) y en el cual habló de historia de Estados Unidos, de los conservadores y de temas que nada tenían que ver con la coyuntura y las exigencias bilaterales actuales.

Estoy de acuerdo con que Isabel González, la reportera de Grupo Imagen Multimedia que cubre al presidente López Obrador, es una excelente periodista, pero no por mantener su celular media hora sin moverlo. No se comprendió que en realidad Biden estaba ironizando por lo largo y lento del discurso presidencial. El lenguaje corporal de ambos mandatarios durante todo el encuentro explica más de lo sucedido que cualquier comunicado.

Tampoco se reunieron las comitivas como se había anunciado, ni con Biden ni con Kamala. El secretario de Estado, Antony Blinken, no sólo no se integró a la reunión presidencial, como se había anunciado, sino que ni siquiera llegó a ver al presidente López Obrador, luego del profundo desencuentro que significó para Blinken que lo dejaran plantado en la Cumbre de las Américas, luego de que el Presidente, en una reunión personal con el secretario de Estado, se hubiera comprometido a asistir (antes de ir a Cuba y decidir que no iría). Tampoco hubo comida con Biden.

En un vacío de agenda que nunca me había tocado ver en una visita presidencial a Washington (y las he cubierto, participando en muchas de ellas, desde Salinas de Gortari hasta hoy), el presidente López Obrador no tuvo ni comida ni cena con invitados especiales. Normalmente en estas visitas hay que hacer espacios hasta forzados para las citas y encuentros que están pendientes. No hubo reunión alguna con legisladores porque el gobierno federal ha desairado a los congresistas estadunidenses, republicanos y demócratas, que el mismo martes dieron a conocer un duro pronunciamiento sobre seguridad, energía y asesinatos de periodistas en México.

Ayer fue la reunión con empresarios y Biden, pese a que lo anunció el gobierno mexicano, obviamente no iba a participar en la misma porque el martes mismo partió a Israel y Arabia Saudita, un viaje de altísimo contenido estratégico (haber programado la visita de López Obrador a horas del inicio de ese viaje es otro desacierto).

En el encuentro empresarial llamó profundamente la atención que fueran más los empresarios llegados desde México (Carlos Slim, Antonio del Valle, Francisco Cervantes y varios otros) que los empresarios estadunidenses de primer nivel que ahí estuvieron. Si la información que se proporcionó es correcta, sólo estuvieron dos de primer nivel en ese encuentro, los demás eran representantes de cámaras o de empresas menores. No hubo tampoco funcionarios de alto nivel del gobierno estadunidense, pero sí estuvo el embajador Ken Salazar.

La pregunta es qué necesidad de hacer una visita tan desangelada, con tan poca sustancia, sin acuerdos siquiera formales, precedida de tantos desencuentros. Al presidente López Obrador, esperemos que él y su gente así lo comprendan, le hicieron sentir el frío en Washington. No hay empatía con la Casa Blanca. Los desaires, desde la ausencia en la Cumbre de las Américas hasta la desmontada de la estatua de la Libertad, pasando por el apoyo a Cuba y la falta de condena a Rusia, nos pasan factura.

Lo decíamos ayer y lo reiteramos hoy, son innumerables los temas en los que se podría avanzar en la relación bilateral, pero para eso se requieren imaginación y voluntad política. No las hay.

Número cero

Reunión en Washington, entre tirios y troyanos

José Buendía Hegewisch

Excelsior

La visita de López Obrador a Washington tuvo un objetivo eminentemente político de mostrar fortaleza en el diálogo bilateral tras el desencuentro diplomático por la Cumbre de las Américas y crecientes tensiones con el Congreso estadunidense. Su escenificación supone un éxito para el Presidente en esa dirección, aunque los resultados sean sólo buenos propósitos sin novedades para la agenda bilateral. Para tirios, otra oportunidad perdida, y para troyanos, una prueba de audacia retórica nacionalista frente a un gobierno debilitado como el de Biden.

El encuentro había despertado muchas expectativas por el rol del bloque regional de Norteamérica para enfrentar una recesión mundial, que amenaza con una crisis alimentaria global. Los dos gobiernos coincidieron en la necesidad de mayor integración económica a través del T-MEC como principal apuesta para pertrechar sus mercados de la inflación y la guerra comercial con China. Pero ese diagnóstico en poco coincide con sus urgencias políticas, que se imponen sobre la diplomacia como un recurso de política interna. De poco sirve analizar la visita en términos técnicos ni su falta de resultados concretos o como otro momento frustrante para la relación bilateral.

No obstante, el encuentro deja interrogantes sobre los escenarios del T-MEC en los próximos dos años que restan a los dos gobiernos antes de su primera revisión en 2026. Ninguno tiene la mirada puesta en esa fecha cuando será evaluado integralmente en materia laboral o medioambiental, ni se ve ningún esfuerzo de seguimiento a problemas de políticas públicas, normatividad o inversión. Hay un retraso en el T-MEC, se debería actuar más rápido para que lleguen, como dijo Carlos Slim, en contradicción con los anuncios de inversiones millonarias en la reunión con empresarios en Washington.

Pero ése no era el objetivo, sino las amenazas de corto plazo que socavan a sus gobiernos y que requieren triunfos políticos y acciones inmediatas para paliar la inflación. Los cinco puntos planteados por López Obrador para combatirla no parecen tomarse en cuenta, salvo acciones emergentes como la importación de leche en polvo y fertilizantes por parte de México, y de EU, financiamientos ya presupuestados sin gasto extra. Esto deja la impresión de que el pragmatismo de Biden sacó algo por el desaire de Los Ángeles. Sin embargo, en términos políticos, López Obrador fue el que más ganó por lograr lo que buscaba al conminar en público y de frente a Biden a actuar con “audacia” ante los grandes desafíos de la migración o la economía. Mostrar que toma la iniciativa ante la potencia. Su llamado a emprender acciones sin importar riesgos, como la negativa del Congreso a regularla, le granjea una narrativa épica nacionalista de cara a las reivindicaciones políticas internas y de América Latina. Por lo pronto, dar el mensaje de atreverse a defender a los migrantes en las fauces del imperio, aunque no haya más visas de trabajo y, en cambio, se comprometiera a invertir en infraestructura en la frontera.

En el comunicado conjunto se recogen propuestas para profundizar la integración, relocalizar industrias y alinear cadenas de valor y suministros, pero sin mandatos precisos de cómo hacerlo. Biden mantuvo la línea pragmática de no confrontación con López Obrador porque depende de su vecino en temas muy costosos políticamente. Esa visión refleja la desconfianza entre dos socios que cuidan más sus ganancias que el éxito en común de su principal apuesta económica y comercial con el T-MEC. Por eso, el tratado tiene un desarrollo incierto. Por un lado, entre crecientes tensiones con el Capitolio y controversias por violaciones al acuerdo comercial, como enseñaron las críticas de demócratas y republicanos, aprovechando la reunión, para denunciar la erosión de la democracia en México, el asesinato de periodistas y la falta de seguridad para inversiones. Y, por otro, la inevitable obligación de entendimiento de dos de las economías más integradas del mundo y con una suerte común en la reconfiguración de bloques regionales.

Entre la épica nacionalista de uno y el pragmatismo del otro, la dinámica de sacar ventaja a corto plazo o supeditar la relación a los intereses cambiantes de la política interna es el mayor obstáculo para esa integración sólida y productiva que defiende en los discursos. Y que en el largo plazo sería políticamente más rentable que los triunfos coyunturales.

México SA

Biden, en caída libre // Daña la economía // Siempre los mismos

Carlos Fernández-Vega

La Jornada

La coincidencia de opinión entre algunos gobiernos, diplomáticos, analistas, académicos, medios de comunicación y otros sectores parece nado sincronizado, práctica en boga por estos días, pero no es así, porque una realidad cada día más notoria fortalece esa tendencia: la creciente debilidad política del presidente Joe Biden y el rechazo de la mayoría estadunidense –y de no pocos sectores en el planeta– a sus atrabancadas decisiones que han complicado el de por sí difícil panorama económico interno y su efecto internacional.

En la reciente visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a la Casa Blanca, no pocos destacaron la fortaleza del Ejecutivo mexicano, contrastante con la calificación de Joe Biden, que se desploma a medida que la visión ciudadana de la economía se vuelve más negativa, de acuerdo con un análisis del Pew Research Center, el cual, además, subraya que también los estadunidenses ven con malos ojos a ambos partidos políticos (republicano y demócrata). De dicho análisis se toman los siguiente pasajes que documentan tal situación.

Con la opinión ciudadana en su punto más negativo en años, la posición política de Biden está en el nivel más bajo de su presidencia. Sin embargo, el mandatario no es el único foco del descontento en ese país: los estadunidenses se expresan desfavorablemente de los dos partidos y de una variedad de figuras políticas destacadas, incluido Donald Trump.

Los números actuales de aprobación del trabajo de Biden son los más bajos desde que llegó a la presidencia, con sólo 37 por ciento (63 por ciento de rechazo). La calificación del mandatario ha disminuido 6 puntos porcentuales desde marzo y 18 durante el año pasado; en julio de 2021, 55 por ciento de los encuestados apoyó su desempeño.

En medio de una inflación persistente, la opinión de la ciudadanía estadunidense sobre la economía nacional ha empeorado desde principios de este año. Hoy, sólo 13 por ciento de los adultos considera que las condiciones económicas en Estados Unidos son excelentes o buenas; hace seis meses, las respuestas positivas representaron 28 por ciento del total.

La mayoría de los estadunidenses considera que Biden ha dañado la economía: 56 por ciento señala que sus políticas han empeorado las condiciones económicas, en comparación con sólo 11 por ciento que opina lo contrario.

Las opiniones sobre el impacto de las políticas del presidente Biden en las condiciones económicas han estado profundamente divididas durante mucho tiempo en líneas partidistas. Aun así, la más reciente encuesta del Pew Research Center (6 mil 174 adultos estadunidenses, levantada del 27 de junio al 4 de julio) revela que sólo 20 por ciento de los demócratas y 5 por ciento de los republicanos califican las condiciones económicas de Estados Unidos de excelentes o buenas. Estas opiniones disminuyeron sustancialmente desde enero, cuando 36 por ciento de los demócratas y 20 por ciento de los republicanos consideraban positivo el comportamiento de la economía.

La preocupación económica del público está dominada por el aumento especialmente en gasolinas, energía, alimentos y otros bienes de consumo. Casi la mitad de los encuestados (49 por ciento) cree que la causa del aumento inflacionario es que las empresas se aprovechan de las condiciones económicas para incrementar sus ganancias; han contribuido mucho; 39 por ciento lo atribuye a la invasión a Ucrania.

A menos de cuatro meses de las elecciones intermedias, ninguno de los partidos resulta muy popular entre los ciudadanos. Ligeramente más estadunidenses dicen que ven favorablemente al Partido Demócrata (41 por ciento) que al Republicano (37 por ciento), pero una clara mayoría ve a ambos partidos desfavorablemente (57 y 61 por ciento, respectivamente).

Esa es la lectura de los estadunidenses, y por si algo faltara, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, pone la cereza del pastel: 2022 será un año difícil y 2023 posiblemente aún más, con mayor riesgo de recesión.

Las rebanadas del pastel

Cada gira presidencial al vecino del norte o a otras naciones, sin importar el partido al que pertenezca el mandatario en turno, lo único que no cambia es la presencia de la minoría rapaz: siempre aparecen los mismos apellidos empresariales (en primera, segunda o tercera generación), es decir, cambian los titulares del Ejecutivo, pero los barones son los mismos con los ojos puestos en los jugosos negocios que en tales giras se acuerdan. ¿No hay otros?

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