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Los monólogos de la Martina

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RELATOS DESDE EL PARAÍSO; LA MADRE LUNA, EL PADRE SOL, EL ANTRO, LA MORALEJA.

Ante los Dioses del universo se presentaron el sol y la luna para solicitarles un permiso muy especial. Asistir a un antro.

Y es que alguien, un alguien que a la fecha aún no se sabe bien a bien quien fue, (pero de que le encantaba el chisme, le encantaba y se sospecha que era de oficio periodista), les había comentado que en un lejano planeta llamado tierra se organizaban por las noches en unos lugares denominados antros, tremendas fiestas que eran en verdad el cenit de la alegría y el desenfreno, y que concluían hasta la madrugada del siguiente día.

Y el sol y la luna, lógico, andaban requete entusiasmados por ir a uno de esos antros. O a varios.

Los Dioses, feministas recalcitrantes, escucharon la petición de la luna y el sol, y luego de deliberar unos momentos les respondieron que por su condición de mujer darían primero permiso a la luna para asistir a los antros.

Y ya luego con más calma analizarían si se lo daban también al sol, pues tenían noticias terráqueas de que el género masculino no se comportaba debidamente en los antros.

Incluso sabían los Dioses, que por lo general todo lo saben, que eran los hombres, ya con media estocada de licor adulterado entre pecho y espalda, quienes solían armar tremendos pleitos en esos antros, mayores (les chismearon a los Dioses) que en los que en sus tiempos juveniles de porros golpeadores protagonizaban en un lugar llamado Campeche, unos tales Alito y Eliseo.

Así pues, los Dioses decidieron otorgar el permiso para el antro sólo a la luna.

Aunque con la advertencia de que nadie del reino teocrático estaría estacionado en su coche a las 5 o 6 de la mañana a las puertas del antro, esperando a la señorita luna (lo de señorita es un eufemismo), para llevarla a casa en el estado en que se encontrara.

Pero he aquí que el sol cogió tremendo encabronamiento porque los Dioses le negaron el permiso para el antro. Y es de que cuando el padre sol se encabrona, se encabrona, como asegura desde Champotón el ínclito cronista sin cartera ni salario, don Tomás Arnábar.

Y así se los hizo saber el padre sol, con el innecesario exceso de una que otra mentada de madre a los Dioses. Y con calificativos de discriminadores, ígnaros de la paridad de género, injustos y hasta requete bien hojaldras.

¡Entonces la furia divina de los Dioses afloró con toda su fuerza!

Y como castigo ejemplar impusieron al padre sol nunca jamás asistir a un antro en el planeta tierra. Además declinar y dormir en cuanto las sombras de su compañera laboral, la madre noche, aparecieran.

Como quien dice, su lechita y a dormir para el padre sol.

La madre luna, en cambio, podría gozar eternamente de la noche. Y de la medianoche cuando, aseguran los noctámbulos, de verdad empieza la vida y la cosa se pone buena, previo pomo de ron Habana Club.

Y, por supuesto, asistir a los antros que le dé la gana.

Moraleja: No hay forma de ganarle a las mujeres.

… Y menos, cuando los Dioses juegan de su lado.

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