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El bienestar pendiente

Julio Faesler

Excelsior

La finalidad de todo gobernante es ofrecer bienestar a la población. Éste es el criterio para calificar su actuación. La eficacia del gobierno radica en su capacidad para coordinar el variado conjunto de talentos y energías para ese fin. El Presidente de la República no es más que el coordinador de los esfuerzos nacionales. No es el que todo sabe y el que todo hace. Lo primero que tiene que hacer, es reclutar todas las energías y conocimientos necesarios. Le es indispensable valerse de los que mejor conocen los problemas y saben cómo resolverlos mejor.

Desafortunadamente López Obrador hace exactamente lo contrario, actúa con mentalidad de líder local, ha polarizado al país. Por un lado, están los que comulgan con él, por razones ideológicas, y, por el otro, los demás. Autócrata, tiene la respuesta para todos los problemas y sólo confía en los allegados. La lealtad o sumisión todo lo resuelve; antes que cualquier exigencia profesional.

AMLO se ha desvinculado de los talentos y de las energías de aquellos que también desean los cambios que nos libren de la corrupción, la violencia y el desperdicio de recursos. No toma en cuenta la máxima de Mao Tse-Tung de que el color del gato es lo que menos sirve para cazar ratones. El desarrollo dinámico de México requiere del esfuerzo de todos los sectores, empezando por el empresarial con todo y defectos y falta de compromiso social que es conocido y explicable. La habilidad del gobernante está en uncir todas las fuerzas disponibles para lograr su propósito y aplicando su papel de rectoría del Estado para enderezar lo que hay de desvío y encauzar el esfuerzo de todos hacia la meta final que es el bienestar.

Estamos iniciando la segunda mitad del sexenio y los resultados son lamentables en todas las facetas de los objetivos presidenciales. Es largo el recuento de los daños acumulados por su  instintiva desconfianza hacia todos. Fuera del directo control oficial, lo demás está torcido y contaminado de interés mezquino y antipatriótico. Los organismos autónomos son molestos. Hay que debilitarlos o extinguirlos. Cualquier acción, sea equivocada o arbitraria, se redime en la Cuarta Transformación.

Entrando al cuarto año de la gestión de López Obrador, la realidad se impone. Los subsidios entregados vía programas sociales sólo sirven para mantener el escuálido nivel de vida de las mayorías así beneficiadas. Siguen al garete sin apoyo la producción y la capacidad de empleo de las actividades pequeñas y medianas.

El sexenio va pesando más. Todavía faltan tres años sin que haya signos de corrección en la estrategia que AMLO escogió para instalar su proyecto transformador anclado en una visión anacrónica y destructiva para la sociedad que aparentando atender las necesidades sociales, ordenó el desmantelamiento de servicios que, aunque defectuosos, servían mejor que los sistemas improvisados que los sustituyen.  

México lleva invertidos tres valiosos años consintiendo el ensayo de AMLO para transformar a la sociedad en una colectividad libre de los vicios de la corrupción impune. El área dominada por el crimen organizado se ha ensanchado mientras que la violencia que se escala sigue. Invertimos tiempo, energías y recursos financieros cada vez más escasos sólo para favorecer a un puñado de proyectos mal diseñados y crecientes costos.

La revocación del mandato sería como ironía, el mecanismo que correspondería aplicar por habérsele perdido confianza, pero a la vista de todos, está la manera en que este recurso podría ser útil si el pueblo lo hubiera pedido. El Presidente, sin embargo, ha subvertido la esencia de la revocación constitucional, instrumento diseñado para el pueblo, convirtiéndolo en maniobra de consolidación del poder que ejerce.

No hay que perder más el valioso tiempo que se esfuma. El gobierno, si quisiera, es capaz de enderezar programas debidamente preparados y ejecutados como el que ahora emprende contra la asesina maquinaria estadunidense de fabricación y distribución de armas.

Hay talento y energía en nuestro país que esperan ser uncidos en un convencido esfuerzo nacional. La ciudadanía tiene que despertar y hacer que la transformación nacional que realmente se requiere se despliegue en un decidido proceso  hacia el bienestar que anhelamos.

México SA

AMLO: no más bancos foráneos // Banamex debe quedarse en casa // Parte vendedora pagará al fisco

Carlos Fernández-Vega

La Jornada

Tras el ilegal cuan oneroso rescate de la banca reprivatizada por Carlos Salinas de Gortari (todo con cargo a los mexicanos), nuestro país se convirtió en uno de los pocos en el mundo que, sin decoro alguno, entregó la mayor parte de su soberanía financiera al capital trasnacional (español, estadunidense, británico, canadiense), que se quedó con la porción más grande del pastel y de México hizo su paraíso.

Los rescatados por el Fobaproa (especuladores bursátiles –en su mayoría– amigos del gobierno que les entregó las instituciones reprivatizadas) gozaron de total impunidad (incluida la evasión fiscal), al tiempo que aplaudieron la extranjerización de los bancos por ellos exprimidos, destrozados, quebrados y saneados por el erario. Ernesto Zedillo no sólo los salvó –para hundir al resto de mexicanos–, sino que descaradamente y de forma ilegal utilizó recursos públicos para fines privados, como antesala para entregar la soberanía financiera al capital trasnacional.

Transcurridos veintisiete años de ese vergonzoso capítulo –uno de tantos– del régimen neoliberal, la trasnacional estadunidense Citigroup decidió deshacerse de Banamex (una de las instituciones reprivatizadas por Salinas que no debió ser rescatada con recursos públicos, la que, en contubernio con Ernesto Zedillo, se le permitió llenar la panza del Fobaproa con todo tipo de pasivos-basura) y venderlo al mejor postor, sin importar la procedencia del comprador.

Por cierto, cuando Citigroup compró Banamex, en el sexenio de Fox, la parte vendedora (los propietarios mexicanos) se beneficiaron con un segundo favor gubernamental (el primero fue el rescate del Fobaproa): no pagaron un solo centavo de impuestos (debieron enterar alrededor de 3 mil 750 millones de dólares) y aunque los más conocidos de esta evasión son Roberto Hernández y Alfredo Harp Helú, otros accionistas también sacaron enorme raja. Por ejemplo, Germán Larrea, Claudio X. González Laporte, María Asunción Aramburuzavala, Emilio Azcárraga Jean, Valentín Díez Morodo, Lorenzo Zambrano, Daniel Servitje, Carlos González Zabalegui y Ángel Losada, entre otros.

Pero bueno, para el gobierno de López Obrador la decisión de Citigroup abrió la puerta para que Banamex se mexicanice con ganas de intentar, en la medida de lo posible, balancear la participación nacional en el extranjerizado sistema financiero que opera en el país. Tal vez este sea un sueño guajiro, porque si algún nacional o un grupo de ellos se queda con dicho banco, no necesariamente responderá al interés del país, sino al que marque la ruta de las utilidades.

De cualquier forma, el presidente López Obrador ve con muy buenos ojos que la propiedad de Banamex se quede en casa, y ayer, aunque lo ha mencionado en varias ocasiones, dijo que ahora que se está vendiendo, aun cuando no es una obligación, porque es una operación que tienen que hacer los dueños de ese banco, que son estadunidenses, de todas maneras les estamos enviando una (cinco, en realidad) recomendación respetuosa: primero, que los que compren sean mexicanos; ya no queremos, con todo respeto también lo digo, que los bancos estén en manos de extranjeros. No soy chovinista, tenemos que abrirnos al mundo, pero es ya tiempo de que sean los empresarios, los inversionistas mexicanos los que manejen estos bancos, los bancos particulares.

¿Por qué? Bueno, no estaríamos muy de acuerdo en que de nuevo extranjeros se apoderen de Banamex. Lo segundo es que quienes compren el banco sea gente responsable y que tenga respaldo económico para que se protejan los fondos de los ahorradores. Lo tercero es que debe ser gente que no tenga deuda en el SAT. El punto cuatro, que paguen impuesto por la venta, porque cuando ese banco se vendió en 12 mil 500 millones de dólares en el inicio del gobierno de Fox (2001), los que vendieron no pagaron ni un centavo de impuestos. Eso ya no se permite, tienen que pagar los impuestos. Ésta es también otra condición o recomendación.

La recomendación número cinco es de gran importancia, aunque forma parte del sueño guajiro. Dice el mandatario: Banamex tiene un acervo cultural mexicano, piezas de arte de mucho valor histórico, que pertenecen al pueblo. Tiene que quedar en el país; no queremos que sigan los saqueos de los bienes culturales del pueblo de México. Eso es lo que deseamos y nos gustaría que se tomara en cuenta.

Las rebanadas del pastel

Murió el barón Alberto Bailleres y se fue impune.

Derechos humanos y neoliberalismo

Miguel Concha

La Jornada

El tema de los derechos humanos, como un reclamo de justicia, es tan viejo como la historia de la humanidad. Siempre ha existido un grito de justicia, de rebeldía y, por tanto, de libertad. Pero al mismo tiempo mediatizado y envuelto en ideologías que esconden innumerables intereses. Hoy, en este mundo supuestamente globalizado con la pretendida nueva economía, ese reclamo es sentido con mucha más fuerza que nunca. La razón es bastante sencilla: asistimos a un desarrollo del capitalismo, que ha desembocado en una globalización cuyos capitales financieros han propiciado acumulación de riquezas en pocas manos.

Todo, pues, al servicio de las mismas finanzas, cuya mayor expresión es esta específica globalización, y cuyas consecuencias han sido tan atroces que el título de catástrofes apenas parece dar cuenta de lo terribles que son. Es la cara del viejo liberalismo, que se ha revestido de nuevos ropajes, los del llamado neoliberalismo, que pretendiendo desvanecer toda regulación política y jurídica, trata de imponer su propia ley, la del más fuerte, dentro de un estado de guerra, donde los monopolios financieros pasan por encima de todo lo que les impida incrementar sus márgenes de ganancia. Incluida la vida humana y el futuro de nuestras nuevas generaciones, que hoy se presenta como un bien empeñado ilegítimamente, pero que estamos obligados a recuperar.

Globalización que ya es de vieja data, desde cuando alboreaba el capitalismo comercial de principios de la modernidad. Sin embargo, durante el siglo XX, y a partir de los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, ese capitalismo neoliberal se ha vuelto más extensivo y depredador. Integra, desde el centro, los mercados internos a escala mundial, sobre todo con la deslumbrante informática y la revolución tecnológica en el horizonte de lo global. Y así nivela y mediatiza conciencias, gustos y comportamientos, produciendo esa humanidad de una sola dimensión de la que tan agudamente escribiría Herbert Marcuse.

Ante el panorama anterior las preguntas resultan ineludibles: ¿dónde quedan los derechos humanos? y ¿dónde y cómo pueden estar presentes y exigirse los derechos humanos? Primero, en el campo de los desheredados de la tierra; el de los marginados, en cuanto a salarios, servicios, salud y trabajo. Ese territorio de los sin techo y sin pan; el de la angustiante y terrible (por injusta) migración de pueblos, que hoy se nos presenta cual nuevo Apocalipsis; extraños de la casa que debería ser común. Es decir, nuestra tierra, que hoy en día ya casi ni es nuestra, y que nosotros, por no practicar nuestros deberes, nos estamos acabando.

Obligación, por cierto, en primer lugar, de las grandes potencias y no exclusivamente de los individuos, como se nos quiere hacer creer a través del marketing. ¿Dónde queda lo que se ha llamado la sacralidad de la vida? Los derechos humanos deben tener hoy en día como principal tarea velar por esta vida de nuestro hábitat diario, sobre todo teniendo en cuenta el deterioro ambiental en todos los campos. Los derechos humanos no pueden considerarse únicamente como derechos del individuo, ni mucho menos quedar subordinados a una lógica donde sólo constituyen armas en defensa de los privilegios de unos cuantos.

En realidad, si los derechos humanos son tales, deben encontrar su ámbito de competencia y realización dentro del continente de lo social-comunitario. De lo contrario quedarían atrapados dentro de la cárcel de la ideología individualista del neoliberalismo y su nada disimulado hedonismo, que sólo puede significar una cosa: ecocidio, la muerte del planeta y la cancelación del futuro para las nuevas generaciones.

Por desgracia, a partir de la modernidad, aunque sin negar sus luces, hemos comenzado a perder el sentido de comunidad. Y tanto más acelerado como terrible ha sido también el advenimiento de ese supuesto nuevo lenguaje de la época neoliberal, que tiene en la tecnociencia y en la informática su rostro más acabado y más grotescamente manipulador. Por consiguiente, la defensa de los derechos humanos en estos tiempos de oscuridad neoliberal es hoy mucho más urgente.

Pero esos derechos tienen un sustrato común: la defensa de toda persona humana, la lucha contra toda desigualdad y discriminación y el combate a todo individualismo que pretenda desvincularse de lo social, ética y políticamente. Por tanto, el deber ineludible de bajar al campo de la organización política, que es, sin más, la práctica de una ética política. Que es el apoyar a todo movimiento que defienda los intereses materiales de existencia de los desheredados de la tierra, de distintas formas y en múltiples maneras; donde podamos formar nuevos paradigmas de acción y transformación. Cierto, el panorama actual es desolador, pero no debemos dejar que el peso del presente nos derrote por adelantado. Ante el pesimismo de la inteligencia, como nos previno en su momento Antonio Gramsci, es necesario oponer el optimismo de la voluntad.

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