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Número cero

Dos Bocas y la transparencia

José Buendía Hegewisch

Excelsior

La opacidad puede resultar tan cara como la corrupción en proyectos públicos de infraestructura, cuando se gestionan mal entre las sombras, como deja ver la refinería de Dos Bocas. Su construcción alcanzó la fecha que fijó López Obrador para su conclusión, el 1 de julio –a cuatro años de su triunfo en las urnas–, con una inauguración sin horizonte claro de cuándo entrará en funcionamiento y un sobrecosto que puede dupli­car lo presupuestado. Las grandes obras del sexenio caminan entre tinieblas de información y escasas condiciones para la rendición de cuentas.

El acceso a la información pública es un derecho constitu­cional en el país y la transparencia, un arma anticorrupción, pero han sido sustituidos por el cartabón de la “seguridad na­cional” en las obras públicas, sin garantía de que mejore la eficacia y menos que elimine la corrupción. Hasta el término ha caído en desuso en el discurso oficial, que parece consi­derarlo innecesario, sólo porque las obras no están a cargo de los “neoliberales”.

Sin embargo, su ausencia y la falta de planeación pasa fac­tura a la primera refinería en 43 años, igual que en otras obras emblemáticas del sexenio. Dos Bocas es el símbolo del giro nacionalista de la política energética y un ancla de la promesa de autosuficiencia de combustibles, pero también ejemplo de opacidad. Es cierto que salió en el tiempo récord que exigió el Presidente, aunque la obra no se ha entregado y quién sabe si estará lista para producir gasolina antes de que concluya su cargo. Lo que sí se conoce es que la factura es cara, se calcula su precio final entre 16 mil y 18 mil millones de dólares.

López Obrador cortó el listón, aunque a su sexenio tam­bién le faltan más de dos años. Quizá sería más preciso decir que la dio por inaugurada en un acto que cumplía más con el cronograma presidencial que con su finalización a la vie­ja usanza de los actos políticos de exaltación presidencial. Es decir, la presentación una acción haciendo que parezca real, pero sin explicar los motivos del retraso o de las desviaciones en el plan de trabajo.

La rendición de cuentas no estuvo en el guion, menos re­conocer que la falta de transparencia juega en contra de la confianza en la capacidad de ejecución, aunque trate de jus­tificarse, paradójicamente, en la eficacia y evitar la corrupción. Los planes de trabajo de las mayores obras del sexenio son un “talón de Aquiles” de la gestión 4T, entre otras razones, por carecer de toda la información necesaria para ejecutarlas y cumplir los plazos requeridos. Ello por dos motivos. En primer lugar, la necesidad política a la que se supedita la urgencia de arrancar sin planes de trabajo completos, por ejemplo, el plan de negocio en el caso de la refinería o las manifestaciones de impacto ambiental del Tren Maya.

Y en segundo lugar, porque la decisión del gobierno de declarar las obras de seguridad nacional ha derivado en un terreno de discrecionalidad para su ejecución y debilitado los controles para la supervisión de su avance físico y financiero que, por ejemplo, en Dos Bocas recae en Hacienda. ¿Cuáles son las explicaciones de que el costo se duplique desde los 8 mil millones de dólares presupuestados, cuándo comenzará a refinar 340 mil barriles diarios de gasolina prometidos y cómo se recuperará esa inversión?, son preguntas que no es necesa­rio responder porque nadie parece obligado a ello.

Esto es debido a que la información relativa a contratos, licitaciones, permisos o dictámenes se puede guardar en el fondo del cajón de información reservada desde que, en 2021, el gobierno clasificó todas estas obras como asuntos de “se­guridad nacional”, sin acceso de la ciudadanía a ella. ¿Cómo evaluar o examinar la ejecución del proyecto? La justificación oficial de la opacidad apela a eliminar trabas administrativas que retardan las licitaciones y se prestan a la corrupción, pero lo cierto es que eso no ha impedido su retraso ni el sobrecosto.

Las razones de cerrar la transparencia entonces tienen más que ver con el control político de la información para obstacu­lizar su supervisión y rendición de cuentas. No hay gobierno sin oposición que no critique o descalifique las obras de una administración, pero eso no justifica las reservas de informa­ción para evitar el “golpeteo” político. Algo que, por cierto, la opacidad tampoco conjura.

La inmaculada percepción

La obra maldita

Vianey Esquinca

Excelsior

La refinería Olmeca en el Puerto de Dos Bocas, Tabasco parece ser la obra maldi­ta del presidente Andrés Manuel López Obrador, porque nada le ha salido como esperaba. En su Proyecto de Nación 2018- 2024 el mandatario se comprometió a crear dos refinerías: en la península de Atasta, Campeche y en Dos Bocas, Tabasco. De la primera no hay nada que decir, porque no existe; de la segunda, “su sueño hecho rea­lidad” ha sido una pesadilla.

Todo empezó un 18 de marzo de 2019, cuando en la mañanera la secretaria de Energía, Rocío Nahle García, anunció el proceso de licitación para construir la refinería. En ese momento señaló que, por ser muy grande, debía convo­car “a las mejores empresas del mundo” porque se habían teni­do “malas experiencias aquí, en México, en las reconfiguracio­nes que nos han costado ocho mil millones de dólares en pro­medio y nos ha dejado los tra­bajos mal”.

Tres doritos después, un 9 de mayo del mismo año, el presi­dente Andrés Manuel López Obrador declaró desierta la licitación para la construcción de la refinería de Dos Bo­cas, porque las empresas “estaban pidiendo mucho, se pasaron de los ocho mil millones de dólares y en el tiempo de construcción”.

Y entonces tuvieron que voltear a ver a los ingenieros mexicanos: “Vamos a darle contenido nacional a esta obra. Van a ser in­genieros, especialistas de Pemex, del sector energético, los que nos van a ayudar para la construcción de refinería”.

Sin embargo, pasó lo que tenía que pasar, lo que habían advertido las empresas, los expertos y básicamente los que tuvieran un mínimo de conocimiento en el tema: la rea­lidad neoliberal y adversaria del Presidente volvió a rebasarlo y la refinería Olmeca, sin estar terminada, ha costado 10 mil 200 mi­llones de dólares. Tampoco estuvo lista para el 1º de julio del 2022.

¿Qué fue lo que inauguró el Presidente? “Una primera etapa constructiva”. Es decir, inauguró una parte de la obra civil, pero será hasta el 2023 o 2034 cuando se pueda producir gasolina. Esto, sin embargo, no fue obstáculo para que toda su grey aplaudiera rabiosa su gran hazaña. Los que criticaron que otros gobernantes inauguraran obras a medias y sin terminar, se deshicieron en elo­gios de los “histórico”, “maravilloso”, “úni­co” de la obra y señalaron que el Presidente pasaría como quien “le entregó la soberanía energética al país”.

Incluso el voce­ro, Jesús Ramírez, llegó a poner que en su Twitter: “Este 1º de ju­lio se concluyó la construcción de la refinería Olmeca #DosBo­cas, en Tabasco” (sic), lo cual, evidentemente fue una mentira. Seguramente la siempre objeti­va Liz Vilchis lo nombrará en su sección de quién es quién en las mentiras de los miércoles.

La inauguración que hizo el viernes el mandatario fue como si abriera un hotel, pero sin que nadie pudiera hospedarse por­que no está equipado, no tie­ne drenaje ni servicios y la alberca no está terminada.

O, si inaugurara la obra civil de un hospi­tal sabiendo que a los pacientes se les podrá recibir en un año y medio o dos, porque sólo está el cascarón del centro de salud.

Sin embargo, sabiendo que había incum­plido su promesa, el Presidente se aferró a su evento de inauguración, necesitaba mandar­le un mensaje a sus seguidores que sí cum­ple, aunque no fuera real. Fue enternecedor leer en las redes sociales que hubo gente que realmente pensaba que se había inaugurado la obra completa.

Él ha dicho que se debe vivir en la justa medianía y lo ha cumplido a cabalidad por­que todo lo deja a medias. Si construyó un aeropuerto que no tiene vuelos, ¿qué se po­dría esperar de una refinería que no refina ni refinará en el corto y mediano plazo?

Rescate vs. despilfarro del petróleo

Antonio Gershenson

La Jornada

Las acciones de uno de los 10 países más consumidores de energía en el mundo, se da a la tarea de presionar a sus aliados para bloquear a Rusia, poniendo al gobierno ucranio al frente de la agresión. La cantidad de energéticos para sostener la guerra en ese país fue un cálculo erróneo por parte de los ideólogos del Pentágono. No contempló el gran daño a la población civil, tampoco les importó el perjuicio inmediato y subsecuente de la biodiversidad. El golpe a Rusia y el bloqueo comercial que el presidente Biden pretende en contra del gobierno de Vladimir Putin es un asunto que los ideólogos neoliberales creen tener controlado.

La realidad está complicando las negociaciones para llegar a un acuerdo civilizado entre ambos países, sin la intervención de la OTAN. Entre las necesidades de paz, de alimentos y del retorno a casa, la población civil ucrania no apuesta por enemistarse con Rusia, ya que es el gobierno que provee del indispensable gas y de otros insumos. No olvidar que miles de familias son descendientes de países que forman la Federación Rusa.

Punto aparte, son los países integrantes de la Unión Europea y de la OTAN, quienes sí ven en Rusia un enemigo comercial en acecho, no obstante ser el principal proveedor de hidrocarburos para el continente.

La invasión a Ucrania sólo es un pésimo guion, inspirado en el que inventó el trío de enfermos mentales, belicistas y ambiciosos de poder (Hitler, Mussolini e Hiroito). El conflicto actual no dista mucho de lo acontecido hace 83 años. Inventan una guerra por conflictos económicos posibles de resolver sin necesidad de recurrir a las armas. Ya no recuerdan los daños ocasionados por la Segunda Guerra Mundial.

Los autores del desarrollo de este desafortunado acto bélico, pospandemia del SARS-CoV-2, no han considerado los daños profundos en la población y en la biodiversidad. Estados Unidos no ha asimilado que recursos como el petróleo no deben destinarse para inventar guerras. Se necesitan los hidrocarburos para reproducir el estilo de vida que llevamos, hasta hoy. Pero, también se necesitan para avanzar hacia una transición energética. Sin embargo, los gobiernos necesitados de los combustibles rusos, aceptaron el riesgo y los resultados negativos de esta nueva agresión hacia la Federación Rusa están aumentando.

Es importante señalar que el desperdicio de petróleo en esta guerra pone en riesgo la seguridad energética de todas las naciones reclutadas por Estados Unidos bajo el escudo de la OTAN. Necesitan de más combustible para continuar con la inaceptable guerra. Hacemos hincapié en que el perjuicio mayor lo están padeciendo los habitantes de Ucrania, país que, por cierto, no está en la OTAN. Las imágenes se repiten, población desplazada, alejándose de sus hogares, familiares extraviados o fallecidos, ciudades destruidas a donde nadie puede regresar. La pobreza está llegando, ya que lo han perdido todo en los bombardeos indiscriminados, tanto de su propio ejército, como por los ataques que repele la milicia rusa.

Se olvida, voluntariamente o no, al país que sufrió la pérdida de millones de patriotas en el frente de guerra, que no se doblegó ante el cerco nazi y que padeció de las peores hambrunas, además del deceso de millones entre su ejército, partisanos y civiles, pero que no se dio por vencido y por esa razón, la mayoría de las naciones de Europa no sucumbieron ante el nacionalsocialismo nazi.

No existe para Ucrania ganancia alguna en esta guerra, excepto la derrota del grupo neonazi protegido por Volodymir Zelensky, presidente de ese país. Por lo que el beneficio de esta absurda guerra, no se va a ver nunca. El razonamiento civilizado y la convivencia entre los pueblos fueron derrotados.

El aumento del precio del petróleo y la escasez de combustible, de no parar ese conflicto bélico lo más pronto posible, generará otros conflictos paralelos: falta de agua, de alimentos, de abastecimiento de energéticos y mayores crisis financieras.

Y, mientras despilfarran energéticos en el continente europeo, aquí en América, en el municipio de Dos Bocas, Tabasco, se avanza en el rescate de la industria energética de México.

El presidente Andrés Manuel López Obrador, cumple con la entrega al pueblo mexicano, de la Refinería Olmeca, instalada en tiempo mínimo, con una inversión libre de deuda y bajo las mejores condiciones para su construcción. Esta obra importante y fundamental para el programa de refinación, junto con la rehabilitación de las otras refinerías ya existentes, se ha proyectado para recuperar la solvencia en energía y la soberanía energética.

La productividad de energéticos y el autoabasto tienen el respaldo, no sólo de las refinerías existentes, incluyendo a la Olmeca, sino también, de la que se encuentra en Houston, Texas, conocida como Pemex-Deer Park. Se espera que, con estos pasos, el abasto interno sea suficiente. Ahora podemos decir que la refinación diaria de 340 barriles de crudo y sus derivados, son productos de Pemex hechos en México.

Se cierra, para unos cuantos, el negocio ilícito de la entrega de petróleo barato a empresas privadas extranjeras. Se suspende la venta de crudo al exterior. El beneficio será para la economía nacional y la continuación de los programas sociales.

Un Estado desarrollista para una misión transformadora

Rolando Cordera Campos

La Jornada

En tiempos de confusiones, omisiones, dislocaciones y desazones, resulta buena conseja regresar a lo básico. Los mercados nerviosos, los ánimos desbordados y los actores políticos peleando con sus propios reflejos y persiguiendo sombras, no anuncian puerto visible, menos seguro.

Desde la crisis global de 2008, ciertamente agravada por los fenómenos recientes como la emergencia sanitaria de la pandemia, la desigualdad y disparidad de políticas aplicadas, el rompimiento de cadenas productivas, la galopante inflación y la guerra declarada, el mundo, nosotros con él, viene presentando una combinación peculiar, por así decir, de confusiones y difusiones.

De vez en vez los dirigentes políticos y las élites económicas y financieras han sido capaces de parar su andar para revisar el rumbo. Ha sido el caso de grandes crisis, como ocurrió en los años de la Gran Depresión de la década de los 30 del siglo pasado.

En esos momentos, los dirigentes fueron capaces de construir grandes acuerdos, fue algo así como una toma de conciencia, no sólo de la gravedad del momento, sino de la interdependencia común. De ahí las nuevas reglas para gobernar y operar los mercados y, en los hechos, las economías en su conjunto.

Irremediablemente, lo que en el fondo les quitaba el sueño a las élites y coaliciones conservadoras fue puesto sobre la mesa y sometido a radicales revisiones. El papel de los Estados en la operación de la economía fue modificado sustancialmente y una nueva época, presionada además por la Segunda Guerra, emergió de las tinieblas depresivas y las querencias autoritarias y dictatoriales.

México buscaba, en gran medida a tientas, un reacomodo y un perfil nuevos, en concordancia con los mandatos de su nueva Constitución y los legados de una revolución y una guerra civil sangrienta y destructiva. Había que reconstruir, país y Estado, sin prisa, pero sin pausa.

En este sentido, ahora podríamos diseñar cinco fases para arrancar nuestro camino, enderezar la nave nacional y retomar un nuevo curso de desarrollo.

Una primera fase tiene que ver con un acuerdo común, un piso básico de entendimiento de cómo estamos y por dónde queremos ir: asumamos que la mejor política social es una buena política económica. Que es indispensable una economía política comprometida explícitamente con el crecimiento alto y sostenido de la economía y el empleo y la creación de los mecanismos institucionales mínimos necesarios para redistribuir.

Segunda fase: la pobreza se abate y supera con el crecimiento y el empleo, mientras que la redistribución se logra con poderes compensatorios efectivos y comprometidos con el cambio en la pauta distributiva en favor del trabajo. Para bien redistribuir, la protección social debe ser para todos.

Tercera: no hay capacidad de crecimiento y redistribución en una economía globalizada sin acuerdos sustanciales entre capital y trabajo y una creíble interlocución del Estado como árbitro, promotor y monitor, de estos convenios.

Cuarta: no existe crecimiento alto y sostenido sin inversión sostenida; no habrá la inversión necesaria para crecer sin inversión pública que haga las veces de complemento y empuje de la privada; que pueda contribuir a abrir nuevos espacios de acumulación, producción y ganancia.

Y quinta: en el capitalismo realmente existente, el fisco sigue siendo la mejor institución redistributiva. De aquí el papel inevadible de un Estado comprometido con la redistribución del ingreso y la riqueza. Expresamente comprometido con la justicia social y con los valores de un régimen de gobierno y de Estado democráticos.

Un Estado desarrollista que culmine estos caminares sería la coronación de una misión transformadora como la esbozada. La continuidad o la alternancia lograda por la coalición tendrían que abocarse a asumir esta problemática; como eso, como problema a sortear. Y dejar de jugar a los volados. Ya reformaron por la vía de los hechos la ley electoral y estamos en plena campaña por la sucesión presidencial. Normalicemos nuestros excesos y allanemos el rumbo para unas elecciones pacíficas y ordenadas.

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