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¿Cuántos comisionados para el IFT y Cofece?

Jorge Bravo

Proceso

Los plenos de ambos reguladores están incompletos. Aunque son cuerpos colegiados técnicos, siempre existe el riesgo de decisiones políticas.

Para nadie es un secreto que el presidente López Obrador desprecia los órganos autónomos por ser una herencia neoliberal, a sus comisionados porque encarnan la misma causa y que desearía apoderarse de sus presupuestos, además de extinguirlos o intervenir en su independencia.

Tratándose del Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) y de la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece), ante la imposibilidad de desaparecerlos o fusionarlos en una sola institución reguladora, ha optado por no renovar a sus comisionados salientes. Piensa que con ello los debilita. Cree que sus órganos de gobierno deberían tener menos personas y que los perfiles deberían ser otros.

Los plenos de ambos reguladores, que debieran tener siete comisionados como lo establece la Constitución, están incompletos. El IFT tiene cinco y la Cofece cuatro, tras la salida anticipada de su presidenta. La Cofece puede quedar paralizada en la toma de decisiones por el empate en las votaciones. Aunque son cuerpos colegiados técnicos, siempre existe el riesgo de decisiones políticas.

El presidente AMLO también está convencido de que él debería hacer los nombramientos y que los organismos autónomos le quitan atribuciones al gobierno para hacer política pública e intervenir en los mercados y sus empresas.

El procedimiento para nombrar a los comisionados es constitucional. Un Comité de Evaluación integrado por los titulares del Banco de México y el Inegi convocan un examen de conocimientos. Por cada vacante, el comité envía al presidente una quinteta o terna de entre quienes obtuvieron las calificaciones más altas. El Ejecutivo selecciona de entre los aspirantes al candidato, pero el Senado debe ratificar.

El presidente tiene poco margen de maniobra, porque la visión del nuevo Estado regulador es que los perfiles sean especializados e independientes tanto del gobierno en turno como de los agentes económicos a quienes regulan.

El problema es que las respectivas leyes que rigen a ambos reguladores (de Telecomunicaciones y Radiodifusión y de Competencia Económica) son explícitas al señalar que para tomar ciertas decisiones se requiere de mayoría calificada de cinco votos.

Para que la Cofece pueda ordenar la desincorporación de activos, separar empresas, se requiere de cinco votos. Hoy no podría hacerlo. Tampoco podría nombrar o remover al titular de la Autoridad Investigadora, el órgano técnico y de gestión, autónomo dentro del propio regulador autónomo, encargado de recibir las denuncias y conducir las indagatorias en forma de juicio.

En caso de que faltara la Autoridad Investigadora y el Pleno no pudiera nombrar al titular, se ponen en riesgo los mercados y sus consumidores, porque las empresas podrían cometer prácticas monopólicas a sabiendas de que no existe autoridad que reciba denuncias e inicie investigaciones.

Para el IFT, se requieren cinco votos para emitir el estatuto orgánico y también para nombrar o remover al titular de la Autoridad Investigadora.

Son muy pocas las causales que exigen mayoría de cinco votos, pero son cláusulas de gobernanza al interior de ambos reguladores: estar de acuerdo en quién realiza las

investigaciones contra los agentes económicos, coincidir en una resolución irreversible como separar una empresa y avalar en lo básico las reglas internas a través del estatuto orgánico.

Otras causas que se aducen son las cargas laborales. El trabajo que debieran hacer siete comisionados, lo tienen que hacer cinco o cuatro o menos si la situación la sigue llevando al extremo el presidente. Cada comisionado tiene su oficina y presupuesto, incluido personal a su cargo encargado de auxiliar al comisionado.

Ha surgido la interrogante de si son demasiados siete comisionados en la Cofece y el IFT u once consejeros en el Instituto Nacional Electoral o 500 diputados en el Congreso. Algunos afirman que entre menos personas intervengan en la toma de decisiones, es más fácil ponerse de acuerdo. Según la misma lógica, entre más personas decidan un asunto más democrática, más debatida, más informada y más consensuada es la decisión.

Por eso los perfiles de los reguladores debieran ser plurales y diversos, para que su estructura mental no sólo sea de economista, abogado o ingeniero, sino que los plenos estén abiertos a otras perspectivas y áreas de conocimiento.

La respuesta a ¿son muchos comisionados?, ¿cuántos debieran ser? o ¿cuáles son sus resultados? no es sencilla. Depende del diseño institucional, las atribuciones legales, la estructura y profesionalismo del ente, la naturaleza de los mercados, el Estado de derecho, el sistema y la cultura política. Intervienen otros factores políticos o éticos. Si se quieren instituciones austeras, tener muchos funcionarios con altos sueldos será mal visto. Pero tener perfiles poco especializados, escépticos, susceptibles de ser cooptados o clientelares, hacen dudar de la efectividad de la austeridad.

Conviene mirar la experiencia internacional, sin que ello defina la efectividad del diseño institucional o qué es mejor para México.

Las comisiones federales de Telecomunicaciones y de Comercio de Estados Unidos tienen cinco comisionados cada una, cuya mayoría la define el partido gobernante y nadie se asusta por ello. Tampoco está en duda la relevancia de ese mercado, la talla e influencia de las empresas ni su complejidad. ¿Por qué si la FCC y la FTC tienen cinco comisionados el IFT y la Cofece deben tener siete? Sin embargo, la Junta de la Oficina de Comunicaciones de Reino Unido tiene nueve miembros y el Colegio de la Autoridad de Regulación de Comunicaciones Electrónicas de Francia tiene siete.

En contraste, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia de España tiene una Presidencia y cuatro direcciones: una de competencia, otra de telecomunicaciones y audiovisual, de energía y transportes; es decir, una sola persona para cada sector. La Agencia Nacional de Telecomunicaciones de Brasil, un mercado más grande que el mexicano, tiene cinco consejeros. El Consejo Administrativo de Defensa Económica de Brasil (par de la Cofece) funciona con un presidente y dos consejeros. La Superintendencia de Industria y Comercio de Colombia con una persona, pero la Comisión de Regulación de Comunicaciones tiene siete comisionados.

Concluyo esta comparación con un caso peculiar: la Subsecretaría de Telecomunicaciones de Chile, a cargo de un titular. El país con el diseño institucional más sencillo es líder en digitalización de América Latina, tiene un mercado competitivo, es el primero en licitar espectro radioeléctrico y ya tiene 5G.

Juegos de poder

¿Veinte años no es nada?

Leo Zuckermann

Excelsior

Dice el famoso tango: “Volver/ Con la frente marchita/ Las nieves del tiempo platearon mi sien/ Sentir/ Que es un soplo la vida/ Que veinte años no es nada/ Que febril la mirada/ Errante en las sombras, te busca y te nombra”. Bueno, pues las nieves han plateado mi sien y hoy siento, como ayer, el soplo de la vida. ¿Veinte años no es nada?

El 11 de septiembre de 2001 formalmente comencé a escribir columnas en la prensa. Ese día, gracias a Roberto Rock, entonces director de El Universal, se publicó mi primera colaboración pagada, ya como colaborador en toda forma de un diario nacional. El editorial criticaba la decisión del presidente Fox de expropiar los ingenios azucareros. Supongo que no mucha gente lo leyó porque ese día, a las 7:48 a.m., se impactó un avión en las Torres Gemelas de la Ciudad de Nueva York.

Recuerdo cómo me enteré de la noticia. Suelo escuchar las noticias cuando me estoy bañando. En esa ocasión sintonizaba el noticiero de Pedro Ferriz de Con, quien informó que una avioneta al parecer había chocado contra el World Trade Center (WTC) de Manhattan. Apuré el baño para ver las noticias por televisión.

Estaba inquieto. Y es que me une un vínculo muy emocional con Nueva York. Ahí viví casi cinco años en la Universidad de Columbia. Años inolvidables de la juventud.

Aunque mi casa quedaba en la parte alta de Manhattan, conocía muy bien las Torres Gemelas, símbolo neoyorkino por excelencia o, como alguien dijo de manera genial, los dos puntos de exclamación donde terminaba la gran prosa arquitectónica de la ciudad. Cuando visitaba la parte baja de Manhattan, solía acostarme en una banca que había en la plaza del WTC para ver la grandeza de esas dos enormes torres cuadradas. En un par de ocasiones subí a su mirador del último piso donde se podía admirar, en todo su esplendor, la gran isla de Manhattan y su corazón verde, el Central Park.

Yo vivía en Nueva York cuando un invernal viernes de febrero de 1993 se llevó a cabo el primer atentado terrorista contra el WTC. Un grupo fundamentalista islámico, financiado por Al Qaeda, explotó un camión con explosivos en el estacionamiento de la torre norte. La intención era tirar los dos rascacielos. No lo lograron, pero mataron a seis personas. Recuerdo perfectamente la rabia de los duros neoyorkinos tan orgullosos de su ciudad. Nadie, absolutamente nadie, se imaginaba que, en menos de diez años, Al Qaeda lograría su objetivo de derrumbar los emblemáticos edificios.

Regreso al 11 de septiembre de 2001. Salí del baño y sintonicé CNN. No había claridad en la información. Se seguía manejando la versión de un posible choque de una avioneta cuando, a las 8:06 a.m. hora de México, se impactó un segundo avión, ahora en la torre sur. Ahí sí me cayó el peso de estar contemplando algo histórico. ¿Qué estaba pasando?

Inmediatamente pensé en mi hermano, que entonces estudiaba su posgrado en la Universidad de Nueva York, muy cerca del WTC. Lo llamé, pero no me contestó. Algo gordo estaba pasando. Se comenzó a hablar de la posibilidad de atentados terroristas. En Washington, evacuaban los edificios públicos incluyendo el Capitolio y la Casa Blanca. A las 8:35 a.m. se estrelló el tercer avión en el Pentágono. Ya no había duda: alguien estaba atacando a Estados Unidos en su mismísimo territorio.

¿Qué es esto?, se preguntaba el mundo entero. ¿Aviones estrellándose contra edificios emblemáticos? ¿A quién se la había ocurrido semejante genialidad diabólica?

El próximo sábado se cumplen veinte años de este funesto acontecimiento. Ha pasado mucho desde entonces. La reacción de Estados Unidos fue tan feroz como ineficaz. Cierto: desarticularon a Al Qaeda y mataron a Osama bin Laden. Pero dejaron un tiradero en Irak y Afganistán. Hoy, el fundamentalismo islámico está vivo y sigue siendo una amenaza para los países de Occidente.

Veinte años es mucho, pero también nada. Cuenta la anécdota que, en 1972, el entonces presidente Richard Nixon le preguntó a Zou Enlai qué pensaba sobre la Revolución francesa. Dicen que el líder chino respondió: “Es demasiado pronto para valorarla”. Creo

que lo mismo puede decirse de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Es muy pronto para valorar todos los efectos del mayor acontecimiento histórico que nos tocó vivir a mi generación. Ese día cambió al mundo. Yo, por lo pronto, aquí sigo, errante en las sombras, buscando los inolvidables recuerdos de la gran manzana, escribiendo mis columnas y peinando mi sien cada vez más nevada. Veinte años, caray…

Democracia y revocación de mandato

Napoleón Gómez Urrutia

La Jornada

La semana pasada ocurrieron una serie de cambios políticos en México que a muchos tomaron por sorpresa, tanto en las filas de la administración pública, como en el Poder Legislativo y en lo particular, la Cámara de Senadores. Al mismo tiempo, o más bien en forma paralela, se presentaron y aprobaron diversas iniciativas de ley que vendrán a transformar el futuro de la vida económica y social de nuestro país.

Sin duda la revocación de mandato es de trascendencia histórica, porque implicará la reconstrucción de las actividades políticas, traerá una mayor democracia y permitirá cambiar o renovar a los gobernantes que no actúen con eficacia, honestidad y transparencia. Porque ahora los ciudadanos podrán quitarlos o removerlos de sus puestos antes del tiempo para el que fueron electos, cuando no cumplan con las expectativas de las personas, o resulten un fracaso o decepción ante el escrutinio del pueblo.

La revocación de mandato es un mecanismo de democracia participativa que permite a los mexicanos decidir sobre la permanencia en el cargo, tanto de las y los gobernadores, como de quien tenga la titularidad en la Presidencia de la República antes de que concluya el periodo de su mandato. Al mismo tiempo, este mecanismo compromete a quienes están en el poder a trabajar por el bien de la ciudadanía, pues ahora será ésta quien decida si deben continuar o no con su cargo.

La iniciativa que dio origen a esta ley reglamentaria fue propuesta por el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien impulsa y defiende la participación democrática, como lo ha recalcado en diversas ocasiones con la frase en la democracia, el pueblo pone y el pueblo quita. Esta es una verdad universal en todas las naciones en que se respeta la libertad y la justicia.

Si bien la reforma constitucional de revocación de mandato fue aprobada por el pleno del Senado de la República en octubre de 2019, lo cierto es que este mecanismo no podía haberse realizado sin la ley reglamentaria que fue aprobada este 2 de septiembre en la primera sesión de la LXV legislatura del Senado. Lo importante de este proceso es garantizar a la ciudadanía una pregunta clara, concisa y sin enredos, que entienda cualquier persona para que el sentido de su voto refleje puntualmente su decisión.

La revocación consiste en darle el poder a la sociedad mexicana para que decida si el actual trabajo del Presidente merece o no continuar. Tanta es la confianza que él tiene sobre la labor que ha hecho en favor de nuestro país, que será el primer mandatario que se someterá a esta decisión ante la opinión y la mirada del pueblo.

México requiere de mayor democracia, pero también de libertad, transparencia y justicia para todos los integrantes de nuestra nación y no sólo para unos cuantos. ¿A qué le temen los que se han opuesto a esta iniciativa? pretenden mantener el poder a cualquier costo, lo hayan obtenido de cualquier forma: haiga sido como haiga sido, como lo hemos experimentado en el pasado, Calderón dixit. O, dicho de otra manera, porqué quieren continuar con la impunidad que ha prevalecido durante muchos años, a pesar de que la

ciudadanía ya está cansada de esos gobernantes, por los abusos, las violaciones al estado de derecho y la ineficiencia con la que se conducen.

Si estuvieran tan seguros de que han cumplido con las res-ponsabilidades para las que fueron electos, no se opondrían a esta trascendente iniciativa. Por ello, es importante reconocer el implacable trabajo que realizamos las y los senadores, quienes logramos el consenso necesario para que se aprobara este dictamen.

Después vendría el capítulo vergonzante de la alianza de Vox, de España, y el PAN, de México, donde los neofascistas y los grupos más retrógrados firmarían un pacto que representa una mancha negra en la evolución política reciente de nuestro país. Por eso ni México, ni los mexicanos lo podemos aprobar o respetar. La traición y la falta de dignidad son lo peor para el ser humano, tal como el Partido Acción Nacional lo ha demostrado, generando una falta absoluta de confianza por parte del pueblo mexicano.

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