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René Alberto López
30-12-2021

(Seguimos con columnas recalentadas, con este texto publicado en Franja Sur hace cinco años. Aunque en honor a la verdad, la situación de nuestra ciudad ha cambiado de un tiempo a la fecha en relación a la violencia de la que hablamos en esos días. La verdad, la verdad, ha disminuido notablemente y esperamos que mejore. También deseamos que así cambien otros aspectos, como su abandono en infraestructura y su subcultura vial y de desorden en las calles que, ahí sí, no podemos meter las manos al fuego. Es por ello que seleccionamos esta entrega, con algunas correcciones que no cambió en nada el sentido original. Por cierto, en esa ocasión periodistas de la Ciudad de México nos pidieron permiso para publicar el texto en portales de la Ciudad de México).     

*¿Qué te hicieron Villahermosa?*

Nuestro Macondo se nos fue, no supimos cuándo ni cómo, pero ya no es nuestro. El “olor a pan de huevo, a queso y a requesón, tamalito de maíz nuevo, longaniza y chicharrón”. Esa figura grandiosa construida por el maestro Pepe del Rivero se ha perdido en el tiempo. Hoy es olor a violencia, a muerte… a miedo.
Nuestra ciudad, ¿qué pasó con nuestra ciudad? ¿Con nuestro malecón?, ¿con nuestros ríos? “La fresca del Grijalva”, decíamos, pero hoy la fragancia de sus aguas está convertida en fetidez.

Hasta el intenso amarillo del guayacán y ese colorido entre lila y rosa del macuilí parecieran también estar intimidados. Apenas mostraron sus rostros la pasada primavera.

“¡Mi Villahermosa linda, llena de calor!”, así te cantaba la gente que te amó y veneró. Hoy estás llena de miedo, de temor en las calles, de basura, de baches, de inmundicia. Hasta donde te ha llevado la mano del hombre, hasta donde te arrinconaron los pleitos políticos.

¿Por qué estás abandonada a tu suerte? Si eras nuestro Macondo, como el creado por Gabriel García Márquez. Nuestros paisajes también estaban pintados de barcos y ríos. De zona bananera. De mercados, gente alegre y trabajadora y campos con olor a tierra mojada.

Mi Villahermosa de antaño me hacer recordar al gran García Márquez, cuando retrata: “hay ciudades con barcos y ciudades sin barcos… La diferencia fundamental seguirá decidiéndola la ausencia o la presencia de los barcos…”

Mi Villahermosa de hoy ya no tiene barcos, hasta eso perdimos. Se fueron de la mano del fracaso de los gobiernos. Pero tuvimos un puerto fluvial y las embarcaciones navegaron nuestros ríos y eran parte del entorno en las riberas de Tabasco. Sus imponentes presencias llevaron a construir puentes levadizos, que hoy son parte del anecdotario.

Aquella ciudad de los barcos en el malecón con gente bajando y subiendo víveres, comerciando productos de nuestras tierras se nos fue. En un tiempo generamos celos en el sureste: nos envidiaban Chiapas, Campeche, Yucatán, Quintana Roo. Nos inundaba el progreso, brotaba como magia la bonanza.

Hace algunos años, sin razón, a Villahermosa se le decía, a manera de broma, “ciudad de las dos mentiras: “ni es villa, ni es hermosa”. Pero en realidad en el siglo pasado, en la década de los 50, 60 y quizá hasta los 70, nuestra capital era esplendorosa. Sus calles no tenían los baches de ahora. Las colonias estaban iluminadas. Los lugareños acudían a la Plaza de Armas a entretenerse, escuchar música, a deleitarse con las piezas de la Banda del Estado o bien con la marimba.

En aquellos tiempos familias convivían, en verdad, interactuaban cara a cara, a las puertas de sus casas, platicando amenamente, ya fuera con un pote o jícara de pozol, si la reunión era en el día, o una taza de café o chocolate, si el encuentro era por las noches.

En vez de celular, entonces mujeres y hombres tenían en mano un abanico o cualquier trapo para soplarse, ante el intenso calor, común en esta zona del sureste y alejar las rondas de mosquitos, que eran visitas nocturnas no deseadas.  

Había, como hoy, cambios de políticos, de alcaldes, pero la ciudad mantenía su entorno, su resplandor, su alegría, su remanso. Sobraban empleos, seguridad en las calles y todo era tranquilidad y paz.

Un lugareño de viejo cuño dijo a este franjero la forma de gobernar de antes: Cuenta que el presidente municipal de Centro Mario Brown Peralta (1962-1964) acostumbraba a decirle a sus amigos y conocidos: “sí ven alguna luminaria de la ciudad fundida, avísenme”. Y, le avisaban y enseguida iban del ayuntamiento a repararla o cambiarla y, se hacia la luz.

Pero aquella Villahermosa del auge en el campo, de la gente paseando en Plaza de Armas, de las pláticas tranquilas en las banquetas, en sillas y mecedoras, del paseo en el autobús urbano sin techo, conocido como: La Jardinera.

Aquella Villahermosa del malecón y sus fastuosos amaneceres y atardeceres y sus banquitas con su eterna mirada al Grijalva, del Café Casino con los chismes del momento y de los alegres carnavales con el Club Cañabar, esa ciudad mágica se nos esfumó. Entró en sueño.

Llegó la “modernidad”, crecieron como mal monte los partidos políticos y se amplió la participación electoral, y con ello llegaron los pleitos entre tabasqueños. Arribó, pues, la ambición del poder, del dinero, se filtró la improvisación y la mediocridad y todo se derrumbó.

Hoy, Villahermosa, discúlpame si te ofendo. Ya te han dicho mentirosa, pero al paso de los años te han vuelto Villahorrible, cundida de baches, de lámparas fundidas, de caos vial, de semáforos inservibles en sus calles que sólo están de adornos. De una Ciudad Deportiva que parece un muladar.

Se han ensañado contigo y hoy tenemos un Parque de los Pajaritos, sin pájaros; un Parque de los Guacamayos, sin Guacamayos; un parque del Yumká, sin animales. Y una ciudad sin empleos y atrapada por la delincuencia, en la que todos caminan con miedo.

Mi admirado García Márquez, quiero culminar esta entrega citando aquellas ciudades apacibles de tus libros: “Cada vez que suena la sirena de un barco a medianoche, los durmientes de la ciudad con puerto sienten que el sueño se les vuelve más propio, más amigo y doméstico y tienen la certeza de que nada es imposible, ni desconocido más allá de sus almohadas”.

Acá, en mi tierra, mi querido Gabo, cada vez que suena la sirena de una ambulancia o de una patrulla policiaca, los durmientes de esta ciudad, no duermen, o lo hacen con sobresaltos, sienten que el sueño puede convertirse en una real pesadilla, pensando si esta vez la víctima de la delincuencia es un familiar o un amigo.

Ahí se las dejo.

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