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Zurda

Periodistas sin garantía de libertad de prensa

Ruth Zavaleta Salgado

Excelsior

Si investigáramos quiénes son los propietarios de los medios de comunicación, tal vez nos llevaríamos una sorpresa. No son pocos los políticos que invierten en este tipo de empresas. Los medios de comunicación son una herramienta poderosa, no sólo para difundir su imagen, sino para manipular y hasta destruir la imagen de los adversarios. Sin embargo, no es lo mismo ser empresario aspirante a tener poder político que ser empresario con poder político. En ese contexto, no falta el periodista incómodo que no se sujeta a la relación subordinada que prevalece en otras empresas. Seguramente, Lourdes Maldonado era una de ellas. Una mujer empoderada que llevó hasta las últimas consecuencias la denuncia de su injustificado despido de una de las empresas del exgobernador morenista de Baja California, Jaime Bonilla. Lourdes ganó la demanda laboral, pero no pudo disfrutar de su éxito porque fue asesinada el 23 de enero ¿Sabremos quién la asesinó o su muerte sólo se convertirá en una cifra más de la terrible estadística de periodistas asesinados en México? Ya el presidente Andrés Manuel López Obrador se comprometió a que su gobierno investigará a fondo, pero no es el único homicidio de una periodista, las carpetas de investigación se acumulan al igual que las de los asesinatos de defensores de derechos humanos y de mujeres (2021 con récord histórico de feminicidios).

Datos de la organización Reporteros sin Fronteras (RSF) evidencian que México mantiene, por tercer año consecutivo, su liderazgo como el país más peligroso del mundo para la prensa, incluso por encima de Afganistán (Balance anual 2021, de periodistas encarcelados, asesinados, secuestrados y desaparecidos). De acuerdo con la organización Article 19, los estados donde más asesinatos de periodistas se registran son: Veracruz, Guerrero, Oaxaca, Tamaulipas, Chihuahua, México, Sinaloa y Sonora.

Para enfrentar la situación de violencia que sufren los periodistas y defensores de los derechos humanos, en el 2012 se creó el Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas que, hasta diciembre del año pasado, tenía registradas a mil 478 personas beneficiarias. Con base en los datos difundidos en el último informe del mecanismo, desde diciembre del año 2018 a la fecha, han sido asesinados 43 periodistas y 68 personas defensoras de derechos humanos, de los cuales 7 periodistas y 2 personas defensoras eran beneficiarios del mecanismo de protección.

No obstante que la violencia prevalece, sólo seis entidades de la República cuentan con organismos locales de protección: Ciudad de México, Veracruz, Colima, Guanajuato, Guerrero y Puebla. Ésta puede ser una de las razones del por qué no se puede brindar una protección eficiente a los periodistas, pero hay otros motivos. Por ejemplo, la desaparición del Fondo para la Protección de las Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas (cuando el Congreso de la Unión desapareció los fideicomisos en octubre del 2020). En ese entonces, ante las protestas de varios actores, el Presidente de la República, afirmó: “Quienes defienden los fideicomisos, defienden la corrupción”.

El 6 de noviembre del 2020 se publicó en el Diario Oficial de la Federación la desaparición de 109 fondos y fideicomisos públicos por lo que, a partir de esa fecha, la Secretaría de Gobernación se encarga del presupuesto y administración de los recursos para la aplicación del mecanismo que, en julio del 2021, informó que en los años 2019 y 2020 se destinaron 783 millones de pesos, mientras que, en el siguiente año, se aprobó un presupuesto de 227.6 millones de pesos. Siendo insuficientes los recursos, solicitó una ampliación de 189 millones de pesos, lo cual le daría un presupuesto total, para 2021, de 416.6 millones de pesos.

En un régimen democrático, la función de los periodistas es esencial para mantener informada a la población y para poner límites al poder, para cuestionarlo, para transmitir a las personas los abusos del poder. En ese contexto, es reprobable que haya desaparecido el fondo, pero es muy grave darnos cuenta que los periodistas asesinados en Tijuana estaban bajo la tutela del mecanismo, porque eso demuestra claramente que éste no es efectivo.

La pérdida

Fabrizio Mejía Madrid

La Jornada

Uno de los malestares que nos ha dejado la pandemia es que hemos abandonado todo discurso sobre la pérdida. Toda una tradición del consuelo –que va de Cicerón y Marco Aurelio hasta Vaclav Havel, pasando por el Libro de Job y los ensayos de Michel de Montaigne– ha brillado por su ausencia cada vez que se mueren nuestros familiares, nuestros amigos. No pudimos despedirnos por las medidas sanitarias de hospitales y funerarias pero tampoco hacer uso de algún pertrecho del alivio. Todo lo que escuchamos es que el mundo se divide entre perdedores y ganadores y que, por más aborrecible que suene, los muertos han sido derrotados. No sólo eso: hay países vencidos, continentes abatidos y nuevos multimillonarios que aprovecharon la oportunidad.

Según el último informe de Oxfam, esta visión se agudizó con la pandemia: los 10 hombres más ricos del mundo duplicaron sus fortunas, mientras 160 millones cayeron en la pobreza; 2 mil 755 millonarios ganaron en dos años de pandemia lo que habían obtenido en los últimos 14 años. Si se gastaran un millón de dólares diarios –estima el informe de Oxfam– tardarían 414 años en acabárselo. Para la mayoría perdedora, la muerte: cada 4 segundos alguien desaparece del planeta por la desigualdad. Ante esto, los ganadores –como Jeff Bezos, dueño de Amazon, y Elon Musk, de PayPal y Tesla– justifican no pagar impuestos a las riquezas obtenidas por la oportunidad de la pandemia con el argumento de que sus ganancias nos llevarán a la conquista de otros planetas, quizá porque sus yates, aviones privados y helicópteros expulsan tanto bióxido de carbono al aire como el que usted o yo tardaríamos 7 mil años en producir. Bezos viajó al espacio en 2020 dándole agradecimientos a sus trabajadores explotados. Musk, que recibió casi 5 mil millones de dólares en subsidios del gobierno de Estados Unidos, dice que su misión no es pagar impuestos sino ayudar a preservar la luz de la conciencia en Marte.

Algo grave le ocurre a la cultura planetaria cuando se compite entre países para ver si tiene menos muertos o más vacunados que otros, al mismo tiempo que se evade señalar la exacerbación de las desigualdades entre 99 por ciento de la población y esos que pretenden chuparnos la vida para colonizar su planeta personal. Tienen a millones boxeando con su propia sombra –que si las pruebas rápidas, que si los refuerzos o los atentados a la libertad de las restricciones sanitarias–, mientras los multimillonarios ven la canica azul desde la ventana de una nave espacial. Desde lejos, la Tierra completa les ha de parecer el planeta de los perdedores.

La cultura global que, en un inicio pudo confundirse con los derechos humanos, la comunicación instantánea y la conciencia de detener los daños que el capitalismo le ha propinado al planeta, se hizo superficial, llena de apariencias y conspiraciones, y arriagada sólo por comprar la misma marca de ropa, dispositivos móviles o aplicaciones. La pérdida de ese camino es quizá la lección más difícil de la pandemia. Nunca conquistamos lo que en el sur de África llaman el ubuntu. Lo que esa palabra bantú significa no tiene traducción exacta al español pero el historiador de la Universidad de Sussex, Joe Morán, la interpreta como vivir de prestado, es decir, que te conviertes en persona a través de los otros y que, si alguien es menoscabado, eso también te disminuye a ti.

No avanzamos en esa conciencia planetaria que hubiera impedido, por ejemplo, que las vacunas fueran mercancías de las farmacéuticas o que los multimillonarios, los del comercio y pagos electrónicos o los financieros que empezaron a especular con los precios de los alimentos, no transfirieran sus ganancias para usarlas en aminorar el dolor de los más. No existió una demanda global para liberar las patentes de las vacunas ni la transferencia de tecnología para producirlas en los más de cien laboratorios que los países del sur tienen, desde hace décadas, especializados en luchar contra epidemias.

Al contrario, se generó un apartheid mundial y se propició una competencia entre marcas de vacunas, entre Oriente y Occidente; farmacéuticas privadas (vacuna buena) contra centros de investigación estatales (vacuna mala). La banalidad de la cultura global emergió con toda su fuerza: morir era ser parte de un país pobre, de un país perdedor. La salud como mercancía se convirtió en la vida como pertenencia a una marca. Como la definen los mercadólogos: no sólo es poseer un producto, sino a sus valores. Así, pagar por vacunarse en Estados Unidos era, de una estúpida manera, ser blanco, rico y listo. Parte de lo que el filántropo líder de la oposición mexicana llama el México ganador. Esa banalidad.

Oxfam estima que en el mundo han muerto 17 millones de personas por el virus. Son muertos directamente por la enfermedad o por la desigualdad que agudizó. Dejaron duelos que no han encontrado alivio dentro de una cultura que se niega a verse como fundada por la carencia, la falta y la precariedad. Nadie nos ayudó a compartir la vulnerabilidad ante el dolor, la enfermedad y la muerte. Si acaso, muchos recurrimos a la mera resignación aunque no al consuelo. Buena parte de lo que constituye el alivio es escuchar.Cuando leemos a Cicerón o a Marx, por la muerte de sus hijas, más que llegar a una conclusión, lo que hacemos es sentir que a todos nos ocurren las pérdidas, que perder es lo unánime, que los demás nos han prestado la vida; que vivir como si fuéramos ganadores, es decir, inmortales, es una aberración.

Escuchar en silencio es lo que debimos hacer como cultura ante esta tragedia de proporciones inauditas. Pensar para nosotros mismos que no es el resultado lo que importa en la vida, si todos tendremos el mismo desenlace –la muerte, el olvido–, sino como escribió Havel: La certeza de que tiene sentido independientemente de cómo resulte. Pero el ruido de los comerciantes nos vedó esa escucha.

Mañaneras de AMLO y movimiento obrero

Leopoldo Santos Ramírez *

La Jornada

No hay duda que en materia de difusión de ideas y aprovechamiento de medios, Andrés Manuel le sale a la derecha con dos cuerpos de ventaja. No importan los aspavientos mediáticos que protagonizan los distorsionadores de la realidad. A tres años de distancia de la inauguración de su gobierno, los hechos refutan a los comentaristas vueltos agitadores electrónicos, que ven cómo sus ataques en lugar de debilitarlo lo fortalecen y, ya sin recato, gimen su desesperación, como López Dóriga, exhibido el lunes pasado en la mañanera.

Otra anotación se lleva el tabasqueño, al permitir que candidatos a dirigir el Sindicato Petrolero, presenten sus perfiles y sus ideas programáticas en el estrado mañanero. Quienes acuden a la convocatoria, están lejos de escenificar un debate real, y por lo sucedido el lunes, los participantes no tienen un perfil adecuado a la situación del movimiento sindical actual.

Probablemente en las siguientes presentaciones veamos candidatos similares, perdidos y sin brújula para entender qué es el sindicalismo, cuáles son sus vertientes principales y su ligazón con la vida nacional. Es decir, estamos ante una gran masa despolitizada de trabajadores, expropiada de sus habilidades de expresión y su energía transformadora; ya no hablemos de los trabajadores no afiliados a ningún sindicato o quienes sin saberlo, pertenecen a la nómina secreta de los sindicatos blancos.

Sin profesionales que enseñen, no se producirán cuadros capaces que discurran desde la perspectiva de clase. Esta situación se explica por los orígenes históricos del sindicalismo en México, vicio de origen que nunca fue superado. Arrancó como apéndice o, más bien, como pilar del régimen corporativo establecido desde la Revolución Mexicana. No es exclusivo de los petroleros; la totalidad de trabajadores pertenecientes a los gremios se hallan en la misma situación. Bases ayunas de conciencia política, sin perspectiva de clase, expresando exclusivamente demandas concretas sin pensar siquiera en transformar al capitalismo: salario que alcance para sobrellevar la vida así sea con dos o tres empleos a la vez, peticionarios de salud, o la salida hacia la economía informal cuando por rebeldía son sacados de las empresas.

Pero a pesar de ser organismos dentro de la lógica del poder, durante los más de 30 años del dominio neoliberal, los sindicatos fueron tratados como enemigos del Estado mexicano. No fue una decisión autónoma, sino una imposición del neoliberalismo internacional que, de pronto, se apropió de todo el escenario mundial.

En México, hay tres ejemplos en los que podemos ver a los programadores neoliberales asestar golpes mortales al sindicalismo más rejego durante los años sombríos. Uno fue el SME, destruido con un plumazo calderonista, dejando en la calle a más de 40 mil trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro. Otro ejemplo fue la maniobra de quiebra contra el sindicato de los trabajadores de Mexicana de Aviación, y el tercero lo constituyó el escamoteo de los derechos de seguridad en las instalaciones mineras, el derecho a huelga y a elegir a sus representantes autónomamente; fue el caso de los mineros de Cananea, Sonora, Sombrerete, en Zacatecas, y Taxco, en el estado de Guerrero, todos, pertenecientes al Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros.

Actualmente de los tres, el caso de Cananea es el que más enconado aparece, por la divergencia en las posturas del consorcio Grupo México y la Sección 65 del mineral cananense. Entre el público hay confusión respecto a lo que persiguen el consorcio y los mineros, y es hora de aclarar la historia.

Catorce años de huelga se han llevado casi la mitad de los trabajadores cananenses, unos porque se cansaron de esperar y desistieron, y otros más porque fallecieron. De los más de mil 200 obreros que inauguraron la huelga, actualmente la sostienen, por vía de hecho, un poco más de la mitad. A través de su movimiento han cometido errores políticos garrafales, debido a la persistencia de su ideología corporativista.

Soy quizá quien más los ha criticado públicamente y de frente por esas posturas, inclusive en estas mismas páginas. Pero allí están, creyendo en su derecho a la huelga escamoteado, sintiéndose capaces de vencer al poderoso consorcio, confiando en su fuerza y en que la justicia debe ganarse.

Por esa obstinación obrera que les confiere una calidad moral imbatible, me atrevo a proponer que ellos son también merecedores de que la conferencia del Presidente les abra un espacio. Que se abra también el debate público donde Grupo México exponga su postura frente a este movimiento inaugurado en el siglo pasado, y que frente a frente se digan las cosas para que el pueblo mexicano decida democráticamente hacia qué lado inclina la balanza de la justicia.

* Profesor investigador de El Colegio de Sonora.

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