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Ricardo Anaya: una graciosa huida

Elisur Arteaga Nava

Proceso

Sinceramente no lo veo a usted como candidato a la Presidencia para el año 2024. Me pudiera equivocar. Usted no está en la misma situación en la que estaba en AMLO en 2006.

El paladín de la democracia ha huido. Estoy hablando de Ricardo Anaya. Por algún tiempo no lo veremos. Sus partidarios, aunque pocos, son vergonzantes, no han salido en su defensa; no se han manifestado en las calles, tampoco han tomado las carreteras, el Zócalo o el Paseo de la Reforma.

Algunos notables panistas, Diego Fernández de Cevallos, entre ellos, han protestado contra la arbitrariedad; se han rasgado las vestiduras por el hecho de que la justicia se use con fines políticos. Qué atrevimiento. Nunca había sucedido eso; bueno, sólo algunas veces. Una de ellas, en 2006, pero en ese entonces no se procedió contra alguien que fuera miembro de las familias decentes mexicanas o del PAN. Qué va, se actuó contra un plebeyo sin pedigrí. Con esto digo todo: ni en los tiempos del gobierno Sahagún/Fox se vio tal grado de arbitrariedad. Bueno, sólo una vez.

Los que ahora protestan no lo hicieron en 2006 y eso que se trataba de la misma maniobra: usar las justicia con fines políticos. En ese entonces un procurador, que a la vez era militar y jurista, contra su voluntad, se prestó a la maniobra. Cuando vio que era una farsa con fines políticos, les aventó los trastos y les dijo ahí se ven: renunció.

Los panistas cometieron un error: no registraron en derecho de autor la idea de usar la justicia con fines partidistas. Fue una grave omisión. Ahí están las consecuencias. Cualquiera puede hacer uso de esa práctica, incluso la actual administración.

Los priistas, más inteligentes y más memoriosos, no han abierto la boca. Hay excepciones. Ellos, durante los gobiernos emanados de lo que ellos llamaron “revolución”, usaron la justicia para reprimir a sus adversarios. La lista de los perseguidos y privados de su libertad es grande: Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Hernán Laborde, David Alfaro Siqueiros, Filomeno Mata, Othón Salazar, los líderes del movimiento estudiantil de 1968 y otros. Tuvieron suerte. Carecieron de ella mi general don Rubén Jaramillo y su familia, Genaro Vázquez, Lucio Cabañas, los mártires de Tlaltelolco y los del Jueves de Corpus.

Entre el caso de 2006 y el de 2021 existe una diferencia. Pequeña, si se quiere. Hace 15 años, AMLO, el desaforado, no huyó. Por su propio pie se presentó ante el juez que lo requería y que había solicitado la declaración de procedencia a fin de someterlo a proceso. En esto siguió el ejemplo de Madero. No le salió mal la apuesta.

Anaya cree que con hacerse el mártir y aparentar un destierro asegurará la candidatura de Acción Nacional a la Presidencia de la República para 2024. Debe pensarlo más y mejor. Para ese año nada apunta a que retomará la presidencia de ese partido, por lo mismo, no estará en posibilidad de volver a “agandallarse” la candidatura, como lo hizo en 2018.

También debe tomar en consideración que, según lo demostró la elección de este año, ninguno de los tres partidos PAN, PRI y PRD, por sí, puede ganar posiciones políticas importantes que mermen la porción de Morena. No tienen ninguna posibilidad de llegar a la Presidencia de la República en forma aislada. Saben que deben presentar un candidato de unidad. Ricardo Anaya, en esta alternativa, no tiene ninguna posibilidad de encabezar la triple alianza.

Es un hecho que ninguno de esos tres partidos tiene un posible candidato para 2024. Javier Corral se cayó y cambió de chaqueta. Osorio Chong se está haciendo chiquito para

que no lo vea el fiscal Alejandro Gertz Manero. Movimiento Ciudadano pudiera tener un candidato, pero por sí, como organización política, sin el concurso de los otros partidos, no la hace.

Anaya también debe tomar en consideración que los empresarios están haciendo lo que dice Maquiavelo: apostar por hacer crecer a uno de sus miembros para ponerlo en aptitud de competir y de alcanzar la Presidencia. Él no está dentro de los planes de los empresarios.

La mayor tragedia a la que se pudiera enfrentar Anaya es que, en ejecución de una ficha roja emitida respecto de su persona, sea detenido en un país que no le permita hacer campaña política y que, después de un proceso de extradición de un año, llegue finalmente a responder de sus actos o de las acusaciones de que es objeto. Las cárceles de Atlanta, Georgia, en el pasado no fueron un paraíso. Si Al Capone viviera, confirmaría mi aserto. No veo en qué pueda favorecerle el hecho de haber huido.

Me atrevo a pensar que Anaya, de una u otra forma, al salir al extranjero quedó fuera de la jugada para la próxima elección presidencial. Me explico: una de dos, Anaya no sabe contar o no fue a la clase en la que su profesor de derecho constitucional explicó los requisitos para ser presidente de la República y que, en cambio, Alejandro Gertz Manero sí sabe contar y sí asistió a la clase en la que mi querido maestro don Manuel Herrera y Lasso explicó el tema.

Don Ricardo, al salir del territorio nacional, si de una u otra forma, por virtud del proceso de extradición que se le siga, se prolonga su estancia en el extranjero más allá del 2 de junio de 2023, de acuerdo con la fracción III del artículo 83 constitucional, quedará fuera de la jugada para la elección. En cambio, si regresa obtiene una suspensión o entra a prisión y gana su amparo, seguirá vivo como posible candidato a la Presidencia.

No se precipite. Piense. Tenga presente que Juan Collado ya lleva 25 meses en prisión; que Rosario Robles ya va para los dos años; y que, quien es su coacusado, el exsenador Jorge Luis Lavalle Maury, desde abril pasado está privado de su libertad. Si es creyente, rece para que su amigo no se acoja a la institución de colaborador.

Sinceramente no lo veo a usted como candidato a la Presidencia para el año 2024. Me pudiera equivocar. Usted no está en la misma situación en la que estaba en AMLO en 2006. En ese entonces había muchos, entre ellos el autor de estas líneas, que estábamos dispuestos a jugárnosla o, cuando menos, a paralizar el país para el caso de que lo encarcelaran. No hay peor lucha que la que no se hace.

Creo que en este caso sí tiene razón AMLO: don Ricardo, regrese a México, viva entre los que lo quieren, hablan uno de los idiomas que usted domina y que, con sus altas y bajas, conocen sus mañas, virtudes y vicios. No quede fuera de la jugada.

Juegos de poder

Segunda mitad del sexenio, cuando se va perdiendo el poder

Leo Zuckermann

Excelsior

El nuevo secretario de Gobernación es un enigma para la política nacional. Nadie lo conoce. Es un cuadro local de Tabasco, amigo del Presidente. Estos días he leído dos versiones sobre Adán Augusto López Hernández. Una lo pinta como buen negociador. Otra como un autoritario que legisló para concentrar el poder en el Ejecutivo de su estado. Cuando hay dos versiones tan diferentes se comprueba el desconocimiento del personaje.

Llama la atención el nombramiento tomando en cuenta que AMLO tenía buenas alternativas para sustituir a Olga Sánchez Cordero. Políticos de estatura nacional y probada eficacia operativa como Marcelo Ebrard o Ricardo Monreal. El problema es que ambos aspiran a la candidatura presidencial de Morena y, como AMLO prefiere a Claudia Sheinbaum para esta posición, supongo que no quiso echar mano de estos dos cuadros.

Pero el Presidente tenía otras opciones, como el subsecretario Alejandro Encinas, quien tiene buena reputación política, sabe negociar, pero también meter la pata dura cuando se necesita. Alternativas no le faltaban al Presidente para Gobernación. Se decantó por su paisano, quien nunca ha tenido un puesto en el Ejecutivo federal. López Hernández estará obligado a aprender, muy rápido, que no es lo mismo la política tabasqueña que la nacional. Suerte en esa faena.

Este movimiento hay que entenderlo como parte de la lógica presidencial de mover las fichas conforme comienza la segunda parte del gobierno. Es la mitad menguante donde los presidentes inevitablemente van perdiendo poder. Y es que el ciclo sexenal es implacable. Por más que López Obrador sea el Presidente más poderoso que hayamos tenido en mucho tiempo, inexorablemente irá debilitándose hasta que llegue el día que entregue la banda y se retire a su rancho.

El debilitamiento comenzó el seis de junio con las elecciones intermedias. A su partido, Morena, le fue bien tomando en cuenta los pobres resultados del gobierno. Pero perdieron escaños en la Cámara de Diputados, de tal suerte que dependerán del PT y del Verde para tener la mayoría absoluta que les da derecho a reformar las leyes y aprobar el presupuesto anual. La “Cuarta Transformación” depende, en este sentido, de dos de los partidos más corruptos e impresentables de la partidocracia mexicana.

Ni se diga lo lejos que quedaron de la mayoría calificada para reformar la Constitución. En la Legislatura que termina esta semana, Morena, junto con el PT y el Verde, alcanzaba dicha mayoría. Ahora requieren de otro partido para formarla. AMLO ha dicho que podría ser el Partido Revolucionario Institucional. Sí, el PRI…

Por lo pronto, ya vimos que no será nada fácil conseguir los votos en el Legislativo para aprobar las reformas constitucionales que ya anunció el Presidente: la electoral, la eléctrica y la integración de la Guardia Nacional a la Sedena.

En los hechos, ya observamos el debilitamiento del Poder Ejecutivo. López Obrador ordenó que se llevara a cabo un periodo extraordinario del Congreso para aprobar la ley sobre la revocación del mandato. Para tal efecto, se requería una mayoría calificada de dos terceras partes de la Comisión Permanente. En dos días vimos cómo no pudieron obtener esa votación en un par de ocasiones. El gobierno no logró doblar a la oposición. De esta forma, el Presidente perdió demostrándose que su voluntad no será fácil de cumplirse como ocurrió durante la primera mitad de su sexenio.

Pero, además, en esta segunda mitad está el siempre espinoso problema de la sucesión presidencial.

Extrañamente fue el propio Andrés Manuel López Obrador quien dio el banderazo anticipado para comenzar este proceso después de las elecciones intermedias. Todo para medio destapar a su candidata preferida, Claudia Sheinbaum. La jefa de Gobierno de la Ciudad de México lleva mano, pero no será fácil que acepten esta decisión otras alternativas como Ebrard o Monreal, quienes ya están en proceso de construcción de sus campañas, dentro o fuera de Morena. Todo lo cual complicará la operación política del Presidente en la segunda mitad de su periodo.

AMLO sigue teniendo una tasa de popularidad alta. Alrededor del 60% aprueba la manera como está gobernando al país. Además, gracias a su genio comunicativo, controla la agenda pública. Se habla de los temas que él pone en su conferencia matutina de prensa. Pero ya va de salida porque así es el ciclo presidencial: implacable. Él lo sabe. Por eso está moviendo sus fichas para mantener lo más posible el gran poder que todavía tiene,

pero que día con día inexorablemente irá perdiendo conforme vaya transcurriendo la segunda mitad del sexenio, la menguante.

Astillero

AMLO-CNTE: adelantar batallas // Izquierda social, contra la electoral // Ecología, feminismo, maestros // Presiden Moreira y Sánchez Cordero

Julio Hernández López

La Jornada

El presidente de la República aprovechó que una protesta de grupos ciudadanos constituida sobre todo por miembros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) cerrara el paso a su camioneta en Tuxtla Gutiérrez el viernes pasado para desatar una abierta confrontación con la dirigencia estatal (y también de Michoacán) de ese movimiento magisterial.

A partir de esa mañana en que durante dos horas se mantuvo a las afueras de la zona militar de Tuxtla Gutiérrez, donde tenía programado desahogar una reunión de seguridad y, luego, la tradicional conferencia de prensa, el presidente López Obrador ha sostenido críticas duras a los liderazgos de la corriente magisterial no oficialista, a la vez que ésta ha mantenido valoraciones igualmente rudas hacia la Presidencia de la República, repitiendo los bloqueos a la Primera Suburban del País (1aSP) en los dos días subsecuentes.

En sus acciones y alegatos, cada contendiente tiene una parte de razón pero, en el fondo, ambos corren el riesgo de registrar pérdidas que sus reales adversarios ya están paladeando. Como suele suceder cuando se rompe una ilusión o un proyecto compartido (la CNTE es y ha sido de lo que se llama izquierda, con vocación electoral individual a favor de AMLO), las declaraciones y señalamientos llevan una carga de despecho y buscan herir o echar sal en las heridas del ahora contrincante circunstancial.

El presidente López Obrador ha llegado al extremo de asociar retóricamente a la CNTE con el ultraderechista grupo llamado Frena (Frente Nacional Anti-AMLO, dirigido por el impresentable Gilberto Lozano) y ha acusado a la dirigencia sindical de moverse por intereses y de cometer el cuasipecado de exhibir la impericia y abulia del gobernador consentido, Rutilio Escandón, cuñado del ahora secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández. También ha señalado, con fundamento, que la institución presidencial no puede ser chantajeada ni convertida en rehén de nadie.

La coordinadora de la disidencia magisterial, especializada en la confrontación, nunca silenciada, históricamente provocadora de políticos en el poder, también ha acerado el discurso, pegando al presidente tabasqueño con el argumento de que nada o muy poco ha cambiado en esta administración obradorista, señalando incluso que la permanencia voluntaria del Presidente en el punto de concentración fue parte de un plan de provocación para justificar la ofensiva contra esta organización que se opone a la imposición de la mal llamada reforma educativa peñista, maquillada por la 4T.

Teniendo a la vista la evolución que ha tenido este conflicto, pareciera necesaria una tregua o recomposición de entendimientos, con un Poder Ejecutivo federal que acepte la instalación de la mesa de negociaciones que demanda la CNTE y la resolución de temas como la disponibilidad libre de sus fondos de ahorro. A la vez, los profesores deberían evitar actos que afecten la imagen y la investidura de la Presidencia de la República.

Pero es posible que lo sucedido en estos días esté inscrito en el más amplio tema del distanciamiento y confrontación que se ha ido marcando entre la izquierda electoral (Palacio Nacional, Morena y poderes y aliados institucionales varios) y la izquierda social

que no ha visto resueltas sus demandas y, por el contrario, ve el avance de prácticas e intereses montados en las contradicciones e insuficiencias de la llamada Cuarta Transformación. La pelea se ha ido definiendo claramente en asuntos del feminismo, el ambientalismo y el rechazo a proyectos extractivistas y, ante la acumulación de protestas y demandas, Palacio Nacional ha decidido tomar la delantera declarativa y descalificatoria a partir de esas horas tempraneras del pasado viernes en la capital del muy mal gobernado Chiapas.

Y, mientras Rubén Moreira ha sido elegido presidente de la Mesa Directiva de San Lázaro, y Olga Sánchez Cordero ha sido instalada en el cargo similar en el Senado por disposición presidencial.

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