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Los aranceles y el futuro incierto del T-MEC

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Por lo que toca a los aspectos específicamente políticos, el siguiente problema más serio para México es el grado en que se han vinculado los asuntos de comercio con los de seguridad.

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Olga Pellicer I Proceso

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Los últimos días las relaciones financieras internacionales se han visto sacudidas por la aplicación generalizada de aranceles por parte del gobierno de Trump. La brusca suspensión de dichos aranceles por tres meses no resuelve el problema. Ahonda la incertidumbre, acrecienta la inestabilidad en la Bolsa de Valores, y acentúa la posibilidad de una recesión mundial que agravará seriamente la falta de empleo, el desabasto y el empobrecimiento de los grupos sociales más vulnerables.

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La manera como se calculó el monto de tales aranceles ha sido duramente criticado por la mayoría de economistas, así como la pertinencia de alentar una guerra comercial que perjudica a todos; sin embargo, en el caso de Mexico hay reacciones ambivalentes.

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Varios analistas consideran que, comparado con otros países, México ha recibido un trato preferente e incluso podría beneficiarse de la relocalización de empresas en nuestro país. Tales opiniones obligan a ver más de cerca las posibles ventajas y grandes obstáculos ante los que se encuentra México. El factor fundamental para decidir la aplicación de aranceles es nuestra pertenencia al T-MEC. Ahora bien, el acuerdo tiene pocas posibilidades de sobrevivir en su forma actual. En principio debía ser “revisado” en 2026, pero, de hecho, aunque no se haya anunciado oficialmente, se encuentra ya en un proceso de “renegociación”. La saga de la aplicación de aranceles es sólo el preludio de lo que puede ocurrir con el T-MEC en la época de Trump 2.0.

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México se encuentra ante dos grandes desafíos. Por una parte, definir cuáles son las líneas rojas en la renegociación del tratado que no puede permitir que se crucen. De otra parte, tomar conciencia del campo real de maniobra que tiene y actuar en consecuencia. Es evidente que el objetivo deseable es que el T-MEC no sea un acuerdo hecho a la medida de Trump, sino de los tres miembros que lo conforman, pero lograr ese objetivo es muy difícil en las circunstancias actuales.

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En primer lugar, no se puede dejar de lado el informe presentado recientemente por el representante especial de Asuntos Comerciales sobre los diversos aspectos a tomar en consideración para definir la relación comercial con Estados Unidos bajo el nuevo gobierno.

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Según dicho informe, México tiene pendientes varios problemas: hay paneles de controversias que no han sido cerrados. Entre ellos se encuentra el relativo a cuestiones energéticas, como son las modificaciones constitucionales que han consagrado las preferencias por las empresas estatales —CFE y Pemex son las más evidentes—. Otro tema no resuelto es el relativo a la prohibición de producir maíz transgénico, controversia que perdió México lo que, en principio, obligaría a revisar diversas medidas internas tomadas por el gobierno mexicano.

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Un segundo problema de orden muy distinto, pero que se debe tomar en consideración, es el cambio ocurrido en el comportamiento de Canadá. Por motivos electorales, así como por el tono de confrontación hacia Trump que han adoptado los líderes de los dos partidos que van a elección el próximo 28 de abril, no se advierten posiciones comunes entre México y Canadá. Situación distinta a lo ocurrido en la renegociación del TLCAN que condujo al actual T-MEC. Esta vez lo que se vislumbra son más bien dos acuerdos de comercio, uno EU-Canadá y otro EU-México.

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Por lo que toca a los aspectos específicamente políticos, el siguiente problema más serio para México es el grado en que se han vinculado los asuntos de comercio con los de seguridad. En el caso de México el gobierno de Trump 2.0 siempre ha vinculado lo que se decida sobre el T-MEC con la solución de los temas de migración y drogas, en particular el envío de fentanilo.

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La posibilidad de acción militar en territorio mexicano ha sido mencionada frecuentemente por los asesores de Trump. Asimisno, no se pueden perder de vista la existencia de vuelos sobre territorio mexicano, drones o aviones no tripulados encargados de detectar, entre otros puntos, fábricas de fentanilo.

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A partir de información procedente de Estados Unidos, se han puesto en marcha programas de cooperación en materia de seguridad entre los dos países que no se habían visto con anterioridad. Ejemplo de ello son importantes decomisos de fentanilo y otras drogas sintéticas y el envío de 29 narcotraficantes de muy alto perfil que fueron expulsados hacia _Estados Unidos en una operación logísticamente muy bien lograda.

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Entre los temas pendientes se encuentra el de la entrega de políticos que tienen una “vinculación imperdonable” con el narco. La lista seguramente es larga y posiblemente forma parte del pliego especial que la secretaria de la Oficina de Seguridad Nacional (Homeland Security Office) le entregó a la presidenta Sheinbaum durante su reciente visita a México.

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El vínculo comercio-cuestiones de seguridad es uno de los más difíciles de resolver por el grado en que impacta la relación de la presidenta Sheinbaum con los miembros del partido Morena que seguramente verían con muy malos ojos que fuera entregado alguno de los personajes considerados centrales para el dominio político que ejerce el partido mayoritario. Son varios los casos que han sido comentados ampliamente en los medios escritos y audiovisuales.

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En resumen, la negociación del TMEC —pieza fundamental para mantener la fuerte vinculación económica entre los dos países y el trato más benévolo en materia de aranceles— exige, por una parte, un magnífico grupo de negociadores con experiencia en los aspectos económicos del tratado y, por la otra, un buen grupo de negociadores políticos que pueda deslindar los alcances de las concesiones que pueden hacerse frente a la necesidad de mantener la unidad interna de la 4T. Hasta ahora, no se percibe quiénes integrarían tales grupos.

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Es evidente que para Estados Unidos y México conviene prolongar la existencia del T-MEC. El impacto negativo que tendría su terminación es muy alto. Sus economías son demasiado interdependientes para separarlas sin producir dislocaciones serias económicas y políticas. El futuro incierto del T-MEC es, sin duda, el gran desafío que habrá que superar. Desafortunadamente, hoy por hoy no parece que sucederá pronto.

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La inmaculada percepción

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Las estaciones del viacrucis mexicano

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Vianey Esquinca I Excelsior

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En el eterno calvario de la política mexicana, en estas semanas se ha vivido un nuevo capítulo de la pasión, muerte y nada asegurada resurrección del sentido común. Como cada año, los protagonistas del viacrucis nacional han cargado sus propias cruces, algunos con la dignidad de un mártir, otros tropezando como borregos camino al matadero.

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El primer dolor lo infligió, de nuevo, el nuevo Poncio Pilatos del norte: Donald Trump. México pensaba que ya había sobrevivido a la crucifixión económica, que la piedra del sepulcro ya había sido removida, pero la resurrección fue prematura. Trump amenazó con flagelar la economía mexicana si no recibía el agua prometida. Entonces, el gobierno mexicano, más veloz que Pedro negando a Cristo, proclamó que entregaría la última gota acordada en el Tratado de Aguas de 1944.

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Mientras tanto, en el templo de la salud, los mercaderes de Birmex continúan su comercio, a pesar del escándalo de corrupción que los rodea. Como por milagro divino, ahora el gobierno pretende multiplicar medicinas donde antes sólo multiplicaban contratos. Los enfermos siguen esperando el milagro de la sanación, pero la fe no basta cuando el ungüento escasea y los fariseos guardan las llaves de la farmacia.

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Por su parte, en el concilio legislativo, los modernos escribas decidieron que Cuauhtémoc Blanco merecía conservar su inmunidad. Los mismos que gritan “¡crucifícalo!” a otros políticos, lavaron sus manos ante el exfutbolista. El perdón selectivo es virtud muy apreciada en estos tiempos de justicia a la carta. Quizás el milagro no fue la absolución, sino que alguien creyera que el castigo llegaría.

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La reforma judicial avanza como procesión cuaresmal. Los aspirantes a las sillas del poder hacen campaña con la solemnidad de quienes ofrecen pescado en viernes santo: insípido, previsible y obligatorio. Sus promesas suenan a letanías repetidas hasta el cansancio, mientras el pueblo, como siempre, observa con la esperanza de quien ha visto demasiadas falsas resurrecciones. Aquí el viacrucis no termina en el Gólgota, sino que amenaza con continuar cuando ocupen un cargo en el Poder Judicial.

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En el episodio más reciente del evangelio político, la presidenta Claudia Sheinbaum, cual madre dolorosa disciplinando a un discípulo impaciente, impuso su “estate quieto” a la senadora Andrea Chávez. La joven apóstola, en su entusiasmo por predicar la buena nueva de que ella sería la candidata de Morena al gobierno de Chihuahua, recibió el recordatorio de que en esta iglesia secular hay jerarquías que respetar. Aunque algunos, como el exsacerdote del interior Adán Augusto López, parecen haberse olvidado de esa parte del catecismo mientras protegen con fervor a su discípula favorita.

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Entre tanto, el mundo entero se prepara para una posible recesión, como si después del Viernes Santo económico no hubiera domingo de resurrección a la vista. Los mercados tiemblan mientras los profetas del apocalipsis financiero anuncian que esta vez ni el Espíritu Santo podrá darles vida a los índices bursátiles.

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Pero como en toda Semana Santa que se respete, el pueblo bueno observa el espectáculo con mezcla de devoción y escepticismo. Algunos cargan sus propias cruces económicas, otros se flagelan con deudas, muchos más simplemente esperan el milagro que nunca llega. México sigue su propio viacrucis, sin Judas arrepentidos, sin Verónicas que limpien rostros, y con cirineos que cobran por ayudar a cargar la cruz. La pasión continúa, la muerte acecha, y la resurrección… sigue siendo cuestión de fe.

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Número cero

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La Presidenta toma el volante

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José Buendía Hegewisch I Excelsior

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El poder es un mando fáctico, que exige influir en el curso de los acontecimientos; o, de lo contrario, se deja de tener por culpa del que lo posee. A siete meses en Palacio Nacional, la Presidenta comienza a dar muestras claras de ejercer la fuerza del cargo, incluso contra la voluntad de sus huestes y sin atender a sus intereses.

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En últimos días ha tomado decisiones que ejemplifican su manejo del poder del storyline para comunicar y transformar oportunidades de su gobierno: desde un manotazo a campañas adelantadas en Morena, la anulación de una “macro” licitación de medicinas por corrupción en la megafarmacia pública Birmex, hasta entrar a saco contra el huachicol fiscal de hidrocarburos, denunciado en puertos y aduanas desde hace tiempo.

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Son pruebas de ejercicio de poder para cortar fuentes ilegales de financiamiento de la política y corrupción, que prosperan en el silencio y la complicidad incluso de gobiernos que “barrerían” con ella, como su antecesor.

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Podrían juzgarse como acciones de relativo impacto, pero en los fondos tocan importantes riesgos para su liderazgo y respaldo a su gobierno, e incluso la hegemonía de su partido. Revelan el estilo de un poder suave, pero que conoce los botones para marcar límites a conflictos antes de que la desborden y resistencias al interior de Morena, que ya han frenado iniciativas suyas en el Congreso contra el nepotismo, de seguridad o el desafuero de Cuauhtémoc Blanco.

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El anuncio de una carta los próximos días para leer la cartilla y recordar los principios a Morena es otra muestra de influir en su comportamiento, o intentarlo, a propósito de la campaña temprana de la senadora Andrea Chávez; aunque también tiene dedicatoria al hijo del expresidente, Andrés López Beltrán, que ya ha saltado a los sondeos de presidenciables para 2030.

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La Presidenta no puede darse el lujo de que campañas adelantadas desaten una carrera por dinero y apoyos irregulares cuando apenas construye su propio espacio de poder. La corrupción es el riesgo mayor para su gobierno y la hegemonía de Morena por las divisiones e intrigas que generan la disputa de recursos. Si el poder político desgasta, el uso político de las corruptelas drena el apoyo popular y tribaliza la lucha partidista, como se ve en choques tempranos entre sus cúpulas legislativas y la resistencia de Adán Augusto López y de Ricardo Monreal a iniciativas presidenciales.

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De sus últimos movimientos se reconoce la entrada de “aire fresco” a Palacio hasta por la prensa más cercana al obradorismo, que en un mensaje de Rayuela de La Jornada sentenciaba en su lenguaje críptico: el “que manda, mata”, en alusión a la desautorización del proselitismo de Chávez hacia la elección de 2027 en Chihuahua.

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Sheinbaum ha cargado con el cuestionamiento de su liderazgo a la sombra de López Obrador, pero sus hechos hablan cada vez más de un giro de políticas y marcar distancia con allegados a aquél, aunque no signifique que vaya a romper con su mentor político. Ese cuestionamiento también revela la debilidad de una oposición que ve su única oportunidad en la ruptura y división de Morena.

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Si el poder no se emplea, se pierde, aun con triunfos arrasadores y una mayoría aplastante en el Congreso, como tiene Sheinbaum. Desde hace unos meses comenzó a dar un “volantazo” a la política de seguridad de la inacción de los “abrazos y no balazos” a una nueva estrategia contra la violencia a través de la persecución de delitos de alto impacto. En una ruta que tampoco habría podido evitar en el camino cerrado de la guerra contra el fentanilo y los cárteles desde que Trump llegó al poder.

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Hay otros ejemplos que, además, pisan callos, como pronunciarse por investigar el accidente del Parque Bicentenario a la empresa organizadora del Axe Ceremonia, de la cual se señala cercanía con López Beltrán. El poder se puede perder también por soportar lo que produce rechazo. Sheinbaum no ha cerrado los ojos al cáncer de la corrupción en Birmex, en extremo sensible por las oportunidades de desviar recursos a la política en licitaciones millonarias; y tampoco otro de los típicos negocios para financiar la movilización política como el huachicol fiscal. Detrás de los cuales hay grupos políticos vinculados a gobiernos.

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Sheinbaum no puede permitirse que se le descomponga la casa cuando enfrenta la “guerra comercial” de Trump y muy pocos recursos internos para contenerla; el volantazo indica que no está dispuesta a comer lumbre.

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Firmeza frente a las intolerancias. Con Margo Glantz y contra la miseria intelectual y moral

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Rolando Cordera Campos I La Jornada

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No pocos pretenden haber normalizado las agresiones y las violencias. Absurdamente se cree que defender nuestros puntos de vista, causas, movimientos, colectivos… significa agredir, imponer nuestros juicios y prejucios, creencias y opiniones.

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Testigos pasivos, comodinos, vemos crecer y reproducirse el odio y, so pretexto de denunciar la barbarie del ejército israelí, acabamos mistificando y desnaturalizando la histórica causa palestina. Traigo a cuento lo anterior ante la agresión incalificable de que fue víctima Margo Glantz, prolífica escritora y universitaria cabal, de tiempo completo.

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El escenario de la vil agresión fue el Centro de Centro de Estudios para Extranjeros de la UNAM, frente a su congruente directora, quien buscó proteger a Margo de la majadera intemperancia de los farsantes militantes de la tragedia del pueblo palestino.

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Al grito de “Todxs contra el genocidio desde el río hasta el mar”, sin faltar las bravuconadas y los improperios, un grupo de manifestantes obligaron a suspender el evento académico para reivindicar la causa del pueblo palestino y condenar la barbarie desatada en Gaza por el ejército de Israel.

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Qué manera de defender la paz. Qué torcidas formas de abogar por causas que, como asientan con energía y claridad una treintena de académicos, pueden ser compartidas y sin duda son insoslayables, pero no se les defiende con actitudes de intolerancia y fundamentalismo.

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No podemos seguir tolerando que continúen esparciéndose los odios y las violencias, las venganzas y las arbitrariedades. Debemos rechazarlas con energía y claridad, evitar que sigan siendo toleradas; menos que se pretenda normalizarlas como fórmulas para solucionar diferencias o conflictos, causas o revoluciones. Sería negar la esencia misma de la razón que da sentido y valor a nuestro quehacer de universitarios.

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Me sumo a la condena que diversos sectores y académicos de nuestra universidad y de nuestra sociedad han expresado a las agresiones hechas a Margo Glantz y expreso mi más amplia solidaridad a su persona.

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A la violencia y los abusos, especialmente en la universidad, se les enfrenta con razones y explicaciones, escriben los académicos en su apoyo solidario del 10 de abril. Y agregan: Cuando se impide el diálogo sólo hay espacio para la polarización y las sinrazones.

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Las agresiones y amenazas nunca han sustituido, nunca lo harán, a las palabras ni a las razones.

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Extrema derecha, trumpismo y su visión del futuro

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Maciek Wisniewski I La Jornada

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A finales de los años 80, el auge de un mundo postideológico significó también la desaparición de cualquier visión transformativa del futuro (t.ly/zO22G). Pero la desaparición de las visiones emancipatorias y utópicas asociadas con el comunismo y el anticolonialismo no sólo marcó el inicio de una larga crisis de la izquierda, sino también de un periodo en el que todo el imaginario político quedó supeditado a las lógicas economicistas y tecnocráticas-pragmáticas. Todos –los (post)marxistas, los socialdemócratas, los liberales y la derecha– habían perdido la fe en el futuro y el interés en debatir hacia donde íbamos, centrándose en el presente y mirando hacia el pasado, tanto para culpar moralmente a la historia por todo lo malo que ocurría en la actualidad, como en busca de los ideales perdidos.

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Si bien, en efecto –dada su historia–, es la izquierda que hoy más peca por no tener ninguna visión del futuro, contrario a lo que quieren algunos analistas (t.ly/xV2xV), tampoco la tiene la nueva extrema derecha. El futuro que promete –siendo la única diferencia con el extremo centro que sólo sabe ofrecer más del mismo statu quo tecnocrático, el hecho que al menos finge hacerlo queriendo explotar los deseos no atendidos de una esperanza– es sólo, acorde con el giro ideológico mencionado, el regreso a los viejos tiempos dorados y la restauración del orden natural de las cosas.

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Uno de los mejores ejemplos de esto es el trumpismo (MAGA), cuyo programa para el segundo gobierno, a pesar de ciertos sobretonos futuristas y fetichistas-tecnológicos en su seno (t.ly/7VkqL), es un proyecto explícito del regreso al pasado, como igual lo demuestra hoy todo el lío arancelario, no búsqueda de ninguna visión alternativa del futuro.

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Si bien en su discurso de investidura Trump aseguró, por ejemplo, querer perseguir nuestro Destino Manifiesto hacia las estrellas y enviar astronautas a Marte, dedicó mucha más atención a la historia criticando la fuerte reducción de los aranceles sobre los productos extranjeros y la introducción en 1913 de los impuestos sobre la renta que hizo, según él, que los ciudadanos, en lugar de los países extranjeros, empezarían a pagar el dinero necesario para hacer funcionar nuestro gobierno (t.ly/3sZ81).

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Es precisamente este revisionismo histórico y el afán de crear las condiciones en las que Estados Unidos volviera a estar donde estuvo antes de la Primera Guerra Mundial y al pasado muy exitoso pre 1913 (t.ly/xz1jg), que está detrás de sus draconianos aranceles a todo el mundo (el Día de la Liberación, ahora puesto en pausa). Algo que igualmente, tal como lo prometió explícitamente Trump, ha de ser interpretado como el regreso a la Edad Dorada, la época de la enorme opulencia para el capital presidida por William McKinley (1897-1901) (el pionero de los aranceles fuertes) y la eliminación de los últimos vestigios del New Deal incrustados en el orden constitucional (t.ly/NpjqT).

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Éste, de hecho, junto con capitalizar con el pillaje del seguro social y del dinero público, es el verdadero objetivo de Elon Musk y su DOGE. No la consecución de ninguna visión del futuro basada en los viajes espaciales. Su SpaceX –más allá incluso de sus notorios contratiempos que le impiden materializarlos–, siempre ha sido una palanca publicitaria y herramienta del afianzamiento plutocrático del statu quo en la Tierra, aquí y ahora (t.ly/TqOq3). Y su afán, en sintonía con Trump, el regreso, capitalizando igual en su halo de un visionario, a la época mckinleyana de los barones ladrones, aunque con un twist posmoderno y particularidades que quizás aún resultan difíciles de captar.

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Así, MAGA es un movimiento profundamente retrógrado y nostálgico que busca volver al orden que ve como más natural y cuyo aceleracionismo (t.ly/pjdfj) es un proyecto de la rápida rebobinación de la historia atrás, a la época en que el colonialismo era algo positivo (hoy: Gaza, Groenlandia, Panamá, etcétera) y ciertos modelos de justicia social aún no han sido establecidos.

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He aquí también –en el prisma de como el trumpismo ve el futuro– otro indicio de que verlo como fascismo es una falacia conceptual que impide captar su especificidad (el tipo de análisis que en sí mismo es fruto de la falta de la imaginación de la izquierda/liberalismo y su, mencionada, fijación en la historia). Mientras los movimientos fascistas clásicos han tenido un fuerte componente modernista y tecnofuturista-industrial centrado en la creación de un Hombre Nuevo y una nueva comunidad racial/étnica con cara al futuro (de al menos unos mil años, como en el caso de los nazis), la extrema derecha contemporánea –trumpismo incluido– carece por completo de esta faceta utópica y transformadora, más allá incluso de estar en las antípodas de modelos económicos estatales de Alemania o Italia de los años 30, algo de lo que por ejemplo los escándalos como el saludo nazi de Musk, simplemente nos distraen (t.ly/4L9b2).

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Su programa, en cambio, es el regreso a las soberanías nacionales, las políticas proteccionistas –he aquí donde entra la obsesión trumpista por los aranceles– y la defensa de las identidades culturales amenazadas por la globalización y la migración. Desde este punto de vista, estas fuerzas son mucho más conservadoras y reaccionarias que fascistas.

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Igualmente, Trump y el trumpismo más que fruto de un afán de afianzarse como una potencia imperial, como lo fue el caso de los regímenes fascistas, se entiende mejor como una expresión de la negativa de las élites estadunidenses a aceptar la realidad de su declive imperial (t.ly/HuEQa) y de su incapacidad de construir su futuro en un mundo cambiante, más allá de culparlo todo a China y a otros países que nos están estafando.

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