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Bicentenario de la Independencia: el Poder y la conmemoración

Jorge Sánchez Cordero

Proceso

Este ritual político y simbólico es una representación de la efeméride fundacional. Más que una perpetuación del pasado, es sobre todo una afirmación del Poder presente.

El rito republicano de la conmemoración de la Independencia ocupa en este momento el espacio público en forma omnipresente con diferentes narrativas políticas, intelectuales y mediáticas. La conmemoración empero no existe en tanto tal; se trata de una construcción social entre las diversas que han dado significación a los múltiples escenarios de la historia nacional. En ella converge una filiación de experiencias pretéritas orientadas a forjar con denuedo un enunciado identitario, cívico y pedagógico, lo que incide de manera cardinal en esta construcción social.

El rito republicano condensa simbólicamente los eventos cívicos, políticos y culturales, en los que se entreveran y compendian los desasosiegos y los ideales del presente. Esta tradición le ha permitido al Poder revalorizar los componentes de la identidad nacional.

La conmemoración de la Independencia es omnipresente en todo el país, pues solemniza la fundación del Estado mexicano como uno de los magnos acaecimientos de nuestra modernidad política; en efecto, es un sucedáneo que permite amalgamar la fuerza política dominante con los correligionarios y galvanizar el sentimiento nacionalista, cuya consecuencia primaria es cimentar la unidad social mediante la apología de la nación.

Como práctica cultural, una conmemoración de esta naturaleza es una manifestación de la memoria colectiva que encuentra su magnificencia en el ritual cívico, social y político, y en el enaltecimiento de pasajes nacionales tanto gloriosos como trágicos, con una anhelada intencionalidad catártica.

La instrumentación de esta construcción social desarrolla una narrativa enderezada a la aceptación y compartición del nuevo orden social, y –el énfasis es necesario– en ella se trasluce una predilección de sucesos para sustentar la conmemoración. El condicionante social es muy claro en este proceso: los episodios históricos tienen que ser acendrados para poder considerarlos memorables.

Como toda conmemoración, la relativa a la Independencia de México conlleva elementos de unificación, pero también de división. Esto se explica porque la identidad comunitaria, por su propia naturaleza, es polémica y contestataria. Si bien la conmemoración contribuye a definir identidades y legitimaciones políticas, también revela tensiones y conflictos sociales.

Para la élite dominante la actual construcción social –y, pudiera agregarse, activa– es un instrumento de poder que forma parte importante de su patrimonio político. De esta manera, la lectura del pretérito participa de un proceso de legitimación y justificación de la élite política cuyo propósito es afianzar los valores nacionales fundamentales con la libertad y su defensa como summum.

Son precisamente estos valores los que constituyen el basamento de la sociedad mexicana. La adhesión a ellos es elemento de cohesión y de pertenencia a la nación. Por ello, este vector identitario reivindica una existencia propia dentro del cuerpo social nacional.

La conmemoración tuvo su origen en el ámbito religioso; así lo revela su raíz latina, commemoratio, en donde la evocación del bienaventurado adquiere una importancia singular. La laicización del concepto permite a la élite gobernante entreverar en el espacio público, con eficacia política, sentimientos nacionales con valores como la sacralización

de la nación. El binomio sentimiento/valores tiene como efecto primario reafirmar su autoridad moral, construir ideales para la sociedad, especialmente para la juventud mexicana, y vivificar la civilidad.

En la efeméride alusiva a la conmemoración de la Independencia confluyen narrativas de muy diversa índole, lo cual evidencia que la función de la memoria colectiva es esencial en el proceso identitario, tanto para la comunidad dominante como para las colectividades minoritarias.

El rito

La memoria colectiva entraña un vínculo con el pasado, y la conmemoración actúa como su herramienta natural. Resulta por demás evidente que la memoria colectiva, al igual que las conmemoraciones, no son la historia ni, menos aún, aseguran la veracidad de esta última. El ritual republicano se emancipa así del sentido del tiempo.

La función social de la memoria no es pues el discernimiento de la realidad o el desciframiento del pretérito, sino el impulso de una construcción social en el perenne proceso de creación de la identidad y su reafirmación en el presente; por lo tanto, la memoria colectiva consolida la permanencia de la identidad, y en la actual conmemoración se intercala asimismo en la proverbial iconografía, siempre versátil, del Panteón Nacional y de la epopeya libertadora.

En este orden, la investidura del ícono histórico se transforma en una figura axiomática para cimentar la identidad nacional; la veleidad iconográfica nacional queda constatada en la forma en que Miguel Hidalgo fue recluido en el ostracismo durante el Porfiriato, acedado el libertador por la naturaleza insurreccional y popular de su movimiento.

La memoria colectiva conjuga así el pasado con el presente; el presente que, finalmente, es un pretérito reconstruido y sacralizado. La consecuencia de la indisolubilidad del vínculo entre la memoria y la narrativa pública es precisamente la expresión política de la conmemoración. Más aún, el uso de nuestro pasado por la élite permite descifrar la narrativa política actual. Conforme a una frase que ha hecho fortuna, se sostiene que la historia propone y el presente dispone (Pierre Nora).

La ritualidad de la conmemoración del pasado sacraliza los espacios y los tiempos nacionales. Este axioma queda más que evidenciado en La crónica oficial de las fiestas del primer centenario de la Independencia de México, escrita bajo la dirección de Genaro García en septiembre de 1911. Es la obra que mejor registra los pormenores históricos de estas festividades, pero también el paroxismo de la dictadura porfirista en lo que respecta a sus desmesuradas pretensiones simbólicas, cuando, entre otras cosas, sostenía que la reminiscencia de los festejos debería trascender hasta las generaciones futuras.

Epílogo

Todo pueblo tiene la necesidad de contemplarse en un espejo glorioso y, por consiguiente, de laurear sus grandes gestas; he ahí una de las funciones del mito. En el caso de nuestras conmemoraciones, el ritual republicano es una interpretación de la historia que aspira a insuflar el sentimiento patriótico para integrar todos los componentes nacionales.

La conclusión es contundente: el acto conmemorativo es un recurso al servicio de la nación donde ésta se contempla y que posibilita la restauración de identidades, así como el encauzamiento de reivindicaciones políticas. Este ritual político y simbólico es una representación de la efeméride fundacional. Más que una perpetuación del pasado, es sobre todo una afirmación del Poder presente. Más aún, posibilita a la sociedad en todos sus ámbitos argüir sobre el significado de esta construcción social.

Es la sociedad mexicana la que, por medio de múltiples vicisitudes, se identifica con la nación y propicia la germinación del sentido de pertenencia. El fenómeno de la identidad es político en su género, pero social en su especie.

El multiculturalismo ha puesto en relieve la heterogeneidad mexicana. La prevalencia de una cultura única nacional impuesta desde la cúspide por la élite política durante todo el siglo XX ha sido abandonada ante la evidencia de que es en las comunidades en donde florecen las expresiones culturales y el sentimiento de pertenencia.

Los presupuestos culturales, comunitarios e históricos expuestos con anterioridad trascienden la aparente aporía de la complejidad de las culturas heterogéneas mexicanas, ya que éstas se armonizan en la noción omnicomprensiva de la identidad nacional. El desafío contemporáneo consiste en cimentar la identidad nacional sobre esta polifonía cultural.

Las categorías culturales de estirpe europea son remplazadas ahora por otras genuinamente nacionales que corresponden a los símbolos comunitarios mexicanos. Tal es la vertiente de esta construcción social.

* Doctor en derecho por la Universidad Panthéon-Assas.

Número cero

Segunda parte de la partida presidencial

José Buendía Hegewisch

Excelsior

La vuelta del presidencialismo fuerte con López Obrador no escatima en el arsenal de recursos, como la cooptación de opositores para preservar la concentración de poder político en la segunda mitad del sexenio, cuando naturalmente empieza a declinar. Tras los enroques en su gabinete con los más cercanos e incondicionales, mueve sus fichas para poner en jaque al bloque opositor, en respuesta al desafío en los comicios intermedios, y promueve su liderazgo en Latinoamérica para abrirse mayores márgenes de interlocución con Estados Unidos. Tiene la mirada puesta en el fin de la partida, asegurar su legado con la continuidad de la 4T.

El poder del Ejecutivo es como un almacén general de armas y otros efectos de guerra política, que no duda en usar para reparar flancos que abre el desgaste de la batalla. A los avances del bloque opositor en el Congreso contesta con una estrategia divisiva con invitaciones “extrapartidistas” (Monreal dixit) a exgobernadores de sus filas al gobierno; al retroceso electoral que tanto le sorprendió y enojó en la CDMX responde con la remodelación de su equipo más cercano para pertrecharse en una sucesión adelantada y tener “más tiempo” para supervisar las obras “insignia” de la 4T, y a las diferencias en política energética y comercial con EU opone un decidido activismo para apuntalar a la Celac y relegar a la OEA.

Para los que suelen calificar sus movimientos como “ocurrencias”, todas estas jugadas parecen más bien tomarlos, otra vez, desprevenidos. También a los que creen que actúa sobre evaluaciones simples y sencillas, aunque están pensadas para resultados más adelante. La integración de los exgobernadores de Sinaloa, el priista Quirino Ordaz, y al panista de Nayarit, Antonio Echevarría, cayó como balde agua fría en el bloque opositor, que podría naufragar en el Congreso y descomponerse hacia 2024. Quirino Ordaz es uno de los gobernadores mejor evaluados del país y aceptar la embajada en España contra la voluntad de la dirigencia priista muestra su fragmentación, a la vez que la capacidad de

fuego presidencial para recuperar alianzas y votos que no le dieron las urnas. A lo que podrían sumarse otros, como hoy lee claramente un PRI dividido y empático con el Ejecutivo.

López Obrador vela armas, como la cooptación para dividir y recuperar la mayoría necesaria en el Congreso en la reforma eléctrica, electoral y a la Sedena. Y negocia posiciones que apuntalen su poder menguante hacia la sucesión, en la que pueden abrirse grietas por la disputa entre Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum y Ricardo Monreal. A ellos les ha enseñado hasta ahora que el poder del “destapador” está en sus manos, pero sabe que necesitará conservarlo para controlar los tiempos y no le pase como a los últimos cuatro presidentes que no pudieron dejar a su sucesor. En ese marco, la difusión en las redes de Ebrard de la reciente foto del abrazo con Monreal en Zacatecas, como mensaje de su alianza que, en principio, demanda piso parejo y condiciones equitativas frente a su favorita en la sucesión. A lo que él responde que Sheinbaum es de “primera”.

En el inicio de este segundo tiempo, López Obrador vigila el depósito de armas de la Presidencia sin perderlas de vista, mientras la oposición no acaba de rearmarse con sus avances electorales y pareciera esperar que su cohesión la apuntale el malestar por políticas del gobierno. Lamentan —como Jesús Zambrano— que trate de “desmoralizar” a los que votaron por la alianza, aunque también hay otros liderazgos opositores que buscan construirse con nuevas narrativas que ofrezcan salida a los malos resultados de la agenda presidencial en inversión, desarrollo industrial o política energética, que lo enfrenta con sus socios en el T-MEC.

Para esto último, el Presidente también tiene la atención puesta en estrechar lazos con Latinoamérica para ampliar su margen de negociación con EU en una estrategia que el país jugó en el siglo pasado con el anticomunismo en la región. Del cajón de recursos de la Presidencia, López Obrador extrajo no sólo la vieja resortera de la cooptación de opositores, sino también la mediación en conflictos que, como el migratorio, son un problema que EU no puede resolver solo y sin aliados en una región cada vez más convulsa y fuera del control de la potencia.

Astillero

Aguascalientes: opaco negociazo // Ultraderecha prepara cuadros // Layda y Samuel, celebraciones // SLP: política y crimen

Julio Hernández López

La Jornada

El tribunal electoral federal confirmó el triunfo de Layda Sansores en Campeche, al desechar las impugnaciones de Movimiento Ciudadano (MC) y su candidato Eliseo Fernández. Por otra parte, dicho tribunal anuló la multa por 55 millones de pesos que había impuesto el Instituto Nacional Electoral al MC por las aportaciones a la campaña de Samuel García, ahora gobernador electo de Nuevo León, por parte de su esposa que desarrolla actividad empresarial en redes sociales.

Mientras tanto, en San Luis Potosí, donde todo apunta a la confirmación tribunalicia de la instalación de Ricardo Gallardo Cardona como gobernador, hubo un hecho que obtuvo presencia en portales informativos de varias partes del mundo: el secuestro de 22 personas en Matehuala, la capital del semidesierto potosino.

Por fortuna, las víctimas, extranjeros en su mayoría y subidos por la fuerza a las cajas de tres camionetas a cargo de personas armadas, fueron encontradas posteriormente. En

SLP, como en varias partes del país, la política y el crimen organizado parecen encaminados a propiciar cada vez peores acontecimientos.

En Aguascalientes, el gobierno panista encabezado por Martín Orozco avanza sinuosamente en un proyecto de comercialización, para fines privados, en un terreno de 86 hectáreas que fue propiedad de Ferrocarriles Nacionales de México (Ferronales, la empresa estatal que fue privatizada por Ernesto Zedillo Ponce de León, dejando un reguero de irregularidades patrimoniales, luego aprovechadas por vivales diversos) y donado a la capital del estado, donde se desarrolló la colonia Ferronales, la Universidad de las Artes, escuelas primarias, secundarias y una reserva ecológica.

En una opacidad muy sugestiva, el gobierno estatal de Aguascalientes realiza obras de supuesta restauración que en realidad encubren el proyecto para el cual ya se derribó una escuela para construir un hotel de capital privado. Ya hay naves ocupadas por Grupo Modelo y otras empresas particulares.

La administración de Martín Orozco enmascara el proyecto privatizador con propaganda de servicios culturales y recreativos en esa zona: ¡Ven con tu familia! En bicicleta, patines, patinetas, sillas de ruedas o caminando. Ahora la calle es tuya. El mismo gobernador ha anunciado que se invertirán 184 millones de pesos del erario, más 100 millones de pesos para la construcción de un hotel de cinco estrellas, zona comercial, un conjunto de cines, rueda de la fortuna y estacionamiento para mil vehículos (https://bit.ly/3EsOKVx y https://bit.ly/2XjbQfS).

Mientras las autoridades no esclarezcan este tema, avanza la pretensión privatizadora, negocio con beneficiarios reales como empresarios (en el caso, el Fondo de Inversión DTL, representado por Francisco Navarro Villegas), políticos o una combinación de ambos (sobre el tema habló Karla García, a nombre de un grupo de vecinos: https://bit.ly/2YO1YLW).

Sublevados (@sublevados_, en Twitter) se define como una asociación civil que defiende las libertades fundamentales y difunde el pensamiento conservador en la sociedad. Derecha popular. Con el asomo de Santiago Abascal y Vox al escenario derechista mexicano, Sublevados y otras voces de textura ideológica similar aceleraron su presencia en redes sociales, entre otras cosas para impugnar la cobardía del panismo reculante y de la derecha mexicana en general, que no tiene el valor de asumirse como tal.

Entrevistado ayer en YouTube (AMLO da atole con el dedo a las feministas y eso me encanta: Pedro Cobo, https://bit.ly/3lp2Lut), el fundador y dirigente de esa organización conservadora, mencionó que, con una visión a más de 20 años, se trabaja en la preparación de líderes con unas cien personas, sumamente activas en redes sociales, con miles de seguidores en sus cuentas, que se agrupan en segmentos de entre 14 y 20 años de edad y entre 20 y 35. La misión, señala Pedro Cobo Pulido, profesor en universidades privadas capitalinas, es que, con esa formación derechista, creen opinión pública y rompan la espiral del silencio.

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