Columnas Escritas
Lo que dicen los columnistas
El oso que jugaba ajedrez
Gabriel Guerra Castellanos
Proceso
¿Es posible ser una superpotencia moderna recurriendo a los métodos del pasado? ¿Puede lograrse la modernidad con tanques y helicópteros como herramientas de expansión? O, yendo incluso más lejos, ¿la Europa del futuro puede contemplar un espacio para el oso feroz que ha soltado Putin?
Rusia es un país fascinante, lleno de contradicciones. Con una historia milenaria, vive con un pie firmemente anclado en el pasado (en su larga etapa imperial) y el otro tanteando distintas variantes de su futuro. No es que el futuro no le interese, todo lo contrario: le obsesiona. Pero le obsesiona a tal grado que dedica más tiempo debatiendo cuál es ese futuro mientras se aferra a su historia y a buscar revivir aquellos tiempos gloriosos en que su imperio, ya fuese el zarista o el soviético, abarcaba 11 husos horarios y dominaba literalmente a medio mundo.
Vladimir Putin encarna perfectamente esa dicotomía. Por un lado, busca devolverle a Rusia el sitio global que alguna vez ocupó, mientras opera con gran eficacia el regreso a las formas y el fondo de sus antiguos regímenes. Simultáneamente, tiene puesta la mirada en un rediseño de los balances geopolíticos y económicos que garantice la seguridad y la influencia rusas para el resto del siglo.
¿Es posible ser una superpotencia moderna recurriendo a los métodos del pasado? ¿Puede lograrse la modernidad con tanques y helicópteros como herramientas de expansión? O, yendo incluso más lejos, ¿la Europa del futuro puede contemplar un espacio para el oso feroz que ha soltado Putin?
Rusia, por mucho el país más grande del mundo, ha apostado siempre por el territorio no sólo como un objetivo expansionista, sino como una herramienta vital para su defensa e incluso para su supervivencia. Dos maquinarias militares formidables en su momento, la de Napoleón y la de la Alemania nazi, debieron rendirse ante la enormidad territorial de un enemigo al que difícilmente podían alcanzar a abarcar. Los enemigos internos del régimen zarista o soviético eran enviados ya fuera a Siberia, ya a la Asia Central, no sólo a una prisión o al exilio, sino a la lejanía absoluta, al limbo terrenal.
La disolución de la Unión Soviética puso fin no sólo al malhadado sueño comunista, también al concepto de seguridad que Lenin y Stalin diseñaron y que sus sucesores vieron como garantía de certidumbre, estabilidad e influencia en Europa continental. Con el colapso de la cortina de hierro el colchón de alianzas regionales se desintegró, y los justificados agravios y resentimientos de muchas de las naciones del Este hacia sus antiguos “aliados” les convirtió más en amenazas que en motivo de tranquilidad.
Estados Unidos y los países integrantes de la OTAN no perdieron el tiempo y buscaron integrarlos rápidamente a su esfera de influencia económica, política y militar. Tuvieron éxito: hoy Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, la República Checa, Eslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria forman parte de la OTAN y son beneficiarios directos del artículo 5 de esa organización, que establece el compromiso de defensa entre todos y para todos sus miembros.
Para Rusia, la expansión de la OTAN hacia sus antiguos países satélites o aliados representó una humillación pública y obligó a replantearse todo su concepto de colaboración con Occidente. Si Gorbachov abrió la puerta a un acercamiento en la Cumbre de Reykjavik con Reagan en 1986, Boris Yeltsin la dejó abierta de par en par con su impericia y la nube de alcohol que le impedía ver claramente. A Putin le tocó la parte doblemente difícil de imaginar el rediseño y operarlo teniendo la desventaja de la inercia generada por la expansión de la esfera de influencia occidental y las expectativas que generó entre otros países de la región, notablemente Ucrania. Y esa intención públicamente expresada por Kiev y por la OTAN sí significó cruzar una línea roja para Moscú. Hoy estamos viendo las consecuencias.
Putin es un estratega, un jugador de ajedrez, pero tiene también la rudeza del oso.
Es esa una combinación frecuente en Rusia, algo que descubrí cuando viví en Moscú y un día cometí la imprudencia de aceptar una invitación a jugar por parte del encargado de mi mudanza, un hombre fortachón y de voz profunda que trabajaba de día manejando el camión de los tigres del circo de Moscú y de noche haciendo trabajitos por la libre. Cuando vio mis tableros de ajedrez me preguntó si jugaba, y yo –con esa arrogancia que la juventud nos presta y la edad nos va quitando– le dije inocentemente que sí. Todavía recuerdo su mirada condescendiente tras ganarme la tercera partida seguida.
Pero me desvío. La rudeza y agresividad de Putin se combinan con la mirada de largo plazo del ajedrecista que sabe que a cada jugada corresponden posibles reacciones y combinaciones que terminarán –o no– en el desenlace deseado.
Con el ataque –la invasión– militar a Ucrania, Vladimir Putin ha emprendido la que será su más trascendente partida de ajedrez. Si resulta triunfante, los rusos lo recordaran como el hombre que les devolvió su lugar en el tablero. Si fracasa porque las consecuencias resulten demasiado onerosas para su país, será el que los hizo soñar en vano. De una u otra forma, ya nada volverá a ser como antes.
Sea como fuere, en esta fatídica partida se enfrentan los intereses de Washington y sus aliados con los del Moscú de Putin. Tristemente Ucrania es una pieza que ambos buscarán utilizar para sus propios fines y provecho.
Tristes, lamentables los días en que suenan los tambores de la guerra y en que la fuerza se antepone a los argumentos y las razones. Todavía más triste que, como siempre en estos casos, son civiles inocentes quienes serán víctimas de los juegos de poder de las grandes potencias.
En juego está mucho más que sólo un conflicto territorial o las ambiciones desmedidas de un tirano: lo que de esto resulte será el nuevo arreglo europeo para muchas décadas por venir.
Juegos de poder
Señor secretario de Hacienda, ¿cómo vamos a evitar una estanflación?
Leo Zuckermann
Excelsior
Entiendo que el Presidente sea la voz cantante en este gobierno y, por tanto, los funcionarios del gabinete guarden un bajo perfil en los medios. Muy bien. Pero creo que ya llegó el momento de que el secretario de Hacienda nos explique qué va a hacer el gobierno frente a la incertidumbre que está generando el conflicto bélico en Ucrania.
Uno de los papeles que tradicionalmente tenían los secretarios de Hacienda era informar para mantener la calma en los mercados. Rogelio Ramírez de la O no lo ha querido hacer. No sé por qué. El hecho es que, desde que tomó posesión como titular de Hacienda, el secretario ha enmudecido. Este silencio me parece insostenible en la actual condición económica del mundo.
La situación en Ucrania modificará, para mal, las perspectivas de la economía en este año.
Para empezar, ni yendo a bailar a Chalma se cumplirá el crecimiento del Producto Interno Bruto proyectado por el gobierno en los Criterios Generales de Política Económica. Hacienda estimó un rango de entre 3.6% y 4.6% en este 2022. Si bien nos va, y la guerra en Europa termina rápido, alcanzaremos un dos por ciento. Esto significa menos recaudación para el erario de lo que se había proyectado.
Luego, está el tema de la inflación. El gobierno presupuestó con una estimación de 3.4% anual. Hoy, la inflación está por arriba del 7 por ciento. Como consecuencia de la guerra entre Rusia y Ucrania, todas las materias primas están al alza: petróleo, gas natural, granos, aluminio, etcétera. En la medida que la guerra continúe, será imposible bajar la inflación a la meta del Banco de México (3% anual).
Lo cual nos lleva a un punto muy importante. El gobierno, por un lado, presupuestó su ingreso con una plataforma petrolera de un millón 826 mil barriles de petróleo diario. El más reciente dato es que la producción alcanzó un millón 783 mil barriles. No estamos lejos de lo proyectado. Por otro lado, en cuanto al precio, el gobierno estimó 55 dólares por barril de la mezcla mexicana de crudo. Hoy está en alrededor de 90 dólares, una diferencia de 63 por ciento. Esto, en apariencia, podría ser una buena noticia para las finanzas públicas.
No es así porque México importa alrededor de 500 mil barriles de gasolina diarios, en promedio, es decir, el 70% de la demanda de este tipo de combustible. El precio de la gasolina depende directamente del costo del petróleo. Si en México la gasolina se le vendiera al consumidor a precio de mercado, como en Estados Unidos, el incremento a consecuencia de la guerra en Ucrania lo pagarían los consumidores. Pero en nuestro país el precio de la gasolina está politizado. El gobierno no lo sube por miedo a perder popularidad. Por tanto, el gobierno, que antes recaudaba cientos de miles de millones de pesos al año del impuesto especial a la gasolina, ahora ya no tiene ese ingreso y, conforme sigan subiendo los costos de la gasolina que importa del extranjero, tendrá que subsidiarlos para no aumentar el precio al consumidor. Todo esto abrirá un boquete enorme en las finanzas públicas.
Si a esto le sumamos la caída en la recaudación por un menor crecimiento económico, la pregunta es qué hará el gobierno con muchos menos ingresos.
Ya se gastaron todos los ahorros que había en los fideicomisos y no parece haber mucho margen para seguir recortando el gasto público. Ergo, queda una solución: endeudarse. Pero el Presidente también prometió que no endeudaría al país. Bueno, pues es hora de decidir e informar qué harán para cuadrar las cifras.
Agréguese que, con la guerra, el precio del gas natural también ha subido. Éste es un insumo fundamental en la generación de energía eléctrica. Si aumenta el gas se incrementa el costo de la electricidad. Pero el gobierno tampoco quiere aumentar este precio por razones políticas. Muy bien. ¿Entonces qué harán?
Dice López Obrador que ya tienen un plan. Bueno, pues que lo den a conocer.
Más allá de solidarizarnos con los ucranianos y condenar la invasión rusa, los mexicanos queremos saber qué hará nuestro gobierno para enfrentar los retos económicos que generará esta nueva guerra. Comienza a vislumbrarse el fantasma de una posible estanflación: cero crecimiento económico o, incluso, negativo, aunado a una alta inflación. El peor de los mundos. El silencio de las autoridades económicas ya no es una opción. Entiendo que el secretario Ramírez de la O no salga a los medios porque no le gusta. Se vale. Pero que nombre un vocero que informe qué tiene en mente el gobierno para enfrentar los retos económicos que implica una guerra en Europa que no estaba en el guion.
Astillero
Michoacán, ejemplo de ineficacia // Fusilamiento o no // Ni un solo cuerpo // Gobiernos fallidos
Julio Hernández López
La Jornada
Una videograbación puesta en redes sociales que daba cuenta de hechos muy preocupantes, pero no exactamente los que enseguida se le atribuyeron (el fusilamiento de 17 personas), concentró la cotidiana angustia que en el país se vive a causa del desbordamiento de la violencia criminal y de la ineficacia de las medidas de los gobiernos (federal y estatales) para contenerla.
Como sucede en los tiempos polarizados que se viven en México, una muy activa porción de contrarios a las políticas del presidente López Obrador aprovecharon las circunstancias para tratar de encajarlas en la cuenta electoral en curso. Con insistencia internética pelearon para imponer la versión del fusilamiento y del alto número de muertos, sin que entonces, ni al momento de redactar estas líneas, hubiera una sola prueba de tales afirmaciones. Es decir, pudieran resultar ciertos el método y la cuantía, pero hasta este lunes en la noche no había un solo asidero en firme para postularlos.
Eso no demerita, sin embargo, el fondo del asunto: en San José de Gracia, cabecera del municipio de Marcos Castellanos (un cura unido al movimiento de Independencia nacional), en Michoacán, un grupo armado colocó a varias personas con las manos en la nuca y de espaldas a la pared, luego de lo cual, conforme al único video específico, se desató una balacera a cuyo final habrían quedado varios cuerpos tendidos, aunque en la grabación de referencia nunca se pudieron ver tales fallecidos ni el momento del presunto fusilamiento, según el término que corrió por casi todas las redacciones de medios de comunicación.
Virtualmente todas las versiones apuntan a que se trató del cumplimiento de una orden de destierro dada por un grupo (el cártel Jalisco Nueva Generación) contra un ex aliado que luego pasó a otra facción y por ello fue avisado de que al poner un pie en San José de Gracia sería ejecutado, lo que sucedió cuando ese personaje asistió, acompañado de guardaespaldas, al velorio de su madre.
El suceso provocó más estupefacción al saberse que cuando, tarde como siempre, las autoridades federales y estatales se apersonaron en el lugar de los hechos, éste ya había sido limpiado y no había un solo cuerpo humano acribillado, aunque sí algunos restos. El propio Presidente de la República reportó en su conferencia matutina de prensa tales detalles, que suelen corresponder al retiro de cuerpos por parte de agresores o agredidos, según las decisiones de los respectivos jefes de los grupos criminales.
A reserva de que se precise si hubo fusilamiento o no y cuántos habrían sido los ahí asesinados, el episodio exhibe la tragedia nacional cotidiana, la descomposición institucional, la ineficacia de los planes presidenciales de dar abrazos y no balazos, la insuficiencia de extender prestaciones asistenciales a ciertos segmentos sociales con el fin de reducir su incorporación a los cárteles y la desproporción entre el empoderamiento militar en otros rubros y la desatención o incumplimiento en cuanto al crimen organizado.
Michoacán, con San José de Gracia como un ejemplo, es una prueba del fracaso de políticas y políticos para enfrentar los temas del narcotráfico y el crimen organizado. Cardenistas, perredistas y ahora el morenista Alfredo Ramírez Bedolla (con meses apenas en el cargo) han gobernado la entidad, con saldo trágico, siempre con ese factor delictivo asociado a campañas, candidaturas y poder público. Las presidencias municipales están abatidas ante la plata o el plomo, prefiriendo casi siempre lo primero.
Y en Los Pinos (sobre todo a partir de Felipe Calderón, luego con Enrique Peña Nieto) tampoco hubo un desapego del poder político respecto al confesamente criminal. Por su parte, el ahora presidente López Obrador prometió en campaña un giro contundente en la materia y no ha conseguido mayor cosa que algunas discusiones casi bizantinas en cuanto a estadísticas de disminución de algunos rubros delictivos.