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Lo que dicen los columnistas

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En México no tenemos un problema de fentanilo, tenemos una epidemia de metanfetamina

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No sabemos a ciencia exacta cuánta gente consume cristal en el país, debido a que la Secretaría de Salud no ha actualizado las cifras desde 2017. Al menos medio millón lo había probado en el último año y 750 mil alguna vez en la vida. Y la cifra ha estallado desde entonces.

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Diego Legrand

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Proceso

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Hoy tenemos que hablar de la metanfetamina. Ese estimulante poderoso y barato que ha inundado nuestro país y que, como buenos mexicanos, escondemos bajo el tapete, esperando que al barrer las penas desaparezcan.

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Si no mal recuerdo, descubrí la amplitud del problema hace un poco más de un año, durante una entrevista con un químico que con el tiempo se volvió mi amigo, llamado Leonardo Luna, dedicado a difundir información y vender reactivos para reducir el riesgo en el consumo. Antes de eso ni siquiera sabía que existía. La había probado, pero sin saber qué era esa droga con la que habían cortado el pedido que hice por internet, como le pasa a tanta gente de mi generación.

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“En México no tenemos un problema con el fentanilo”, me dijo. “Tenemos un problema con la meta y las monas, eso es lo que consume la banda acá, porque son drogas perfectas para la clase trabajadora. México no es un país en el que te puedas tirar en un sofá a esperar que te llegue dinero del Estado, como pasa en Europa, acá toca chambear sí o sí, y el cristal (que es otro nombre que se le da a la meta) es perfecto para eso”, me dijo en sustancia, mientras yo trataba de averiguar en qué estado está este país que dejé hace 10 años para ir a descubrir Colombia.

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No conocía esa droga, porque no es un problema que aqueje a los colombianos. En este mundo hiperglobalizado, en el que todo va a mil por hora, necesitamos estimulantes: drogas que potencian nuestra capacidad para trabajar, estudiar, enfiestar, embriagarnos, bailar, hacer deporte y mil otras cosas más sin tener que descansar jamás. Todos nos creemos el lobo de Wall Street y somos apenas unos corderos que van rumbo al matadero, drogados.

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Para eso está el café, del que te puedes tomar cinco tazas diarias sin que nadie te critique. Aunque otras plantas de su misma familia, como el kratom, sean ilegales en algunas partes, lo que muestra lo estúpida y arbitraria que puede ser esa clasificación. Está la cocaína también, la pasta base y sus derivados, como el bazuco, cargado con ladrillos, que inunda las calles de Colombia y te da un rush de energía, además de una ligera sensación de bienestar. Y está la meta, que llegó a nuestro país por el norte, como una violenta epidemia capitalista e imparable.

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Ya iré explicando por qué uso un lenguaje médico, cuando soy de los que defienden la legalización de todas las drogas como la mejor manera de controlar el consumo, de atender a los adictos y, sobre todo, de reducir la violencia ligada a su ilegalidad que todos conocemos.

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El caso es que me enteré de su existencia por Leonardo y quise averiguar qué tan grave estaba la situación de contagio en nuestro país, y lo más extraño es que me di cuenta de que no lo sabemos realmente. Por inexplicable que parezca, la última encuesta nacional sobre las adicciones data de 2016-2017 y no se ha actualizado desde entonces. La Secretaría de Salud, que ha decidido no contestar nada al respecto (pasando de “tengo otros datos” a “no tengo datos”) y además cambió a la dirección del Consejo Nacional de Salud Mental y Adicciones, ha pospuesto en varias ocasiones la nueva encuesta, quizá porque no quiere que sepamos lo grave que es la situación.

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Pero sabemos que es grave. Ya en 2017 el cristal (criko, hielo, speed, como lo quieran llamar) era una de las drogas más consumidas por los mexicanos, aunque muy por debajo del alcohol, la marihuana y la cocaína. La habían probado más de 743 mil personas alguna vez en la vida y medio millón en el último año. Y desde entonces la demanda explotó. Eso se puede ver en las cifras sobre solicitudes de atención médica hechas por el gobierno mexicano en 2023, en la que las demandas de atención médica por el consumo de anfetamínicos (que comprenden al cristal, pero también al éxtasis y a productos legales) estallaron hasta rebasar a los productos tradicionales que cito más arriba, particularmente entre la juventud.

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Y es que si no lo saben, se lo digo acá. Hoy en día todo el mundo se droga. Bueno, no todo el mundo, pero mucha gente. Los adultos de la generación anterior a la mía no pueden salir a tomar su pausa activa sin fumar un cigarrillo para calmar los nervios que les provoca el café, sin el cual no pueden despertar. Y en las fiestas, los más jóvenes han reemplazado al alcohol por éxtasis, al sexo por amor y a las discotecas por fiestas caseras, fincas y, de vez en cuando, enormes raves para comulgar en masa. Y si quieren mi opinión, es mejor así: hay muchas menos denuncias de agresiones, violaciones, asesinatos con éxtasis que con alcohol, que es una droga muy poderosa que los ignorantes consideran como legítima porque es legal. Como si la potencia de una droga dependiera de su legalidad.

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El caso es que me fui dando cuenta de  que a nosotros, los mexicanos, no nos mandaron el éxtasis relativamente puro que producen los laboratorios europeos, en Holanda o en Alemania. Como pasó con las lavadoras derruidas que nos llegaron después de muchos ciclos de uso en Japón y Corea en el siglo pasado. En cuanto a drogas, nos mandaron lo peor. Por algo es que en Estados Unidos le dicen  a la metanfetamina la cocaína del pobre. Es un estimulante tan poderoso y barato que en lugar de doparte por una hora, como la cocaína, te alcanza para drogarte durante diez horas con un solo pase (inhalado, fumado o inyectado) por la mitad del precio de la coca, y hasta menos si sabes dónde conseguirlo.

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A primera vista no suena mal. Pero con el tiempo se va pagando el precio de esa felicidad artificialmente poderosa. Lo supe cuando fui visité una clínica de rehabilitación del Estado de México, en la que escuché las historias trágicas de los chicas y las chicas que pasaron al pupitre gigante dispuesto por Víctor Quevedo para la ocasión, y cuando diferentes doctores y especialistas me explicaron lo que sucede realmente en el cuerpo con ese estimulante creado para hacer de los soldados unos superhéroes. El placer que te da, el rush, así como la capacidad de inhibir el sueño, el hambre y el miedo, te van consumiendo con el tiempo. Más allá de la droga, lo que realmente te afecta es que dejas de comer y de dormir: se te pudren los dientes y la boca, te salen llagas, te dan ataques de paranoia y de esquizofrenia, sientes insectos bajo la piel. El craving es mucho más duro que con otras drogas. Los ataques de ira, también.

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Como les dije, lo probé en una muy pequeña medida. El par de veces en que probé la metanfetamina me sentí el rey del mundo, el más inteligente, el más cabrón. El más más. No entendía cómo se me podían ocurrir tantas ideas al mismo tiempo, y a la vez, a pesar de haber tenido sexo, no dejar de masturbarme hasta el día siguiente, y aun así seguir con fuerzas y energía. Como si no necesitara descansar para expulsar mi libido, pensar, actuar y seguir viviendo, como si nada. Lo cual probablemente no hable muy bien de mi estado emocional. Pero recuerdo que al día siguiente pensé: qué peligrosa es esta m***a, ¿cómo será sentirse así todos los días? Bueno, ahora lo sé, porque vi el estado en el que deja a sus víctimas. Trabajadores pobres del Edomex, sí, pero también estudiantes clasemedieros que se engancharon a ese placer fácil, ingenieros, abogados, etc. 

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En los centros de rehabilitación que visité en el Edomex alcanzaba a 80% de la población como principal sustancia de impacto. Pero ya lo hacía con 35 a 40% de la clase media de las clínicas de la Ciudad de México que recorrí, también. Está, literalmente, en todas partes. En el caso de los solventes, la mona, que es la otra gran droga de impacto, la clasemedia se quedó tranquila, porque no vio a sus jóvenes caminar encorvados por la calle, con la nariz goteando y los ojos perdidos en el horizonte. Sólo ocurría en el barrio. Pero la meta fue diferente, alcanzó a todos. Sólo que aún no lo saben.

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Pero no quiero sonar moralizador. Insisto: las drogas en sí no son malas ni buenas. No tienen sentimientos, no las antropomorficemos. Suficiente tenemos con la gente que cree que sus gatos y sus perros son sus hijos simplemente porque no soportan a nadie más. El problema es cómo y para qué las usamos, y creo que allí reside el problema de la metanfetamina.

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En la historia de la humanidad (y eso no lo digo yo, lo explican muchos autores, como Araceli Manjón Cabeza y un largo etcétera) las drogas le han servido al ser humano para conectarse. Con la naturaleza, consigo mismo, con su Dios, su espiritualidad. Para entender lo que existe a su alrededor, más allá de lo visible y de las barreras que impone la consciencia. Para tripearse, sí, pero con un objetivo loable. Mientras que hoy las usamos para desconectarnos. Para escapar de la realidad, para olvidar, para embrutecernos y desinhibirnos; lo que llamamos divertirnos. Lo que creemos que es divertirnos, porque así nos lo enseñó el alcohol. La meta es el epítome de ese mal uso que le estamos dando a las drogas. Es la capacidad de olvidar potenciada por un millón.

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Es tan fuerte —y transformada artificialmente en laboratorio con ese fin— que pronto se deja de sentir placer y se toma para no dejar atrás la sensación, para no sentirse mal, para no rascarse la piel, para no sentir nada al final. Ni los riesgos incurridos al tomar la droga, ni los riesgos que se tienen que librar para comprarla, para vender lo que se tiene por una dosis, para robar o mendigar cuanto te permita seguir adelante. Ya no hay obstáculos. Como no sentían miedo los nazis que iban al frente ni los kamikazes que se tiraban de cabeza contra los barcos, estallados con cristal. Es suficiente con meterse un rato a los grupos de FB de crikosos que venden cosas baratas en el Edomex o crikosos calientes para darse cuenta de que pronto dejan de importar las convenciones sociales y sólo importa el placer, pero un placer efímero, que se escapa en la primera voluta de humo y pronto se adhiere a la piel, pegajosa, como la de un sapo. Tóxica. Un placer capitalista y dañino que buscamos porque no conocemos los otros tipos de placeres que existen.

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Por lo que acá volvemos a la cuestión de la ilegalidad. Más allá de que legalizar la droga no aumenta el consumo, contrario a lo que se cree (o al menos no crece más de lo que lo hace en la ilegalidad, como lo demostré en este artículo), quita dinero del bolsillo de los grupos ilegales para dárselo al Estado, libera a las prisiones, permite a la policía concentrarse en tareas que de verdad importan, reduce las tasas de sobredosis y, por lo tanto, el peso sobre el sistema de salud y un largo etc. 

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Legalizar la meta y las otras drogas permitiría darle a entender a los jóvenes que existen otras alternativas de consumo al cristal, igual de placenteras, más interesantes, enfocadas en lo que este mundo necesita. Gente conectada con otras personas y con su entorno, empáticas, no nerviosas y violentas, que es lo que provoca el consumo de estimulantes, facilitados por los cárteles de Jalisco Nueva Generación (que erigió su imperio sobre esa droga) y el de Sinaloa, y por nuestra sociedad; incapacidad de redefinir el paradigma fallido de la lucha contra las drogas y de entender que en una generación en la que —casi— todo el mundo se droga, seguir escondiéndolo no nos va a ayudar en nada, sino que más bien va a permitir que productos cada vez más fuertes se infiltren insidiosamente en las escuelas, las paradas de taxis y autobuses, los puntos de venta, las redes sociales como Facebook, WhatsApp, Twitter, Grindr… Porque hoy en día, la venta se hace sobre todo por internet. Quizá por eso no se enteran de que sus hijos consumen hasta que es muy tarde. Y no, prohibirlo no cambiará las cosas a nivel social. 

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Pero como siempre le hacemos caso a los gringos cuando se trata de cometer estupideces, como mantener una fallida guerra contra las drogas que nos cuesta sangre y lágrimas para que se pueden meter polvo por la nariz con la conciencia limpia y los bolsillos de los políticos y empresarios repletos, probablemente sigamos hablando durante un buen tiempo del fentanilo, que prácticamente no afecta a nuestra población, que de por sí consumía muy poco el opio que mandaba a Estados Unidos antes de que se pusiera de moda el fenta, en detrimento de la verdadera epidemia que tenemos, que es la del uso de solventes (como la mona) que ha ido cediendo el paso a la meta, y que está en todas partes, incluso en las casas de la clasemedia, por más que se quiera negar.

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Número cero

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Sheinbaum-Zedillo, pelea sin taquilla

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José Buendía Hegewisch

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Excelsior

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Las críticas de Zedillo al gobierno de Sheinbaum son tardías y postreras de un expresidente alejado de la política desde hace años fuera del país, y que éste parece ignorarlo. Una entrada en escena a la desesperada como defensor in extremis del proyecto neoliberal que forjó su presidencia, y que también se hundió hace tiempo por el desencanto con sus resultados y nula autocrítica.

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Con el segundo mandato y un cambio de régimen de la 4T, Zedillo se vio obligado a romper un “silencio autoimpuesto” que siguen los expresidentes de las reglas no escritas del presidencialismo mexicano, para salir a la defensa de su obra cuando le arrancan las últimas páginas.

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¿Qué lo hace abandonar la omertà declarativa tras un cuarto de siglo de dedicarse a estudiar la globalización en Yale y trabajar con la ONU? y ¿por qué la 4T carga con todo contra su diatriba sobre el fin de la democracia en el país, la misma que ya ni contesta a la oposición interna? Sólo distracción.

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Zedillo es un referente internacional de una alicaída globalización y de un tipo de arreglo democrático que se derrumbó sobre el tejado de la oposición en 2018. Y que la llegada de López Obrador, eterno opositor desde los años de su gobierno (1994-2000), condujo al derrumbe del modelo de poder compartido PRI-PAN, del que fue artífice para sostener su plan económico de liberalización comercial y privatizaciones; y que ahora, como su custodio, trata de amparar del paso de la página de la historia ante la ausencia de una oposición que, ahora, carga el lastre de su promesa de modernización.

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Justifica alzar la voz como acto responsable y de valor por la inminente “muerte de la democracia” con la elección judicial, que enterraría los avances democráticos y de justicia logrados con gobiernos anteriores.

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Su postura puede entenderse por necesidad de salvaguardar su legado, pero es débil sin una revisión seria de las limitaciones de su reforma judicial de “cuotas y cuates” a modo del poder político; que no consiguió abatir la impunidad y la corrupción judicial, y que allanó el camino a la 4T para ensillar la suya, sin diagnóstico ni diseño.

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Tampoco sin hacerse cargo de la inequidad de su programa económico, con más de la mitad de la población fuera de los beneficios de la globalización; y la carga insufrible del rescate bancario de un capitalismo de “cuates” para salvar a sus empresas, al costo de endeudar generaciones, aunque lo disculpa como la mejor opción en ese momento para evitar la quiebra del sistema bancario, y de que, por lo demás, muchos de ellos hoy estén en las filas de Morena.

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Acusa a Sheinbaum de proteger a López Obrador porque el tablero de la confrontación es con el proyecto que enterró el suyo en una antigua disputa por el dominio de la narrativa del país, pero sin percatarse de que perdió representatividad y credibilidad, al igual que la oposición que lo secunda. La autocrítica no figura en el dogma neoliberal, aunque reclama a la 4T la soberbia del pensamiento único.

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No obstante, es un opositor al que la 4T voltea a ver como símbolo de la ortodoxia neoliberal y por la legitimidad ganada de poner fin al viejo autoritarismo del PRI para abrir la alternancia política que les permitió ganar en las urnas.

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Ese mérito no se puede regatear, aunque el cambio haya sido para que permaneciera un proyecto económico conservador y de instituciones que simularon la modernización política del país, y una hechiza independencia judicial que hoy reclama de sus adversarios. Sus críticas desempolvan viejas polémicas que, como la del Fobaproa, sirvieron de plataforma a la carrera de López Obrador para contrastarla con su propuesta.

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El ataque contra Sheinbaum como extensión del gobierno de López Obrador y la rección de la 4T representan las últimas batallas trabadas entre las figuras emblemáticas de esos proyectos que como enemigos de larga data no pueden desengancharse, aunque no tengan taquilla.

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La batalla postrera de Zedillo es la del general que se tira al frente cuando su ejército ha caído, sin oposición que pueda protegerlo y que, por el contrario, se cubre detrás de él como el refugio de la resistencia. Y que, precisamente por eso, las tropas adversarias quieren derribar con amenazas y acusaciones, tan de alto calibre como inverosímiles, para desacreditar a un último baluarte opositor, aunque poco reconocido en su país.

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La inmaculada percepción

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El arte de incomodar

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Vianey Esquinca

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Excelsior

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En México, hay silencios que pesan más que mil discursos y voces que, con una sola intervención, logran lo que años de conferencias, oposiciones fragmentadas y posteos no han conseguido. Así fue la reaparición pública de Ernesto Zedillo, quien, aunque ya había sacudido el avispero en septiembre del año pasado, ahora se le ha visto más activo. No gritó, no convocó a nadie a marchar ni se subió a la tribuna con un rabioso discurso a la Fernández Noroña, sólo escribió y eso desató la tormenta.

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Bastó su artículo en Letras Libres para que se activaran todos los mecanismos de defensa del oficialismo. En cuestión de horas, pasó de ser una referencia histórica a convertirse en el enemigo número uno de la narrativa presidencial. Felipe Calderón, antes campeón indiscutible del repudio matutino, fue oficialmente desplazado del pódium de la irritación.

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El pecado de Zedillo no fue recordar su propia historia de reformas institucionales como la del Poder Judicial, sino atreverse a cuestionar las actuales. Su crimen imperdonable fue advertir que la llamada “transformación” de Morena no es tal, sino un proceso sistemático de desmantelamiento democrático. Lo dijo con datos, con antecedentes y, peor aún, con memoria.

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La reacción desde el poder fue reveladora. En vez de argumentos, llegaron los señalamientos personales. En vez de respuestas técnicas, los insultos de catálogo, desempolvando al Fobaproa, Acteal y Aguas Blancas. La presidenta Claudia Sheinbaum, heredera directa del proyecto de Andrés Manuel López Obrador, no perdió tiempo en repetir las descalificaciones preferidas de su antecesor.

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Lo que no pudo hacer fue rebatir una sola de las afirmaciones del expresidente. Tal vez porque eso requeriría entrar a fondo en la discusión sobre el papel del Poder Judicial, el debilitamiento de los contrapesos, la cooptación de organismos autónomos o la deriva autoritaria que Zedillo expuso.

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Además, el exmandatario lanzó otra provocación: propuso que las megaobras de López Obrador fueran auditadas por un organismo independiente, igual que el Fobaproa. Es decir, que la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y la destrucción del aeropuerto de Texcoco pasaran por la lupa de la rendición de cuentas. Ahí fue cuando las alarmas se encendieron de verdad.

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El mismo gobierno que presume transparencia absoluta sufre amnesia selectiva cuando se sugiere revisar sus cuentas. Es como aquél que jura fidelidad absoluta, pero tiene pánico a que su pareja revise su teléfono.

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¿Cuál es el temor a una revisión seria del costo real de esas obras, de sus beneficios tangibles y de los daños colaterales que han dejado? El problema es que esa pregunta va al corazón del relato oficial: el de la superioridad moral. Si se admite que también este gobierno tiene cuentas pendientes, si se audita con el mismo rigor con el que se exigió transparencia a los gobiernos anteriores, se rompe el mito de la pureza.

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Eso sí que no lo pueden permitir. El intento de descalificar el pasado sin revisar el presente, de matar al mensajero para no responder al mensaje es el modus operandi de los gobiernos morenistas.

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La reaparición de Zedillo lo convirtió en una figura incómoda, pero indispensable en el debate público. Lo paradójico es que, al tratar de restarle importancia, el gobierno terminó amplificando su voz y en su afán por desacreditarlo, le devolvieron una vigencia que muchos creían lejana. Tras años de discreción, bastó una columna y tres réplicas para sacudir con más fuerza que toda la oposición junta en meses.

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Zedillo fue subversivo porque no exigió lealtad, sino legalidad y en estos tiempos, eso parece ser imperdonable.

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Hacia la semana laboral de 40 horas

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Marath Bolaños López*

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La Jornada

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Algunos conciben el 1º de mayo como un día meramente festivo. Pero no lo es. Se trata de un día para recordar y, sobre todo, reivindicar a los Mártires de Chicago: un grupo de sindicalistas que fueron condenados a muerte por luchar a favor de la reducción de las horas de trabajo. En sus pancartas se leía: Ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa. Este lema sintetizaba una postura que es tanto política como existencial: en la vida de las personas debe existir un balance entre el trabajo, el descanso y el disfrute.

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La primera vez que en México se hizo una movilización masiva para rememorar a los Mártires de Chicago fue el 1º de mayo de 1913, durante el gobierno del traidor y usurpador Victoriano Huerta. Ese día, 25 mil obreros vinculados a la Casa del Obrero Mundial no asistieron a sus puestos de trabajo y, en su lugar, salieron a las calles para protestar. Marcharon hasta la Cámara de Diputados, en donde entregaron a los diputados simpatizantes de Francisco I. Madero un documento con una serie de demandas que incluían no sólo el reconocimiento pleno a la Casa del Obrero Mundial, sino también el pago por accidentes de trabajo y la reducción de la jornada laboral.

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El Día del Trabajo trae la historia al presente, pero también nos lleva a una reflexión profunda sobre la condición humana. Desde hace siglos se discute acerca de qué nos hace humanos a los humanos. Algunos dicen que somos Homo sapiens y lo que nos distingue es la razón. Otros dicen que somos Homo symbolicus y lo que nos distingue es la capacidad de generar símbolos y conceptos. Otros dicen que somos Homo ludens y lo que nos distingue es poder jugar. Y hay quienes pensamos que, más bien, somos Homo faber, porque lo que nos hace humanos es el trabajo. Gracias al trabajo podemos transformar la naturaleza para satisfacer nuestras necesidades colectivas y, al mismo tiempo, dar sentido a nuestra existencia.

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El trabajo reafirma lo humano, pero no debe ser lo único que hacemos como personas. Es decir, debemos trabajar para vivir, pero no vivir para trabajar. El bienestar personal y colectivo sólo puede surgir con la construcción de un balance equilibrado entre el trabajo, el descanso y el disfrute. Esta reinvindicación humanista ha estado presente en la lucha de las y los trabajadores mexicanos desde hace más de 100 años. No hay que olvidarlo: las masas revolucionarias se levantaron en contra del régimen autoritario y oligárquico de Porfirio Díaz, precisamente para terminar con la lógica de explotación laboral. Su triunfo quedó materializado en el artículo 123 de la Constitución de 1917 (en el cual, entre otras cosas, se estableció una jornada laboral de ocho horas y un día de descanso por cada seis de trabajo).

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Cada Día del Trabajo es fundamental rememorar a las y los trabajadores que han dado su vida por lograr un balance entre el trabajo, el descanso y el disfrute, pero también continuar con su lucha. Por eso, el pasado 1º de mayo anunciamos con enorme entusiasmo que, por instrucciones de nuestra Presidenta, comenzaremos con la instauración paulatina y gradual de la semana laboral de 40 horas en nuestro país.

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Reduciremos de forma gradual la semana laboral hasta llegar, a más tardar en enero de 2030, a un total de 40 horas semanales. Atendemos así una demanda histórica del pueblo de México, que fue asumida desde un inicio por la presidenta Claudia Sheinbaum como un compromiso, el número 60, para avanzar en el Segundo Piso de la Transformación.

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Como ha sucedido con toda la política laboral de la Cuarta Transformación, este histórico cambio se hará mediante un proceso de diálogo en el cual se tomará en cuenta a todas las personas involucradas. Escucharemos a las trabajadoras y trabajadores, así como a las patronas y patrones. De esta manera se llegará a una serie de acuerdos que permitirán establecer un nuevo panorama laboral que, estoy seguro, traerá bienestar para todas y todos.

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Por ello convocaremos a los diversos sectores de trabajadores, empresarios, académicos y demás interesados para que del 2 de junio al 7 de julio de este año dialoguemos en una serie de foros que la Secretaría de Trabajo organizará en diversas ciudades del país para construir una propuesta de cómo llegaremos paulatina y gradualmente a la semana laboral de 40 horas. El objetivo primordial es construir en colectivo un modelo justo y eficaz para cumplir esta demanda histórica del pueblo de México.

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Hay que tenerlo claro: como lo han probado científicamente empresarias, empresarios, trabajadoras, trabajadores, economistas y demás especialistas, reducir las horas de trabajo no disminuye la productividad ni reduce el valor generado. Lo que hace es dignificar la existencia de las y los trabajadores, devolviéndoles horas de su vida cotidiana y valorizando el trabajo que realizan semana a semana. En este sentido, se trata de una de las políticas que mejor condensa el espíritu del humanismo mexicano.

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Con esta medida impulsada por la presidenta Sheinbaum, estaremos devolviéndoles a las y los trabajadores de México ocho horas a la semana para que puedan usarlas como mejor les convenga. Estamos convencidos de que, poniendo este tiempo libre en sus manos, se contribuirá al desarrollo nacional, al bienestar de sus familias y a la felicidad de cada una y cada uno de ustedes.

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(Texto basado en el discurso dado el pasado 1º de mayo en el contexto de la conmemoración del Día del Trabajo, que fue encabezada por la presidenta Claudia Sheinbaum.)

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* Secretario del Trabajo y Previsión Social.

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La senda de Vietnam al desarrollo

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Rolando Cordera Campos

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La Jornada

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El martes pasado fui invitado a participar en un conversatorio organizado por la Facultad de Economía de la UNAM en torno a Vietnam y una nueva era de desarrollo; los contertulios fuimos el embajador de ese país, Nguyen Van Hai; la directora de nuestra facultad, Lorena Rodríguez, y los colegas y amigos Dong Nguyen Huu y Clemente Ruiz; conversatorio al que habría asistido con interés y gusto el querido amigo Eugenio Anguiano Roch, fallecido recientemente. Eugenio fue miembro fundador del Grupo Nuevo Curso de Desarrollo, luego de una larga y fructífera carrera como servidor público, embajador y académico respetado y querido por colegas y discípulos. Eugenio fue nuestro primer embajador en China (1972). Querido amigo, reconocido pensador sobre México y la globalidad, lo extrañamos ya y recordaremos como colega, amigo, compañero afectuoso.

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El de Vietnam ha sido un pueblo combativo y ejemplar, ingenioso y valeroso; toda una lección de hacer historia y construir el desarrollo. De haber sido un país que después de su desigual guerra con Estados Unidos parecía no tener mayor futuro, fue capaz de diseñar y poner en acto estrategias y políticas transformadoras que lo han vuelto un caso singular: Ser una nación que ha experimentado la segunda mayor tasa de crecimiento económico mundial, después de China en los últimos 25 años: 7.2 por ciento anual; con una característica singular sobresaliente: creciente equidad. (Mauricio de Maria y Campos, Vietnam lanza una industria automotriz nacional con futuro ¿Y México?, El Financiero, 5/3/2019).

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Su ejemplo nos convoca a recuperar y poner en el centro de las discusiones la noción de desarrollo, como proyecto e idea fuerza. Es a partir de un recorrido cuidadoso por esta nueva ruta de los vietnamitas, ahora pacífica y creativa, que podremos reconocer la extraña pasividad, la negación como política, en que hemos caído a lo largo de los últimos 30 años sin desarrollo.

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Partimos de plataformas diferentes para encarar los desafíos y trilemas de una globalización para la que no estábamos del todo listos. Imaginemos la circunstancia vietnamita luego de decenios de conflictos con Francia, Estados Unidos y China; un país con millones de campesinos y la imperiosa necesidad de asumir el pasado sin olvidarlo, pero para volverlo punto de partida de una auténtica gesta desarrollista.

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Urge modular visiones y reflejos históricos, más ahora, cuando predomina la incertidumbre y se busca imponer la ley del más fuerte. Reflexionar y deliberar en torno al desarrollo implica repensar su significado y potencial, poner en el centro nuestros mandatos históricos de justicia y equidad, que hoy tienen que ver con la búsqueda de la igualdad, la garantía plena de los derechos humanos, el respeto como norma inequívoca de la política y el ejercicio del poder.

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Vietnam es, desde luego, su firme resistencia combativa que conmovió a millones. Hoy es su capacidad e ingenio para implementar unas políticas transformadoras que le permitieron integrarse creativamente a un mundo prodigioso pero hostil.

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Vietnam es recordar que en los años 80 el Partido Comunista lanzó el programa Đôi Mó’i hacia una economía de mercado que, en palabras del embajador Nguyen Van Hai, ha llevado a la economía vietnamita a estar entre las 40 más grandes del mundo en términos del PIB y entre las 20 principales en volumen de comercio internacional, gracias a un crecimiento económico sostenido.

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Pienso que caminos como el seguido por Vietnam (siempre en la memoria el Sendero de Ho) dan cuenta de otros realismos históricos marcados por la pluralidad y la diversidad, la flexibilidad y la resistencia. Sus alcances nos muestran que es posible rescribir la agenda para una globalización con rostro humano, que tenga en la conservación de la naturaleza y la creación de empleos decentes sus pilares. Así será posible impulsar (y rencauzar) el crecimiento económico, base imprescindible para tener desarrollos socialmente sostenibles, con criterios de solidaridad y de justicia social.

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“Vietnam pudo surgir de las cenizas de la guerra –de acuerdo con De Maria y Campos, muy estimado y extrañado compañero– gracias a un poderoso y visionario gobierno que aprovechó una razonable dotación de recursos naturales, un mercado interno potencialmente importante y su posición geoestratégica (…) para configurar un proyecto nacional que ha seguido obstinadamente con gran disciplina, perseverancia, organización, formación sostenida de recursos humanos, construcción institucional y políticas eficaces de ahorro-inversión-innovación”.

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Éste es un ejemplo orientador, que los incansables vietnamitas vuelven sendero a seguir. Con el respeto debido, traduciría la fórmula vietnamita como sigue: necesitamos fortalecer el liderazgo del Estado –social, de derecho y derechos– y hacernos cargo de ir conformando una moderna economía de mercado. Para repartir más y mejor.

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