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AMLO en la ONU: la narrativa solidaria y sus limitaciones

Olga Pellicer

Proceso

El intercambio con otros jefes de Estado, objetivo importante de algunos encuentros internacionales, no tiene lugar. Los principales interlocutores del discurso que pronunció López Obrador fueron el secretario general, António Guterres y, desde luego, los ciudadanos mexicanos.

La participación del presidente López Obrador en el Consejo de Seguridad de la ONU despertó enorme atención en la opinión pública nacional. Fue un tanto desconcertante su interés en asuntos internacionales de los que, tradicionalmente, está desconectado. Más aún, en los últimos días sus mañaneras han estado acompañadas de comentarios muy poco favorables a eventos internacionales, como la reunión del G20 en Roma y la Cop26 que transcurrió hasta el día 12 en Glasgow. Según su punto de vista, se trata de eventos innecesarios, costosos, plagados de hipocresía, que poco contribuyen a la solución de los problemas que los convocan.

Dados tales sentimientos, parece poco congruente acudir a una sesión del Consejo de Seguridad (CdS), que carece de un atractivo particular para el jefe del Ejecutivo. Cierto que, según el procedimiento de presidencia rotativa de ese órgano, en este mes de noviembre le corresponde presidir a México. Pero esto no le otorga ningún significado especial. La agenda ya está establecida, los participantes son los jefes de delegación; no asisten ministros de Relaciones Exteriores ni otros funcionarios nacionales de alto nivel. El intercambio con otros jefes de Estado, objetivo importante de algunos encuentros internacionales, no tiene lugar. Los principales interlocutores del discurso que pronunció López Obrador fueron el secretario general, António Guterres y, desde luego, los ciudadanos mexicanos que seguimos en vivo y con enorme curiosidad lo que iba a proponer.

A primera vista, la decisión de ir al CdS es un paso en la buena dirección. Puede ser la señal de un giro que lleve a López Obrador a tomar en cuenta lo que ocurre en el mundo para darle prioridad a retos importantes para el desarrollo nacional. En efecto, es necesario tomar conciencia de los efectos devastadores de la pandemia que no se acaba, del acelerado calentamiento de la Tierra y sus consecuencias para la intensidad de los desastres naturales o de los cambios tecnológicos que modifican la forma de vida a lo largo del mundo, pero cuyo control y conocimiento se nos escapan. Sin embargo, esos temas no forman parte de la lectura de los problemas nacionales que, a menos de manera pública, lleva a cabo el jefe del Ejecutivo.

Ahora bien, el discurso pronunciado por AMLO en la ONU no incorporó ninguna reflexión sobre el difícil momento que atraviesa la situación mundial. El meollo de su propuesta fue la creación de un Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar cuyo financiamiento provendría de tres fuentes: 4% de las fortunas de las mil personas más ricas del planeta; 4% de las mil corporaciones privadas que destacan por su valor en el mercado mundial, y 0.2% del PIB de cada país miembro del G20.

Tales fondos, que podrían alcanzar hasta 1 billón de dólares, estarían destinados a programas asistenciales, como pensiones para adultos mayores, becas para jóvenes y discapacitados o actividades productivas subsidiadas, como Sembrando Vida. Los recursos irían directamente a los pobres del mundo, sin intermediación alguna para evitar la corrupción. En resumen, se trata de universalizar los programas asistenciales de la 4T, acompañándolos de la narrativa de solidaridad y búsqueda de la felicidad a través del principio de “primero los pobres”.

Siguiendo su estilo personal, AMLO no pudo resistirse a la confrontación, reclamando al secretario general “que la ONU despierte de su letargo y salga de su rutina del formalismo; que se reforme y que denuncie y combata la corrupción en el mundo, que luche contra la desigualdad y el malestar social que cunden en el planeta con más decisión y liderazgo”. El reclamo fue injustificado en una sesión en la que el secretario general –uno de los dirigentes internacionales que mayormente se han esforzado por colocar la desigualdad al centro de la agenda de la ONU– pronunció un discurso en el que asumía, justamente, el liderazgo que solicita López Obrador.

Tocará a nuestro representante ante la ONU, Juan Ramón de la Fuente, llevar esa propuesta a la Asamblea General, donde será necesaria una extraordinaria labor diplomática para sacar adelante una resolución que, adecuada a las realidades de la ONU, rescate algunas ideas de la propuesta de AMLO y consiga un elevado número de votos a favor.

La participación de López Obrador en el Consejo de Seguridad de la ONU, iniciada ya la segunda mitad de su sexenio, es una buena ocasión para identificar éxitos y limitaciones de un gobierno pleno de enigmas sobre los fines que persigue y las metas que cumple. La utopía del Fondo del Bienestar ilustra bien la brecha entre narrativa y viabilidad, entre la bondad asistencialista y lo incierto de los logros a largo plazo para avanzar, más allá de la subsistencia, hacia niveles más altos de bienestar.

El mundo pospandemia se adentra en situaciones estructurales de desigualdad entre países y al interior de los países que están precipitando niveles crecientes de violencia y fracturas del tejido social que son cada vez más difíciles de remediar. Tales circunstancias abren muchas posibilidades a ilusiones mal sustentadas, a esperanzas que no lleguen a puerto, a promesas que no se puedan cumplir.

El presidente López Obrador tiene un enorme capital político. Es uno de los dirigentes que ha logrado mantener alta popularidad y la confianza de sus seguidores, a pesar de los efectos devastadores de la pandemia y a pesar de los múltiples problemas no resueltos que están en el horizonte de su país: violencia, retraso educativo, energía contaminante, entre otros. Su participación en el Consejo de Seguridad fue, al mismo tiempo, ejemplo del uso de una narrativa solidaria convincente para muchos de sus seguidores y una llamada de atención sobre la enorme incertidumbre sobre el destino de sus propuestas. Queda la mitad de un sexenio para saber hasta dónde llegan los resultados de su lucha por los pobres.

Nadando entre tiburones

¿Nadie sabe para quién trabaja?

Víctor Beltri

Excelsior

“Sin cambiarle ni una coma”, exigió el Presidente de la República al Congreso, al someter a su consideración el Presupuesto de Egresos de la Federación para el próximo año. Un presupuesto absurdo, que no responde a los intereses de la nación, sino a los de una sola persona, y su —muy particular— visión de lo que debería ser el país.

El presupuesto se aprobó hace unos días, sin cambiarle ni una coma, entre aplausos y “mañanitas”. El absurdo continuará un año más, y los recursos para el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas o el aeropuerto en Santa Lucía están garantizados, a pesar que su viabilidad no rebasa la de una estrategia política. El Tren Maya, en realidad, no va a ninguna parte; la refinería quedará rebasada por los autos eléctricos, el aeropuerto no servirá más que como una base para operaciones de carga.

La evidencia está a la vista de todos, aunque pareciera que sólo puede advertirla quien esté dispuesto a aceptarla. Para el resto es más sencillo dejar de pensar, repetir consignas, asumir que la popularidad de un mandatario será suficiente para justificar sus errores por siempre. Los diputados de la 4T cumplieron con el capricho del Presidente, aunque —tras los festejos— la realidad se encargará de abofetearlos de nuevo. La gente sigue muriendo por la pandemia, los puestos de trabajo se pierden, los medicamentos no llegan; los niños con cáncer siguen sin tratamiento, los feminicidios aumentan, la clase media desaparece. Los legisladores, mientras tanto, sólo esperan que su pastor esté contento. Como buen rebaño.

La oposición —mientras tanto— continúa pasmada ante una situación que no comprende. Los partidos políticos se ahogan en sus propias crisis, y se enfrentan a divisiones internas provocadas por sus propios dirigentes, aferrados al poder; la sociedad civil no se atreve a levantar la cabeza, y se refugia tras unas cuantas figuras cuya agenda personal nadie conoce a ciencia cierta.

Es lo que hay, es cierto, pero no es lo suficiente para ganarle a Morena. La evidencia está a la vista de todos, aunque sólo pueda advertirla quien esté dispuesto a aceptarla: en la configuración actual, el único beneficiario de los pleitos al interior de los partidos es el Presidente de la República. La alianza se tambalea y, entre un PRD exangüe, un PRI que se apresta a ejercer de bisagra y un PAN que no es capaz de convencer —ni siquiera— a su propia militancia, será muy difícil construir una candidatura capaz de triunfar sin hacer más grave la polarización entre la ciudadanía: es preciso entender que, a pesar de lo seductor que pudiera sonar en términos electorales, en el momento en que cualquier candidato opositor ofrezca órdenes de aprehensión, como promesas de campaña, todos habremos perdido. En este momento, más allá de quién gane o pierda, lo importante es garantizar una transición pacífica que nos permita salir de esta pesadilla.

Es lo que hay, dijimos, pero no es lo suficiente para ganarle a Morena sin provocar una guerra civil en el camino. Es momento de estadistas, que no de pastores. La oposición no es un rebaño, y sus dirigentes se equivocan al exigir lealtad absoluta por parte de la militancia: para poner un ejemplo basta y sobra la reciente desbandada panista en el Senado. En este sentido, la presidencia de Marko Cortés se ha convertido en un lastre no sólo para su partido, sino para la democracia misma.

El PRD no tiene fuerza; en el PRI no se puede confiar. La debacle en el PAN se agrava, y la obcecación de Marko Cortés por seguir en el poder se ha convertido en el factor que podría desintegrar no sólo al partido, sino a la alianza opositora entera. Nadie sabe para quién trabaja. O quizá sí.

Astillero

Presupuesto: aprobación prevista // PAN y PRD anuncian venganzas // Mario Delgado y el dinosaurio // Morena amaneció con poder

Julio Hernández López

La Jornada

El resultado estaba más que cantado, pues los opositores al obradorismo no ganaron en las urnas el número de curules que pudiera impedir a la mayoría, integrada por el partido guinda y sus aliados, la aprobación del Presupuesto de Egresos de la Federación para 2022. El triunfalista fuego de artificio de los partidos Acción Nacional, Revolucionario Institucional y lo que queda del de la Revolución Democrática, luego de las elecciones intermedias de este año, quedó confirmado como puro humo a la hora de la incontestable realidad aritmética en San Lázaro.

Aun así, los panistas y los priístas pelearon en términos simbólicos para tratar de frenar lo que sabían que no podrían, logrando forcejeos declarativos y cruce de insultos a cuyo final terminó siendo aprobado, sin modificación alguna, el proyecto de distribución del dinero público que había sido diseñado en Palacio Nacional y al que el partido en el poder, Morena (como antes el priísmo o el panismo, en sus circunstancias), acuerpó sin fisuras ni reservas. ¡Cumplido el encargo, señor Presidente (cumpleañero, por lo demás, con coro de Mañanitas nada divisorio de poderes en el propio San Lázaro)!

El desenlace tan avistado desde junio no fue asumido por los adversos al andresismo como una batalla consumida en sí misma: el panista Jorge Triana adelantó una supuesta postura de rechazo absoluto a la iniciativa de reforma eléctrica y a otras propuestas presidenciales de modificación constitucional que requieren mayoría calificada (dos tercios de los votos).

Una venganza posdatada: dado que no aceptaron ninguna modificación en el tema presupuestal, en adelante no aceptaremos ninguna negociación para apoyar lo eléctrico y otras propuestas de AMLO, fue en esencia lo que dijo Triana, escénico al grado de decretar desde ya la muerte de esos proyectos. Algo parecido repitió ese algo conocido como PRD.

En el PRI parecieron suscribir la esquela diseñada por el PAN, pero le agregaron un guiño más al entendimiento por venir: sí, pero no, o no tanto, fue lo que medio expresó Rubén Moreira, el ex gobernador de Coahuila que ahora coordina la bancada tricolor de diputados, dejando la puerta abierta para votar con Morena más adelante.

En entrevista con Miguel Ángel Velázquez (https://bit.ly/3qDp8Rk), Mario Delgado hizo malabares de simplismo para tratar de justificar su gestión plena de pragmatismo degradante: Nos cambió la realidad. Tras las elecciones (de 2018) , Morena amaneció como el partido más grande de México, el partido en el poder y uno de los movimientos sociales más importantes del mundo; entonces Morena extravió la tarea, hoy lo tenemos muy claro.

La argumentación de Delgado pinta a su partido como una especie de nuevo rico electoral que, parafraseando a Augusto Monterroso con su dinosáurico cuento más corto del mundo, cuando despertó, el poder ya estaba ahí. Ignora o pretende ignorar que el movimiento cívico, político y electoral devenido en Morena lleva casi dos décadas de lucha y maduración y que ha creado cuadros no sólo para el ejercicio del gobierno federal, sino también para lo electoral, aunque en este terreno dichos cuadros sean desplazados justamente por las maniobras del ebrardismo-delgadista.

Fácil es arrojar la piedra al pasado, a los otros (claro que pesan los vicios que se arrastran de otros partidos que hoy participan en Morena), aunque lo justo y trascendente sería que dicho presidente de Morena fuera capaz de frenar tales vicios y arrastres y no encumbrarlos, como hizo en los comicios de este año y pretende hacer ahora con las postulaciones a dedo, con disfraz de encuestas, para candidaturas en seis estados en 2022.

Y, mientras el hipotético precandidato presidencial opositor (HPPO), Lorenzo Córdova, ha dicho que el recorte al presupuesto del Instituto Nacional Electoral pone en riesgo la organización del proceso de revocación de mandato que, paradójicamente, está siendo promovido por la misma mayoría legislativa que aprobó el Presupuesto de Egresos para 2022.

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