Columnas Escritas
LO QUE DICEN LOS COLUMNISTAS
Juegos de poder
Al comisario le disgustó la boda
Leo Zuckermann
Excelsior
Santiago Nieto y Carla Humphrey tienen todo el derecho de organizar una boda como se les pegue la gana. Si es cara o carísima es muy su problema, siempre y cuando el dinero que se gasten sea bien habido. Pueden ahí acabarse sus ahorros o endeudarse de por vida. Es una decisión privada.
El error del extitular de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) fue olvidarse de quién era su jefe. La intolerancia del presidente López Obrador con las fiestas de boda de sus subordinados. Claramente le disgustan.
Ya le había pasado a uno de sus más fieles colaboradores que se sopló años enteros acompañándolo por todo el territorio nacional como líder de la oposición. Me refiero a César Yáñez, quien también cometió el pecado de organizar una boda suntuosa antes de que comenzara el sexenio. El problema con ese matrimonio es que las fotos de la fiesta se publicaron en la revista de sociales ¡Hola! Las consecuencias resultaron devastadoras para Yáñez, a quien lo relegaron del gobierno, dándole un puesto insignificante en la nueva administración.
Esto, como todos, lo sabía Nieto. Supongo que por eso decidieron hacer una boda lejos de México. Se fueron hasta Guatemala a matrimoniarse. Querían discreción. Pero aquí la pareja cometió otro error. Ambos, por su historia y cargos públicos, han hecho muchos enemigos políticos quienes querían perjudicarlos. Qué mejor que filtrar a la prensa los detalles de una boda de esas que tanto enojan al jefe López Obrador. Y, ¡oh sorpresa!, el jolgorio salió publicado nada menos que en el periódico que le produce más acidez estomacal al Presidente: Reforma.
Para acabarla de amolar, la boda estuvo acompañada de un escándalo que involucró a la secretaria de Turismo del gobierno de Claudia Sheinbaum. Nada menos que se fue a Guatemala en un avión privado. Y, además, al llegar a su destino, las autoridades guatemaltecas encontraron siete sobres con 5 mil dólares cada uno, lo cual, como era de esperarse, calentó las mentes más sospechosistas del país.
Total, que se armó el escándalo. Cuando se le preguntó al Presidente qué opinaba de lo sucedido, aprovechó para remarcar uno de sus temas favoritos, la relación de la prensa con los gobiernos pasados.
En cuanto a la boda de Nieto, AMLO dijo: “Antes no se conocía nada, había mucha ostentación, mucho derroche, pero todo se silenciaba; ahora no, por eso hay que recomendarles a los servidores públicos que actúen con moderación, con austeridad y que sigan el ejemplo de Juárez, que decía que el servidor público debía aprender a vivir en la justa medianía. Todo esto que se echó por la borda durante el periodo neoliberal, durante el periodo de saqueos y de corrupción, que estamos superando, pero que todavía quedan inercias”. El Presidente remató
recomendando que el “servidor público –escucha Nieto– tiene que evitar ese tipo de situaciones. Yo por eso no voy a eventos sociales”.
La suerte estaba echada para el titular de la UIF. Horas después, se anunciaría su renuncia. Había sido señalado por el dedo flamígero de AMLO.
Nieto y Humphrey pecaron de desmemoria, ingenuidad e imprudencia. Se les olvidó quién es López Obrador, un personaje que no se tienta el corazón cuando se trata de castigar a aquellos que, según él, no guardaron las formas.
¿Cuáles formas?
Las que él define. Y ése es el problema. No hay reglas establecidas. Le corresponde al jefe definir cuál boda es aceptable y cuál no, aunque se paguen con recursos privados bien habidos. El Presidente juzga qué es la moderación adecuada, cuándo un evento privado es ostentoso. En este sentido, AMLO es el comisario de lo políticamente correcto, aunque a veces no sea muy consistente que digamos al tolerar conductas nada austeras y honestas de otros de sus colaboradores.
Entiendo que venimos de un periodo donde hubo muchos excesos y boato de los gobernantes. La diferencia es que utilizaban recursos públicos para estos lujos. Daban suntuosos banquetes con cargo al erario. Volaban en aviones privados que en realidad eran públicos. Había que terminar con todo eso. Celebro que AMLO lo haya hecho. Pero, de ahí a meterse en la vida privada de cómo gastan los funcionarios públicos su dinero bien habido, hay una enorme diferencia. Eso ya cruza una frontera muy peligrosa, porque hoy son las bodas, pero mañana puede ser el número y marca de zapatos que usan los servidores públicos.
De naturaleza política
¿Debía irse Santiago?
Enrique Aranda
Excelsior
Carla al “gato” Félix: ¡Usted será un violador siempre! Ups.
Por su incontrolada necesidad de reconocimiento y aplausos, de su ego, Andrés Manuel López Obrador, y el gobierno de la 4T con él, acabó siendo víctima y pagando un altísimo precio (político) de algo que él mismo ha prohijado: la defensa a ultranza, sumisión (al jefe) y extremo cuidado de la imagen del tabasqueño… particularmente en horas previas a un evento singular, cual viaje a Nueva York para comparecer ante el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Advertidos desde un primer momento que el tema central de su exposición en la emblemática instancia no sería otro que la urgencia de dar forma a un frente internacional de lucha contra la corrupción —“es el principal problema del planeta”, aseguró ayer—, la “escandalosa” boda del ahora extitular de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) Santiago Nieto Castillo con la consejera del (odiado) Instituto Nacional Electoral (INE) Carla Astrid Humphrey Jordan el sábado, en
Antigua, Guatemala, puso en estado de alerta roja al círculo íntimo del Ejecutivo que, aceptemos, poco o nada debió hacer para conseguir primero la renuncia del otrora “apapachado” adalid de la supuesta lucha contra la corrupción —verdugo, en verdad— y, cuestión de minutos, la aceptación de aquella por parte de su jefe…
Es verdad que no fueron pocas las circunstancias que (ahora se dice fueron “inducidas” desde Cuajimalpa) debieron combinarse para generar el escándalo mediático en que acabó convertida una ceremonia y festejo privados que, reconozcamos, fueron preparados cuidando al máximo la secrecía o discreción en que debía realizarse, como lo es que tanto en el interior de Palacio como de la sede del otrora “autónomo” gobierno de la Ciudad de México, se supo con tiempo suficiente del evento y las condiciones en que se llevaría a cabo por lo que, de así haberse querido, se habría advertido de los “riesgos” implícitos…¡algo que finalmente no ocurrió!
De ahí es que superado el primer momento del escándalo y asumidas las consecuencias inmediatas –la renuncia del otrora llamado hijo por parte de YSQ y la de la ahora extitular de Turismo Paola Félix Díaz, cuyo único pecado, por cierto, fue estar en el lugar equivocado a la hora equivocada– no son escasas las dudas surgidas y mucho menos las interrogantes sobre si el lío no fue resultado de un montaje o, en el mejor de los casos, del aprovechamiento de coincidencias que, vale decir, en política no existen…
Asteriscos
* Férreo defensor de la vida desde el momento de la concepción y de la familia, así como del derecho a la libertad religiosa, el obispo de Cuernavaca, Ramón Castro y Castro, fue elegido ayer secretario general de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) que, a su vez, reeligió a Rogelio Cabrera, de Monterrey, como presidente. Bien…
* Sin duda, revelador el silencio cómplice que, ante la antidemocrática e ilegal (cuarta) reelección del dictador y asesino Daniel Ortega Saavedra en la presidencia de Nicaragua decidió guardar el gobierno de la 4T. Optaron, no sin razón ciertamente, por aquello de que “calladitos se ven más bonitos”…
Gobernabilidad
Luis Linares Zapata
La Jornada
La constante irrupción de conceptos ligados al pueblo y, en especial, a esa parte de los desposeídos es de reciente aportación. Y lo es por obra y empuje de la presente administración. El complemento de tal irrupción se encuentra en otro concepto, el de la desigualdad como triste realidad existente. Juntos han cambiado no sólo el día con día de la política, sino su horizonte mismo. Para quienes claman por enjuiciar a López Obrador y su equipo de trabajo, por ser una completa nulidad, hay que ponerlos frente a esta dualidad básica.
Durante la larga noche neoliberal, con su modelo concentrador, el discurso y demás componentes de la narrativa excluyó nombrarlos y, por tanto, a sus referentes de carne y hueso. Súbitamente, ocuparon el lugar que les corresponde en el quehacer público. Y de ahí no se han bajado ni contrariado durante los tres años transcurridos del sexenio actual.
Hablar es gobernar, declaraba orondo un ex presidente del país. En efecto, algo o mucho de ello se compagina con la labor de conducir a una nación. Habrá que añadir, a tal sentencia, otra parecida: estar es gobernar. Este par adicional de frases se enraíza, con todo rigor, en la cotidiana labor del presidente López Obrador. Se le ve trajinar por la República sin descanso y todas las mañanas aparece en el estrado de palacio para informar, para polemizar, para aclarar o introducir sus puntos de vista de cara a la disputa que se está llevando a cabo. Es por esto que preguntarse el porqué de su aceptación entre la población; o cómo es posible que, en medio de la polarización desatada, pueda infundir respeto entre la mayoría de la gente, pueda ser hasta tachado de baladí.
Ciertamente, buena parte de la respuesta se debe a que día con día no para de retocar la suerte de los marginados, clamar por mejorar su estado y acercarles instrumentos de salida. La constante preocupación que tiene por encontrarse con pueblo y atender la pobreza, atenuar el abandono secular y buscar el bienestar para todos, lo lleva a entrar en empático contacto con esas desvalidas capas sociales.
Muy pocos asuntos, del quehacer político, se ignoran en las mañaneras o en los puntillosos recorridos sobre el terreno. Se forma así una íntima relación con lo fundamental de un gobierno: su capacidad de, efectivamente, gobernar.
La opositora crítica constante, con flagrantes escenarios terminales que incluyen, con frecuencia inusitada, pronósticos de derrota, de crisis, de tragedia finalista, chocan de frente con la perseverante tarea presidencial. Y, sobre todo, con sus posiciones basadas en los afanes de justicia. Trátese de visitar a los agredidos mormones del norte, de iniciar un programa de agua para La Laguna, pedir perdón a los pueblos yaquis, o la pavimentación de carreteras para los municipios abandonados.
Es por ello también que todos los seudoanálisis de su carácter, de su personalidad o de su íntima coherencia no logran mellar el apoyo popular. Poco importa, por lo demás, que esos ejercicios de crítica lleguen a extremos de insulto plagado de coraje. Es por eso también que la disputa desatada sobre la iniciativa de reforma eléctrica tiene y, acrecentará, la comprensión y apoyo de la sociedad. El solo recuerdo de esos tiempos pasados, ya idos por fortuna, donde la opinocracia calló cuando se llevaron a cabo las famosas reformas que salvarían a México se aparejan con apoyos a AMLO.
Y se callaron por la sencilla razón que les convenía, fuera por coincidir con ellas o porque les interesaba de manera personal. El caso está que, además de evitar la crítica, manifestaron su completo acuerdo. El despejar lo escondido tras las falsas promesas de mejorar precios de combustibles y de la energía o limpiar el ambiente acudiendo a las reglas del mercado, va penetrando en la conciencia ciudadana. Y lo hace a pesar de la franca desventaja comunicativa con el sistema establecido.
Es notorio, por otro lado, el afán de la oposición para agrandar, desviar o malinterpretar cualquier opinión o hecho que pudiera contrariar la marcha del país o de alguno de los programas federales. Una frase del embajador Ken Salazar al visitar palacio se torna, de súbito, en inminente enfrentamiento con el presidente Biden o en condena a la reforma eléctrica. Traslucen así una forma de regocijo, además de infantil y poco patriótico, bastante alejado de las complejas relaciones entre las dos naciones. De esta torcida manera, la oposición y sus muchos aliados difusores no mellarán el apoyo popular a un presidente que afianza, en lo cotidiano, la gobernanza de este país. Pero sí incidirán en la rispidez de la polarización actual