Columnas Escritas
Lo que dicen los columnistas

La ultraconservadora Giorgia Meloni frente al Papa Francisco
Bernardo Barranvco V.
El resultado de las elecciones del pasado 25 de septiembre en Italia arroja como clara vencedora a Giorgia Meloni, quien ideológicamente es ubicada en la ultraderecha.
Las elecciones tuvieron tres novedades. Primero, el triunfo de una mujer, hecho inédito en la historia política de Italia. Segundo, es una mujer que proviene de las filas políticas de la ultraderecha, admiradora de Benito Mussolini. Y tercero, fueron las elecciones con el más bajo nivel de participación electoral en la historia moderna de Italia: sólo votó 60%.
Giorgia Meloni va a ser la primera ministra italiana más joven y más derechista. Así titularon varios medios italianos. Uno de los principales lemas de su campaña electoral fue: “Ha llegado el momento de que una mujer dirija Italia”.
Sin embargo, surge una primera paradoja: Meloni no acompaña las demandas y reivindicaciones feministas. Por el contrario, se muestra reacia respecto a los derechos de las mujeres. Meloni no es tan católica como lo requiere la envoltura derechista. Tiene una hija y pareja, pero no se ha casado ni por lo civil ni por la Iglesia. Segunda paradoja, Meloni reivindica y proclama fortalecer la familia tradicional.
Sin duda Meloni gobernará Italia. Es católica, conservadora, ultranacionalista, anti-Unión Europea, antinmigrantes y contraria al aborto. Su lema de campaña: “Dios, patria y familia”, coincide en muchos aspectos con una sociedad patriarcal, en la que los derechos de la mujer, según muchos observadores, podrían dar retrocesos.
La victoria de la derecha en Italia refleja las mutaciones en curso en Europa. El viejo continente se cimbra otra vez ante una nueva ola ultraderechista. Italia, país fundador de la Unión Europea, ha elegido un gobierno y una primera ministra ultranacionalista que repele las políticas de la Unión, consideradas intervencionistas.
El triunfo de Fratelli d’Italia, el partido de Giorgia Meloni, lleva a preguntarnos: ¿Se asiste a un nuevo ascenso de la derecha extremista en Europa? La guerra en Ucrania ha nublado todo. El debate y los temores no son nuevos. En 2016 las alarmas se incrementaron. Tras el referéndum sobre el Brexit y la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, muchos pronosticaron un repunte de partidos nacionalistas y euroescépticos que felizmente no llegaron a materializarse.
El año pasado, el éxito de los socialdemócratas de Olaf Scholz en Alemania insinuaba que las fuerzas conservadoras estaban replegadas. Luego vino la votación de las elecciones presidenciales en Francia; Marine Le Pen quedó en segundo lugar pero obtuvo un resultado récord de más de 13 millones de sufragios, equivalente a más de 41% de los votos. Ahí está el conservador Andrzej Duda, presidente de Polonia desde 2015. Tampoco debemos dejar atrás a Vox, de Santiago Abascal, en España, que ha tenido una expansión notable.
Meloni centró su campaña en cuestiones identitarias, esto es: nacionalismo italiano, civilización cristiana, valores de las familias italianas tradicionales. Supo captar el llamado voto “antipolítico”; esto es, rechazo a la clase política convencional en Italia. Sin embargo, aun con las alianzas del bloque derechista junto con los partidos de Silvio Berlusconi y Matteo Salvini, no alcanza a representar a la mayoría de la ciudadanía en la cultura política italiana.
El ascenso de Meloni plantea muchas interrogantes respecto a su relación con la Iglesia italiana y en particular con el Papa Francisco. Una gran pregunta que flota en Roma es: ¿Cómo coexistirán la futura primera ministra italiana con un Papa latinoamericano, defensor de los inmigrantes, que aboga por combatir el cambio climático y que dialoga con musulmanes, ateos y homosexuales?
En junio pasado Giorgia Meloni resumió su ideología, arengando en un mitin lo siguiente: “Sí a la familia natural, no a los lobbys LGBT; sí a la identidad sexual, no a la identidad de género; sí a la cultura de la vida, no al aborto como abismo de la muerte; sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islamista; sí a las fronteras seguras, no a la inmigración masiva”.
El presidente de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), Matteo Maria Zuppi, arzobispo metropolitano de Bolonia, ha saludado el triunfo electoral de Meloni pero no le otorga ningún cheque en blanco. El periódico italiano La Stampa le preguntó: ¿Conoce a Giorgia Meloni? Porque una parte de la galaxia católica está preocupada en que sus posiciones no están en consonancia con la doctrina social de la Iglesia. ¿Cómo se acercará a la primera ministra de Italia?
Zupi respondió: “Con respeto, como para cualquiera que ejerza esta altísima tarea. Es un momento difícil para todos. Requiere una discusión consciente. Incluso la necesaria dialéctica entre la mayoría y la oposición no puede dejar de tener en cuenta este desafío. Y por tanto del interés nacional, que debe prevalecer sobre el interés partidista… La Iglesia ejercerá su influencia sobre todo para que todos, empezando por los más débiles, estén protegidos, en el convencimiento de que sólo juntos saldremos de ella. Tendremos una mirada atenta y severa a las opciones del nuevo gobierno, que deberá responder a la necesidad del bien común y no a ‘ganancias’ personales o partidistas”.
Hasta el momento el Vaticano ha guardado silencio. Sin duda desplegará su experiencia diplomática. Meloni y Francisco tienen posturas muy distintas, casi antagónicas sobre el devenir de la humanidad y de la fe.
Los sectores tradicionalistas de la Iglesia acogen con entusiasmo a Meloni sabiendo que encontrarán su eco y apoyo. En efecto, los malquerientes de Francisco se fortalecerán.
Para Francisco no será una relación fácil, sobre todo cuando Meloni y los conservadores han manipulado el discurso religioso para fundamentar sus posturas ideológicas. La doctrina social de la Iglesia y Francisco tienen enfoques irreconciliables –excepto el aborto– con la mayoría de las posiciones de la derecha italiana y europea.
Cuestiones como la inmigración o las políticas medioambientales, la colaboración internacional, el multilateralismo, el funcionamiento de la UE, la universalidad con la que Francisco piensa frente al estrecho nacionalismo radical que termina siendo excluyente. Se avecina en términos político religiosos un choque de trenes.
Retrovisor
¿El futuro es socialdemócrata y naranja?
Ivonne Melgar
Excelsior
En diciembre pasado, la política feminista Martha Tagle asumió la secretaría técnica del comité promotor que debía apuntalar el proyecto socialdemócrata de Movimiento Ciudadano.
Es un comité donde destacan las mujeres: la propia exlegisladora, las senadoras Patricia Mercado e Indira Kempis, los diputados Amalia García y Salomón Chertorivski, entre otros. Su tarea es entregar el próximo 5 de diciembre una propuesta de modificación de los documentos básicos de ese partido.
Para cubrir ese objetivo, asumieron la ruta de las deliberaciones públicas sobre el contenido del proyecto con el que la fuerza naranja irá a las urnas en 2024.
Así que, mientras la coalición que iba por México les reclamaba su indiferencia, los de MC armaron foros en Guadalajara, Monterrey, Campeche, Estado de México, Zacatecas, Morelos y Puebla sobre el pacto fiscal para financiar los derechos que un gobierno progresista debe garantizar, con la salud por delante; el trato verde para la sostenibilidad; la importancia de los gobiernos municipales, la justicia social sustentada en derechos laborales; el desafío de la migración, la igualdad sustantiva entre hombres y mujeres y la recuperación del campo.
De vez en vez, gracias a los recordatorios que en el chat nos hacía Martha Tagle, nos acercamos a la profundidad de los debates que en esos espacios se dieron y que esta semana culminaron con el foro internacional El futuro es socialdemócrata, donde durante dos días conocimos la potencia de la discusión que se experimenta en ese partido.
“Nuestro camino es claro: no quedarnos en el pasado, no recurrir a rostros del pasado”, dijo en la inauguración del foro el dirigente de MC, Dante Delgado, personaje clave para cohesionar la resistencia opositora que queda en el Congreso.
Convencido de que una alianza con el PRI está destinada al fracaso y que la oposición del PAN al gobierno resulta insuficiente para disputarle el poder a Morena, el dirigente de MC ha logrado entusiasmar a los suyos con una tercera vía. Y para su edificación fueron convocadas el lunes 24 y el martes 25 de octubre voces indispensables.
“El gobierno actual es una facha, porque su populacherismo desordenado es contrario al Estado de derecho (…) El reto es pensar frente a un gobierno que no piensa”, expuso ahí Porfirio Muñoz Ledo.
Escuchamos a Cuauhtémoc Cárdenas, preocupado por una probable reforma que le quite la autonomía a la autoridad electoral, recordándonos que ésta representa uno de los grandes logros de la democracia mexicana.
En su participación, el expresidente del IFE, José Woldenberg, advirtió que esa reforma que Morena impulsa busca “alinear a las autoridades electorales a la voluntad presidencial”.
En igual sentido se manifestó el jefe de la bancada de MC en el Senado, Clemente Castañeda: “Hoy empieza en la Cámara de Diputados el intento de una reforma electoral que es a todas luces regresiva, que pretende capturar al árbitro electoral, mermar el pluralismo democrático y volver a un pasado que creíamos superado”.
Simultáneamente, en San Lázaro, la bancada de MC que conduce Jorge Álvarez Maynez anunciaba a través del diputado Salvador Caro que no será parte de “una farsa”.
Habrá quienes califiquen como un error que MC no se adhiera a las negociaciones. Pero en los hechos es una postura que le encarece el costo al PRI de Alejandro Moreno si incumple su promesa de procurar la autonomía del INE.
Además de las experiencias de representantes del PSOE, la Alemania Socialdemócrata, el progresismo de Uruguay, Guatemala y Costa Rica y del Chile de Gabriel Boric y de José Miguel Insulza, conectado virtualmente, atestiguamos en este foro la recuperación de un puente dinamitado por la autoproclamada Cuarta Transformación y que los demás partidos descuidan: la escucha de los académicos en la edificación de soluciones de lo público: Rolando Cordera y Claudia Valverde, de la UNAM; Guadalupe González, del Colmex, y Claudia Maldonado (UAM/CIDE).
Fue un derroche de pensamiento crítico, preguntas y propuestas que igualmente fueron seguidas por la senadora priista Claudia Ruiz Massieu, cuya presencia en el debate del estado de bienestar como desafío de los gobiernos progresistas, prendió la duda de si ella seguirá los pasos de los legisladores del PAN, PRD y Morena que se mudaron a MC.
Incertidumbres aparte, lo evidente es que el partido naranja comprende que, para ser alternativa, debe abrirse a los ciudadanos. “Es libre el que no se subordina, pero también el que no cede a chantajes. Es libre el que no se deja someter, pero también el que no somete su discurso a las provocaciones del poder (…) Tenemos causas y agenda y no histeria frente al régimen. Y esas causas las abanderan personas a las que el régimen no ha podido ni podrá someter”, definió el senador Delgado en la clausura, en alusión al PRI y al PAN.
¿Qué significa todo eso?, preguntamos a la secretaria ejecutiva de este esfuerzo.
“En un país donde estás conmigo o estás contra mí, en MC nos hemos tomado en serio la construcción de una oferta de futuro, sin mirarnos el ombligo. Porque hay un más allá de la polarización cotidiana, una diversidad de colores y hay también naranja, poniendo al centro a la ciudadanía y sus demandas”, nos responde Martha Tagle.
Vaya reto: romper la radicalización cobijando a la masa crítica y de activistas sociales que estamos en medio. Ojalá.
La deforma electoral
Julio Faesler
Excelsior
La reforma anunciada es deformación. Después de tanto trabajar para regresar a lo mismo, la labor de la sociedad mexicana resulta la del infeliz Sísifo, el que teniendo siempre a su vista la cima, se resbala para recomenzar en eterna repetición.
¿Será ésa nuestra suerte? ¿Estaremos condenados a nunca tener un sistema electoral que sea confiable, que valore lo avanzado y que respete los derechos del ciudadano? ¿Lo más a que nos hemos acercado fueron los diez sexenios priistas de la segunda posguerra que encallaron en la corrupción electoral o los dos del PAN?
La pregunta nos la hacemos ahora que nos preparamos, una vez más, a una nueva gimnasia electoral, con todo y sus campañas, esta vez tan anticipadas. A muchos les interesa poco la suerte democrática del país, la vida no les cambiará demasiado. A otros, en cambio, les va mucho en ella, porque quieren rescatar sus vidas o sus negocios del costoso desorden actual. Desde luego, nadie quiere que las cosas empeoren. La esperanza es lo último que muere y por eso van a votar.
¿Votar para qué? ¿Para seguir en lo mismo o para que mejore el país? En las elecciones de 2024 para presidente y legisladores estará la clave. Pero la intención de AMLO, y lo viene diciendo desde antes de llegar al gobierno, es mandar al diablo las instituciones, empezando por el INE y el Tribunal de Elecciones para acabar con el sistema neoliberal que, según él, tuerce todo lo que toca por ser el sistema esclavizador que desde el siglo XIX hunde sus raíces y atenaza a todo el país.
Ciertamente, el INE es la institución que más le estorba al Presidente para arrastrarnos por la vía de la 4T, a la nueva tierra prometida donde no habrá injusticias, ni impunidad, ni corrupción, ni mentiras, sino trabajo para todos y donde los ricos pagarán lo que deben. Una serena prosperidad en una amorosa y ordenada comunidad jamás regida por ley, sino por amor. La irrealizable utopía marxista.
Pero el sabio pueblo no era arisco. Con larga experiencia, que empieza desde antes del siglo pasado, el votante típico es realista y recuerda los engaños a lo largo de muchos fallidos ensayos políticos, y no está para aguantar otro sexenio, igual al que está por terminar, acabado en dispendiosos fracasos y gastadas ilusiones, que ya son obvios incluso para los más íntimos de Morena y que mal se tapan con posverdades de artificio.
En efecto, los pasos que ha dado la 4T de ninguna manera han ido en dirección de realizar la tan anunciada gran refundación del país. El saldo neto hasta ahora es la desarticulación de órganos públicos y privados que, sin duda mejorables, servían sus propósitos.
Dividir a México en bandos contrarios ha sido el estandarte. AMLO ni siquiera ha querido unir a su propio partido ni menos a la sociedad para llegar a sus ilusorias metas. Los pasos que ha dado el régimen de AMLO han derrotado su propio objetivo en cada una de las áreas de responsabilidad del gobierno.
Los datos oficiales exhiben un lamentable estado de ruinas y desvíos mientras aumenta la deuda nacional para intentar disfrazar la quiebra financiera, que no bastan exportaciones y remesas incrementadas para cubrir. El abandono personal del líder a coordinar soluciones no se remedia en las mañaneras, en las que se esfuman oportunidades de un desarrollo macizo. La soberbia e ignorancia ciegan al líder tropical que gobierna la crisis que se agrava en un pueblo ansioso por curar carencias y la de un entorno internacional que no perdona necias ineptitudes.
Reconstruir a la nación perdida bajo escombros de la 4T es la tarea del gobierno que hemos de elegir en 2024. El enfrentamiento en el lapso que nos separa de ese momento es claro y la única solución pacífica estará en la existencia de los instrumentos de la democracia con los que ya contamos.
La propuesta a punto de examinarse en el Congreso de destruir la estructura actual del INE y del Tribunal Electoral queriendo sustituirlos con un trucado “Instituto de Elecciones y de Consultas”, tripulado por consejeros y ministros electos a modo, vía el voto directo, sin criba de calidad alguna, lleva en su mismo diseño la destrucción de la independencia de presiones de partidos a estas dos instituciones actualmente autónomas y, con ello, la indispensable imparcialidad de todo el sistema político nacional.
Desprovistos de los instrumentos del INE y del Tribunal no será posible contar en 2024 con un proceso seguro de elecciones debidamente organizadas, vigiladas y autentificadas.
El programa AMLO, perversamente antidemocrático, se extenderá aún más al entorpecer a los futuros gobiernos de los elementos internacionalmente avalados que den el paso a la consolidación de un México dotado de los instrumentos políticos e institucionales que aseguren su capacidad de integrarse en el futuro al concierto de las naciones con dignidad, prestigio y genuina autonomía.
