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La rueda de la historia en Irán

Carlos Martínez Assad

Proceso

Entre las reformas del sah que no gustaron estaba la de hacer a un lado el calendario de la hégira para regirse desde 1976 por el año de la fundación de Persia.

En 1979 sucedió el derrocamiento del sah Mohammad Reza Pahleví en Irán y el regreso desde Francia del ayatola Ruhollah Musavi Jomeini, interpretado como una “señal de Dios”, según el significado de su nombre, quien prometió establecer la democracia islámica.

Muchas razones confluyeron en la dinámica de esos acontecimientos, y una de las más importantes fue la oposición de los clérigos musulmanes a la occidentalización del país. Entre las reformas del sah que no gustaron estaba la de hacer a un lado el calendario de la hégira para regirse desde 1976 por el año de la fundación de Persia. Desde luego eso involucraba el proceso de laicización que tenía lugar, siguiendo el ejemplo de otros países, como la Turquía de Kemal Atatürk. Ello a su vez implicaba el abandono del uso del velo de las mujeres; y desde 1935 Reza Shah prohibió el uso del velo y ordenó a los hombres vestir a la manera occidental.

Al triunfo de la revolución encabezada por Jomeini desde Francia, éste prometió la libertad a las mujeres, en respuesta a quienes le interrogaban sobre el encierro como el Islam ha interpretado la palabra del profeta en la sura XXIV del Corán: “Y di a los creyentes que ellas bajen sus miradas y guarden su castidad…”, de donde se han desprendido leyes islámicas que han llevado esa recomendación a los extremos conocidos, ajenas a los valores occidentales del trato hacia las mujeres.

El regreso del ayatola provocó una amplia ola de simpatías que atrajo a muchas mujeres iraníes que habían asistido a escuelas mixtas y accedido a las universidades a usar el velo en sintonía con la revolución que se ponía en marcha.

Algo no debió funcionar porque apenas regresaba Jomeini estalló la guerra con Irak, que duró de 1980 a 1988 y produjo cientos de miles de muertos, heridos y lisiados. Del orden social que pronto exhibió lo contrario a lo anunciado, surgieron expresiones como Persépolis, novela gráfica de Marjane Satrapi en el año 2000, con la misma idea temprana que ha llevado a las protestas que actualmente se desarrollan, no solamente contra el uso del velo sino con el reclamo por otros valores más acordes con los occidentales, en particular aquéllos de las nuevas generaciones con pautas culturales distantes de la cerrazón de las sociedades islámicas, ejemplificado en algo tan elemental como la fiesta.

Un especialista argumenta que “la ‘arquitectura’ de la interacción verbal iraní revela una clara diferencia entre los aspectos públicos ‘externos’ (zaher) de la acción social y el habla, y un núcleo ‘interno’ (baten) de integridad y piedad reveladas sólo en el seno de la propia familia y a los íntimos de confianza”. (Dale F. Eickelman, Antropología del mundo islámico, 2003, p. 325). Eso se traduce en la inseguridad e incertidumbre de los iraníes hacia el mundo externo y les hace guardar sus sentimientos en el interior, algo común con otras sociedades islamizadas. Pero la diferencia entre el éxito de aquella novela, incluso llevada al cine, fueron las prontas expresiones de rechazo. Una tendencia que con mayor profundidad manifestó el cineasta Bahman Ghobadi, con espléndidas películas sobre cómo transcurría la vida en Irán bajo el autoritarismo de los ayatolas, respecto a la prohibición en la música que llegaba a las mujeres, como mostró el film Media luna (2006), que prohibía la asociación de jóvenes para interpretar jazz o rock según Los gatos persas (2009); también lo que aludía a las graves secuelas de la guerra con Irak exhibiendo a los niños huérfanos y lisiados por las bombas en Sólo las tortugas pueden volar (2007). Por alguna razón la crítica se ha expresado en el arte y su éxito ha sido valorado por todas partes hasta con la reciente filmografía del oscarizado Asghar Farhadi, a quien paradójicamente se le ha negado la entrada a Estados Unidos.

Por lo tanto, había algo en la sociedad iraní que permitió a Mahsa Amini, de 22 años, expresar su descontento en la forma de vestir que los seguidores del régimen de la república islámica no permitieron y, como se sabe, sometida por la policía, encontró la muerte luego de su aprehensión. La avalancha de protestas provocada ha envalentonado a otras jóvenes mujeres que han decidido no solamente dejar el velo, sino cortarse el cabello en público o hacer uso de las redes en actos contestatarios inimaginables que llevaron a la autoridad a cancelar el uso de internet, lo cual corrobora la disposición de ese régimen a las prohibiciones; pero lo más grave es la represión que ya ha provocado varias decenas de muertes.

Todo lo que se había debatido hasta ahora tanto en los mismos países musulmanes como en Occidente sobre el uso del velo (hiyab, burka, niqab) parece haber quedado atrás. Estaba la idea de que el velo no era exclusivamente religioso, sino que pasaba por la identidad y por la protección reclamada por las mujeres, pero se le vio también como la imposición machista y control patriarcal que decidía sobre la vestimenta de las mujeres. Ahora la protesta que tiene lugar en Irán parece relacionarse más con la crisis de un Estado autoritario incapaz de dar esperanzas a sus conciudadanos que, como en otros países, viven la incertidumbre de un futuro que no era el imaginado. El crecimiento económico no es lo esperado con su potencial energético ni con su progreso científico que, debido a su insistencia en su programa de energía nuclear, le ha traído sanciones encabezadas por Estados Unidos que han afectado considerablemente su economía.

En 40 años son muchos los cambios que ha enfrentado Irán, lo que puede explicar el hartazgo que se ha expresado entre los jóvenes y particularmente entre las mujeres que, debido a la educación que han alcanzado, según indicadores universales, no aceptan regirse por los valores tradicionales que impone la sharia. Pero no es exclusivamente lo religioso, como quiere Occidente, lo que explica las protestas que están teniendo lugar, sino la necesidad de satisfacer las necesidades, lo que trae consigo la modernidad, esa que pareció haberse alcanzado en los tiempos del sah y que una revolución trastocó con una promesa incumplida.

Las revelaciones provechosas

Julio Faesler

Excelsior

La Revolución Cultural desatada por Mao en junio de 1966 tuvo la finalidad de corregir las condiciones nefastas en que había caído el movimiento popular de Mao, que en 1949 estableció un estado comunista según el modelo soviético ruso. A pocos años de andar, el severo sistema se alejaba de sus exigentes fundamentos para desviarse hacia metas de poder personal. Había que salvar a la revolución. Para Mao sólo una acción fulminante y despiadada extirparía la corrupción, que se generalizaba por culpa de los traidores y se había adueñado del poder que deshacía lo logrado.

La Revolución Cultural que Mao desató se extendió a millones de juventudes violentas que se lanzaron a las calles y plazas incendiando y destruyendo edificios, monumentos y templos, contra todo lo que representara la cultura antigua y burguesa que había que aniquilar.

Más de dos millones de chinos morirían. Después de seis años de devastación, la Revolución Cultural logró suprimir a sus perversos enemigos. A sangre y fuego el gran timonel mantuvo en el gobierno la firme convicción socialista que, por cierto, al correr de los años, cedería espacios a nuevas fórmulas de progreso adoptando un sistema que amalgama capitalismo confuciano con vocación de hegemonía mundial.

También México cambiaría, alejándose de 1910 y convirtiéndose a fórmulas neoliberales. Contra ellas López Obrador, con nostalgia de viejos ensayos socialistas, encabezó un movimiento populista que denunciaba una burguesía extranjerizada que colonizaba a México. El rescate de los valores genuinos del país estaba en la Cuarta Transformación que, mal articulada, se topó con una secular tradición libertaria, fuertes intereses de clase media, y todo ello adobado de corrupción.

Irrumpen ahora los primeros hackeos del grupo Guacamaya destapando millones de mensajes encriptados revelando comunicaciones secretas de estrategias, luchas contra el narco, espionajes a periodistas y académicos y, sobre violaciones por militares a toda la gama de derechos humanos.

Si el líder-filósofo Mao decidió que sólo una acción fulminante y despiadada podía librar a China de la tiranía de la corrupción, AMLO optó por la contención y tolerancia. La estrategia falla. Mao contaba con un apretado clan de adeptos convencidos de que hacían gobierno, AMLO en cambio se rodeó de un grupo voraz, sin lealtad alguna, y de comprobada incapacidad. Sin convicción, la depuración encalla.

Guacamaya le hace un gran favor a la nación mexicana develando los secretos de Sedena que no se resuelven con superficialidad mañanera. Será más fácil limpiar el sistema teniendo a la vista los datos en lugar de ir contra ellos a ciegas.

La difusión de los correos electrónicos llega hasta mostrar los lazos de cárteles de la droga con algunos candidatos de Morena a puestos de elección popular. Más de la mitad del país en poder del narco será la herencia para el siguiente gobierno. Pero AMLO prefiere banalizar la situación.

Fuera de la legalidad o no del hackeo o del escándalo mediático, lo importante está en los hechos mismos que se denuncian y que, a sabiendas, han persistido sin control en los cuatro años de la 4T. La tragedia no es la revelación, sino la desatención presidencial y superficialidad mañanera. La verdadera preocupación está en seguir culpando a administraciones pasadas y sumarse a la distracción que AMLO es experto en provocar.

Nuevamente, el balón está en el campo de la sociedad. No hay división entre la población que todavía tiene fe ciega en la propuesta utópica de la 4T y los que rechazan los monólogos presidenciales y denuncian el fracaso creciente de sus decisiones en cada una de los ramas de gobierno. Hay unanimidad en la decepción nacional.

La persistente declaración del Presidente de que de ninguna manera cambiará su estrategia ni en materia de violencia, en su falta de apoyo a las actividades productivas pequeñas y medianas, ni en su obsesivo ataque a las instituciones de servicio más necesarias, deja sin esperanza alguna que mejoren los horizontes. La creciente dependencia del generoso subsidio que nos remiten nuestros compatriotas que trabajan en Estados Unidos es una muestra más del declive al que AMLO nos ha sentenciado.

A estas fechas, la única perspectiva optimista está en el voto sensato en 2024 de los más de 90 millones de ciudadanos. En ellos está el cambio de rumbo que urge.

En defensa de la verdad y la justicia

Miguel Concha

La Jornada

Con preocupación nos enteramos de la demanda interpuesta por un general militar ante los hallazgos de la Comisión para la Verdad y Acceso a la Justicia en el caso Ayotzinapa (Covaj), que le señalan responsabilidades penales en los hechos de la noche de Iguala, Guerrero, cuando desaparecieron los 43 jóvenes normalistas. Aunque de primer momento un juez desechó tal acción de amparo, las embestidas contra esta comisión continuarán, no lo dudo; los intereses en juego son variados y de fondo.

Este debate ahora abierto se convierte en paradigmático, pues contrasta lo que una determinada comisión de la verdad puede generar y alcanzar de forma novedosa, frente a las labores tradicionales de los sistemas de procuración de justicia ordinaria.

No sobra decir que las revelaciones del informe de la Covaj, encabezada por el subsecretario Alejandro Encinas, están fundamentadas en un ejercicio legal y legítimo, conforme a lo que establece el marco constitucional mexicano y los más altos estándares internacionales de derechos humanos. En esto también se reconoce la ponderación justa de los derechos que pudieran colisionar y se contemplan pasos firmes para derribar el muro de la impunidad en México. Con este suceso, podemos confirmar que la realidad nacional es compleja y retadora para la defensa de los derechos y conocer la verdad.

Si día a día vislumbramos las limitaciones de facto de las instituciones y órganos tradicionales del Estado en la procuración de justicia, ciertamente tampoco podemos negar el tan difícil trabajo de algunas personas funcionarias públicas que intenta hacer valer la ley y los mecanismos ordinarios y extraordinarios para encaminar procesos efectivos para la justicia.

Tal es el caso de quienes conforman la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación federal, donde se han caracterizado por una lucha a contracorriente de inercias políticas, al tiempo que buscan dar pasos efectivos en la construcción de una cultura de derechos humanos incluyente y basada en enfoques creativos y diversos.

Podemos reconocer que todo trabajo es perfectible y que los retos están a la vista; sin embargo, sería una necedad no reconocer el trabajo y liderazgo, por ejemplo, del subsecretario Alejandro Encinas, quien con paciencia extraordinaria se sostiene al frente, conduciéndose bajo principios éticos y conforme a lo que legalmente establece la Carta Magna.

En un país donde la impunidad y la corrupción son la regla, pareciera que las conocidas amenazas de demandas y descalificaciones que pesan sobre Alejandro Encinas son un mal signo que devela, para nuestra desgracia, que no es posible avanzar hacia un país distinto al que hemos tenido y vivido, y que se reproducen como huelen las malas prácticas institucionales hasta ahora vigentes. Ojalá que esto no permanezca más.

Sería fundamental preguntarnos, desde los diversos movimientos y organizaciones sociales, también desde el Estado y sus instituciones, y la sociedad en general, qué tipo de función pública necesitamos y sobre qué parámetros. Un país con tantos desafíos requiere urgentemente de personas funcionarias éticas, humildes y comprometidas con los derechos humanos, que con su trabajo cotidiano contribuyan a transformaciones verdaderas, sostenibles y necesarias, que encaminen procesos de paz, verdad y justicia, buscando la reconciliación y cultivar la memoria.

Alcanzar semejante meta no será posible con el trabajo de algunas y algunos cuantos, donde cuento a Alejandro Encinas, pues se requieren muchas personas más. A esto, sumemos que nos enfrentamos a serias contradicciones del Estado, de las cuales debemos hacernos cargo. El Gobierno federal reconoce la necesidad de construir la paz, lo cual está bien; contrariamente, se aprueba extender temporalmente la militarización del país.

Por esto, es urgente una visión seria de derechos humanos que penetre no sólo una subsecretaría o una parte del gobierno; es urgente que sea una apuesta, la de construir la paz y hacer vigentes los derechos humanos, en todo el Estado mexicano. Por ello, desde ahora sigamos haciendo acciones creativas a favor de una paz con justicia y dignidad, sumando aportes diversos, frescos y novedosos para hacer de la función pública una labor digna y empeñada con los derechos humanos.

Es momento de usar todas las herramientas a nuestro alcance para construir sin titubeos un país cada vez más transformado de raíz. Como se ha dicho, esta transformación debe incluir la modificación de la función pública y el respaldo a funcionarios, como el subsecretario Encinas, para que continúen con sus labores tan plausibles.

Hoy vale respaldar el trabajo de la Covaj y la labor en general del equipo de la subsecretaría, de lo contrario faltamos francamente al reconocimiento de quienes con su trabajo buscan hacer efectiva la justicia y verdad que tanto anhelamos en México. Va un fuerte abrazo para Alejandro Encinas y su equipo.

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