Conoce más de nosotros

Columnas Escritas

Lo que dicen los colummistas

Published

on

Twitter
Visit Us
Follow Me
You Tube
Instagram

«Kakistocracia»

Javier Sicilia

Proceso

La kakistocracia está así en todas partes, en el presidente –que la acentúa con su temperamento voluntarista, autoritario, hipócrita y resentido–; en su equipo y su partido, lleno de corrupciones; en sus intelectuales, cegados de ideologías extenuadas; en los partidos, tan putrefactos como Morena.

La palabra suena horrible. Lo es. Está relacionada con el vocablo indoeuropeo kakka (“cagar”), que en griego se transformó en kakos (“mal, malo”) y también en kakistos (“peor”). Significa el “gobierno de los peores”. El término no se encuentra en ninguno de los grandes fundadores de la filosofía política.

Se dice que surgió en el siglo XVIII, pero que adquirió carta de naturalización con la entrada que se encuentra en el Diccionario de sociología de Frederick M. Lumley en 1944, que la define como “un estado de degeneración de las relaciones humanas en que la organización del gobierno está controlada y dirigida por gobernantes que ofrecen toda la gama, desde ignorantes y matones electoreros hasta bandas y camarillas sagaces, pero sin escrúpulos”.

Aparece, después, dice Stathmó Akrópoli, en un artículo de 1974 del filósofo argentino Jorge García Venturini y en 2001 en el libro de Michelangelo Bovero, Una gramática de la democracia. Pero no es sino hasta recientes fechas que muchos analistas, como Pablo Hiriart, Betty Zanolli o Peggy Noonan, han comenzado a ponerla de moda para definir cierto tipo de regímenes, como el de la autonombrada Cuarta Transformación, el de Trump o el de las dictaduras latinoamericanas actuales. Es, podría decirse, una forma moderna de lo que, según Zanolli, era la oclocracia, el “gobierno de las muchedumbres”, término acuñado por Polibio de Megalópolis, antecesor de Tito Livio, en su obra Historias, para definir la corrupción de la democracia.

Cuando el gobierno del pueblo, la democracia, comenta Zanolli a Polibio, comienza “a extralimitarse y a menospreciar las leyes, los valores y las costumbres, se transforma en oklos, lo que hoy podríamos denominar muchedumbre o masa enardecida, furibunda e irracional”. En el momento en que la soberbia se apodera del pueblo “y comienzan a imperar la violencia y la anarquía” surge eso que hoy se define como kakistocracia, el más corrompido de todos los regímenes políticos porque implica “la degeneración extrema de toda constitución armónica de la sociedad”.

No hay que darle demasiadas vueltas para ver en el gobierno de López Obrador la definición que hacen Lumley de la kakistocracia y Zanolli de la oclocracia. Sin embargo, esa forma de gobierno no es privativa suya, al grado de que, como lo piensan muchos, con la extinción de su régimen volveremos a recuperar la democracia. Nada más lejos de la realidad. El gobierno de López Obrador, en el que la kakistocracia ha llegado a manifestarse en formas extremas, es sólo uno de los múltiples síntomas de una enfermedad más terrible, la de una profunda crisis civilizatoria que golpea a la humanidad y que viene de lejos. Sus primeros síntomas en México comenzaron a hacerse sentir con el gobierno de Salinas de Gortari, se agravaron con el de Fox y entraron en un tobogán con Calderón y Peña Nieto, para expresarse en todo su horrible esplendor con el de López Obrador.

La kakistocracia está así en todas partes, en el presidente –que la acentúa con su temperamento voluntarista, autoritario, hipócrita y resentido–; en su equipo y su partido, lleno de corrupciones; en sus intelectuales, cegados de ideologías extenuadas; en los partidos, tan putrefactos como Morena; en las Cámaras, cuyos pleitos y alardes de ignorancia recuerdan las reyertas de mercado; en sus colusiones con el crimen organizado; en los altísimos índices de impunidad que hay en todos los estados del país; en las redes criminales, que día con día crecen al amparo de los partidos y sus gobernanzas; en el resentimiento que surge de la vida de la nación como salitre en una casa abandonada; en el vómito diario de las redes sociales.

Creer que los candidatos de la oposición en las próximas elecciones intermedias o un candidato de unidad de la misma oposición en las de 2024 podrán cambiar las cosas es no entender lo que una crisis civilizatoria significa. Una crisis de ese tamaño quiere decir que las instituciones políticas que tuvieron un sentido durante un largo periodo histórico, entraron en fase terminal. Lo que en política quiere decir que el régimen que desde la Ilustración –después de agotarse las monarquías que terminaron en tiranías y las aristocracias que degeneraron en oligarquías– consideramos el mejor, la democracia, entró también en una fase crítica; no en la oclocracia, que en la Roma de Polibio tenía aún remedio, sino en la kakistocracia que, como lo señala Bovero, combina en sí misma, además del caos y la barbarie del resentimiento, lo peor de otros regímenes: la tiranía, la oligarquía y la demagogia.

Hasta allí hemos llegado y no hay manera de volver atrás, como suele pensarse. El modelo se agotó y cualquier intento de volver a él sólo ahondará más la kakistokrasia. El problema es grave y exige pensar en formas civilizatorias inéditas. Hay que recordar que “crisis” significa “momento de decisión”, y “civilizatorio”, aquello que nos hace humanos. Es fácil decidir. Pocos pueden afirmar que no tomaron ya el partido de lo humano en su corazón. Lo difícil, lo casi imposible, fuera de pequeñas acciones que hacemos en nuestra vida diaria, es realizarlo en medio de un muladar político que ha contaminado todo lo que significa gobierno y ha degradado la vida moral del pueblo.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.

Juegos de poder

Crecimiento económico y corrupción

Leo Zuckermann

Excelsior

La promesa de campaña era crecer al 4% anual, el doble que durante el periodo neoliberal. Cuando se le preguntaba al candidato López Obrador cómo se lograría, respondía “es que ya no va a haber corrupción”. Esta misma respuesta, en realidad, la usaba para todo tipo de problemas. Sin corrupción, México se convertiría en el Paraíso. Sin corrupción, tendríamos un boom económico de magnitudes nunca vistos en más de tres décadas.

Promesa incumplida.

La semana pasada, el Inegi dio a conocer las cifras del Producto Interno Bruto (PIB) del primer trimestre de este año.

Durante estos tres meses, se observó un avance del 1% con respecto al último trimestre del 2021.

No está mal si se toma en cuenta que la economía estaba prácticamente estancada desde la segunda mitad del año pasado. Pero no es motivo para echar las campanas al vuelo. Una golondrina no hace verano. La realidad es que este sexenio ha sido muy malo en términos de crecimiento económico.

Los números no mienten. Desde que tomó posesión AMLO como Presidente, la economía dejó de crecer. 2018, el último año de Peña, la economía subió un 2.2%. 2019, el primero de AMLO, el PIB bajó -0.2%.

Luego vino la pandemia que produjo una caída de -8.2% en 2020, el peor descalabro desde la Gran Depresión de los años treinta. Después llegó el inevitable rebote, pero la recuperación resultó por debajo de lo esperado. En 2021, el PIB creció 4.8%.

Para entender la magnitud del fracaso económico de este gobierno van tres datos.

Primero, México, junto con Argentina, son los únicos países del continente americano cuya economía todavía no se recupera al nivel que tenía antes de la pandemia del covid-19. Terminando el primer trimestre de este año, el PIB se encontraba en un 99% del observado el cuarto trimestre de 2019.

Segundo dato. El PIB real, en billones de pesos descontando la inflación, está al mismo nivel que tenía en el cuarto trimestre de 2016. Hoy, el tamaño del pastel de la economía mexicana es igual al de hace seis años.

Pero en estos cuatro años de López Obrador, la población ha crecido. Por tanto, el tercer dato es el PIB per cápita, es decir, la división del pastel entre todos los pobladores del país.

Ahí estamos al mismo nivel que en 2013: más de ocho años de retroceso.

Son muy malos números. En crecimiento de la economía, López Obrador ha resultado peor Presidente que Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña.

Regresemos al diagnóstico del entonces candidato López Obrador. La corrupción era el problema que estaba ralentizando a la economía. Si se extirpaba este tumor, se lograría el anhelado crecimiento de 4% anual.

Una de dos. O el diagnóstico de AMLO estaba equivocado o la corrupción sigue presente en México. También es posible que sean verdad estas dos hipótesis juntas. Es lo que yo pienso.

La academia mundial ha producido múltiples estudios que demuestran que la corrupción no afecta necesariamente al crecimiento económico de un país. En 2015, el académico Chiung-Ju Huang demostró empíricamente que no hay ni correlación ni causalidad entre estas dos variables en 12 de los 13 países de la región de Asia y del Pacífico. La única excepción fue Corea del Sur.

La corrupción, sin duda, es muy perniciosa para una sociedad. Pero en Estados donde existen miles de leyes y regulaciones ridículas que dificultan la acción del mercado, la corrupción puede convertirse, como han argumentado muchos autores, en el “aceite que lubrica” a la economía.

No justifico a la corrupción. Para nada. Pero el diagnóstico de AMLO estaba errado. Si se pretendía un mayor crecimiento económico, se requería algo más que terminar con la corrupción. Lo que AMLO nunca logró, y se ve difícil que obtenga, es la confianza de los empresarios para invertir más.

Tampoco descartemos la segunda hipótesis, es decir, que este gobierno no ha extirpado el tumor de la corrupción.

En la más reciente edición del Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional, México mantuvo una calificación deplorable que lo ubicaba en la posición 124 de los 180 países evaluados en este estudio. En corrupción, somos el país peor evaluado de los 38 países que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.

En suma, ni el diagnóstico de AMLO era el correcto ni se ha resuelto la corrupción nacional. El resultado está a la vista de todos: un sexenio de crecimiento económico perdido. Ah, pero eso sí, qué ocupados nos mantiene el Presidente con la trascendental decisión de asistir o no a la Cumbre de las Américas.

Lo que se juega el 5 de junio

Mario Luis Fuentes

Excelsior

El próximo 5 de junio habrá elecciones en la quinta parte de los estados de la República Mexicana; en efecto, la ciudadanía de Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas acudirá a las urnas para elegir a nuevos gobernadores o gobernadoras; en el caso de Durango, habrá, además, elección de ayuntamientos, y en Quintana Roo se elegirá al nuevo Congreso local.

Lo anterior se da en un contexto socio-económico singular: una pandemia que aún no termina de irse y cuyos efectos siguen padeciéndose, como secuelas económicas y su respectivo impacto en la calidad de vida.

Para dimensionar lo anterior, según el Inegi, en esas entidades habitan, en conjunto, alrededor de 15.5 millones de personas. Se trata de entidades con características sumamente distintas entre sí; pero en cuatro de ellas el impacto de la crisis llevó al crecimiento en los porcentajes de personas que viven en pobreza; en Durango se mantuvo constante y en Oaxaca tuvo una ligera reducción.

En efecto, del 2018 al 2020, según los datos del Coneval, en Aguascalientes el indicador pasó de 26.3% a 27.6%; en Durango pasó de 38.8% a 38.7%; en Hidalgo creció de 49.9% a 50.8%; en Oaxaca decreció de 64.3% a 61.7%; Quintana Roo ha sido el estado en que en mayor medida creció la pobreza en esos dos años en el país, al haber pasado de 30.2% a 47.5% de su población; mientras que en Tamaulipas el cambio fue de 34.5% a 34.9 por ciento.

En lo social, poner esas cifras en números absolutos es relevante porque, por ejemplo, en Oaxaca, aunque hubo una ligera reducción porcentual, debido al crecimiento demográfico, la cantidad de personas se mantiene prácticamente igual: 2.57 millones de personas en pobreza en 2018 frente a 2.56 millones en el 2020. En Quintana Roo la cifra es impactante: 546,371 personas pobres en 2018, frente a 892,875 en el 2020.

Frente a esos datos, debe destacarse, además, que en Aguascalientes sólo el 35.7% de su población es no pobre y no vulnerable; en Durango es de 25.6%; en Hidalgo, sólo el 16% se encuentra en esa condición; en Oaxaca, apenas el 10.7%; en Quintana Roo es el 21% y en Tamaulipas de 30.7 por ciento.

Finalmente, debe considerarse que en estos estados fallecieron, entre 2020 y 2021, al menos 34,124 personas por covid-19. Y que sólo en 2020, aun sin estar entre las entidades más violentas del país, esos seis estados acumularon 8,532 defunciones accidentales y violentas, cifra que impone severos retos en materia de prevención y seguridad ciudadana.

Quizá lo que más preocupa frente a estas cifras es que, más allá de las frases trilladas y lugares comunes que se presentan en las campañas políticas, no hay en ninguna de estas entidades una propuesta sólida para modificar el curso del desarrollo, desde una nueva perspectiva de desarrollo regional y municipal, y dirigida a crecer económicamente más, pero distribuyendo mejor.

¿Cómo van a hacer las y los nuevos titulares del Ejecutivo en las entidades en disputa, para fortalecer a los gobiernos municipales y llevarlos a que cumplan efectivamente con el mandato del Artículo 115 constitucional en materias como el agua potable, la seguridad pública, el manejo de residuos, transporte público, construir ciudades habitables y la larga lista de pendientes que prevalecen en todas partes?

¿Cuáles son las propuestas específicas para una mejor planeación del desarrollo? ¿Cuáles son los mecanismos e instrumentos que van a implementar para consolidar mercados locales y capacidades productivas para, en primer lugar, erradicar el hambre en sus estados, y a partir de ello, avanzar hacia procesos virtuosos de crecimiento y desarrollo social?

Lo que debe quedar claro es que la discusión y la disputa por el poder en el marco de nuestra democracia, no puede seguir desarrollándose sólo tomando en cuenta los mecanismos procedimentales de la elección; sino que es hora de exigir democracias eficaces, que en México debería significar puntualmente garantía de cumplimiento de los derechos humanos y vigencia del Estado de derecho.

La segunda etapa de la Cuarta Transformación

John M. Ackerman

La Jornada

Este domingo, 5 de junio se celebrarán elecciones en seis entidades federativas: Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Tamaulipas y Quintana Roo. Si los candidatos abanderados por el partido Morena ganan en las seis contiendas, el partido de Andrés Manuel López Obrador terminará por dominar de manera absoluta al tablero electoral nacional. Hoy Morena junto con sus aliados del Partido Verde ya gobiernan 18 entidades federativas. Con seis más, el partido oficial tendría el control sobre 24 entidades, dejando al PAN con sólo cuatro, al PRI con dos y a MC con otros dos.

En 2023 habrá elecciones en las dos entidades todavía malgobernadas por el PRI: Coahuila y el estado de México. Existe alta probabilidad de que estos dos estados por fin saboreen las mieles de la alternancia después de 90 años de un partido único. Así, Morena arribaría a las elecciones presidenciales de 2024 con 26 de las 32 entidades federativas en la bolsa.

Las únicas excepciones serían los bastiones panistas en Guanajuato, Querétaro, Chihuahua y Yucatán, así como los estados de Jalisco y Nuevo León, hoy comandados por los populistas neoliberales Enrique Alfaro y Samuel García del movimiento anticiudadano.

Este nivel de control político territorial nunca lo tuvo ni Obama, como diría el clásico. De hecho, ningún partido político ha gobernado tantas entidades federativas desde los viejos tiempos en que el PRI fungía como partido casi único de Estado. Este aniquilamiento de los rivales electorales de Morena implicaría la consolidación definitiva de la primera etapa de la Cuarta Transformación de la República.

Habría que celebrar esta conquista histórica, pero simultáneamente prepararnos para afrontar los enormes retos de la segunda etapa. Después de las victorias electorales, viene el arduo trabajo de gobernar sin corrupción y en favor de los intereses del pueblo. Después de la movilización de los votantes, se impone la urgente tarea de construir partido y fomentar la organización social desde las bases.

Las inercias de nuestro sistema político son mayúsculas y existe el riesgo palpable de que Morena se convierta en un nuevo PRI. Por ejemplo, el acarreo de militantes es cada vez más común en los eventos y las movilizaciones electorales del partido. Para alcanzar las amplias convocatorias que antes se lograban estrictamente a partir del convencimiento y la emoción social, hoy se recurre cada vez más al dinero y el chantaje. De esta manera, se van desgastando los principios del movimiento y se va reproduciendo la antigua cultura política del clientelismo y el intercambio de favores.

Otro vicio del viejo sistema que empieza a asomar su cabeza es el de la subordinación del partido al gobierno. A pesar de que López Obrador haya señalado una y otra vez que debemos evitar a toda costa la construcción de un nuevo partido de Estado al estilo priísta, muchos dirigentes partidistas y funcionarios gubernamentales actúan como si Morena debiera ser un brazo más de los gobiernos municipales, estatales o federal.

Un tercer vicio priísta que pone en peligro el proyecto originario de Morena como un partido-movimiento democrático y popular es la exigencia de acatar en silencio la línea de los dirigentes, así como la tendencia a silenciar los críticos internos. Por ejemplo, el periódico oficial del partido, Regeneración, se limita a publicar textos propagandísticos en favor de las políticas del gobierno federal (https://morena.si/regeneracion/). Ella es sin duda una labor importante en el contexto del violento embate de noticias falsas de parte de la derecha. Sin embargo, este importante medio también tendría que abrir sus páginas al sano debate interno sobre el carácter y el destino del partido político de la Cuarta Transformación.

Fue muy simbólico, por ejemplo, que recientemente dos fundadores del movimiento con visiones diferentes sobre la situación actual del partido, Epigmenio Ibarra y un servidor, tuvimos que recurrir a los micrófonos de un férreo opositor, Ciro Gómez Leyva, para intercambiar nuestras opiniones (https://www.youtube.com/watch?v=m1LLN6pJ25A). Dicen que la ropa sucia se lava en casa. Sin embargo, ello solamente es posible cuando haya una casa dentro de la cual se puedan llevar a cabo las urgentes labores de aseo.

Si queremos que la segunda etapa de la Cuarta Transformación sea aún más luminosa que la primera, que la culminación del sexenio de López Obrador no nos deje huérfanos y sin timonel, debemos iniciar desde ahora con la urgente tarea de afianzar este proceso histórico no solamente en el gobierno, sino también en el partido y en la sociedad.

Ningún líder o candidato en particular podrá llenar los zapatos de López Obrador. Solamente la activa participación de todos nos permitirá pasar de las victorias electorales a la revolución de las conciencias, tarea urgente antes de que el glorioso proyecto de la Cuarta Transformación se hunda bajo el peso de los burócratas y los chapulines que solamente buscan satisfacer intereses propios.

Twitter
Visit Us
Follow Me
You Tube
Instagram
Continue Reading
Publicidad
Presiona para comentar

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Publicidad

Lo más Visto

Copyright © 2021 Cauce Campeche. Diseñado por Sin Contexto.