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Lo que dicen los columnistas

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Los desvergonzados y cínicos izquierdistas mexicanos

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Como están las cosas, esos izquierdosos, como muestra de sumisión ante el imperio, sólo falta que permitan el establecimiento de bases militares en el territorio nacional.

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Elisur Arteaga Nava

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Proceso

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En este mundo nada es permanente; todo cambia; son mutables, incluso, los principios, las ideologías y las religiones. Los políticos, por estar sujetos a la ley de la oferta y la demanda, con mayor razón cambian.

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Esos que se decían rojillos, que de 1960 a 2000 calificaban a los presidentes de la República, a sus gabinetes y a su política, tanto nacional como internacional, de traidores, entreguistas, serviles al imperio yanqui y de vendepatrias, ahora que están en el poder han caído en los mismos vicios que censuraban en sus antecesores en el poder.

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No contentos con hacerlo, esos mismos izquierdistas agregan otros vicios: sumisión ante el imperio y desvergüenza en lo interior: entregan reos sin observar el proceso legal; permiten la entrada de tropas extranjeras armadas al territorio nacional, con el pretexto de “proporcionar seguridad a seis aeronaves que participarán en la Feria Aeroespacial México 2025” (El Financiero, 10 de abril de 2025), función que, constitucionalmente, corresponde realizar de manera privativa a la policía y a las fuerzas armadas nacionales (arts. 21 y 89 frac. VI constitucionales); permiten y justifican la presencia de buques armados frente a las costas; niegan y ocultan a opinión pública la presencia y operación de agentes extranjeros y de drones en el territorio nacional; y ellos, a pesar de llamarse nacionalistas. acatan órdenes del presidente de Estados Unidos de América de desplegar soldados mexicanos para sellar las fronteras.

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Esos gobiernos serviles y entreguistas del PRI, a quienes los izquierdistas criticaban, nunca entregaron, sin intervención judicial y en violación de amparos o de suspensiones, a los reos que le fueron solicitados por las autoridades estadunidenses; tampoco permitieron la entrada de soldados extranjeros al territorio nacional.

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Como están las cosas, esos izquierdosos, como muestra de sumisión ante el imperio, sólo falta que permitan el establecimiento de bases militares en el territorio nacional; que, en los días próximos, en una segunda etapa, procedan a la entrega, sin juicio, desde luego, de políticos que no gozan de inmunidad, o de exfuncionarios, para que sean juzgados por autoridades judiciales de los Estados Unidos de América, por supuestos delitos cometidos en territorio mexicano.

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Es de esperarse que, según vayan aumentando las presiones y haciéndose realidad algunos aranceles y amenazas, también procedan a la entrega de legisladores y funcionarios en ejercicio que gozan de inmunidad. La entrega pudiera hacerse sin obtener previamente una declaración de procedencia. Existe un buen argumento: «A mí no me vengan con que la ley es la ley».

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Ahora es cuando los priistas deberían salir a la calle en defensa de la pisoteada soberanía nacional y que realizan quienes se decían izquierdistas, mismos que se han convertido en autoridades dóciles, complacientes, sumisas y apanicadas, que agachados negocian con las autoridades de la potencia del norte.

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Los priistas no han dicho esta boca es mía para protestar por la entrega de 29 mexicanos sin que se hayan respetado los más mínimos derechos de los reos y sin haber obtenido la promesa formal y pública de que no les serán aplicadas algunas de las penas prohibidas por el artículo 22 constitucional. No han protestado contra la política entreguista de los izquierdistas.

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Los sedicentes izquierdistas no tienen dignidad, tampoco vergüenza. Alcanzaron el poder por el poder y no para hacer efectivo un programa nacionalista y democrático.

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No es ser de izquierda tirar el dinero en inversiones mal planeadas, faraónicas y sin control financiero. Tampoco lo es el dar dádivas a los que menos tienen para obtener su voto, retener el poder y para disponer de los fondos y recursos públicos para un beneficio propio.

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Los tiempos han cambiado, hasta este momento no he visto que los que se dicen izquierdistas hayan salido a la calle a protestar contra la política de sumisión de la actual administración morenista. Que ellos, que se decían celosos defensores de la soberanía nacional, salgan a las plazas a protestar contra la política entreguista de la señora Sheinbaum. No he visto la banderas nacionalistas y antiimperialistas que sacaban a las calles al primer signo de entreguismo de los gobiernos priistas.

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La señora Lenia Batres Guadarrama no ha dicho: “por dignidad renuncio al sitial que tengo en la Corte, como protesta por la política entreguista de la actual administración pública”. Tampoco he visto a Pablo Gómez, que para llegar al poder navegó con bandera de izquierdista, haya protestado contra la “injerencia imperialista” que está permitiendo la señora Sheinbaum. Por las mismas andan Gerardo Fernández Noroña y Martí Batres.

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Ahora los quiero ver a ellos y a otros de su ralea exhibir su dignidad como izquierdistas; los quiero ver renunciar a sus cargos en protesta contra esos que, en otros tiempos, llamarían traición a la patria. Los quiero ver salir a las calles, portando sus banderas rojas, a exigir la renuncia de la señora Sheinbaum.

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Tampoco he visto manifiestos de los líderes de Morena, gobernadores o legisladores morenistas oponiéndose a la política entreguista de la administración de la señora presidenta de la República.

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No exigiría lo mismo a Ricardo Monreal, Mario Delgado, Adán Augusto López, Leonel Godoy y a los Murat, ellos, como viejos camaleones, no tienen principios, pero sí intereses; adoptan el color del gobierno en turno. No puede exigírseles que, a estas alturas de sus vidas, tengan dignidad.

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Si al señor Trump, le viene la idea de invadir Cuba, Nicaragua, Venezuela o Corea del Norte, éste pudiera ser el momento para intentarlo. Puede tener la seguridad de que los exrojillos o izquierdosos mexicanos no van a salir a protestar ni amenazarán con romper relaciones con su país; se sumarán al número de apoyadores de la acción armada. Éstos, estando en el poder, mostraron lo que son: desvergonzados, cínicos y sin principios.

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Con tristeza debemos admitir que los izquierdistas, de los que había antes, los que salían a protestar ante el más mínimo signo de entreguismo de los gobiernos priistas, que se rasgaban las vestiduras ante los signos de colaboración con los Estados Unidos de América de los gobiernos mexicanos, se acabaron; ya no se hacen: se rompió el molde.

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Ante ese panorama, que es desolador, con tristeza debemos reconocer que esos que protestaban contra todo lo que olía a imperialismo se acabaron. Quedó demostrado que el poder cambia a los hombres y, para estar a la moda, también a las mujeres; que de las ubres del poder mana un líquido que hace olvidar los compromisos ideológicos pasados y que quitan hasta lo izquierdista más radical. Nunca pensé que iba a tener vida para ver tanta desvergüenza de parte de aquellos con los que durante mucho tiempo salí a las calles a protestar.

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Cuando los sedicientes izquierdistas pierdan el poder, ¿con qué cara saldrán a protestar contra la política entreguista de sus sucesores? ¿Serán tan desvergonzados que, estando de nuevo en la oposición, saquen sus supuestas banderas nacionalistas y antiimperialistas? Pero, lo más grave: ¿habrá quien les crea cuando lo hagan?

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Soberanía tecnológica: el futuro está en el código

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Luis Wertman Zaslav

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Excelsior

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En el siglo XX, la soberanía se medía en territorio, energía o fuerza militar. En el siglo XXI, se mide en tecnología. Tener o no tener el control de nuestros sistemas digitales, datos, plataformas y conocimientos técnicos ya no es una opción: es una cuestión de independencia nacional.

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México y América Latina enfrentan una paradoja inquietante. Contamos con talento, creatividad y una enorme necesidad de innovación. Sin embargo, seguimos dependiendo casi por completo de tecnologías extranjeras. Desde la nube donde almacenamos nuestra información hasta los algoritmos que influyen en decisiones cotidianas —educativas, financieras y de salud— usamos herramientas que no controlamos, que no entendemos plenamente y que no fueron diseñadas pensando en nosotros.

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¿Por qué importa esto? Porque quien diseña la tecnología impone las reglas. Controla los datos, establece los estándares, decide el ritmo del cambio y domina el mercado. La soberanía tecnológica no es sólo un asunto de innovación o negocio: es una prioridad de seguridad nacional, una palanca para el desarrollo económico y una condición indispensable para proteger nuestra dignidad digital.

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Mientras países como EU, China, India o Corea del Sur invierten miles de millones de dólares para construir, defender y expandir su infraestructura tecnológica, en nuestra región el tema sigue sin ocupar el lugar que merece en la agenda pública. No se trata de cerrarnos al mundo, sino de evitar una dependencia ciega que nos deja vulnerables y sin voz en un futuro que otros están programando por nosotros.

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México tiene una gran oportunidad. Nuestra cercanía geográfica con el mayor mercado del planeta es estratégica. Contamos con millones de jóvenes conectados, universidades que forman talento competitivo, y empresas con potencial global si se les brinda el ecosistema adecuado. Pero aprovechar esta oportunidad requiere decisiones valientes y sostenidas.

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Hay tareas urgentes e ineludibles:

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* Apostar decididamente por la educación técnica y científica desde la niñez, con programas que despierten vocaciones tecnológicas desde temprano.

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* Crear incentivos reales para el desarrollo de software, hardware y propiedad intelectual nacional, fomentando startups e innovación abierta.

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* Proteger los datos de los ciudadanos con leyes claras, justas y actualizadas, que garanticen privacidad sin frenar el desarrollo digital.

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* Fortalecer la ciberseguridad en todos los niveles: gobierno, empresas, instituciones educativas y ciudadanía, creando una cultura de prevención.

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* Impulsar alianzas sólidas entre el sector público, privado, académico y social para innovar desde dentro, con visión de largo plazo y sin dependencia externa.

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La soberanía tecnológica no significa hacerlo todo solos. Significa poder elegir con quién, cómo y cuándo colaborar. Significa tener el poder de decidir. Hoy, muchas de las decisiones que afectan nuestra economía, nuestra democracia y nuestra vida cotidiana no se toman en México, sino en servidores y algoritmos que operan desde lejos. En otras latitudes.

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Si no actuamos ya, el futuro lo escribirán otros… y en otro idioma. La buena noticia: aún estamos a tiempo. Pero no por mucho. No hay tiempo que perder. Ni tampoco talento que desperdiciar.

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Invertir en nuestra capacidad tecnológica no es un lujo: es una necesidad. Un imperativo ético, económico y estratégico. Porque el país que controle su código, controlará su destino.

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Tomemos ejemplos concretos. Brasil ha impulsado su propio sistema de pagos instantáneos (PIX), India desarrolló Aadhaar, su sistema de identidad digital, y Corea del Sur invierte intensamente en semiconductores de fabricación nacional. ¿Y México? Tenemos el talento, la posición estratégica y los recursos para construir soluciones propias, pero necesitamos voluntad y compromiso de todos los actores.

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No se trata sólo de programar: se trata de programar el futuro. ¿Usted qué opina?

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Entre la opacidad y la libertad

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Nada es un equívoco ni una simpleza cuando se trata de la libertad.

Carlos Carranza

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Excelsior

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Hay ocasiones en las que la realidad parece una suma de coincidencias y simples eventualidades que convierten la realidad en una suerte de galimatías que se necesita leer de una manera particular.

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Quizá alguien podría suponer que esto implica una inteligencia singular para darse cuenta de lo que implica mirar, observar con detenimiento lo que ocurre a nuestro alrededor para llegar a comprender la importancia de nuestras palabras, los actos que nos definen, la imaginación con la que enriquecemos lo cotidiano, la libertad que nos permite comprender la historia a través de los horrores y la esperanza que se encuentran en el fundamento de nuestro devenir como seres humanos.

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No, no se requiere de unos lentes especiales para comprender la trascendencia de cada uno de nuestros actos y, con mayor énfasis, cuando se ponen en la mesa aspectos que ponen en riesgo aspectos que nos determinan como sociedad. En ese sentido, durante estos días podemos observar una de las paradojas que suelen presentarse en nuestra realidad y que es ineludible subrayar –contrastes que, por cierto, se presentan con una preocupante frecuencia cada vez mayor—.

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A raíz de la transmisión de comerciales pautados por el gobierno estadunidense en algunos medios de comunicación mexicanos —con un mensaje amenazante para los y las migrantes, además con un aire racista que se normaliza cada vez más en el país vecino del norte—, el gobierno encabezado por Claudia Sheinbaum puso en la palestra la necesidad de no permitir que mensajes de este tipo se proyectaran con la facilidad y regularidad con la que se llegaron a observar en varios canales de empresas que gozan de la concesión de dichas frecuencias.

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Quizá este sería el un punto indiscutible en el que podrían imperar las coincidencias y los acuerdos. No obstante, el oficialismo utilizó este tema para abrir la Caja de Pandora en la que guardaban ese espíritu irracional, contradictorio y revanchista que, bajo el más simple y elemental pretexto, dejan que predomine en todos los aspectos.

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Así, con una rapidez digna de un reconocimiento especial, redactaron una propuesta de ley en la que se plantea un cierto control de los medios de comunicación, inclusive de las redes sociales, bajo el escrutinio de la situación fiscal de cada empresa. Sin embargo, en el detalle comienza a asomarse ese tufo de autoritarismo que pone en riesgo a la libertad de expresión.

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Por cierto, es curioso escuchar a la titular del Poder Ejecutivo asegurando que no se trata de promover la censura, mientras las declaraciones de algunas y algunos de sus correligionarios apuntan a validar dicho mecanismo. No olvidemos que han sido varias las propuestas de miembros del oficialismo que han planteado regular el contenido de las redes sociales justo cuando se han señalado las faltas, incongruencias y absurdos de los dos últimos gobiernos federales.

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Tampoco dejemos de lado que, en medio de esa bruma y opacidad, el oficialismo ha terminado por imponer su visión de la realidad y sus determinaciones políticas. Nada es un equívoco ni una simpleza cuando se trata de la libertad, a pesar de su retórica y narrativa edulcoradas con el populismo que tanto les beneficia.

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Y, para que la paradoja se defina, mientras el oficialismo se perfuma con sus contradicciones, en estos días se lleva a cabo la Fiesta del Libro y la Rosa de la UNAM, la máxima casa de estudios de nuestro país, en la que la palabra, el diálogo y la libertad son los referentes en cada uno de sus propuestas y espacios. La libertad que nace del conocimiento, de la lectura, de la reflexión y de compartir la posibilidad de un diálogo que se proyecta en cada una las páginas que hallamos en los libros.

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La libertad y la lectura también son actos de memoria. Por ello, siempre es necesario recordar a Joseph Roth, quien, en 1938, durante el amanecer del fascismo alemán, escribió: “Mes tras mes, semana tras semana, días tras día, hora en hora, de un instante al siguiente, en este mundo resultará cada vez más difícil expresar lo inexpresable.

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El círculo de la fascinación de la mentira, que los criminales levantan en torno a sus fechorías, paraliza la palabra y a los escritores, que están a su servicio. No obstante, se impone el deber, inexorable, que le ha encomendado a uno la gracia, de perseverar hasta el último momento, es decir, hasta la última gota de tinta, de tomar la palabra en el verdadero sentido de la palabra, la palabra amenazada por la paralización.

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En nuestros días debe uno disculparse si escribe… Y sin embargo tiene que seguir escribiendo…” (La filial del infierno en la tierra, El acantilado, 2004). Líneas que, fuera de contexto, parecen una exageración; sin embargo, en nuestro país, nada puede tomarse a la ligera y, mucho menos, cuando, desde el oficialismo, se apuesta por la opacidad como estrategia imperante.

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A seguir trabajando.

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Más allá de los porcentajes, volver a crecer

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Rolando Cordera Campos

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La Jornada

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En días recientes, tanto el Banco Mundial como el FMI modificaron a la baja sus porcentajes de crecimiento para México; el Banco recortó su expectativa en 1.5 puntos porcentuales, y el Fondo anticipó una contracción de 0.03 por ciento. Noticia que cayó mal en Palacio Nacional, escribió Luis Miguel González (¿Qué tiene de malo para México el pronóstico del PIB del FMI: -0.3%?, El Economista, 23/04/25) y agregó: “Hay consenso en que aranceles e incertidumbre Made in USA son el principal lastre a la economía global, y México es el país más perjudicado en el mundo con el cambio de escenario, asegura el articulista, (pero) hay que recordar que en el sexenio de AMLO el promedio anual fue menor a 1.0 por ciento y que, antes de Morena, entre 1982 y 2018, la tasa anual de crecimiento promedio fue apenas superior a 2.0 por ciento”.

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Hay cifras que agradan y otras que fastidian; cifras que visten o que desnudan, pero más allá de números y proyecciones es necesario asumir que, lo que en verdad importa, lo que es necesario atender es la falta de crecimiento de nuestra economía y su incapacidad de generar los empleos necesarios, formales y bien pagados que exige una población de jóvenes y adultos jóvenes que año con año ven truncadas sus expectativas laborales y así pasan a ingresar, en el mejor de los casos, las filas de la informalidad y, en el peor, las de los grupos criminales.

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El problema, hay que decirlo las veces que sea necesario, es la falta de crecimiento y de empleo, y no las proyecciones o los porcentajes que, por cierto, no son invento del Banco Mundial ni del Fondo Monetario Internacional. Más que enfrascarnos en debates numéricos, hay que enfocarnos en buscar caminos que nos saquen de la trayectoria económica negativa que ha seguido nuestro país.

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Hacerlo requiere de audacia y destreza políticas, también de voluntad; de la capacidad de sumar fuerzas y esfuerzos para desplegar un nuevo curso de desarrollo. Convocar a la sociedad toda, a sus comunidades y fuerzas productivas, a investigadores, académicos, empresarios… a (re)construirnos.

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Y, desde luego, no seguir ignorando –ni negando– nuestra omisión para llevar a cabo una serie de tareas que han obstaculizado el crecimiento, reflejado no sólo en la falta de empleos buenos sino en la creación y mantenimiento de infraestructura, o en la incapacidad fiscal para garantizar la salud y seguridad social para todos los mexicanos.

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Asumir que más allá de la espada arancelaria es necesario tener presente que la política social no se determina ni termina en los apoyos monetarios directos, que ésta debe estar vinculada con la política económica, con una economía política expresamente comprometida con el empleo y la creación de mecanismos mínimos necesarios para redistribuir; con la planeación y el ordenamiento regional, tareas que bien podríamos resumir en fortalecer las instituciones, empezando por la construcción de un moderno Estado de bienestar, y emprender la reforma fiscal recaudatoria y redistributiva pospuesta ya por mucho tiempo. Un Estado social que facilite, como quería Sergio García Ramírez, que la sociedad se sitúe en el Estado.

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Esforzarse por hacer de esta época la hora de la igualdad, como ha venido planteando con claridad la Cepal desde 2010, cuando en su trigésimo tercer periodo de sesiones, todavía con los efectos de la crisis global de 2007-2008, lanzó como propuesta y proclama a la igualdad como eje y vector de las transformaciones económicas y sociales.

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Mucho que reconocer y rehacer. Afinar el foco, atreverse a convocar y encabezar una recuperación en verdad transformadora cuyo centro esté en invertir para la igualdad. Una recuperación que apueste por un Estado social, democrático de derecho y de derechos, acompañada por una gran reforma fiscal redistributiva, fruto de un gran acuerdo social, que estimule la inversión, el empleo, la igualdad y el crecimiento sostenible.

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Crisis agrícola y dependencia alimentaria

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Ana de Ita*

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La Jornada

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La primera acción del Plan México del gobierno actual se propone ampliar la autosuficiencia alimentaria, una intención fracasada en el gobierno del presidente López Obrador, que en el nuevo contexto internacional de tensiones comerciales con Estados Unidos, se muestra cada vez más urgente. Aunque en el mercado abierto no es posible lograr la autosuficiencia alimentaria, disminuir la dependencia de importaciones de alimentos es inaplazable.

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Luis Hernández Navarro alertó al ponerse en marcha el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, de que Estados Unidos proponía a los países del sur dejar en el pasado sus esfuerzos para volverse autosuficientes en la producción de alimentos y ahorrar dinero importando alimentos producidos por ellos. bit.ly/3RDAgdc

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Después de 30 años de libre comercio, México es peligrosamente dependiente de la agricultura de Estados Unidos para la alimentación de la población. A esto se suma la sequía que impacta las áreas de agricultura comercial, la falta de recursos para el fomento de la producción, las erróneas políticas agrícolas del sexenio anterior que castigaron a la agricultura destinada al mercado interno y destruyeron los escasos programas de financiamiento, comercialización y fomento que habían sobrevivido a las políticas neoliberales. Como resultado, la producción de granos básicos en 2024 fue la más baja de los últimos 10 años.

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Sin evaluación alguna, los programas desintegrados e ineficaces que operaron durante el periodo de López Obrador se incluyeron en la Constitución y absorben la mayoría de los recursos para el sector rural.

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En este escenario constreñido por la crisis climática, la economía y la política, la presidenta Sheinbaum se propone ampliar la autosuficiencia alimentaria, aumentando la producción de maíz blanco, frijol, arroz, y leche, a partir de un nuevo programa Cosechando Soberanía, que se destinará en 2025 únicamente a 300 mil productores individuales, pequeños y medianos, de hasta 5 hectáreas de riego y 20 de temporal, y alcanzará a 750 mil productores en 2030. Los campesinos podrán acceder, entre otros apoyos, a tasas blandas de crédito y seguros de producción y precios, pero beneficiará sólo a 6.5 por ciento de los productores en 2025, y en 2030 a 16 por ciento. Programas de este tipo, tal como Sembrando Vida, provocan una mayor desigualdad en el campo.

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El programa distingue el maíz blanco para la alimentación, del amarillo para forraje y se compromete a mantener la autosuficiencia en el maíz blanco, en un momento en que las importaciones de maíz amarillo alcanzarán cifras nunca vistas. A diferencia de su antecesor, el gobierno actual no se propone aumentar la producción de maíz amarillo para garantizar el abasto a los ganaderos e industrializadores, muchos de ellos trasnacionales. bit.ly/4d04Mrp

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El gobierno propone que la producción de maíz blanco llegue este año a 21.3 millones de toneladas, al aumentar la producción 440 mil toneladas, y para 2030, alcance 25 millones de toneladas, con un incremento de 3.6 millones de toneladas.

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Durante 2024, se produjeron únicamente 20.9 millones de toneladas de maíz blanco debido a una fuerte caída de 3.7 millones durante el ciclo otoño-invierno, principalmente en Sinaloa, en donde se sembraron menos de la mitad de las hectáreas que el año previo, por falta de agua y debido al descalabro sufrido por los agricultores en la comercialización de su cosecha en 2023. Entre 2023 y 2024 se esfumaron 3.7 millones de toneladas de maíz blanco que se intentan recuperar a finales de 2030.

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Las toneladas adicionales se cultivarán en diferente cantidad en cada uno de los estados del sur y sureste escogidos por tener agua: Chiapas, Veracruz, Campeche, Oaxaca, Guerrero, Tabasco, Yucatán y Morelos.

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En paralelo, el gobierno intenta estabilizar la producción de las regiones cerealeras impulsando la tecnificación del riego para atenuar los estragos que causan la sequía.

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Proponerse cambiar parte de la producción de la gramínea del noroeste y el Bajío, al sur y sureste, puede ocasionar fuertes conflictos económicos y sociales en regiones en que la agricultura tiene un aporte económico sustancial.

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El programa Cosechando Soberanía no puede solucionar los graves problemas estructurales que enfrenta el resto del sector agrícola, sin financiamiento, crédito ni seguros; sin sistemas ni instituciones de comercialización; sin regulación ni fomento a la producción. Así un riesgo es que, aunque las metas del programa se cumplan, la producción de los estados maiceros decaiga y el país amplíe su dependencia.

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La propuesta de encadenar la producción de maíz a la fabricación de harina, a partir de plantas estatales procesadoras y su venta en las Tiendas del Bienestar, con participación de los campesinos, únicamente apoyará este año a 48 mil 500 productores y en 2030 incluirá a 62 mil 500 campesinos. Desafortunadamente, este programa no cambiará la situación de crisis que vive el campo.

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* Directora del Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano.

 

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