Columnas Escritas
Lo que dicen los columnistas

Las grandes ausentes
La discusión política y mediática en nuestro país ha omitido poner en el centro del debate a las víctimas y la dimensión de la violencia que desde hace 19 años se ha apoderado del país con la complacencia y colusión de la clase política.
Javier Sicilia | Proceso
Aun cuando en el fondo de la captura del Mayo Zambada y de la entrega de 29 miembros de diversos cárteles al gobierno de Estados Unidos, bajo la extraña figura de “Expulsión”, están las más de 100 mil muertes que el consumo de fentanilo produce cada año en Estados Unidos y los crímenes cometidos por los cárteles contra agentes norteamericanos, en México no se ha dicho una palabra de los asesinatos, secuestros, torturas, desapariciones y redes de trata que están en el fondo de esos dos acontecimientos.
La discusión política y mediática en nuestro país se ha centrado en las causas y efectos que esos hechos tienen y tendrán en la agenda bilateral, pero ha omitido poner en el centro del debate a las víctimas y la dimensión de la violencia que desde hace 19 años se ha apoderado del país con la complacencia y colusión de la clase política.
La omisión es muy grave. Muestra no sólo el desprecio por las más de 500 mil víctimas de la que esos criminales y sus organizaciones son responsables, sino también la cobardía de un gobierno y de un país que se niegan a asumir que ese horror que se ha vuelto sistemático dejó hace mucho de pertenecer al orden de la delincuencia para convertirse en crímenes contra la humanidad. Discutir si en el caso Zambada se violó la soberanía del país o si ese delincuente debe o no ser tratado con el mismo rasero que otro connacional es tan absurdo (permítanme un despropósito que cuando se habla de crímenes de lesa humanidad no lo es) como discutir si Eichmann debió haber reclamado en su momento el derecho a ser “repatriado” a una de las dos Alemanias de entonces, y Walter Ulbricht o su homólogo Henrich Lübke el deber de haber solicitado su extradición para que no se le juzgara en Jerusalén.
Discutir asimismo si la entrega de 29 criminales a Estados Unidos fue una medida que dignifica al gobierno de México o una reacción de la debilidad y la precariedad política del gobierno mexicano para contentar a Donald Trump y evitar su amenaza arancelaria, o cualquier otra cosa, es igualmente absurdo.
Hablar de ello, sin poner en primer plano el tamaño de la violencia que nos corroe y la descomunal cantidad de víctimas que hay en el país es silenciar y normalizar el horror y la gravedad de los crímenes que se han cometido y se cometen diariamente en México.
Más allá de lo absurdo de estas discusiones y del desaseo jurídico y político que las ha provocado y que sólo podría recomponerse declarando a esos criminales y a sus organizaciones responsables de crímenes contra la humanidad y entregándolos a una corte internacional, ambos temas ponen el dedo en la llaga de las víctimas que tanto el Estado mexicano como la mayoría de los medios se niegan a mirar, desde que Felipe Calderón desató la guerra, hasta Claudia Sheinbaum que, presionada por el gobierno de Donald Trump, combina de manera reactiva las estrategias de guerra de Calderón con los programas sociales de su antecesor y políticas migrantes inhumanas para intentar controlar la violencia y las amenazas económicas de Estados Unidos, las víctimas no existimos.
Somos cifras, seres deleznables que se matan entre sí, “bajas colaterales” cuyo porcentaje es despreciable, expedientes que los aparatos de justicia no atienden, cuerpos incómodos que sin necropsia alguna se desalojan en fosas, clamores y reclamos que se despechan en las Comisiones de Víctimas reducidas a ventanillas de trámite, desplazados a los que se finge tratar humanitariamente, gente a la que no recibe ni la presidenta ni los gobernadores porque exageramos, porque sólo venimos a incomodar, a desestabilizar, a manchar la investidura, a joder, a enchinchar diría la vulgaridad de la 4T.
Todo lo que las víctimas hemos hecho en los últimos 14 años por la justicia y la paz ha sido destruido sistemáticamente. A lo largo de esos años, los distintos gobiernos de México han buscado desaparecernos destruyendo las Comisiones de Víctimas y de Búsqueda que creamos con el sufrimiento de nuestros muertos y desaparecidos. Las han ido reduciendo a la inanición para convertir a sus comisionados en seres perrunos que, como Rosario Piedra, sirvan a los interese del Estado y al encubrimiento de la criminalidad.
Las víctimas somos las grandes ausentes de una tragedia humanitaria que no sólo nos afecta directamente, sino que tiene sometido al país entero. Por ello, el Estado y los medios de comunicación han podido y pueden perder el tiempo discutiendo sobre la agenda biltateral con Estados Unidos teniendo como centro criminales a los que lo único que les corresponde es la aplicación de la justicia venga de donde venga.
La corrupción que desgarra a México, la inoperancia de los organismos internacionales para asumir su responsabilidad frente a los crímenes contra la humanidad que desde hace más de una década desgarran a México y al país vecino, no dan por desgracia para otra cosa.
Mientras México no ponga en el centro de la violencia a las víctimas, no se declare en Estado de emergencia y no construya a partir de ello una política integral de justicia y paz, ni el Estado mexicano ni el país lograrán rehacerse.
Seremos cada vez más rehenes de violencias extremas, de criminales como los que ocupan la discusión pública” y de políticas externas que buscaremos complacer de manera puramente reactiva y a costa de esfuerzos tan estériles como inútiles e inhumanos. Negar a las víctimas, buscar enterrarlas bajo cortinas de humo para seguir pactando con organizaciones criminales y encubriendo capos y funcionarios coludidos con ellos, es la mejor forma de continuar cavando la fosa donde un día, no muy lejano, desaparecerá el país entero.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.
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Número cero
La ley antinepotismo o cómo extraviar la causa
José Buendía Hegewisch | Excelsior
La colisión de intereses al interior del mosaico de Morena y sus aliados ha comenzado a asomar temprano en el Congreso, a pesar de encumbrar la unidad como mantra indisoluble. Pero ni siquiera la acechanza del exterior disuade a las facciones a deponer choques con la Presidenta cuando están de por medio cotos de poder o espacios de impunidad en que se guarecen, ahora y antes, caciques electorales e intereses individuales.
La vitrina es la frustrada ley contra el nepotismo, en que la mayoría de los senadores y diputados de su coalición dejaron sola a Sheinbaum y a un puñado de leales en el Congreso. Se trataba de su más importante iniciativa para limitar el uso de los cargos de públicos como regiones al servicio de familiares y amigos. Es decir, la tentativa de inyectar una dosis de modernización y renovación a la vida política frente al creciente control de “barones” territoriales como los “monreales” o los “salgados” e intereses personales, que se agudiza por el poder sin contrapesos del partido oficial.
El movimiento para desactivar la ley hasta 2030 evidencia debilidades de la Presidenta contra la obstrucción de sus líderes en el Congreso a iniciativas que llevan su sello, y sin importar su popularidad o llamados a la unidad nacional contra amenazas externas. Y da lugar a preguntas sobre el liderazgo al que responden sus coordinadores en el Senado, Adán Augusto López, y en la Cámara de Diputados, Ricardo Monreal, que llegaron por el acuerdo de “unidad” con el que López Obrador repartió el poder para ordenar su sucesión y que heredó a Sheinbaum. Desde entonces, la “unidad” ha sido el salmo morenista, pero ahora al costo de perder en el juego de las alianzas una ley que el “pueblo ve muy bien”. “La política es optar entre inconvenientes. A veces no es lo que deseas, sino lo que se puede hacer”, capituló.
Esa especie de minirreforma electoral era importante, no tanto por sus alcances contra el “enchufismo” de parientes y amigos, sino como pequeño dique contra la idea de preferir tolerar abusos e impunidad en los cargos púbicos antes que abrir ninguna fisura a la crítica de la oposición; aunque sea al precio de la voluntad popular que ha respaldado la promesa de Morena de regeneración de la política y piso parejo para competir por el poder, como pretendía esta ley a partir de las elecciones de 2027.
Presupuestos como ésos son los que llevan al extravío de principios y causas de un movimiento, bajo la justificación de una unidad que ahoga la diferencia y, sobre todo, sirve de parapeto a la inconsecuencia política. De la complicidad al agravio de perder la mística, que a otros partidos antes llevaron al fracaso, y a cobijar privilegios y canonjías con prácticas inveteradas que se repiten en todos los partidos e inmunizan a la ciudadanía de la política.
No es el único espejo de la plegaria de la unidad como recursos de impunidad. Tras ceder a las exigencias del Verde contra el espíritu de la ley, la comisión del caso de Cuauhtémoc Blanco pospuso su desafuero en lo que parece una contraprestación a Morena. También a pesar de que la Presidenta dijera que se investigue la acusación de corrupción y violación de la hermana del exastro del futbol, y ahora diputado de sus filas. Si sumáramos la inconformidad en la designación de la CNDH, son ya tres los reveses que sufre la Presidenta en el Congreso en lo que va del gobierno.
Evidentemente, la oposición ha intentado capitalizar la brecha interna de Morena con el ofrecimiento de 100 diputados para echar atrás la minuta del Senado contra el nepotismo, mediante un voto particular que incluía la prohibición de que familiares de expresidentes pudieran competir por el mismo cargo durante 10 años. Un intercambio así con el PAN acabó de convencer el cierre de filas en Morena y dar la salida a su coordinador para desviar la atención hacia una negociación inadmisible por tener dedicatoria contra el dirigente morenista Andrés López Beltrán, hijo del líder moral del partido.
Por supuesto la oposición sabía que una negociación así no pasaría, pero la polvareda que levantó corrobora que ni siquiera el mantra de la unidad impide ver los choques y contradicciones internas, y la probabilidad de perder el control de la agenda cuando las diferencias se tratan de cubrir con simulaciones.
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Como la vida misma
Tenemos a una mujer en la Presidencia, pero seguimos siendo un país profundamente machista.
Miguel Dová | Excelsior
EL 8 DE MARZO Y LOS OTROS DÍAS…
El 8 de marzo, nada que festejar. No fue un día de celebración, sino de memoria y lucha. Su origen no está en las marcas que tiñen sus logos de morado ni en los discursos grandilocuentes de los políticos de turno. Viene de las trabajadoras textiles que en 1908 murieron en una fábrica incendiada en Nueva York por exigir condiciones dignas. Viene de las sufragistas que enfrentaron cárcel y represión. Viene de las mujeres que a lo largo de la historia han tenido que abrirse paso en un mundo diseñado para excluirlas. Pero hoy, más de un siglo después, seguimos repitiendo la misma pregunta: ¿cuánto ha cambiado realmente?
En México, la paradoja es evidente. Tenemos a una mujer en la Presidencia, pero seguimos siendo un país profundamente machista, donde esta lacra se refleja en cifras aterradoras: 10 feminicidios al día y una impunidad que supera 90 por ciento. La violencia de género es una epidemia, los feminicidios son cifras de horror y la brecha salarial sigue siendo una realidad que muchos prefieren ignorar. El 8M llega con sus marchas multitudinarias, con su marea violeta inundando las calles, pero al día siguiente, hoy, todo continúa igual: las mujeres siguen sin sentirse seguras en el transporte público, enfrentan preguntas que a ningún hombre se le harían en una entrevista de trabajo y cargan con un sistema que las obliga a hacer malabares entre lo profesional y lo doméstico.
Este día se ha convertido en la pasarela de la hipocresía. Empresas que pagan menos a sus empleadas publican mensajes emotivos sobre el empoderamiento femenino. Gobiernos que no hacen nada por proteger a las mujeres lanzan campañas con hashtags rimbombantes. Líderes políticos que han callado ante casos de acoso entre sus filas sueltan discursos sobre igualdad. Todo es simbólico, todo es performático: frases huecas, fotos oportunistas y compromisos que se evaporan en horas. Puro marketing feminista para la foto.
El problema no es sólo el oportunismo de los poderosos, sino también la incomprensión general del feminismo. Algunos lo ven como una amenaza, otros lo usan como un accesorio de moda. Se habla de feminismo cuando conviene, pero cuando se trata de cuestionar privilegios o exigir cambios estructurales, la cosa cambia. Hay quienes creen que la lucha ya terminó porque las mujeres “ya pueden votar, ya pueden trabajar, ya pueden opinar”. Como si la historia de desigualdad se compensara con unos cuantos derechos concedidos a regañadientes. Como si la igualdad ya estuviera resuelta porque en algunos sectores hay mujeres en puestos de poder.
Y sí, hay extremos dentro del movimiento que terminan por desvirtuar su esencia, como en toda causa. Pero ése no es el problema central. Lo importante no es el tono de la protesta, sino las razones por las que sigue siendo necesaria. El feminismo no es una moda, no es una corriente pasajera, es una demanda de justicia. No se trata de odiar a los hombres ni de convertir la lucha en una competencia de estridencias. Se trata de garantizar que las mujeres puedan vivir con la misma libertad y las mismas oportunidades que cualquier hombre; sin miedo, sin obstáculos artificiales, sin que se les pida demostrar el doble para recibir la mitad del reconocimiento.
Así que hoy, cuando el 8M ya quedó atrás y el color morado se diluye entre la indiferencia y la rutina, quedará la verdadera pregunta: ¿qué estamos dispuestos a hacer? Porque la lucha no está en las palabras bonitas ni en los gestos simbólicos. Está en las leyes que se cumplen, en los espacios que se abren, en las actitudes que cambian. Mientras eso no suceda, seguiremos conmemorando, seguiremos marchando, y seguiremos recordándole al mundo que la igualdad, sigue siendo una promesa incumplida.
La Unagi es de un feminismo muy fino; es independiente, libre y soberana, directora en la empresa y jefa en su casa; sin perder la dulzura, ella no necesita botas con clavos ni pelearse con los hombres. Es una señora feminista, de las que entienden el concepto y sabe el lugar que ocupa; por eso hoy, no la veremos en ninguna asamblea del Zócalo. Es domingo, paseíllo con los perros y lanzarnos a comer con José, Malena, Mariluz y Tony. Bonito día.
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De la Gran Transformación a la Gran Confusión
Rolando Cordera Campos | La Jornada
Nuestra trayectoria económica podría resumirse como una tortuosa caminata de crisis en crisis. En medio de la explosión de la crisis de la deuda externa, agravada por la casi vertical caída del precio del petróleo, parecía que el país se sumiría en una suerte de hoyo negro del cual saldrían otro país, otra economía y, en fin, una sociedad reconstruida.
Como haya sido, los hechos señalan que, para evitar que el país se nos fuera entre las manos, en dicho del presidente Miguel de la Madrid, a partir de 1982 se impuso un draconiano ajuste financiero y, en general económico, mediante el cual se pretendía una salida rápida del atolladero financiero y, al mismo tiempo, detener una acelerada inflación que amenazaba volverse hiperinflación y llevarnos a escenarios de otros tiempos.
No se logró del todo coronar dicha expiación con el arribo de México a un nuevo estadio económico y social. Lo que sí se abrió paso entre tanta confusión fue un proyecto de Gran Transformación gracias al cual la economía se convertiría pronto en una plena economía de mercado y la sociedad se vería forzada a adoptar formas, usos y costumbres, propias de una formación social articulada, sin interferencias políticas, por unas fantasmales leyes del mercado.
Divisa de arranque, aires de la época y del Norte abanderado por Reagan y Thatcher, había que hacer de la mexicana una economía abierta y de mercado, porque sólo así, se decía, podría recuperarse el crecimiento económico y poco a poco, gracias al dichoso imperio mercantil, hasta los salarios y la ocupación empezarían su marcha ascendente. Recordemos que la centralidad del cambio estructural en clave de mercado, tuvo lugar cuando en el mundo se pasaba de la lógica de la guerra fría a una configuración global, con un mercado mundial unificado acompañado por una democracia representativa comprometida con la defensa y promoción de los derechos humanos.
Hoy, una vez más, comprobamos que aquellas pudieron ser, en el mejor de los casos, unas optimistas hipótesis de trabajo de los grupos dominantes, que no derivaron en la creación de nuevos entendimientos y cooperaciones; de reglas y acuerdos, de reconocimiento de la profunda división del mundo cruzado por la pobreza masiva y la inestabilidad financiera.
De hecho, más allá de la fuerza de la geopolítica que adquiría presencia con el fin de la bipolaridad, la renovada economía mexicana debería encaminarse a una revolución capitalista, de los ricos como tempranamente la calificaron Carlos Tello y Jorge Ibarra en su libro La revolución de los ricos (México, Siglo XXI, 2012), que se coronaría con una pionera asociación formal con la economía norteamericana. Así lo prescribía el llamado espíritu de Houston cultivado por los presidentes Bush y Salinas y así buscaron realizarlo las vanguardias de la globalización mexicana.
Hoy encaramos lo que en gran medida fue un falso amanecer, como el filósofo británico John Gray bautizó aquella portentosa mutación planetaria, que no pudo superar o disolver, según el caso, las heterogeneidades estructurales que maniatan la expansión económica y se despliegan hoy, como ayer, en mucha pobreza, alta informalidad laboral y aguda desigualdad económica y social.
Traigo a cuento este apunte memorioso no sólo por el momento que atravesamos, paradójico y cruel como pocos, donde el presidente de la otrora tierra de los libres hoy reniega de esa libertad y sus tradiciones más queridas y admiradas, desconoce y cierra fronteras y entendimientos, y aplasta los propios acuerdos firmados y auspiciados por él y su gobierno; también porque tenemos que inscribir en el meollo de (nuestro) mal desempeño la trayectoria de cuasi estancamiento, apenas por encima del aumento demográfico, por más de 30 años.
Asimismo, quiero reiterar que la inversión total ha declinado su avance y que el esfuerzo público inversor ha llegado a mínimos históricos. Insistamos: sin una sintonía dinámica entre la inversión pública y privada no es posible lograr los coeficientes de acumulación requeridos por una economía del tamaño de la mexicana para recuperar el crecimiento económico que la sociedad, con su demografía y tamaño, demanda.
Para empezar por el principio, como hemos dicho en varias ocasiones, es urgente llevar a cabo una reforma hacendaria que empiece por los tributos; también, rescatar del olvido la idea y la práctica de la programación y la planeación económica y social como forma de gobierno y foro para promover formas e instituciones de concertación económica y social mediante programas nacionales de inversión, que pongan al desarrollo regional en el centro de la acción y las decisiones públicas.
Se trataría de montar bajo mandatos democráticos una conversación creativa entre demografía, economía y política; reconocer nuestros inmensos déficits institucionales y decidirnos a crecer. Como economía y como democracia.
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Un rescate justo a tiempo
Antonio Gershenson | La Jornada
Se cumple un paso más hacia nuestra soberanía. No teníamos ninguna necesidad de empobrecer nuestra industria energética con el falso intento de modernizar y optimizar la actividad petrolera. La reforma energética que, de hecho, impusieron desde la Casa Blanca, ha sido cheques en blanco que los gobiernos del PRI y el PAN otorgaron a las empresas extranjeras y a las privadas nacionales. Pero, con la aceptación de la legislación secundaria para recuperar a Petróleos Mexicanos (Pemex) y a la Comisión Federal de Electricidad (CFE) como empresas públicas del Estado, se logrará proveer a la población de energía a bajo costo.
La disminución del litro de gasolina está próximo y la economía nacional se mantendrá en términos sanos. La legisladora Guadalupe Chavira de la Rosa manifestó que la recuperación del carácter público de Pemex y la CFE es un paso hacia el acceso de toda la población al derecho a la electricidad y a los energéticos para una mayor cantidad de población de zonas rurales y urbanas que, según el criterio neoliberal, no eran rentables para las empresas privadas. La legisladora morenista dijo que México ya vivió los estragos de un sistema privatizador, por lo que no se puede depender de las empresas extranjeras para garantizar el acceso a los servicios vitales y universales, como los energéticos.
Las leyes que se aplicarán, beneficiarán a la Comisión Federal de Electricidad y a Petróleos Mexicanos, y por supuesto, el apoyo será muy grande para la población en general, gracias al rescate de las –otra vez– empresas públicas. Estaremos analizando en este espacio la ley del sector eléctrico, la de Hidrocarburos, la de planeación y transición energética, la de Biocombustibles y la de geotermia. También daremos nuestra opinión sobre los ajustes a la ley del fondo mexicano del petróleo y a la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal.
Es justa la preocupación, incluso la molestia, de la ciudadanía al no contar con el prometido bajo precio de las gasolinas. Sabemos que no ha sido fácil el rescate de la industria energética del país, después del desmantelamiento que sufrieron la CFE y Pemex. Es verdad que, en concreto, no contamos todavía con el beneficio, tan necesario de combustible a bajo precio, propio de un país petrolero como el nuestro. Pero los pasos para lograrlo se están llevando a cabo, pese a los constantes ataques por parte de la oposición de derecha y del fuego amigo de algunos sectores.
Sin embargo, no podemos minimizar el profundo daño que la reforma energética de Peña Nieto originó al país. No obstante, confiamos en que pronto la promesa de los programas de la 4T en cuanto a la independencia energética se cumplan. Por lo pronto, reconocemos que el rescate de nuestra industria petrolera ha sido muy a tiempo y es un gran acierto. Veamos a nuestro alrededor y nos daremos cuenta de que no estamos peor.
El senador demócrata Bernie Sanders, ex candidato a la presidencia de Estados Unidos, ha manifestado recientemente la preocupación de millones de estadunidenses por las funestas políticas públicas de Trump, el presidente abyecto. Por otro lado, ha reconocido en varias entrevistas que la política económica de México está obteniendo éxitos y reconoce que las acciones contra la población migrante son un atentado contra los derechos humanos.
En reciente conferencia pública, Sanders arremetió contra la propuesta económica que Trump presentó ante el Congreso. Señala que el presidente está mintiendo y que distorsiona la realidad de su país, pues en los 90 minutos que duró la exposición, no mencionó para nada la desesperada situación de 60 por ciento de la población estadunidense. Es muy grave el grado de estrés que viven quienes dependen de un cheque cuya cantidad no cubre las necesidades principales. La clase trabajadora está preguntándose qué va a hacer para comprar comida saludable y suficiente para sus familias.
Los trabajadores estadunidenses viven en una sociedad disfuncional por los graves problemas sociales, económicos y políticos que, al parecer, no son importantes para el presidente republicano. A él sólo le interesa apoyar a sus amigos millonarios que lo han llevado al poder. No reconoce ni quiere ver el empobrecimiento de la población de su país.
En 90 minutos Trump no se refirió al enorme esfuerzo que hacen millones de familias para vivir en los límites aceptables humanos. Algo impensable en el imaginario mundial que siempre ha creído en el alto nivel de calidad de vida de los estadunidenses. De ahí la falsedad del sueño americano. La crisis económica de Estados Unidos se refleja de muchas formas. Sanders le pregunta a Trump ¿por qué en Estados Unidos los medicamentos cuestan diez veces más caros que en otros países? Es escandaloso el encarecimiento de estos productos. La voracidad de las empresas farmacéuticas no tiene límite y Trump no tiene en sus planes resolver el problema. Al parecer, todo mundo lo sabe, menos Trump. En su criminal política fiscal, está descontando 880 000 millones de dólares para el sistema de salud. Esto quiere decir que 36 millones de estadunidenses, incluido un gran porcentaje de niños y niñas, están fuera del seguro de salud. La esperanza de vida ha disminuido siete años. Más gente morirá en corto tiempo. Y ni qué hablar de la crisis de la vivienda que está padeciendo más de la mitad de la población de Estados Unidos. Esto es sólo la punta del iceberg de la problemática estadunidense.
Lejos de comparaciones desleales con el pueblo estadunidense, el declive económico de ese país, es más profundo de lo que el mundo cree.
(Colaboró Ruxi Mendieta).
