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Terreno neutral para hablar

Luis Wertman Zaslav | Excelsior

Llegar a un punto medio para entendernos se vuelve difícil o sencillo, dependiendo del entorno en el que nos encontremos. Poco tienen que ver con el origen, la educación académica o la capacidad económica, es simplemente la exposición que tenemos a la desinformación, que funciona como una especie de radioactividad que alcanza distintos niveles de intoxicación.

Si dejamos claro que vivir inmunes a un engaño no está relacionado con la edad, los estudios o el ingreso familiar, entonces podemos concluir que cualquiera de nosotros es susceptible de ser una víctima de las mentiras y los datos manipulados. Igual que sucede con las llamadas de extorsión que provienen de un supuesto pariente en problemas o las que anuncian que ganamos un premio en una rifa inexistente.

Por eso la ciencia es tan importante para el avance de la humanidad: es la única manera de probar si nuestras creencias tienen sustento y pueden comprobarse.

Por eso es apremiante hallar ese terreno neutral para dialogar sobre nuestras ideas, pensamientos y creencias sobre lo sucede en el presente. Son pocas las diferencias que tenemos, muchas menos de las que nos hacen pensar, y las coincidencias podrían impulsarnos a que este momento social consolidara ese sentido de nación que tanto nos gusta recordar en las festividades y en ciertos aniversarios.

El avance de la sociedad mexicana es innegable en los últimos años. Podemos hablar sobre las instituciones, pero el de la ciudadanía ha rebasado por mucho las expectativas de lo que se estima como una sociedad presente y activa. Por supuesto que podríamos hacer más, sólo falta observar el impacto que ha tenido el aumento de confianza en muchos roles sociales y de varias instituciones que estaban desprestigiadas, así como la caída de otras que contaban con credibilidad y la perdieron por múltiples factores.

Todos tenemos el derecho de opinar, pero no el de imponer nuestra forma de ver las cosas a nadie; lo que aprecio es que cada vez con mayor frecuencia buscamos poner en duda cualquier versión que nos llega sobre la realidad en la que estamos. Y eso es positivo.

Dudar es una característica humana que nos ha permitido evolucionar. Ha salvado nuestras vidas y ha dado pie al desarrollo de tecnología que nos ha hecho prosperar. Miramos a las estrellas con la misma fascinación con la que nos preguntamos el porqué de su presencia en el firmamento. Queremos llegar a la profundidad de las cosas y entender su papel en el universo, porque así se nos facilita comprender el nuestro. Lo mismo ocurre con cada especie y con el planeta mismo, todavía un hermoso misterio de coincidencias cósmicas provenientes de una explosión que dio inicio a todo lo demás.

Visto de esta manera, no podría ser tan complicado abrir nuestras mentes y aceptar otras opiniones, al mismo tiempo que nos encontramos en un punto medio para exponer los pros y contras sobre cualquier tema. Nadie tiene la última palabra, sólo que hay palabras que definen mejor que ninguna otra situaciones, hechos y personalidades.

Debo admitir que cada vez que recibo un mensaje con una alerta (generalmente en mayúsculas) en la que se me avisa que —ahora sí— sabré la verdad sobre un asunto de coyuntura, confirmo que lo que nos urge es hablar entre nosotros y aclarar tanta confusión, de la cibernética y de cualquier otra.

Porque el análisis más simple desmonta 90% de las conspiraciones y hace brotar las mentiras que hacen pasar por las verdades más absolutas. Cada periodo histórico ha tenido sus distintas versiones de la desinformación, aunque nunca con la velocidad y el perjuicio de la actual.

Lo que podría salvarnos de este fenómeno son los puntos en común que tenemos y que se refuerzan todos los días. Familia, paz, tranquilidad, educación, prosperidad, oportunidades legítimas y accesibles para quien las gana con talento y dedicación son conceptos que todas y todos compartimos y anhelamos. No conozco a nadie aún que quiera vivir en una comunidad donde no hubiera algo de lo anterior.

La fórmula para obtenerlo es acordar lo que es necesario y, juntos, construirlo. Ya lo hacemos en muchos aspectos de la vida cotidiana, sólo que nos falta convertirlo en un sistema y en comportamiento que dirijan nuestro actuar de manera constante. Todo comienza por estar en un terreno neutral donde podamos hablar de lo que nos preocupa y nos ocupa. Así de simple y así de complicado.

Una vez más

Entre las proclamas patrioteras ante la posible “invasión” norteamericana, la realidad parece mofarse de nosotros como sociedad.

Carlos Carranza | Excelsior

A nadie sorprende lo volátil y superfluo del discurso político en nuestro país que, desde hace algunos años, se ha erosionado de forma muy peculiar. Más allá del estilo que se impuso desde la tribuna del Poder Ejecutivo en el sexenio anterior –que se convirtió en el modelo y esquema a seguir–, lo que llama la atención es la manera en la que prevalece y se recrea esa urgencia por el reduccionismo más burdo que, al parecer, es suficiente para encender los fuegos artificiales que terminan por imponer su inmediatez, su estruendoso ruido mediático y propagandístico.

No es extraño percatarse que han cumplido con creces la promesa de una continuidad de lo establecido durante el gobierno de López Obrador pues, al menos en ese sentido, no dejan de sacarle provecho a esa estrategia de comunicación que les garantiza la consolidación de un discurso que les funciona a la perfección con su base electoral y su militancia, lo cual también les ha permitido mantener esos niveles de popularidad que tanto les gusta presumir. Lo de menos es qué se diga ni la manera en cómo se exprese el mensaje, lo importante es que se haya mencionado desde la Presidencia, con las palabras y el sesgo bien definido que deberán ser replicados en todos los ámbitos del corifeo oficialista. Así, no hay manera de salirse del guion ya establecido. En efecto, esto no es nada nuevo para la actual administración, pues, al contrario, es el momento en el que se enciende la pirotecnia retórica y se enturbia la perspectiva de la realidad.

Por cierto, en ese sentido resulta curioso que, quizá, las vacaciones hayan servido para “silenciar” los micrófonos de los adalides del Movimiento en las cámaras de Diputados y de Senadores: lo que menos necesita la actual Presidenta es que exista un alto volumen para ciertas voces que resten preponderancia a sus mensajes cotidianos o a la imagen del presidencialismo que le ha sido heredada. Al parecer, nadie puede salirse de la estructura que se decantó a lo largo de seis años y se necesita seguir proyectando la imagen de la titular del Poder Ejecutivo.

Así, no es extraño que prevalezca ese afán de llenar de ruido y parafernalia propagandística al discurso político, pues es lo que más se necesita para que su reduccionismo siga brindando los buenos resultados que hasta ahora han obtenido: cuando se presenta un tema que cuestione a su gobierno –ya sea a nivel federal o local, por ejemplo en el caso del concierto de fin de año que se llevó a cabo en el Paseo de la Reforma en la Ciudad de México– de inmediato se recurre a los fuegos artificiales, al estilo discursivo más ramplón y chabacano posible. Y vaya que tenemos ejemplos.

No obstante, de los que más han llamado la atención es la reacción del gobierno y sus respectivos amplificadores de su estilo beligerante ante dos situaciones que han implicado una grieta en esa realidad alterna que sostiene la llamada Cuarta Transformación. Por un lado, la amenaza de Donald Trump de etiquetar como grupos terroristas a los llamados cárteles que operan en nuestro país y, por el otro, el reportaje del New York Times en el que se habla de la producción de fentanilo en tierras mexicanas. Dos aspectos que terminan por señalar al mismo punto: la política de seguridad y la grisácea lucha contra el narcotráfico que se ha llevado a cabo desde el sexenio anterior y que, por supuesto, continúa en el actual. En consecuencia, pudimos observar respuestas airadas y contradictorias, ejemplos de un estilo propio del esperpento.

Así, entre los intentos del corifeo oficialista por dar una lección lingüística y política acerca de lo que sí es el “terrorismo” y las proclamas patrioteras ante la posible “invasión” norteamericana, la realidad parece mofarse de nosotros como sociedad. Y, para complementar este cuadro que nos ha regalado la coyuntura de estas semanas, observar la respuesta ante el mencionado reportaje del periódico estadunidense, nos muestra que es cuestión de caminar entre las ramas para salir al paso: basta y es suficiente con intentar desacreditar la técnica de la producción del fentanilo. El mecanismo es enfrentarse al medio extranjero para seguir sumando a esa narrativa de un patrioterismo que se ensalzará al entonar todas las estrofas del Himno Nacional. Claro, siempre es mejor buscar enemigos externos que asumir la preeminencia de los internos que, por supuesto, han gozado de la corrupción del sistema político mexicano. A pesar de que este intento pase a desacreditar el trabajo de las mismas Fuerzas Armadas.

Y, sin embargo, allí está la realidad, que no necesita de banales justificaciones políticas, de etiquetas ni academicismos. La realidad que termina por imponerse y que nos muestra que ese ruido discursivo y toda su parafernalia propagandística termina por alejarse de lo que ocurre cotidianamente en las calles de nuestro país.

Como la vida misma

Van a salir chispas, y en esas chispas llevamos la peor parte. El fentanilo, la migración, todo será excusa para tensar la relación y obligarnos a ceder.

Miguel Dová | Suscríbete a nuestro boletín

¡REYES MAGOS… EL ÚLTIMO JALÓN!

Hoy es noche de Reyes, el último golpe a la tarjeta en estas gastadísimas fechas, entre roscas y roscones, con los regalitos finales de los niños; la verdad, se queda uno temblando. Mirar hacia adelante consuela poco, se avecina tormenta. Superada ya la fase emocionada de las felicitaciones, los deseos y propósitos de año nuevo la cosa se ve peliaguda. En dos semanas se viene Trump y trae pocas ganas de cariñitos con nosotros. Con visiones de la vida, la política y la economía tan distantes, encontrar un entendimiento entre nuestro gobierno y el de los vecinos del norte parece una misión imposible.

Los abrazos y no balazos, la cuasi fanática negación de la realidad para decir que todo va de maravilla, los consecuentes encontronazos diarios con los tristes y obligados baños de realidad que nos ponen de manifiesto que las cosas no están de rositas y, por si eso fuera poco, la llegada de un personaje tan difícil de encuadrar que se pone, corregido y aumentado, en los mandos de la mayor potencia del planeta. Que Dios nos agarre confesados. No soy capaz de imaginar cómo será la relación, un misógino, hiper-macho, bravucón y pendenciero con ganas de humillar y de plantar sus intereses por encima de socios y enemigos, un irracional, ahora crecido por su descomunal apoyo en las urnas. Uff… tengo miedo.

Si no soy precisamente el más feliz con el gobierno de la 4T y me siento parte de una minoría que no alcanza a comprender cómo se le pudo dar tanto poder a estos señores y señoras que están siendo capaces de desarmar 40 años de democracia peleada y sufrida en seis años nefastos y en tres meses de continuidad sin disimulo, para arrasar quitando de su camino cualquier intento de control o de contrapeso. Coincidirán conmigo que la cosa se ve color de hormiga. Tampoco creo que la otra cara de la moneda, ese afán gritón y broncudo de los republicanos a las órdenes del hombre naranja, jugando al populismo de derecha, vamos, que si unos me gustan poco los otros me agradan menos. Aquí van a salir chispas, y en esas chispas llevamos la peor parte. El fentanilo, la migración, todo será excusa para tensar la relación y obligarnos a ceder. Envalentonarnos y envolvernos en la bandera ya lo hicieron los supuestos niños héroes y acabaron muertos en el suelo; ceder en todo sin poner resistencia sería suicida, pero hacerse los muy duros, nos pondrá en una tesitura muy complicada. Nosotros somos un porcentaje muy chiquito de la economía americana, ellos son básicos para nuestro pan de cada día, y, por tanto, el poder de negociación lo tienen ellos, nos tienen bien amarraditos. Insisto, Dios nos agarre confesados.

En lo casero y personal, urge un plan de emergencia con doble propósito: hay que bajarle al gasto, subirle al trabajo y al ahorro, cerrar la boca, apretar el paso, caminar el doble y comer la mitad. Ya puestos, no es descabellado compaginar nuestro plan de choque con algo de alegría, que tampoco todo va a ser andar famélico y además encabronado. Hay buenas cosas en el cine, Netflix y HBO tienen también novedades y los libros, esos siempre son una salida digna, los nuevos no son tan caros y los clásicos siempre aguantan una releída. En mi afán fanático, traigo siete novelas empezadas, ayer le prometía a la Unagi que no compraré ninguno más hasta no terminar esta faena acumulada. Los que tengo me alcanzan hasta después de san Valentín. Y en caso de que me apure mucho, ella tiene unos cuantos para prestarme. Apenas empecé El niño que perdió la guerra, de Julia Navarro, el más reciente regalo de la tía María, me lo zumbaré para llamarla, contarle y darle las gracias.

Comamos rosca, la de Pablo San Román en Ekilore, promete. El chocolate, cada uno, a su estilo, a mí me gusta espeso, muy espeso y con la rosquita sopeada. Soy un guarro. Feliz Día de Reyes.

Dialogar para sobrevivir: no es mucho pedir

Rolando Cordera Campos | La Jornada

Si se observan con cierta ecuanimidad, con cierto desapasionamiento, el estado de la nación y sus instituciones, destaca una imagen de debilidad que afecta al conjunto; podríamos añadir que dicho agotamiento ha contaminado prácticamente todos los tejidos de la política y del ejercicio del poder y que, precisamente por ello, somos vulnerables como nación y sociedad, tanto en nuestras relaciones con el mundo como en y entre nosotros.

La palabra que ordene nuestro quehacer como comunidad política no puede ser otra que recuperación; recuperación del orden republicano como orden principal y decisivo; recuperación de nuestras defensas legales e institucionales frente al crimen organizado; recuperación de la confianza en nosotros mismos y, como premisa maestra de todo esto, recuperación del respeto a los demás y a nosotros mismos, así como a las formas de vida civilizada y pretendidamente democráticas que nos dimos a principios del milenio sin poner en riesgo los pilares constitucionales básicos heredados de 1917.

Hoy, la economía parece haber sido expulsada de nuestra retórica usual, a pesar de que ahí se han acumulado problemas, carencias y desafíos mayúsculos, con capacidad de corroer al resto del orden republicano. La mayor de estas carencias, hay que subrayar, está en la debilidad estructural de algunos de los núcleos primordiales para la reproducción del sistema económico. No sólo nos hemos desatendido de la gran tarea del crecimiento económico sostenido; incluso ahora seguimos posponiendo, para un mañana indefinido, el cometido central de todo Estado democrático de derecho y derechos: redistribuir los frutos del progreso de manera justa y efectiva.

Como decía un clásico de la publicidad política, la economía sigue siendo el eje de mucho de lo que tendremos que dirimir (“It’s the economy, stupid”). Pero en el epicentro de este desalmado brave new world, en el que buscamos sobrevivir, es cada día más claro que, sin legítimo y genuino consenso ciudadano, sin el ejercicio de la política democrática, no hay posibilidades de avanzar y mejor, sino apenas de sobrevivir.

Poner a la política en el centro de nuestro quehacer implica reconocer nuestros desajustes y debilidades que, aunque no se digan, nos han vuelto vulnerables, irrespetuosos, irascibles y groseramente agresivos, ciegos y sordos frente a los demás. Poder deliberar, construir consensos amplios, creíbles y sólidos; tener la capacidad y la imaginación de hacer propuestas que sean atractivas para quienes todos los días engrosan las filas de la nueva ciudadanía.

La política es el arte de lo posible, decían los clásicos; debe ser también la tarea de lo necesario. Hoy lo necesario es restablecer los canales del diálogo, del debate, de la crítica, de la discusión. Rehacer nuestra deteriorada cohesión social.

Que en este nuevo año podamos volver a hacer del diálogo elemento central de nuestra convivencia. Que ajustemos nuestras miradas y evitemos que nuestra vida pública sufra mayores descomposiciones.

Dialogar para construir, y sobrevivir: no es mucho pedir.

Dependemos de la gasolina

Antonio Gershenson | La Jornada

Mientras las alternativas de energía no estén plenamente desarrolladas, ubicadas y utilizadas al ciento por ciento, seguiremos dependiendo del petróleo y de la gasolina. Aunque los ambientalistas orgánicos aseguran que ya con lo que tenemos en camino para movernos en vehículos eléctricos hay una realidad real, por lo pronto, seguimos necesitando gasolina.

Así, los debates continúan en diversos círculos de información y de discusión, como las redes sociales. En este caso, expresamos nuestra gratitud a nuestros compañeros y compañeras que integran el Foro Petróleo y Nación por su constante interés en traer a discusión todos aquellos temas que describen la realidad que estamos viviendo en cuanto a nuestra dependencia de la única –por ahora– fuente de abastecimiento de combustible, las gasolinas.

De manera reciente, en la mañanera de esta semana, la doctora Claudia Sheinbaum, Presidenta de México, explicó por qué, en sí, la gasolina no ha subido de precio ni aumentará en términos reales; sin embargo, los medios masivos de tergiversación se han encargado de enrarecer y además de desinformar el verdadero motivo por el cual, hasta la fecha, no podemos cantar victoria en cuanto al abasto nacional completo con gasolina de la refinería Olmeca. Al contrario, muestran su absoluta ignorancia de cómo es el proceso para obtener los hidrocarburos para el consumo cotidiano.

Como que se les olvida a los medios de información (llamémosles así) que no sólo es echar un barril de petróleo a un complejo equipo de filtros, tuberías, procesadores químicos, destiladores y todo lo que se necesita, para convertir petróleo en gasolina. No es por arte de magia que de un litro de petróleo crudo obtenemos un litro de gasolina de buena calidad y con la metodología más austera para que esa gasolina resulte un energético a muy bajo costo.

De hecho, la conocida Magna y el diésel han iniciado el presente año con un estímulo fiscal que aplicará la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Si ya se les olvidó, para eso sirve esta importantísima secretaría, para apoyar en la solución de los problemas más importantes en la vida económica del país.

El estímulo fiscal estará publicado en el Diario Oficial de la Federación (DOF). La indicación de la presidenta Sheinbaum fue que, del 1º al 10 de enero, tanto la Magna como el diésel contarán con un subsidio de 3.57 por ciento o de 0.2303 pesos por litro y de 0.37 por ciento o de 0.0259 pesos por litro, respectivamente.

Con estas medidas, se evitará que los precios se disparen, ya que anteriormente, durante los gobiernos neoliberales, no desperdiciaban la oportunidad para aumentar el precio de la gasolina y con ello provocar una escalada de precios para todos los productos de consumo vital para la población. Casi podemos asegurar que el trago amargo tradicional de inicio de año eran los esperados gasolinazos sin que nadie pidiera una explicación al gobierno en turno. Al fin y al cabo, la población asumiría las consecuencias.

Entiendan bien, los estímulos fiscales, en este caso para las gasolinas, no son un regalo del gobierno, no son parte de un programa perverso de populismo, no son para caerle bien a la gente. Es una medida, quieran o no, absolutamente legal, necesaria y hasta obligatoria para las autoridades. Es, también, una muestra de que las necesidades de la población están en primer plano.

Con el gobierno de Felipe Calderón y el de Enrique Peña, los aumentos fueron reales, sin misericordia, argumentando que eran necesarios para no colapsar la economía nacional. Con la llegada del presidente Andrés Manuel López Obrador, la reducción fue efectiva y sin simulacros. Se logró, en términos reales, una baja de 5.2 por ciento en el precio promedio de la gasolina regular. Éste descendió de 25.48 a 24.15 pesos.

En el presente gobierno, la baja del precio de las gasolinas continuará. Por lo pronto, la disminución fue de 0.4 por ciento, en total. Si bien no es espectacular, sí es una promesa cumplida: no tendremos gasolinazos. Es una medida que deberán respetar, sí o sí, los concesionarios de las gasolinerías de Pemex.

Ya no estamos en sexenios priístas ni panistas. Seguimos desarrollando una transformación a fondo que cambie los vicios por medidas sociales en favor de la población mexicana.

(Colaboró Ruxi Mendieta)

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