Columnas Escritas
Lo que dicen los columnistas

La inmaculada percepción
Amores perros
Vianey Esquinca | Excelsior
Así como en el Edén no había broncas hasta que apareció una serpiente con su manzana, en Morena la cosa se echó a perder con la llegada de una mayoría aplastante, dejando claro que la máxima “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente” está más vigente que nunca.
En esta ocasión, el diputado Ricardo Monreal y el senador Adán Augusto López Hernández están protagonizando el drama “Amores perros” o “Amores morenistas”, para estar en sintonía con la 4T. La trama es simple: cuando un partido político tiene todo bajo control, cuando la oposición es tan irrelevante como los debates en los chats de WhatsApp, sus integrantes empiezan a sufrir un curioso síndrome: el del león enjaulado que, al no tener presas que cazar, empieza a morderse la cola.
El zacatecano y el tabasqueño decidieron convertir la Cámara de Diputados y la de Senadores en un ring de primer nivel en donde se culparon de jugar sucio y de corrupción, ésa que según Andrés Manuel López Obrador había erradicado y que hoy vuelve con fuerza, sólo que encabezada por sus propios correligionarios.
El exsecretario de Gobernación y consentido de Palacio Nacional hasta hace unos meses, señaló que presentarán denuncias penales por irregularidades en contratos otorgados en la época en la que Monreal era el presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado, a empresas de administración de archivos y mantenimiento de elevadores. Esos “dos negocitos” ascienden a 150 millones de pesos. ¿Qué fue lo que detonó la acusación? ¿De dónde salió tanto coraje? Que según López Hernández ¡le habían recortado 123 millones de pesos al presupuesto del Senado! Dinero que por supuesto ya no podrán repartirse. El senador vivió en carne propia lo que debió sentir el INE cuando le quitaron 13 mil millones de pesos.
Monreal, que tiene el colmillo más afilado que un abogado litigante en quincena, no se quedó callado. Respondió, desde la comunidad de su hogar, con su clásica mezcla de victimismo (¡oh soy un perseguido!, snif) y soberbia, señalando que aplaudía que se transparenten y se hagan públicos los contratos supuestamente simulados: “Quien nada debe, nada teme, y entiendo que es una escena política en la que el teatro que están armando va a caerse por su propio peso”.
Claro, la bancada de Morena no se iba a quedar sólo como espectadora, los diputados cerraron filas en favor de su coordinador y difundieron un comunicado señalando: “expresamos nuestro total respaldo a nuestro coordinador, Ricardo Monreal Ávila, cuyo liderazgo ha sido clave para consolidar los ideales que representamos en este momento histórico de México” y, por supuesto, hicieron un llamado a la unidad.
Seguramente estaban atacados de risa cuando escribieron lo de unidad porque apenas se estaban recuperando del conflicto interno suscitado con la repartición de las comisiones. Según los morenistas disidentes o “mayoría ruidosa”, su coordinador, Monreal, y el diputado Pedro Haces fueron unos atascados en la distribución y fue “un ejercicio desaseado, opaco y sin respeto para lograr unidad”.
En ese momento sólo les faltó tirarse las sillas, las que sí saben usar como proyectiles, de acuerdo con experiencias pasadas en sus procesos internos.
¿Dónde quedó el paraíso?, ¿es acaso una especie de masoquismo morenista en donde, cuando tienen todo resuelto, necesitan crear problemas para sentirse vivos?, ¿serán como esas parejas que empezaron discutiendo por el control remoto de la televisión y hoy ya están pidiendo el divorcio?
Ahora el desafío lo tiene la presidenta Claudia Sheinbaum, pues deberá poner orden en el zoológico. Está complicado, porque López Hernández sólo le es leal al exmandatario y Monreal pues… a sí mismo.
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La centroamericanización de México
Llegó la hora entonces de que México se adecue a EU y no al revés. Serán tiempos duros para el gobierno federal y veremos inevitablemente una considerable cesión de soberanía
José Luis Valdés Ugalde | Excelsior
La degradación de la vida pública de México no para. Va en aumento en forma fatal. En los últimos seis años la descomposición del país viajó a velocidad supersónica. Grado de inversión a la baja, PIB a la baja, severo aumento de la deuda externa, pobreza, corrupción e impunidad, violencia, asesinatos, descontrol frente al crimen organizado que tiene bajo su dominio amplias porciones del país, semiabandono de los sistemas de salud, educación y de seguridad, una democracia fracturada.
En fin, un panorama desolador, que, en el exterior, particularmente en el ámbito del trumpismo ganador, se está leyendo de forma tal que las acciones que emprenda el vecino del norte, pueden traer un mayor intervencionismo. Los signos leídos por el Washington que viene, a pesar de las muy tardías acciones por parte del gobierno de Sheinbaum (incautaciones espectaculares de fentanilo, detención de capos del Cártel de Sinaloa y otros como El Mini Lic, presencia de García Harfuch en los teatros de guerra y otras) han traído como consecuencia –con el nombramiento como embajador en México del coronel retirado Ronald Johnson– el envío de señales muy claras de por dónde Trump querrá llevar su política mexicana. Lo menos que Johnson sabe es sobre el comercio bilateral. Pero sí sabe mucho de contrainsurgencia. Como dice Jorge Castañeda, “su currículum es el mensaje”.
El anterior puesto diplomático de Johnson fue la embajada de El Salvador a la cual fue nombrado por el primer Trump en julio de 2019, un mes después de la elección como presidente de Nayib Bukele, de quien se hizo amigo durante los escasos dos años que duró su gestión diplomática. Además, en los años 80 Johnson lideró operaciones de combate y contrainsurgencia durante la guerra civil salvadoreña. Salvo por John Negroponte (un halcón diplomático), enviado de Regan a Honduras a parar a la guerrilla sandinista y armador de la contrainsurgencia centroamericana, el embajador designado en México no se parece en nada a sus antecesores Ken Salazar, Christopher Landau, Roberta Jacobson, Anthony Wayne y Carlos Pascual; Jones es todo un halcón de guerra y viene a supervisar una más de las guerras que ya protagonizó, ahora en México.
Se trata de un exfuncionario de la CIA, exboina verde y antes operador en los Balcanes para perseguir a los criminales de guerra; y, desde luego, después en su función como articulador de la dramática ofensiva de Bukele en contra del crimen organizado y de las maras salvatruchas.
O sea, Johnson ya era muy conocedor de la situación salvadoreña y centroamericana, antes de que en 2019 se hiciera cargo de la embajada de Washington. Como buen graduado de la Universidad de Inteligencia Militar, con un máster en inteligencia estratégica, el nuevo embajador se hará cargo del problema de la inseguridad en México y del tráfico de fentanilo hacia Estados Unidos. Con este nombramiento, la señal es que EU viene con todo a contrarrestar la violencia nunca resuelta por AMLO y ahora apenas, empezando a atenderse por parte del gobierno de Sheinbaum.
El mensaje es que éste es el tiempo de los militares y que tratar con los civiles será una mera anécdota (cosa que Johnson tendrá que hacer, toda vez que Sheinbaum no es Bukele). En todo caso, parece que el mensaje con Johnson como embajador designado, es que Washington confiará más en las estrategias basadas en la CIA y el Pentágono para confrontar al crimen organizado en su conjunto y la inseguridad bilateral y fronteriza y a esto habrán de plegarse la Presidenta y García Harfuch. Llegó la hora entonces de que México se adecue a EU y no al revés. Serán tiempos duros para el gobierno federal y veremos inevitablemente una considerable cesión de soberanía en esta materia.
México es desde 1994 parte de Norteamérica y cuando digo que el país se centroamericaniza, lo afirmo en función del lente a través del cual Washington nos ve: un país tan conflictivo e inestable como los centroamericanos. La designación de Johnson es una evidencia más de esto. Así las cosas, cabría preguntarse si México, en el terreno de la inseguridad, se distancia de dicha “centroamericanización” y piensa con seriedad si sigue apuntando (parando, desde luego, a los criminales,) a un futuro de progreso, paz y desarrollo sostenible y a una correcta reintegración con América del Norte. De esto habrán de desprenderse los elementos que le permitan a México posicionarse frente al T-MEC en 2026 y frente a sí mismo en lo que se refiere a la creciente violencia que tiene ya, a regiones enteras del país, en una franca degradación hacia el Estado fallido.
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La hora del recuento
Rolando Cordera Campos La Jornada
Llega la hora de los recuerdos y, también, de renovar ánimos, pero no para eludir ni evadir los obligados recuentos de lo hecho y dejado de hacer, sino para arriesgar expectativas. El acontecer del mundo no da descanso y sólo los diestros en la economía política de la negación pueden insistir en que las cosas van bien, con rumbo y pujanza patriótica. La violencia no da tregua, se trate de Culiacán, Chiapas o el ensombrecido Guerrero; viven horas de miedo e incertidumbre que desmienten visiones triunfalistas. Su acontecer niega que las cosas vayan bien y, para volver a la manida metáfora marinera, la nave no va.
Como quiera que sea, el gobierno tiene claros mandatos constitucionales que cumplir. Debe presentar(le) a la nación y sus desvencijadas representaciones su itinerario a seguir para elaborar el Plan Nacional de Desarrollo 2025- 2030. Por eso, a pesar del vergonzoso espectáculo habido con el Presupuesto de Egresos de la Federación, aprobado en fast track sin apenas enmendar el lamentable error con las universidades públicas y sin ofrecer visos de que vamos en la dirección de unas realidades fiscales promisorias para promover nuevos y mejores desempeños en la economía pública y social, el Estado tiene que ponerse en movimiento constitucional.
Los pendientes son muchos, tanto como las necesidades. Requerimos reflexiones rigurosas y puntuales, asumir congruencia republicana y (re)definir el curso de nuestro desarrollo nacional. Encarar unas circunstancias poco propicias para entonar himnos de victoria sobre las múltiples adversidades.
La nuestra es una economía política del desencuentro: los inventarios que, en conjunto, conforman nuestro horizonte dibujan una realidad en la que se nutren la afrenta y el desaliento de muchos, mayorías o no, pero siempre dispuestas a formar filas en la oposición o el descontento con el comportamiento del poder constituido y unos resultados poco propicios a las celebraciones.
Revisar esos datos, que recogen carencias e incongruencias, es tarea legítima, indispensable, de toda crítica y debería ser, asimismo, de los partidos. Hasta ahora no lo ha sido y en esta (auto)abstención puede encontrarse algún indicio de la condición lamentable de una política que se presumía democrática y, por tanto, dispuesta a la deliberación.
Sin diálogo, la política se privatiza; se impone el monopolio del poder y los encuentros de dirigentes y contingentes no parece tener más derrotero que la confrontación y el encono, la sospecha y el desprecio al otro y sus opiniones. Y de ahí al reino del silencio y la negación no hay muchos pasos, algunos de los cuales ya se han dado en nuestro país al calor de un singular cambio de estafeta y gobierno que, hasta la fecha, ha sido una reiteración de abusos y malas costumbres que el presidente Andrés Manuel López Obrador impuso a la ciudadanía como forma de gobierno.
La hora de acordar una nueva agenda y asumir una renovada visión del presente y del ominoso futuro debería estar cerca. Es posible que la negación, como epistemología del poder, trate de mantenerse a la cabeza del ejercicio del poder del Estado; por ello, toca a partidos y organismos cívicos, intelectuales y academias dar a la reflexión crítica un perfil constructivo, convocando a ciudadanos en activo o en receso a ejercicios que tienen que ser públicos y cargados de voluntad pedagógica, como tendrá que serlo la agitación de la ciudadanía y la labor informativa de los medios.
Entre los primeros rubros de la agenda están la omisiones, desabastos y carencias de un sistema de salud enfermo; también una estadística laboral que nos retrata: somos una sociedad mal empleada y peor pagada; acorralada por el desorden sanitario y menospreciada arteramente por unas oligarquías desconocidas por Pirandello, quien debe haberlas expulsado con antelación a su obra maestra.
La educación no admite el autoelogio majadero de algunos grupejos, mientras el conjunto social sufre los impactos de una economía socialmente insatisfactoria. De hecho, contraria a cualquier medición del bienestar.
Nefasto inventario del que se alimentan los demonios de la criminalidad organizada o vasalla, que aplasta todo ánimo de convivencia pacífica y corroe anhelos de construcción de un Estado social y democrático como el que México requiere.
La emergencia puede ser soslayada por los himnos victoriosos de una mayoría electoral despilfarradora de su propia legitimidad, pero no podrán mantenerse por mucho tiempo bajo del suelo el reclamo democrático que nos permitió cultivar la esperanza. Reclamemos una afirmación orgullosa de unas convicciones cívicas que no podrán desplegarse en medio de arbitrariedades e ignorancias, de las que han hecho gala los pírricos ganadores de jornadas que reunieron a las soberanías para negar todo sentimiento y voluntad republicanos.
Las manecillas del reloj republicano (nos) marcan las horas del recuento. Que 2025 sea un nuevo buen año para todos.
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Crear caos, la intención con deportaciones
Ana María Aragonés | La Jornada
Donald Trump, futuro presidente de Estados Unidos, declaró que usará al ejército con todo el rigor de la ley para apoyar sus decisiones de deportación masiva y con ello expulsar a un número nunca visto de migrantes, y retornar a todos los extranjeros sin documentos a lo largo de sus cuatro años de mandato. Vale la pena preguntarse, en primer lugar, por qué las personas son indocumentadas, y en segundo lugar, cuál es la verdadera razón para la deportación.
En cuanto a la indocumentación, hay varias respuestas, pero la más importante es porque las urgencias a que las personas se ven sometidas las obliga a salir de sus países de origen, ya sea por desastres naturales, por conflictos armados, por inseguridad, por dificultades económicas, o por una o todas ellas al mismo tiempo, que les impide alcanzar una vida digna. Intentan llegar a aquellos países que en el imaginario colectivo pueden paliar sus carencias, y uno de ellos es Estados Unidos, como sucede del otro lado del Atlántico con la Unión Europea y las naciones del sur.
Por supuesto que ser indocumentado es una falta administrativa, porque no cumplieron con los requisitos que la soberanía del país implanta. Recordar que con la firma de la Paz de Westfalia, en 1648, se sentaron las bases del concepto de soberanía nacional y del sistema de Estados modernos, lo que sin ninguna duda deberíamos discutir en pleno siglo XXI. Separados por fronteras, se dice tienes derecho a salir, pero no a entrar, a menos a que yo, Estado, lo permita. Y si bien los países han firmado acuerdos internacionales comprometiéndose a otorgar refugio y asilo a aquellos cuya vida corre peligro, la realidad es que los esquivan sosteniendo que la mayoría no lo demuestra porque son migrantes económicos, y les cierran la puerta.
Sin embargo, las naciones desarrolladas, destino de la mayoría de migrantes por razones obvias, necesitan su aporte sobre todo por sus dificultades demográficas, pero les ha resultado enormemente lucrativo mantenerlos en situación irregular y en un lamentable limbo jurídico, porque libera a los empresarios de cualquier obligación derivada de las leyes laborales.
Esto es claro en momentos de crisis económicas que son cíclicas y necesarias en el sistema capitalista, cuando pueden simplemente deshacerse de ellos deportándolos sin importar los años que trabajaron, que hayan pagado sus impuestos en forma religiosa y generado riqueza para el país receptor. De esta forma equilibran sus mercados laborales, mantienen sus beneficios y cuando viene la recuperación los flujos se renuevan, bajo la misma figura de indocumentados.
¿Hay alguna razón para deportar a millones de migrantes mexicanos si en su haber no hay ningún delito, están trabajando y tienen hijos nacidos en el país receptor? Podrían las autoridades revertir la situación y aplicar a todos los indocumentados una multa para obtener los papeles y con ello, por un lado, castigar la falta y al mismo tiempo resarcir el supuesto daño administrativo, pero tampoco lo aceptan.
Desde mi punto de vista, la verdadera razón de la orden de deportaciones, propuesta por la derecha, y más aún por la ultraderecha, es la de crear caos para doblegar a los países latinoamericanos, particularmente a México, y obligarlo a retroceder en la puesta en marcha de una política independiente y soberana, que busca un cambio de régimen desde la llegada de Andrés Manuel López Obrador. Política que, paradójicamente, tiene como uno de sus corolarios la reversión de la migración indocumentada forzada. No es un hecho menor que el próximo embajador de Estados Unidos en México, Ronald Johnson, quien realizó la mayor parte de su carrera militar en el Comando Sur de Estados Unidos, se retiró del ejército en 1998 y ahora es parte de la CIA.
Y así como no se puede de-sestimar lo que está pasando en Medio Oriente (que como señala el economista Jeffrey Sachs, Estados Unidos, a instancias de Israel ha dejado esa región en bancarrota y en ruinas), es muy importante recordar que América Latina es estratégica para Washington, tanto por razones geopolíticas como económicas, sociales, ambientales, de seguridad nacional y, sobre todo, por sus recursos estratégicos. Por lo que tampoco debe olvidarse que Estados Unidos seguirá “alentando la fragmentación regional para obstaculizar cualquier iniciativa de coordinación y cooperación política que tienda hacia la integración. Divide y reinarás es la otra cara de la Doctrina Monroe (Morgenfeld, Leandro).
