Columnas Escritas
Lo que dicen los columnistas
Estados Unidos: El “establishment” y la ruptura de los consensos
Si a la desaparición de los consensos económicos y de política exterior se añaden el debilitamiento del “establishment”, entre otros factores, Estados Unidos es una sociedad cuya población está dividida en casi dos mitades enfrentadas.
Mario Báez | Proceso
En mis años universitarios escuchaba hablar del “establishment”, aquel misterioso “aparato” que controlaba todo en Estados Unidos: que si el “establishment” era el responsable de la aplicación de ciertas políticas económicas, del bloqueo a Cuba, de la guerra de Vietnam… En fin, de todo lo bueno y lo malo que ocurría en ese país y parte del mundo.
Con el pasar de los años –y la evolución de mi comprensión de la sociedad norteamericana– entendí que el llamado “establishment” representaba aquellas instituciones, grupos y personas que en Estados Unidos detentan y ejercen el poder mediante la creación e imposición de consensos en las diferentes áreas que definen el devenir de esa nación.
Entre los miembros más destacados del “establishment” cabe mencionar algunas instituciones del gobierno, como el Departamento de Estado, la Secretaría de Defensa (el Pentágono), la Secretaría del Tesoro, la Agencia Central de Inteligencia (CIA), también las grandes asociaciones de empresarios, como la American Chamber of Commerce; las familias políticas y empresariales o empresarios individuales, como los Rockefeller y los Kennedy; las federaciones de trabajadores: American Federation of Labour and Congress of Industrial Organizations (AFL-CIO) y la National Education Association (NEA); los medios de comunicación, como The New York Times, The Washington Post, CNN y Fox; los centros de “pensamiento”, entre ellos, el Council of Foreign Relations (CFR) y Brookings, y las universidades como Harvard y Yale, entre otros.
En resumen, el llamado “establishment” lo conforman esas élites económicas e intelectuales que –junto a representantes de los trabajadores organizados– construyen el “modelo” en que se basa el funcionamiento de la sociedad estadunidense y garantizan su permanencia en el tiempo.
A partir de la crisis de 1929, y la posterior Segunda Guerra Mundial, se establecieron dos grandes consensos en Estados Unidos con la participación activa del llamado “establishment”: uno de ellos en materia económica y el otro en política exterior. Esos consensos habrían de perdurar hasta hace poco y aseguraron la primacía de ese país como superpotencia económica y militar.
En materia económica, el consenso alcanzado estuvo definido por la intervención del Estado en economía. Este consenso se tradujo en la implementación de programas de creación de empleos y de programas sociales como respuesta a la crisis, el desarrollo de obras de infraestructura; así como en la asunción de un rol activo del Estado en materia regulatoria.
En este último ámbito se promovieron, entre otras, la promulgación de leyes de protección laboral y la implementación de políticas de protección social mediante el establecimiento del seguro social, seguro de desempleo y del salario mínimo.
Los sucesivos gobiernos demócratas (Truman, Kennedy, Johnson y Carter) y republicanos (Eisenhower, Nixon y Ford) dirigieron al país bajo el contexto de este consenso en materia económica, hasta que en 1980 Ronald Reagan impulsó las reformas de libre mercado.
Las reformas de libre mercado de Reagan enfatizaban la reducción del rol del Estado en la economía, disminución de impuestos, recorte de programas sociales y la implementación de políticas desregulatorias. Esas políticas marcaron un giro importante respecto del consenso generado bajo el gobierno de Franklin Delano Roosevelt a partir de la crisis de 1929. El llamado “establishment” se alineó detrás de las políticas “Reaganianas” que establecían un nuevo consenso económico que enfatizaba la primacía del mercado y que habría de durar hasta la crisis de las hipotecas “subprime” del año 2008.
El consenso en política exterior que se implanta a partir de la Segunda Guerra Mundial –y que habría de perdurar también hasta la llegada de Ronald Reagan– se basó en tres grandes ejes:
Primero, el multilateralismo y la creación de organismos internacionales como las Naciones Unidas (ONU), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.
Segundo, una política de apoyo al libre comercio, mediante el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), cuyo objetivo principal fue promover el comercio internacional reduciendo barreras arancelarias y otros obstáculos comerciales.
Tercero, una política de contención del comunismo basada en una posición firme contra la expansión de la Unión Soviética y de esta ideología.
Cuando Ronald Reagan asume la presidencia en 1981, más allá de la política de contención del comunismo, adopta una política exterior más agresiva frente al mismo, la cual incluyó el apoyo directo a grupos a civiles y anticomunistas armados que existían en países que funcionaban bajo la órbita soviética (como la “contra” nicaragüense) y el rearme de Estados Unidos. Sin embargo, finalizado el gobierno de Reagan, Estados Unidos retornó a su política de contención sobre la base del equilibrio nuclear con la Unión Soviética, el cual primaba desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Posteriormente se produce la caída del muro de Berlín y el desmantelamiento de la Unión Soviética, un hecho histórico que se traduce en el establecimiento de un mundo unipolar con Estados Unidos como como líder indiscutible. El “hubris” lleva a Estados Unidos a cometer excesos como la llamada “guerra contra el terror”, en respuesta al atentado contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, y a enfrentar dos conflictos simultáneos, la segunda guerra de Iraq y la de Afganistán, de los cuales no saldrían bien parados.
La expansión de la globalización en los ochenta, la irrupción de China como superpotencia económica y militar –y su copamiento de los mercados estadunidenses con la consecuente destrucción de empleos de calidad–, el descrédito por los excesos cometidos en la llamada “guerra contra el terrorismo”, las bajas norteamericanas ocasionadas por las guerras “eternas” de Iraq y Afganistán, y la crisis “subprime” de 2008 destruyen el consenso que en política exterior el “establishment” había logrado establecer (o imponer) en Estados Unidos hasta entonces.
Si a la desaparición de los consensos económicos y de política exterior se añaden el debilitamiento del “establishment”, la irrupción de las redes sociales que han desvalorizado “la verdad”, los elevados niveles de desigualdad y la casi desaparición de la “meritocracia” y de la movilidad social en Estados Unidos, además de la proyectada conversión de este país en una nación cuyas minorías se convertirán en la mayoría de la población en un plazo no mayor a los diez años, la inflación y la carestía derivadas del covid-19, así como el colapso de la frontera sur con el ingreso de millones de indocumentado, más la guerra de Ucrania que genera una gran incertidumbre entre los estadunidenses, Estados Unidos luce hoy como el general de Gabriel García Márquez: en un laberinto del cual no sabe cómo salir.
Pese a contar con una economía fuerte, que la revista The Economist recientemente califico como la “envidia del mundo”, Estados Unidos es hoy una sociedad cuya población está dividida en casi dos mitades enfrentadas, que además de vivir en regiones geográficas distintas (los progresistas en las costas y los conservadores en el centro), cada una percibe y vive realidades diferentes.
Es así como Estados Unidos atraviesa un estado de malestar el cual se manifiesta, entre otras cosas, en la elección de candidatos y gobernantes que no tienen condiciones para dirigir el país; la experimentación con políticas económicas que no han dado resultados en el pasado (como son los subsidios directos a ciertas ramas de la producción y el proteccionismo) y el inminente retorno a un aislacionismo en materia de política exterior que pone en peligro la llamada “pax americana”.
Es una situación de anomia social en la cual “el viejo mundo se muere. El nuevo no acaba de nacer y en ese claroscuro surgen los monstruos”, como bien describió el pensador Italiano Antonio Gramsci.
Sin embargo, en momentos como estos, en los que la sociedad norteamericana ha vivido en épocas anteriores, sólo nos queda invocar el espíritu de Abraham Lincoln que, estando el país al borde de la Guerra Civil de 1860, afirmó lo siguiente:
“…. Aunque la pasión haya tensionado nuestros lazos de afecto, no debe romperlos. Los acordes místicos de la memoria, que se extienden de cada campo de batalla y tumba patriota hasta cada corazón viviente y piedra de fuego en toda esta amplia tierra, aún vibrarán al ser tocados de nuevo por los mejores ángeles de nuestra naturaleza.”
Y son estos “mejores ángeles de su naturaleza” que llevaran a los estadunidenses a construir nuevos consensos que aseguren que este país siga ocupando el sitial que se ha ganado en el concierto de naciones democráticas.
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Arsenal
Días funestos
Francisco Garfias | Excelsior
Seis muertos y siete heridos fueron el saldo de un ataque armado la madrugada del lunes 11 de noviembre en el bar Bling Bling de Cuautitlán Izcalli.
Diez muertos y 13 heridos en el ocurrido en el bar Los Cantaritos, ubicado en el centro de Querétaro, el sábado 9 de noviembre. Los sicarios iban por un integrante del Cártel Jalisco Nueva Generación, según la presidenta Sheinbaum.
Once cuerpos de comerciantes ejecutados, entre ellos dos mujeres y cuatro menores, fueron abandonados en una camioneta en Chilpancingo, Guerrero, la noche del 7 de noviembre.
Veintisiete muertos y 20 heridos en tres masacres dadas a conocer en un espacio de cinco días.
Pero Omar García Harfuch, supersecretario de Seguridad Pública, les dijo ayer a los coordinadores parlamentarios de la Cámara de Diputados que el país “está controlado”, según Ricardo Monreal, líder de la mayoría en San Lázaro.
¿El país está controlado? ¿Pues cuántos asesinatos se necesitan para reconocer que están rebasados por el crimen organizado? Son preguntas. Monreal contó que García Harfuch les dijo también: “Tenemos conocimiento de cómo están actuando los grupos criminales”.
¿Y luego? ¿Por qué no se anticipan a las masacres? Son más preguntas.
* El oficialismo ya se llevó entre las patas al Poder Judicial, so pretexto de “democratizarlo” con una complicada elección que no saben ni cómo se va a organizar. ¡Ah, pero, eso sí, ya celebran que van a terminar con la corrupción que no combaten ni en sus propias filas!
Ahora van por los órganos autónomos. Adiós contrapesos. La Cofece, el IFT, el Coneval, el Inai, la CNH, la CRE y la Mejoredu pasarán a formar parte de dependencias del Ejecutivo federal o al Inegi. En otras palabras, se van a autocontrolar.
* Cruel paradoja. Asistí ayer al arranque de la Semana Nacional de Transparencia, a la que convoca el Inai, en la misma semana en que la Cámara de Diputados votará su desaparición.
Respiré un aire de impotencia combinado con un sentimiento de frustración y resignación.
Adrián Alcalá, comisionado presidente de ese instituto, pidió a los legisladores de la mayoría oficialista que hagan “una pausa” en esta semana de definiciones y que abran un diálogo sobre la permanencia de los órganos garantes, concretamente del Inai. “Si aun así la definición fuera en ese rumbo, les hacemos un llamado para que en los artículos transitorios se establezca la ampliación del plazo de 90 días naturales para contar con instrumentos normativos necesarios con un mayor análisis y profundidad”, puntualizó Alcalá.
Las otras tres comisionadas, Blanca Lilia Ibarra, Norma Julieta del Río Venegas y Josefina Román, coincidieron en la necesidad de que la transparencia, el acceso a la información y la protección de datos personales se mantengan fuera del gobierno. Y es que la iniciativa plantea trasladar esos derechos humanos a la Secretaría de la Función Pública.
* Mal empieza la relación del jefe nacional electo del PAN, Jorge Romero, con el gobierno de Claudia Sheinbaum.
A la oferta de diálogo que el inminente sucesor de Marko Cortés hizo públicamente al régimen, la Presidenta de la República respondió con acusaciones de que es “el jefe del cártel inmobiliario”.
“Lo conocimos muy bien (a Romero) en la Ciudad de México… Los propios empresarios, como testigos, fueron los que revelaron el modus operandi de este grupo muy corrupto de la alcaldía Benito Juárez”, dijo Sheinbaum en la mañanera.
Casi simultáneamente, Romero le dijo a Ciro Gómez Leyva, en su programa de Radio Fórmula, que será la primera y única vez que llamará al diálogo. Advirtió: “Si este nuevo gobierno deja al PAN con la mano extendida para un diálogo, allá ellos… si nuestro destino es irnos a las calles, como en los noventa, los ochenta, vamos a estar”.
Más tarde le respondió a la mandataria en un video que subió a las redes sociales. Suavizó sus palabras:
“Le agradezco mucho que ya empiece usted a hablar de mí. Ni siquiera me han dado la constancia de triunfo y usted ya me hizo el honor”. Y más adelante: “¿En verdad es así como habrá de conducirse con la oposición?… ¿Su respuesta es calumniarme? Usted hace señalamientos contra mi persona.
“Este tema tiene más de dos años. Ni una sola imputación. Pese a los señalamientos que me hizo, nosotros insistiremos en el diálogo público”.
Al debate le entró Luisa María Alcalde, dirigente nacional de Morena. Subió a su cuenta de X un mensaje en el que califica de “arrogante” Jorge Romero:
“Inició con un ultimátum al gobierno de México. Ni la ínfima participación de los panistas en su elección lo ubican en la realidad. Debería aclarar su participación en el cártel inmobiliario”.
Kenia López, diputada del PAN, se encargó de responderle a la presidenta de Morena.
“No, Luisa, no te equivoques. El PAN es la oposición más grande en México y es quien sacará a Morena del gobierno, más de 250 mil asesinatos y desapariciones son la mejor carta de presentación del régimen…”, puntualizó.
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Juegos de poder
El PAN no da una
Acción Nacional nunca hizo una reflexión interna (ningún partido la hace externa) de por qué perdieron un millón de votos de 2000 a 2006. Tampoco de por qué perdieron en 2012, 2018 y 2024.
Leo Zuckermann | Excelsior
Los viejos panistas, todos ya fuera del partido, suspiran por aquellas épocas en que fueron una oposición testimonial al régimen priista. Añoran los tiempos en que un pequeño grupo de ciudadanos, con mucha convicción ideológica, se enfrentó al poderoso aparato de un partido hegemónico. Recuerdan grandes nombres de polemistas que participaban en debates memorables. Ese panismo como de apostolado donde militantes heroicos trataban de convencer a un puñado de votantes.
No fue esa oposición testimonial la que los hizo llegar al poder.
Lo que fortaleció al panismo a finales del siglo pasado fue, por un lado, una postura pragmática de negociación con los gobiernos priistas y, por el otro, la llegada de un líder carismático. Me refiero a Vicente Fox, un cuadro al estilo de los empresarios conocidos como los “barbaros del norte”, que se integraron al PAN después de las crisis económicas de los ochenta.
Los panistas de cepa, a los que todavía les tocó vivir el apostolado, nunca quisieron a los nuevos liderazgos que veían como advenedizos oportunistas. Pero fueron éstos los que hicieron crecer al PAN, tanto en el norte como en el Bajío.
Fox de panista tenía sólo su credencial. Nunca le importó el partido y durante su gestión como Presidente el PAN se caracterizó por luchas internas que terminaron en la designación de Felipe Calderón como candidato presidencial, un cuadro que venía del apostolado.
Fox ganó las elecciones presidenciales del 2000 con 16 millones de votos. Seis años después, aunque Calderón triunfó, el PAN consiguió un millón de votos menos. Desde entonces, los panistas no han dado una. Todo ha sido una ruta hacia abajo.
A pesar de la militancia activa de Calderón, las luchas internas del PAN se agudizaron. Para ese entonces, el partido se había llenado de los típicos políticos oportunistas que lo único que les importaba era el poder.
El resultado fue funesto. En 2012, el PAN se fue al tercer lugar en la elección presidencial, ya con sólo 12.7 millones de votos.
La decadencia se profundizó desde entonces. El partido perdió identidad, aliándose al nuevo presidente, el priista Enrique Peña, para sacar adelante una agenda legislativa que retomaba muchas de sus causas, pero que lo desdibujó por completo como partido opositor.
En 2018, ya con Fox y Calderón purgados, el PAN se alió con MC y el PRD. Consiguieron 12.6 millones de votos en la elección presidencial con un candidato, Ricardo Anaya, que resultó muy divisivo para los propios panistas.
La decadencia continuó. El PAN, en una estrategia ya de franca sobrevivencia, unió fuerzas con su adversario de toda la vida: el PRI. Este año presentaron una candidata en común, Xóchitl Gálvez, quien consiguió 9.1 millones de votos por medio del PAN.
Acción Nacional nunca hizo una reflexión interna (ningún partido la hace externa) de por qué perdieron un millón de votos de 2000 a 2006. Tampoco de por qué perdieron en 2012, 2018 y 2024. De los 16 millones que sacó Fox a principios del siglo, hoy quedan sólo nueve, mientras que el padrón electoral creció de sesenta a cien millones de electores en estos 24 años.
Desde 2000, cuando el PAN tuvo su mejor elección con Fox, todo ha sido para abajo. Una decadencia gradual y sostenida.
Pero, con todo y todo, el PAN hoy sigue siendo el principal partido opositor de este país. Un país al que ha regresado la hegemonía de un partido, en este caso de Morena.
Este fin de semana, el PAN eligió a su nuevo dirigente nacional: Jorge Romero. Se trata de un militante del partido que ha venido escalando puestos. El típico apparátchik.
Su reto es enorme.
Para empezar, el PAN ha perdido su identidad. En el camino del pragmatismo electoral, su ideología se ha diluido. A veces su discurso es liberal, a veces conservador, dependiendo el tema.
Luego está la mala imagen que tienen en el electorado. López Obrador, y ahora Sheinbaum, se han encargado de apalear a los panistas por presuntos actos de corrupción, incluyendo uno que involucra directamente a Romero. Me refiero al “cártel inmobiliario”, un supuesto asunto de tráfico de influencias y sobornos en una de las alcaldías más panistas del país, Benito Juárez, de la Ciudad de México.
Y, para finalizar, está la falta de liderazgos nacionales que le den presencia al partido en los múltiples debates que están ocurriendo en el país. Mientras que en el morenismo sobran figuras nacionales, en el PAN no destaca voz alguna.
Sin identidad, con mala imagen y sin liderazgos nacionales, será muy difícil que paren la hemorragia de votos que comenzó hace 18 años.
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Astillero
Supersecretario García Harfuch, ¿la solución? // Acepta: violencia grave // Sistemática presión de EU // Rocha Moya: punto crítico
Julio Hernández López | La Jornada
Omar García Harfuch se consolida como la carta fuerte (muy prevista) de la presidenta Claudia Sheinbaum para tratar de frenar la violencia criminal que el propio secretario de Seguridad y Protección Ciudadana reconoció como grave, aunque no desbordada, en un país que, a pesar de todo, estaría bajo control, según declaró el coordinador político de los diputados federales, Ricardo Monreal, luego de una reunión de tres horas de esos legisladores con el alto jefe policiaco.
Más allá de discursos y declaraciones, lo cierto es que se han multiplicado los focos de violencia en el país, en varios casos con expresiones extremas (la decapitación del presidente municipal de Chilpancingo y el acribillamiento de 10 personas en un bar de Querétaro, por citar dos casos).
Tal exacerbación (el secretario García Harfuch aduce que no hay desbordamiento) puede tener dos interpretaciones rápidas, a riesgo de ser simplistas: que la nueva administración federal está apretando de verdad contra los grupos criminales y éstos están reaccionando con provocaciones y golpes efectistas, o que la nueva administración federal ha agitado el avispero (con más detenciones de generadores de violencia y una evidente disposición a la confrontación armada, con mayor letalidad) y está siendo rebasada al menos en esta primera etapa.
El acrecentamiento de la violencia extrema tiene como marco de referencia los primeros cuarenta y tantos días de gobierno de la presidenta Sheinbaum y, ahora, la programada toma del poder estadunidense por Donald Trump, quien tiene una tripleta de temas con los que tratará de frenar o acotar la continuidad reformista de la llamada Cuarta Transformación: la revisión del tratado comercial subcontinental, la migración (rubro también relacionado con los cárteles) y el crimen organizado.
La presión estadunidense, en realidad, es sistémica, no necesariamente asociada con los cambios de membretes partidistas en la Casa Blanca, el Pentágono y conexos. La estrategia de combate a la 4T tuvo un arranque previo a las elecciones mexicanas con el uso de tres medios extranjeros para acusar al entonces presidente López Obrador de haber recibido financiamiento del narcotráfico para una campaña electoral de 2006. Luego vino la muy costosa campaña en redes con las etiquetas # narcopresidente y # narcocandidata. Para aterrizar en un aeropuerto fronterizo con Ismael Zambada, El Mayo, y uno de los hijos de Joaquín E l Chapo Guzmán, en un episodio aún oscurecido a partir del cual se desató la principal narcobatalla nacional, entre chapitos y mayitos.
Uno de los puntos críticos del posicionamiento mexicano ha residido en la virtual inactividad, durante la administración obradorista, y la permisividad y protección a figuras que son parte expresa de la citada 4T o que han favorecido este proyecto. Ejemplos del pasado reciente: Quirino Ordaz, quien dejó el gobierno de Sinaloa para irse de embajador a España, y Claudia Pavlovich, que pasó de Sonora a un consulado de lujo: Barcelona.
Véase lo que sucede en Sinaloa, donde el gobernador Rubén Rocha Moya sigue en el cargo a pesar de las evidencias de sus punibles manejos políticos, mediáticos y forenses en el caso del asesinato del ex rector de la Autónoma de Sinaloa Héctor Melesio Cuén y en el episodio clave de las horas en que El Mayo Zambada habría sido secuestrado, según versiones que la propia autoridad no logra o no quiere esclarecer. En una incesante espiral de violencia, ayer se anunció la cancelación de la tradicional feria ganadera y del palenque en Culiacán.
Por lo pronto, García Harfuch se consolida como el máximo jefe policiaco, con pretensiones hasta ahora cumplidas de coordinar a los mandos de la Defensa Nacional y la Marina, además de controlar los servicios de inteligencia y la operación de policías en todo el país y estar en espera de reformas constitucionales que le permitan investigar directamente actos delictivos. Superpoderes, supersecretario, supercompromiso, ¿superlogros?
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México SA
Jorge Romero, líder del cártel // Dirigente nacional inmobiliario // Negocios, enjuagues, chicanas
Carlos Fernández-Vega | La Jornada
En lo que internamente denomina renovación de la dirigencia, el PAN confirma su decisión de desaparecer del panorama político del país, pues sus cabezas visibles privilegian, una vez más, el negocio, la transa, la chicana, los moches y demás enjuagues que han enriquecido a la cúpula, pero hundido a la agrupación como alternativa opositora, y ello es fácilmente comprobable con la elección del jefe del cártel inmobiliario de la Ciudad de México, Jorge Romero Herrera, como nuevo presidente nacional del blanquiazul.
El PAN es un dinosaurio en extinción, cercano ya a la pérdida de su registro como partido político nacional, toda vez que su militancia registrada ante el Instituto Nacional Electoral (INE) ha caído vertiginosamente y de todas (Presidencia de la República, gubernaturas, diputados y senadores, etcétera), prácticamente ha perdido todas, aunque a sangre y fuego mantiene la alcaldía Benito Juárez de la Ciudad de México como su centro de negocios.
Para conservar su registro, el INE obliga a los partidos políticos nacionales a mantener un número de militantes no menor a 0.26 por ciento del padrón electoral federal utilizado en la elección federal inmediata anterior (100 millones 454 mil 859 ciudadanos). De acuerdo con la estadística de dicho instituto, al cierre de 2023, el PAN a duras penas registró 277 mil 665 militantes, y la propia institución advierte que cada tres años verifica el cumplimiento mínimo de los padrones de militantes de los institutos políticos nacionales para la conservación de su registro, y realiza el conteo para garantizar que cada fuerza política cumpla con los requisitos previo al inicio del proceso electoral federal.
Dado lo anterior, la empresa blanquiazul disfrazada de partido político está a escasos 16 mil 458 militantes de perder el citado registro federal, lo cual, todo indica, a la cúpula panista le importa un bledo, porque lo suyo es el negocio, aunque debe entender que está muy cerca de cerrar las puertas, con todas las prebendas que ello implica, ante la caída en picada de su militancia. Entonces, ¿existirá el PAN en las próximas elecciones intermedias? (2027). Hagan sus apuestas.
El pasado domingo, el PAN eligió nuevo dirigente nacional, en relevo de otra inenarrable joya blanquiazul, Marko Cortés, y en ese proceso participó menos de 50 por ciento de la militancia (menos de 138 mil sufragantes). De acuerdo con las cifras del propio partido, el diputado con licencia Jorge Romero Herrera –ex jefe delegacional en Benito Juárez– ganó con alrededor de 80 por ciento de los votos, con 91.7 por ciento de las casillas computadas. Desde luego, atrás del ungido está el junior tóxico.
No es casual que ahora se recuerde que el año pasado la fiscalía capitalina informó que investigaba a ex funcionarios de la alcaldía Benito Juárez por un esquema de operación ilícita con bienes inmuebles en el territorio, un grupo al que se llamó cártel inmobiliario ( La Jornada, Néstor Jiménez). Y en la lista de involucrados aparecen Jorge Romero y quien el domingo pasado, muy pegadito, le aplaudió a rabiar: Santiago Taboada, a su vez ex jefe en esa misma demarcación.
Consultada sobre dicho nombramiento, la presidenta Sheinbaum fue directa: Jorge Romero “es el jefe del cártel inmobiliario; lo conocimos muy bien en la Ciudad de México. Probablemente no fueron ‘los de abajo’ quienes revelaron, sino incluso los propios empresarios como testigos revelaron el modus operandi de ese grupo muy corrupto de la alcaldía Benito Juárez. Entonces, pues ese es el hoy representante del PAN”.
De pasadita, la mandataria propuso “preguntarle a Felipe Calderón qué opina de Jorge Romero; en su libro dice: ‘Jorge Romero, de la Ciudad de México, ex delegado en Benito Juárez, famoso por los casos de corrupción que constantemente empresas extorsionadas revelan. Un amigo suyo y sobrino mío me relató que dejó de trabajar con él cuando el propio Romero le confesó que asociaciones de ambulantes y otros le representaban a su grupo ganancias de 7 millones de pesos al mes. Con ellos, además, habían filtrado el padrón del PAN en toda la ciudad’. Eso es lo que opina Calderón, que no es precisamente alguien que apoya a la 4T, ¿verdad? Entonces, así que digan ‘¡qué renovación tuvo el PAN!’, pues no mucha, ¿verdad?”
Las rebanadas del pastel
Luego de 85 días de vacaciones pagadas –con cargo al erario–, los holgazanes de la sede del Poder Judicial de la Federación por fin se animaron a retornar a lo que ellos llaman trabajo, pero advierten: mantendremos la protesta.
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El PAN y la deriva inmobiliaria
Héctor Alejandro Quintanar * | La Jornada
En julio de 2020 se publicó un desplegado titulado La deriva autoritaria, donde académicos firmaron un diagnóstico que, en esencia, acusó al gobierno de López Obrador de encaminar el país a una concentración de poder que socavaba al pluralismo mediante la destrucción de instituciones. Quizá sin proponérselo ese texto fue una especie de documento fundacional que articuló la alianza PAN-PRI-PRD.
Tras el fracaso electoral que ha padecido esa alianza desde 2021 –donde sus dos partidos principales perdieron 18 gubernaturas (11 el PRI, siete el PAN); y permanecen como minorías en congresos locales, en la cámara federal y el Senado, y donde perdieron la Presidencia de la República en 2024–, es de señalar que parte de la crisis de los dos sobrevivientes de la alianza PRIANRD se debe a la debilidad y tono apocalíptico que implicó su tesis de la deriva autoritaria.
Ese diagnóstico partía de premisas erróneas, como acusar riesgos en la libertad de expresión sin mencionar casos de periodistas censurados por la voluntad presidencial; en un entorno donde el grueso del ecosistema mediático enfocó sus baterías contra la 4T. Esa oquedad no sólo es falsa, sino una falta de respeto contra voces que sí lidiaron con la venalidad censora de Peña o Calderón.
Adoptar la proclama de la deriva autoritaria significó para el PAN un descuadre ideológico. El partido dio indicios el sexenio pasado de no saber cuál identidad confirmar como protagónica. Dos ejemplos: en 2021, senadores panistas, con Lilly Téllez a la cabeza, firmaron la Carta de Madrid para ligarse a extremas derechas como Vox; asumirse como fuerza política retardataria y refreír los prejuicios de la guerra fría. Sin embargo, poco después sería el PAN el partido que, sin democracia interna, postuló como candidata presidencial a Xóchitl Gálvez, a quien abanderaron no sólo esperanzados en que fuera una suerte de producto milagro, sino porque pretendían que, con su supuesto perfil alivianado y progresista, le arrebatara votos al electorado obradorista, bajo el compromiso de mantener la política social de la 4T.
Esa dualidad refleja un dilema identitario. ¿Qué hacer? ¿Adoptar una pose intransigente que desde la derecha más oscurantista interpelara al voto conservador? ¿O mejor dotarse de una fachada moderna, capaz de incluir derechos sociales e inclusión en su agenda, para así interpelar a un sector más amplio del electorado? La salida no fue acertada: el PAN adoptó un discurso intransigente, pero acciones zigzagueantes, donde, verbigracia, un día juraban mantener programas sociales, mientras diputados habían votado contra ellos y muchos de sus voceros acusaban de ninis a sus beneficiarios.
Con la débil consigna de la deriva autoritaria a cuestas, hay que señalar que la crisis de resultados electorales del PAN viene de lejos: en 2012, convertido en apéndice de la sevicia calderonista, se tornó en el primer partido que, como entidad gobernante, se fue al tercer lugar en una elección presidencial. Pero desde entonces su autocrítica ha sido escasa y sus autocríticos ninguneados.
El PAN se ha evidenciado en los últimos años como aparato que ve el gobierno como plataforma de lucro personal. De ahí que aliarse con rivales históricos como el PRI o el PRD fuera más producto de desesperación que de pragmatismo. Su discurso contra la deriva autoritaria, sus salmodias antipopulistas y su llamado a articularse sin chistar en causas inasequibles (la marea rosa) fueron una mascarada evidenciada por sus dirigentes: al mismo tiempo que el PAN alertaba contra una presunta democracia en riesgo, su dirigente Marko Cortés se repartía con el priísta Alito –en un modo más gansteril que antimeritocrático–, notarías, órganos autónomos o direcciones de universidades en Coahuila, acto ilegítimo que, para colmo, el PRI no acató, en un acto que eximió al tricolor no por la ingenuidad inepta de Cortés, sino por lo de que ladrón que roba a ladrón.
Hoy el PAN renovó dirigencia. Cortés dejó un instituto debilitado en manos de Jorge Romero, quien simboliza sin cortapisas la crisis del partido. Líder central de un cacicazgo gestor de corruptelas en la construcción, cuyo entorno se encuentra hoy preso, prófugo o confeso, Romero significa el ascenso en el PAN de un grupúsculo que ha hecho del partido en la Ciudad de México un coto y de los gobiernos locales ganados un nido de transas: el llamado cártel inmobiliario.
En la elección pasada parecía cinismo terminal que postulara en la alcaldía Benito Juárez, matriz del cacicazgo inmobiliario, al hermano de un panista preso, y como candidato a jefe de Gobierno a otro miembro del cártel. La asunción de Romero parece indicar que el partido pretende expandir esa iniquidad local a escala nacional. De la farsa de la deriva autoritaria el PAN pasa a la real deriva inmobiliaria, encabezado por un grupo para quien el gobierno es negocio y cuya renovación es cosmética: atrás quedan las barbas virreinales del Jefe Diego y las suplen los usos de los mirreyes en el poder.
* Autor del libro Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional.