Columnas Escritas
Lo que dicen los columnistas

Número cero
La Constitución, rehén de la reforma de justicia
José Buendía Hegewisch | Excelsior
La reforma judicial precipita a los Poderes de la República en una carrera en que se vale cualquier medio para alcanzar sus fines. Pero el enredo jurídico rema contra la justicia en un país sumergido en la incapacidad política de mayorías y minorías para tener acuerdos al costo de tomar como rehén el control de la Constitución y así universalizar la desprotección de todos.
De la lucha por la “madre de todas las reformas” hay que desmantelar las coartadas de los que antes se desentendieron del acceso de la mayoría a la justicia y ahora agitan el temor al autoritarismo para frenarla, tanto como del conformismo ideológico capaz de avalar toda acción para liberarla del veto, así sea al precio tomando el dominio constitucional para el desamparo de todos. La resolución del conflicto y de los traumas de ayer es compleja para cualquier democracia, pero no provendrá de disculpar la idea de que la ley sirve para que la gente controle al poder, y no para someterla. De lo contrario, qué suerte correrían con avatares de la composición política que desconocieran, por ejemplo, los derechos humanos.
La ley de supremacía constitucional que el bloque oficialista aprobó en un fast track desaseado, sin debate ni consensos con la minoría opositora, no garantiza que no derive en un instrumento de control político; aun si sirve para blindar a la reforma de la pretensión de la Corte de extralimitar funciones y colocarse por encima de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos en las urnas en favor de la 4T. En un tema grave para el equilibrio de Poderes, el proceso legislativo acelerado y plagado de triquiñuelas es indicativo del litigio político detrás de las reformas que esta semana se definirá en el Congreso.
Claudia Sheinbaum recibió una bomba de tiempo de su antecesor con una reforma sin acuerdo alguno, incluso en contra del Poder Judicial y de la forma de integrarse a través del voto popular o de sus procesos internos. Cabe preguntarse hasta dónde la Corte puede intervenir para preservar privilegios y canonjías de su estructura, sin antes haberse auto reformado pese acusaciones de corrupción e influyentismo en su interior; de allanarse a las presiones del poder económico con controversias y amparos para suspender obras de gobierno como los proyectos emblemáticos del sexenio pasado; sin responder por la entrada de todos a la justicia.
Sheinbaum rechaza que la reforma abra paso al autoritarismo con que los opositores la reprueban. Los equilibrios entre la soberanía popular y Poderes contra mayoritarios de las Cortes afectan a todas las democracias en el mundo como mayor reto para la legitimidad y confianza en la ley. No somos ajenos a esa contradicción ni dejamos de ser democráticos por afrontar peligros que pueden derivar en parálisis de gobierno o hasta golpes blandos de los aparatos de justicia contra los gobiernos como otras experiencias en América Latina.
Pero la disputa tiene atrapado al país en una escalada de acciones y reacciones entre Poderes que socavan a las instituciones con pretendidos artilugios legales. El gobierno y el Poder Judicial están trenzados en una guerra que ya suma más de 170 suspensiones judiciales contra la reforma… más las que se sumen, y respuestas de decretos legales como la de supremacía constitucional para hacer inexpugnable a la reforma e imponerse políticamente, aunque pase por la idea descabellada de anularse.
Unos y otros se acusan de provocar una crisis constitucional en defensa del aparato de justicia o para recortar la posibilidad de impugnación de la polémica reforma, hasta privar a la Constitución de controles necesarios para impedir impugnaciones de decisiones políticas en su texto. En efecto, esta reforma que se justifica en querer empatar la Constitución con la ley de amparo, recorta el control de la Corte para juzgar sobre controversias constitucionales que sirven para garantizar el territorio de derechos básicos de la ciudadanía independientemente del color del partido que gobierne.
La batalla es política, no jurídica. El uso de la tramoya legal como herramienta del combate político desaparece su racionalidad. Cuando el fin justifica los medios comienza la eliminación del contrario y termina la política, única fuente para resolver el conflicto entre Poderes y principal salida democrática para impedir que todos seamos huérfanos de ella, en un país ávido de atacar la impunidad, el delito y la violencia.
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La inmaculada percepción
La nueva teología legislativa
Ellos son el alfa y el omega, la santísima dualidad, el verbo hecho decreto.
Vianey Esquinca | Excelsior
La última semana, el Congreso de la Unión, con mayoría de Morena y sus satélites, ha dejado una muestra clara de que las prisas y la soberbia son una combinación letal. Han legislado a una velocidad que ni ellos mismos parecen comprender, como si cada sesión fuera una competencia para ver quién comete más atropellos jurídicos en menos tiempo. En ese afán, el Senado de la República aprobó la llamada “supremacía constitucional”, que más bien parece una declaración de omnipotencia: ahora ni el mismísimo Dios padre podría enmendarles la plana.
El Congreso y la presidenta Claudia Sheinbaum han instaurado una nueva teología legislativa: ellos son el alfa y el omega, la santísima dualidad, el verbo hecho decreto. En esta liturgia política, cada reforma es un sacramento y cada voto a favor, una indulgencia plenaria. No hace falta cuestionar, porque en esta iglesia del poder, la fe en el decreto es ciega y el dogma, inamovible.
La ley no se discute: se revela. Los legisladores se convierten en apóstoles, predicando desde sus curules la buena nueva del cambio constitucional, mientras la Presidenta, desde su púlpito en Palacio, dicta los mandamientos del nuevo régimen: “Hágase la voluntad del pueblo (según la 4T), así en la tierra como en los archivos del Diario Oficial de la Federación”, porque esta semana, además, México descubrió que lo que se imprime en el DOF es tan inamovible como los Diez Mandamientos esculpidos en las tablas de Moisés: no se someten a foros de discusión, solo se obedecen.
Cualquier disidencia es herejía. Los críticos son condenados al exilio simbólico y, al igual que los antiguos paganos, son etiquetados como neoliberales o traidores a la patria. Por otra parte, si algún legislador oficialista duda o, peor aún, amenaza con votar en contra, recibirá su penitencia en forma de ajustes presupuestales para su distrito o una homilía pública sobre la ingratitud y la desviación ideológica.
La disciplina de partido se convierte en la única penitencia aceptable para redimir la duda, y los herejes son rápidamente silenciados. Aquí no hay indulgencias parciales: o se está con el régimen o se enfrenta el purgatorio político. La crítica es vista como una desviación del camino recto, y cualquier intento de cuestionar el proceso legislativo se percibe como una blasfemia.
El Senado y la Cámara de Diputados se asumen como sacerdotes infalibles, asegurando que todo cambio constitucional es una revelación para el bien del pueblo, aunque éste ni siquiera lo haya pedido o tenga una peregrina idea de lo que está sucediendo. Los legisladores actúan como si cada decreto fuera eterno, y el DOF, la piedra angular de su fe.
Mientras tanto, la Presidenta sigue dictando su voluntad, convencida de que cada reforma es una obra divina, sobre todo si proviene de su antecesor. Como en toda religión, la política aquí tiene sus rituales: conferencias matutinas, anuncios grandilocuentes y reformas apresuradas, todo en nombre de lo que ella y su partido piensan es un bien superior para, por supuesto, mantenerlos en el poder.
La rigidez con la que se manejan los morenistas y sus partidos rémora reflejan una mentalidad de absolutos y dictadores, donde la obediencia ciega es la única virtud posible.
La pregunta que queda es cuánto tiempo podrá sostenerse esta fe impuesta por decreto. Porque, como los antiguos profetas, la ciudadanía eventualmente despertará del encantamiento y demandará respuestas. En ese momento, ni la supremacía constitucional ni los sermones diarios podrán evitar que la realidad irrumpa y ponga a todos en su lugar.
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El eterno retorno
Rolando Cordera Campos | La Jornada
En el mundo mexicano de ayer, el problema era la desconfianza de los actores políticos en relación con sus acuerdos y sobre todo con un poder público que insistía en presentarse como omnipotente. Todo eso acabó con las crecientes dificultades que el credo globalizador y su postulación de la democracia representativa y los derechos humanos, como nueva manera de gobernarnos una vez resuelta la bipolaridad de la guerra fría, le planteaba a dicha forma de gobernar. Como lo postulaba el reclamo democrático creciente.
Aquella desconfianza pasó a retiro, pero ahora vuelve por sus fueros, merced a los métodos impuestos por la Cuarta T; hoy, más que desconfianza en el acuerdo, priva el rechazo a establecer acuerdos. Desde el poder se nos ha mostrado que no vale la pena creer en ellos y, muchos, simplemente los consideran irrelevantes, despojados de toda eficacia política.
Podemos hacernos eco de quienes dicen que tener un Congreso abusivo y una oposición ausente, debilita al Estado y a la propia democracia; asimismo, podemos coincidir con quienes advierten sobre el arribo tumultuario de quienes enarbolan al mando único para luego contar con una democracia auténtica, tal y como hoy se nos dice al querer justificar el golpe al Poder Judicial. Lo que se conforma y confirma, como una degradación de la política, es que seguimos rindiendo pleitesía a formas de intercambio político que en un ayer no muy lejano, muchos decíamos reprobar.
Cada semana nos graduamos de criminalistas, abogados, medio ambientalistas…, pero lo sustancial, lo que da sentido a nuestra pretensión de ser una comunidad política con un Estado y un sentir nacional, no aparece por ningún lado. Salvo cuando se trata de negarlo, por parte de quienes gobiernan.
Nada importante parece estarse despejando, los grandes asuntos nacionales, como decían los clásicos, son aplastados por la ocurrencia y, dicen, la emergencia, pero nada detiene esta marcha de la locura. Se ha impuesto, nos hemos impuesto, en la retórica, la reflexión o el debate, un tono gris cuando no obscuro, que refuerza la mala opinión que tiene de la política un buen número de mexicanos.
Algo anda chueco y el mal humor vestido de chusquería se alimenta del temor por tanta inseguridad, del hartazgo de tanto grito. Tal es el estado de la nación que debe afrontar el nuevo gobierno en su afán de gobernar y ganar algún tipo de hegemonía, aunque pocos acierten a decirnos para qué.
El desinterés por los puntos de la agenda puede ser visto, de algún modo, como una reminiscencia de la vieja cultura presidencialista que avasallaba a los otros poderes, comenzando por el Legislativo, pero se trata de una exageración con un grano de mala fe. Había estudio y confrontación de tesis, aunque siempre mediadas por el poder presidencial. Hoy, lo que tenemos es un Poder Legislativo poblado por legisladores alejados, por conveniencia o ignorancia, de su función constitucional y sometidos a una humillante dependencia del Ejecutivo.
En lugar de un pluralismo, plural y actuante, ilustrado y responsable, como el que muchos buscamos y creímos haber encontrado al menos como indicio, hoy tenemos una suerte de coro desafinado, unos políticos que, en su mayoría, se mueven en defensa de sus intereses. La política democrática que es compromiso, responsabilidad, respeto; permanente ejercicio de diálogo, ha sido expulsada del horizonte de quienes deberían guardar y hacer guardar el espíritu republicano.
Urge proponernos dejar atrás el nefasto ciclo de un eterno retorno que suena a fantochada de carnaval. No hace mucho, el desencanto era ante la frivolidad con que las élites volteaban a ver, si lo hacían, los grandes problemas nacionales y se inventaban una democracia a imagen y semejanza; hoy, predomina una actitud que cree saber que sabe y sabe todo, embelesada por el efímero canto de sirenas de los votos.
Hay que seguir insistiendo: la democracia, como sistema siempre mejorable, no es responsable de nuestros extravíos, sino la sordera incapacitante de los políticos. Debemos ser capaces de dar a la recuperación del Estado el lugar que la irresponsabilidad de las élites políticas le ha negado; recuperar la visión de Mariano Otero y sus acuerdos fundamentales que nos lleven a (re)construir el Estado con una perspectiva propia, nacional, cuyo eje gire en torno a los paradigmas fundadores, esto es, los fines sociales, republicanos, del Estado.
Actualizar el valor de la solidaridad y de la igualdad como guías para (re)ordenar nuestra vida pública sin sacrificar el ejercicio de una racionalidad eficaz e ilustrada.
Frente al ruido y la furia, los desacatos y bravuconadas, la mejor y más segura senda es recobrar el valor de la política como entendimiento e incansable búsqueda del bien común.
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Color y aroma
Ángeles González Gamio | La Jornada
Ya vienen los Días de Muertos y ya comienzan los preparativos para celebrarlos: hay que sacar los objetos para la ofrenda, comprar algunos nuevos y, por supuesto, las viandas y flores de cempasúchil, cuyo colorido y aroma va a guiar a los difuntos a ese lugar donde va a disfrutar de lo que le gustaba en vida.
Ahora muchos difuntos –de acuerdo con la tradición– van a pasar trabajos para encontrar su ofrenda si el cempasúchil que la viste es de semillas chinas, que han invadido el mercado. El problema es que no tiene el aroma que la caracteriza; además, no tiene el color anaranjado brillante, es más bien amarilla. De remate, muere con rapidez y sus semillas son estériles, o sea, que cada año tienen que volver a comprarlas.
Una sugerencia es que se compre la original, que viene en ramo, no en maceta, y es mucho más hermosa; cada flor es distinta entre sí, tanto en los tonos de naranja como en la cantidad de pétalos y el aroma es intenso, así apoyamos a los agricultores que todavía hacen el esfuerzo de sembrar el cempasúchil tradicional que nos heredaron nuestros ancestros prehispánicos.
Recordemos lo que en alguna ocasión escribimos: “Uno de los significados de cempasúchil en náhuatl es flor de 20 pétalos. Originaria de México, además de su utilización en las ofrendas, es una especie medicinal muy empleada en distintas partes de la República Mexicana. Se recomienda para dolor de estómago, empacho, diarrea, cólicos, tos, fiebre, bronquitis, bilis, indigestión, dolor de muelas, expulsar gases y calmar el dolor de cabeza causado por un mal aire, entre varios más.
En esta temporada alegra muchos sitios de la ciudad, entre ellos el Paseo de la Reforma, que luce miles de exuberantes flores de cempasúchil con su vivo color de sol.
Los Días de Muertos guardan tantos valores culturales que han sido declarados por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) Patrimonio Intangible de la Humanidad.
En la actualidad se colocan ofrendas en museos, escuelas y diversas instituciones públicas y privadas, costumbre que cada año se amplía, y se organizan espectáculos, desfiles y concursos.
Es apasionante conocer cómo cada entidad tiene sus singularidades; en algunas los festejos comienzan el 31 de octubre, cuando se espera a los angelitos, que son los niñitos muertos, quienes llegan al mediodía y son recibidos con flores blancas, pan, tamales de dulce, golosinas y atole.
A medianoche tañen las campanas de los templos para indicar que los difuntos grandes vienen llegando y se cambian los albos pétalos por los anaranjados de cempasúchil. Igualmente, se sustituyen los alimentos de la ofrenda para brindar los que disfrutaba en vida el finado.
El 2 de noviembre, a las 12 del día, vuelven a sonar las campanas, que anuncian que los muertos se van satisfechos. Al caer la tarde los familiares se dirigen al panteón, donde adornan las tumbas con flores y veladoras para que su luz oriente el paso del alma de los difuntos por el valle de las tinieblas, queman copal y rezan. Por último, el día 3, los parientes y compadres intercambian ofrendas.
En la Ciudad de México estas tradiciones se mantienen vivas, particularmente en pueblos del sur, como Xochimilco, Tlahuac y Milpa Alta.
Cada año se han venido incrementando las actividades relacionadas con estos días, algunas inspiradas en versiones extranjeras de nuestras tradiciones, como los desfiles de catrinas que surgieron a raíz de los atuendos que se hicieron para la película de James Bond que se filmó en la capital.
De las ofrendas que ya se pueden considerar clásicas, están las que instalan en el Museo del Carmen, en San Ángel; en la Ciudad Universitaria y en la Universidad del Claustro de Sor Juana, en el antiguo templo del convento de San Jerónimo.
Siempre vale la pena vistar la ofrenda monumental que colocan en el Zócalo. Este año lleva el nombre de Procesión del taller de arte Xibalbá. Mide 17 metros de altura con un espejo de agua de más de 200 metros cuadrados. Luce dos trajineras, una gran chinampa y un jardín de flores de cempasúchil con 10 mil plantas de productores de Xochimilco. Se complementa con 21 piezas de cartonería monumental, que tendrán de 6 a 10 metros de altura.
En la elaboración participan más de 100 artistas hombres y mujeres, entre ellos cartoneros, pintoras, escultores, soldadores y escenógrafos.
