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Las reformas: ¿oportunidad o debacle?

Es nuestra responsabilidad asumir la tarea con los mejores intereses del país en mente, utilizando las herramientas que ofrece esta circunstancia, pero sin abandonar la plaza, caer en una parálisis racional, sufrir una depresión colectiva o pensar que todo está perdido.

Ernesto Villanueva | Proceso

La mayoría calificada proyectada de Morena y sus aliados en el Congreso de la Unión (con el Senado a un paso de alcanzarla), resuelta por el INE y seguramente confirmada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, ha generado reacciones dispares: desánimo en una minoría y júbilo en la mayoría. Para quienes, como yo, han leído tanto el derecho como el contexto, la situación era previsible y aquí oportunamente lo he escrito. Al mismo tiempo, la aprobación en comisiones de la desaparición de siete organismos constitucionales autónomos ya sea por buenas o malas razones (esto es lo menos relevante), nos obliga a reflexionar, aunque sé que pensar, una actividad básica en otros tiempos, se ha vuelto una tarea sinuosa y compleja, incluso para personas con un alto nivel intelectual y amplias prendas cognitivas. Muchos de ellos parecen estar en un duelo profundo y se han declarado en huelga racional y pragmática. Creo que hay una oportunidad, no una debacle. ¿Qué debemos hacer a partir de este momento? Veamos.

Primero. En este punto parece evidente que el camino del todo o nada seguido por los detractores radicales del nuevo régimen —que ha estado en vigor desde 2018 y que ahora busca traducirse en norma jurídica vigente mediante la reforma constitucional— no sólo no ha rendido los frutos esperados por sus promotores; antes bien, ha movilizado a las facciones más radicales de la 4T. Las declaraciones del embajador de Estados Unidos y de los líderes de los organismos empresariales no han derivado en una ruptura —ni siquiera en la amenaza— de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos, México y Canadá. Tampoco los principales empresarios han manifestado públicamente su oposición a seguir invirtiendo en el país, y mucho menos han considerado abandonar México en busca de oportunidades en otras latitudes. Las fuerzas armadas han actuado con la debida institucionalidad, y la gran mayoría de la población (con razón o sin ella, lo cual es secundario; lo importante es el hecho en sí) apoya a la 4T. Morena y sus aliados, además, no solamente han ganado la Presidencia de la República, sino que gobiernan tres cuartas partes de los estados de la República. Esa cuarta parte restante ha cultivado en su mayoría relaciones favorables con la 4T para mantenerse en el poder, dada la simple razón de que el Presupuesto de Egresos de la Federación es autorizado por la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, y las atribuciones federales en los estados son inmensas. Atrás quedaron las ocurrencias de algunos gobiernos estatales de separarse de la coordinación fiscal con la Federación, surgidas momentáneamente en 2019 por ignorancia. Según los principales expertos en economía, el único estado que podría subsistir sin la Federación es Tamaulipas, donde gobierna Morena. Eso es lo que hay, y sobre esa realidad debemos actuar, nos guste o no.

Segundo. Tuve la oportunidad, en el año 2000, de participar en un esfuerzo colectivo para transformar la opacidad, que era la regla general, en transparencia como paradigma mediante la ley. El contexto era distinto al actual. A través de un esfuerzo colectivo, logramos entre muchos aprobar la primera ley de transparencia y acceso a la información pública en México en 2003 (237 años después de la primera en el mundo, en Suecia, como parte integrante de su Constitución). La naturaleza humana sigue siendo la misma: no es posible llegar a acuerdos esenciales si no existe el reconocimiento de cómo transitar y coincidir en la diferencia. Si no hay un presupuesto de respeto y civilidad para generar una confianza mínima y acercar posiciones en función de los aportes pragmáticos que cada una de las partes en disputa puede ofrecer.

La polarización —iniciada, sin duda, por el presidente López Obrador, pero que atrapó y exacerbó a sus adversarios, quienes respondieron con adjetivos cada vez más intensos, creando una espiral sucesiva— ha nublado la razón, ha preferido sacrificar el interés público por la satisfacción efímera de la catarsis (en la esperanza de que algún día la historia haga “justicia” a esos afanes en un futuro incierto) y ha generado provocación y radicalización en la 4T. René Bejarano (a quien admiro como un gran estratega) me lo comentó en mi programa de coyuntura “Hablando derecho” en Etcétera (Marco Levario me dio el espacio con plena y absoluta libertad, a pesar de nuestras abismales diferencias, por lo que aprecio y reconozco infinitamente ese gesto), sobre la importancia de llegar a acuerdos razonables. Lo mismo reiteró, una y otra vez, Ricardo Monreal (quien es una de las mentes más lúcidas de la 4T) al cuestionar las habilidades de estadista de la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación como interlocutora.

Tercero. Estoy convencido —no por la amenaza absurda de incumplir el T-MEC o tratados internacionales— de que las facultades de, por lo menos, el Instituto Federal de Telecomunicaciones (el único caso donde el T-MEC se refiere en su articulado a un organismo con independencia en sus decisiones porque existen tanto en Estados Unidos como en Canadá, aunque obviamente no como organismos constitucionales autónomos), el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales y la Comisión Federal de Competencia Económica, deberían mantener autonomía legal y, por supuesto, independencia técnica, debidamente ajustados al principio de austeridad y con sueldos idénticos a los de la Administración Pública Federal (que deberían ser organismos descentralizados, lo que, aclaro, no tiene por qué tener impacto presupuestal alguno). Creo que la comisionada del INAI, Julieta del Río, quien ha debido navegar contracorriente en el organismo del que forma parte, podría ser una excelente aliada en la organización de estos organismos deseables, en virtud de su formación académica en administración, su experiencia en el combate a la corrupción y su evidente compromiso con el interés público.

Asimismo, insisto en que debemos aprovechar al personal especializado y operativo que ya existe en esos organismos y que, en gran medida, está al margen de la política partidista y representa un activo importantísimo que no debemos desperdiciar. Me niego a participar en la política maniquea. Es nuestra responsabilidad asumir la tarea con los mejores intereses del país en mente, utilizando las herramientas que ofrece esta circunstancia, pero sin abandonar la plaza, caer en una parálisis racional, sufrir una depresión colectiva o pensar que todo está perdido.

Número cero

El “extrañamiento” de López Obrador y Biden

José Buendía Hegewisch | Excelsior

El “extrañamiento” con EU evidencia que el tiempo de la reciprocidad con López Obrador se agota, igual que su sexenio. La política de “compensación” da muestra de desgaste con la decisión de intervenir en asuntos internos y reformas de la 4T. La época del quid pro quo llega a su fin o a buscar nuevos términos con el futuro gobierno de Sheinbaum.

Esa expresión latina no es ni más ni menos que una forma de convivencia e intercambio que nombraron los romanos, pero se ajusta al tipo de relación de los socios comerciales de Norteamérica del último sexenio. La frase volvería a estar de moda cuando Hannibal Lecter la convirtió en su favorita en El silencio de los inocentes al decir a la agente del FBI que pedía su ayuda para resolver un homicidio: Quid pro quo, Clarice…, yo te cuento cosas y tú me cuentas cosas”.

La comunicación entre López Obrador y Biden dejó de fluir con intensos conatos de incendio en la relación bilateral. Los últimos incidentes en que dejaron de contarse cosas son notables como el caso de El Mayo, detenido sin que las autoridades mexicanas supieran nada ni tampoco respuesta satisfactoria a la exigencia de información. Desde ahí, el fuego se propagó con la crítica inusual a la reforma judicial, que desactiva las condiciones del quid pro quo para el intercambio de favores con que domesticaron sus diferencias políticas.

El meollo de ese pacto era no intervenir en asuntos de política interna a cambio de contener la migración hacia EU y privilegiar los negocios del nearshoring y el T-MEC. Sin embargo, las posiciones han cambiado hasta el acre repudio de López Obrador contra la “prepotencia” e “injerencismo” de Biden; que dio paso a una protesta diplomática por las declaraciones del embajador Ken Salazar contra la reforma a la justicia. Una vuelta de tuerca a la marcha de la 4T cuando en mundo financiero internacional cunde el pánico por los cambios internos y dentro se abren frentes por la oposición de los empresarios y el paro en el Poder Judicial a ellas.

La pregunta es qué dinamitó la confianza de EU de cambiar los términos de la transacción, aunque luego Salazar recuperara el discurso de disposición al diálogo para matizar el impacto de sus declaraciones. Lo cierto es que sólo pasó una semana de expresar apoyo a la reforma judicial por voto popular a considerarla un riesgo mayor para la democracia y amenazar la relación comercial con EU. El “extrañamiento” es palpable en la reacción del excanciller Marcelo Ebrard: “¿De qué estás hablando, querido Ken?… que no amenacen con el T-MEC que ha sido el mejor negocio para México y EU”.

Los choques verbales revelan que algo hizo cambiar a Biden en su postura. Podría pensarse que el fin de ambos gobiernos es una coyuntura para que sus sucesores replanteen las cláusulas del intercambio. La diferencia es que si bien Biden es un “pato cojo” desde que abandonó la carrera presidencial, López Obrador está lejos de la condición de perder poder o eclipsarse detrás de su sucesora.

De ahí podría surgir otra explicación. Biden en su accidentada campaña desestimó la inédita fuerza política con que el otro llegará al final del sexenio, y más aún, que le daría tiempo de sacar las reformas con mayoría calificada en el Congreso que le dieron las urnas; siguió con el quid pro quo y contemporizar con López Obrador mientras comenzaba a tejer una nueva relación con Sheinbaum, sin calcular que su par retendrá las decisiones hasta el último día, al menos si cumple con su promesa de retirarse. Hasta ver que el costo de las reformas puede ser mayor para EU que los actuales beneficios si afectan garantías para la inversión, la estabilidad y gobernanza mexicana.

Tanto el caso de El Mayo como la crítica a las reformas son dos mensajes claros de la preocupación de Biden por los cambios; también del estrés por la falta de comunicación, que es “crucial” entre los socios, como admite Salazar. Por eso, el giro de 180 grados en el diálogo cercano que mantuvo con López Obrador no parece una estrategia de presión eficaz ni tampoco de confianza con Sheinbaum, aunque tenga la esperanza que ella se desmarque del radicalismo y su gobierno se corra al centro político.

Disonancias

La verdadera Cuarta Transformación

Ricardo Alexander Márquez * | Excelsior

En el ocaso del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, parecía que habíamos sorteado los peligros que significaban que alguien tan lleno de odio y sed de venganza fuera tan poderoso como para usar esas facultades para quemar un barco que no nos dejaría regresar a buen puerto.

El fracaso de los proyectos insignia del gobierno, unos verdaderos elefantes blancos, si bien habían resultado en gastos innecesarios, no habían llevado al país al precipicio y no existía nada realmente insalvable para nuestra naciente democracia.

Nos equivocamos. El presidente López Obrador, muy probablemente, porque insiste en dejar una huella indeleble en México, ha impulsado su verdadera Cuarta Transformación.

No se trata de erradicar la pobreza o disminuir los índices de violencia y homicidios, sino de enterrar a nuestras instituciones.

Y, efectivamente, lo está logrando. La sobrerrepresentación que le dio el Instituto Nacional Electoral (INE) de la mano de unos cómplices que deciden regalarle más legisladores que los que le corresponden por votación nacional, le abren la puerta a la destrucción de los organismos constitucionales autónomos y el sometimiento del Poder Judicial, cuya independencia nos ha costado décadas construir.

Ahora vemos de lo que, efectivamente, hablaba el presidente López Obrador cuando decía que su movimiento se iba a comparar con la Independencia o la Revolución.

Al darle esas llaves que, con tanto cuidado se resguardaban, el camino por el que vamos a transitar está claro y no hay vuelta atrás.

Lo que más resulta increíble es que alguien, aunque todas las voces sensatas le dicen que no haga algo que es perjudicial para el país y para su mismo proyecto, cegado por no pasar a la historia como irrelevante, esté dispuesto a todo sin importar las consecuencias.

Hay un dicho que dice que “no hay nadie más tonto que con afán de perjudicar a otro, se perjudica a sí mismo”.

Claramente estamos en ese supuesto. El mandatario pasará a la historia, pero no como está pensado.

Sabemos que en el fondo nada bueno va a salir de las reformas que está impulsando el presidente López Obrador y su sucesora.

El resultado será oscurantismo para el país y una granada a punto de explotar para los años venideros.

Pobre México.

* Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y profesor en la Universidad Panamericana.

El visor de la raza

Jorge Durand | La Jornada

Hace unas semanas comentaba con un colega estadunidense sobre la candidatura de Kamala Harris y la posibilidad de que gane las elecciones y que coincida una presidenta mujer negra y una de origen judío. Al parecer este asunto del origen judío de Claudia Sheinbaum se ha comentado ampliamente en Estados Unidos, es su manera de ver el mundo y la sociedad.

En México hubo comentarios en la prensa sobre el origen askenazi del apellido y dos que tres metidas de pata al respecto, como el comentario racista de Vicente Fox. Pero podríamos afirmar que 99 por ciento de los mexicanos no sabe ni le interesa el asunto.

Sin embargo, en Estados Unidos, la raza sigue siendo un asunto de vital importancia, más aún cuando se trata de alguien que aspira a la presidencia. Para Donald Trump este asunto es una especie de obsesión. Tanto así que ponía en entredicho la nacionalidad de Barak Obama, que era hijo de padre africano y madre estadunidense. Incluso siendo Obama presidente, Trump exigía que se presentara su acta de nacimiento.

Al parecer, Trump ve el asunto en blanco y negro y los tipos intermedios, como el caso de Obama, que técnicamente es mulato, 50 por ciento blanco y 50 por ciento negro, los considera inapropiados, en su peculiar manera de ver a los otros. De acuerdo con el criterio tradicional, aceptado, socialmente en Estados Unidos, lo que define a un negro es la gota de sangre. Una gota de sangre negra, es negro. Propiamente no se acepta el mestizaje ni hay criterios o palabras para definir casos ambiguos.

No obstante, el criterio oficial del censo estadunidense acepta una serie de matices y trata, de alguna manera, de ordenar un embrollo multirracial que existe en la actualidad. El censo ya no utiliza la categoría de negro y blanco, sino la de blanco no hispano y negro no hispano. Y en eso tenemos nosotros la culpa, porque los hispano-latinos podemos ser negros, blancos, asiáticos y de múltiples combinaciones.

Que quede claro, un blanco latino no es blanco ni puede entrar en esa categoría, lo mismo para los mulatos, sambos, prietos y demás variantes latinas que propiamente deben ser considerados como latinos, aunque el trato que se les da sea de negros. Al parecer, ese casillero es para la pureza blanca y la pureza negra y no para las mescolanzas.

Más aún, el censo ha incluido una nueva categoría para los que consideran que tienen dos o más razas. Y es un casillero que crece día a día, en 2020, constituían 10.2 por ciento.

Es el caso de Kamala Harris, de padres inmigrantes de Jamaica e India. Ambos padres se formaron en la Universidad de Berkeley, en los tiempos en que esta institución era considerada como radical. Ambos padres destacaron en sus respectivas carreras, pero Kamala no fue a estudiar a Princeton, como sí lo hicieron Barack y Michelle Obama, ella fue a una universidad de negros, a la prestigiosa universidad privada de Howard. De hecho, su experiencia de negritud se la debe al haber vivido con su madre en el barrio negro de Oakland, vecino a Berkeley, California. Su madre las educó como negras e iban a la iglesia Bautista, a pesar de ser ella de origen indio, era la forma de integrarse.

Si a Donald Trump le molestaba la piel canela de Barack Obama y dudaba de su nacionalidad, con Kamala Harris el asunto se ha complicado, al poner en duda su negritud. No la puede criticar por ser negra, por eso dice que no es auténtica y se enreda en sus malabarismos mentales, diciendo que ella se identifica, como de la india y no como negra.

Es posible que en sus cálculos mentales piense en que los votantes negros, en especial los hombres, no la consideren como tal.

El componente racial y demográfico en Estados Unidos está cambiando rápidamente, los blancos decrecen, los negros están estancados y latinos y asiático crecen de manera notable, con el añadido de los de dos o más razas. Desconocer esto es no conocer al país.

Al parecer, le pegó muy duro a Donald Trump la portada de la revista Time, donde se pone un dibujo bastante bueno y agraciado de Kamala Harris, con un rostro sereno, media sonrisa y mirada al futuro. El pie de página, simplemente dice Su momento. Y ahora, el ardido de Trump pide en público que también le hagan un dibujo y lo pongan en la portada.

El momento de Trump, cuando le perforaron la oreja, ha quedado en el olvido y cada vez más los comentarios se enfocan en su edad avanzada, su negatividad, mal humor e insanidad mental.

No obstante, para Donald Trump perder las elecciones ante una mujer, y por añadidura negra, puede desatar los demonios de él y de sus seguidores.

¿Para quiénes trabaja el gobierno de Estados Unidos?

Antonio Gershenson | La Jornada

Hace 20 días se conmemoró un aniversario más de la catástrofe ocasionada por las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos a las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Prácticamente fue desapercibida tan importante fecha, con excepción de algunos programas de televisión que mostraron videos y películas transmitidos en años anteriores. También reconocemos la publicación de noticias al respecto en diversos medios impresos y, especialmente, en redes sociales. Sin embargo, no fue suficiente.

Sería muy grave olvidar esta fecha, independientemente de la posición política o de la relación diplomática que se mantenga con Japón. Fue un crimen contra la humanidad. Crimen que ninguno de los responsables ha pagado hasta el momento.

Agradezco el material sugerido y las reflexiones que Mijaíl Blandino, de la carrera de Filosofía de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, me hizo llegar. Es un tema que no podemos dejar de estudiar, ya que las políticas belicistas están a la orden del día.

Lo sucedido en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki el lunes 6 y el jueves 9 de agosto de 1945 se ha mantenido en todo el mundo como una permanente alerta del peligro que se corre si las corrientes belicistas siguen adelante.

Para quienes nos hemos dedicado al estudio de la energía nuclear, la divulgación del uso y su aprovechamiento, en beneficio de la sociedad, es una tarea obligada y permanente. La información tiene que darse a conocer en todos los sectores de la población, así como en todos los grados escolares, incluidos los más elementales, para valorar la importancia de la paz mundial y las relaciones diplomáticas y comerciales sanas.

Sería imperdonable que, a estas alturas del desarrollo tecnológico, continúe la manipulación del conocimiento para seguir beneficiando a empresas que no tengan como objetivo el aprovechamiento de esta fuente limpia de energía.

La detonación de las primeras bombas en las ciudades japonesas ha sido uno de los capítulos imperdonables en contra de los derechos elementales, como es el de la vida y el de la oportunidad de vivir sin amenazas de ningún tipo, mucho menos las bélicas.

No se trató de una estrategia militar para acabar con la amenaza nazi ni de un método para lograr el fin de una guerra, o el castigo a un régimen como el del imperio japonés, sino de un masivo asesinato de gente inocente que ni siquiera sabía que existía un artefacto de tales proporciones de destrucción.

Lo imperdonable es que se lanzaron las bombas para demostrar un poderío bélico que, de hecho, ya estaba demostrado. Alemania ya se había rendido y Japón, aunque su emperador irresponsable defendía su absurdo honor imperial, fue sometido también, a base de múltiples bombardeos que causaron profundo daño entre la población de diversas ciudades. Lanzar una bomba de tal magnitud lo único que demostró fue la enorme irresponsabilidad, barbarie y falta de todo sentido humano.

Lo que vino después de la rendición de Japón, también fue sumamente destructivo. La política estadunidense se dedicó a esconder los desastres que dejó su criminal determinación de lanzar las bombas y los daños a la salud física y mental de miles de personas y el desastre ambiental que perduraron por décadas. Trataron de ocultar las secuelas que dejó el uso de la energía atómica.

Por las circunstancias bajo las que se dio la orden desde el Pentágono y de la Casa Blanca con Harry Truman al frente, y cuando, prácticamente, la Segunda Guerra Mundial había terminado con la rendición de Alemania, la masacre en Japón debió considerarse como crimen de guerra, pero hasta la fecha, Estados Unidos se ha mantenido impune ante ese hecho.

¿Por qué lo hicieron? Para los interesados en detonar las bombas fueron más importantes los 2 mil millones de dólares invertidos y la demostración del alcance destructivo. Fueron cuatro toneladas de material explosivo que acabaron en segundos con la vida de alrededor de 120 mil personas. Se considera que más de 130 mil fueron heridas y mutiladas durante la explosión. Las personas afectadas sufrieron posteriormente las secuelas de la contaminación nuclear.

¿Es esto motivo de orgullo para la política exterior de Estados Unidos? ¿Para quiénes trabajan los gobiernos demócratas y los republicanos que se han perpetuado en el poder?

La conducta política de nuestros vecinos del norte sigue en la mira de la comunidad internacional. Para el historial de destrucción de dicha política el Ni perdón ni olvido debe continuar. No se trata de mantener una enemistad irracional, se trata de no olvidar que tenemos un compromiso ético: seguir pugnando a fin de que los avances en la industria de la energía nuclear se apliquen absolutamente para fines pacíficos y en beneficio de la población mundial.

Ojalá que el embajador de Estados Unidos en México revise la historia belicista de su país y se dé cuenta de los estragos que acarrean una política injerencista. Ya es hora de que el país más guerrerista de la historia de la humanidad ponga fin a su política bravucona.

Colaboró Ruxi Mendieta.

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