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La entrevista que nunca logré (y 3)

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EPITAFIO: PARA ISIDRO
NO HUBO IMPOSIBLES

Por Manuel Triay Peniche

Isidro Avila es un cúmulo de historia, ha recorrido la ciudad, y el Estado mismo, de arriba a abajo, de un lado al otro. Dice que al extraordinario crecimiento urbano hay que agregarle su modernización, con grandes plazas comerciales, avenidas y calles que permiten el traslado expedito a cualquier sitio.
Sus travesías por Yucatán comenzaron desde que era joven, cuando viajaba con frecuencia de Mérida a la Colonia Yucatán donde vivía su novia, Josefina Adelaida Perera Alpuche, con la que contrajo nupcias. Entonces tardaba un día completo para ir de visita y hoy Yucatán es uno de los Estados mejor comunicados con amplias y modernas carreteras.
Isidro Avila es dueño de un rico anecdotario, tras medio siglo de labor periodística. Estas son algunas de las anécdotas que compartió con el Diario y de las que más disfruta al recordarlas.
Cuando apenas era un muchacho y empezaba a trabajar en la fotografía de su papá, quiso aprender a hacer aquellas placas fijas que se exhibían en los cines. En el estudio su papá le dio un sitio para hacer ese trabajo a un señor al aque llamaban “Nex”, quien cuando lo veía cerca tratando de aprender lo que hacía, suspendía el trabajo. Entonces don Pedro Guerra, el de la fotografía Guerra, a quien le platicó sus inquietudes, le dijo:
“Eso es como que hagas tus fotos, sólo que con placas de cristal”, y le regaló una cajita de material.
Como le gustaba dibujar, e incluso iba a Bellas Artes a clases, su primer dibujo fue una concha a manera de cenicero, un cigarro y la leyenda “se prohíbe fumar en este cine”. Les regaló las placas al cine Novedades, al Cantarell y al San Juan y años de años las estuvieron pasando. Entonces le empezaron a caer más chambas de placas de cine, las cuales hacia con fotos coloreadas con acuarelas.
Isidro Avila estuvo seis años en el ejército, como se estilaba entonces, y tiene el grado de subteniente de infantería en las reservas. Cuanto le tocó el servicio militar ofrecieron una academia para oficiales y entró para ver si hacía algo de músculo y seis años fue instructor de constricptos y lo que más daba era defensa personal, tiro y gimnasia. Tampoco logró mucho.
Eso, sin embargo, y las vitaminas del abuelo lo ayudaron mucho cuando empezó a trabajar en el Diario, sobre todo cuando la campaña de Correa Rachó al gobierno del Estado, pues diario había saqueos, corretizas y pelafustanes. Gracias al entrenamiento que tenía, para que lo detuvieran tenían que ser atletas y al él se la “hacía chicle”, cuando estaba en apuros, subirse a un poste, tirarte de un techo, brincar a otro, escalar un muro y salir por otro lado. Estaba en plenitud de facultades.
-No se por qué, pero yo creo que tengo un ángel de la guarda, pues nunca me han lastimado. Siempre ha sucedido algo o ha surgido alquien que me salva cuando estoy en algún apuro, dice Isidro.
-Mi buena condición física también me ayudó cuando estuvo de visita Jacqueline Kennedy, viuda ya del asesinado presidente John F. Kennedy. Iba a ir a Palenque y Fernando Barchacho, quien era su anfitrión y en cuya casa de Paseo de Montejo se hospedó, advirtió que en el avión que la llevaría sólo podían acompañarla los fotógrafos de la UPI y de la AP. Yo subí rápidamente y el dije: “Soy de la UPI, porque el Diario es su corresponsal”, pero me bajó, quitó la escalerilla del avión y me retó: “Ahora sube”. Me tomé de la orilla inferior de la puerta, me pulsee y de un salto estuve adentro. “Ya me j…”, lamentó Barbachano.
En Palenque, desde luego, tomé muchas fotos. Luego bajaríamos a Campeche. Como no tenía dinero ni más ropa que la que llevaba puesta, avisé aquí y un redactor fue a mi casa por ropa y me alcanzó en Campeche junto con el dinero. Más tarde, en Chichén Itzá, como un regalo del Diario, el mismo redactor le entregó a la señora Kennedy un juego de fotos de su gira que antes le ofrecieron, pero sin poder cumplir, tanto el fotógrafo de la UPI como el de la AP.
-En la época de Carlos Loret de Mola tuve buenos agarrones con él. Fue el único gobernante con el que no me llevé tan bien, creo que porque sabía que Víctor Cervera Pacheco era buen amigo mio. En una sesión del Consejo de Cordemex retraté al entonces secretario de Hacienda, José López Portillo, quien dibujó un león mientras hablaba el director doctor Federico Ríoseco, y luego dibujó un caballo mientras hablaba el gobernador Loret de Mola. El Diario le puso un pie de “aquellos”, dando a entender que López Portillo dibujaba el animal que le representaba la persona que hablaba. Al día siguiente me llamó Loret muy molesto y me dijo: “A mí me han dicho de todo, hasta p… pero yo no estaba hablando cuando López Portillo dibujó el caballo”.
-Otra vez, en el aeropueto, sin darme cuenta de lo que hacía, empecé a rascar con una uña la estatua de Manuel Crescencio Rejón y alguien me gritó al pasar: “Ya lo descubriste”. Al rato me puse a pensar en el significado de la frase, regresé junto a la estatua y me dí cuentas que era de yeso.
Haciendo averiguaciones supe que la de bronce estaba en la policía y una mañana, a las 7, acudí a retratarla. Se publicó la noticia a ocho columnas con el título: Un usurpador en el aeropuerto. El verdadero está preso en la Policía”. También me agarró Loret y me dijo: “Condejado flaco, mañana está la estatua en su sitio, y así fue.
Hasta aquí la semblanza suscrita por mí en el libro “Isidro Avila, medio siglo de fotoperiodismo”. Una recopilación de muchas, prolongadas pláticas en nuestras giras de trabajo por la Península a lo largo de 41 años de convivencia, amistad y cariño. Uno más de nuestro equipo en aquella noble palestra que hoy rinde cuentas al Creador y a quien con estas líneas rendimos un homenaje más por su labor, su compañerismo y su ejemplo. Se fue pero, su estela, permanecerá siempre.

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