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El Postigo

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Ambrosio Gutiérrez Pérez

Libertades

No hay nada más preciado para el humano, nada, que su libertad. Sin libertad, dicen los que la han perdido en algún momento, se ausenta el hambre, se adelgaza el espíritu, se convoca a los demonios, se reniega de la vida misma.
Se añora, dicen, los pasos que separan la recámara del comedor, ya no digamos las vueltas a un parque o la caminata por algún bosque donde se respira aire puro y la naturaleza nos enseña su magnífica creación.
Entre las libertades, la de expresión tan mentada en estos días, se reconoce, se invoca como elemento constitutivo de la democracia… y lo es.

Por supuesto, las generaciones jóvenes la usan, comunicadores o no, sin sospechar las luchas que marcaron su entrada a la vida constitucional y, todavía después, su respeto en la práctica.
Más menos coincidimos, las generaciones jóvenes y las que ya nos hicimos viejas, en que si no hay libertad no hay democracia. Y así navegamos, sobre todo los comunicadores, casi sin fijarnos que el texto constitucional incluye también los márgenes. El respeto y el derecho de los otros, y las leyes que lo salvaguardan.

Nos la creímos

Y sí, los periodistas de antes, los comunicadores de ahora, nos la creímos por años… El «cuarto poder» nos decían, y los de a pié llegamos a pensar que sí, porque algunos de origen humilde, casi analfabetas, crecieron como la espuma, no en profesionalismo, en pesos y centavos.
Pero el verdadero «cuarto poder» no eran los periodistas, eran los dueños de los medios de comunicación. Esos sí, con cuentas millonarias en los bancos, en Miami y paraísos fiscales, su única preocupación era servir al poderoso en turno… digamos al PRIAN.

Se valía y se hacía de todo, los excesos servían para destruir honras y desbaratar caminos políticos… sí, éramos el instrumento y muchos lo hacíamos porque era la fuente de trabajo, otros para regocijo de su alma retorcida… pero éramos el «cuarto poder»… de opereta.
Los mejores periodistas no eran los que hacían el trabajo con mayor rigor profesional, no, eran los que se atrevían a pasar por encima de la autocensura de sus propios medios, de la censura de los entes de gobierno y de su propio miedo para denunciar al poderoso que robaba, que lastimaba al pueblo.

Los excesos

Y nos acostumbramos a los excesos. Con una mano se golpeaba, con la otra se cobraba… se normalizó la complicidad, la relación sadomasoquista de los periodistas con los políticos funcionarios… unos robaban al erario, los otros no los denunciaban; los primeros se llevaban millones, los otros recibían migajas, pero eran migajas que daban para comprar terrenos, barcos camaroneros, antros, escuelas, departamentos en Miami… etc, etc, etc.
Eran otros tiempos… que no cambiaron ni siquiera con la alternancia del PAN, que resultó peor y complemento de lo que hoy conocemos como el PRIAN.

No es a favor del periodista, es contra Layda

La historia mínima de estos días tiene que ver con una nueva andanada entre los periodistas de Alito, los que se dicen hoy «independientementes», y una resolución (proceso judicial que todavía no termina) contra un periodista, Jorge González Valdez, que según criterio y derecho de Layda Sansores, incitó al odio contra ella y por eso lo denunció.
Quién lo diría, y lo decimos quienes lo conocemos, González Valdez es hoy un periodista «perseguido», «acosado», «vulnerado» en su derecho de expresión. Bueno, eso dicen quienes lo entrevistan y lo han elevado a rango de héroe… y algo debe tener de éso, claro, no es fácil dejarse utilizar…


Pues sus entrevistadores, los de aquí y los llamados «nacionales», casi todos, fueron exhibidos en su momento por Layda Sansores en su Martes del Jaguar, sea por sus relaciones con Alito (por cierto, el que paga a varios de los 9 que marcharon), sea porque eran (o son) prestadores de servicios de la «derecha’, molestos además con todo lo que huela a morena después de quedarse sin los privilegios y cientos de miles de pesos que se llevaban en contratos.

O sea, Jorge sabe, como sabemos quienes lo conocemos, que no es a favor de él, es en contra de Layda. Los de afuera no lo conocen (tampoco les interesa conocerlo); los de acá, bueno, muchos, no meterían por él ni su sombra al fuego.
Eso sí, como por todos, defendemos su derecho a hacer lo que hace, incluidos los cinco minutos de gloria nacional.

Derecho de réplica

Lo que no entendemos o no sabemos es por qué Layda no ha invocado su derecho de réplica, más allá de lo que ha dicho en su Martes del Jaguar, ante los periodistas y medios que estos días dieron fama nacional a Jorge.
Podría hacerlo y decirles (aunque a ellos no les interesa nada) cuántos epítetos, burlas, injurias y ofensas como gobernante y como mujer le han endilgado Jorge y compañía marchista y machista, no para que dejen de exhibirla como «represora y persecutora» de la libertad de expresión (que es el objetivo), sino al menos para recordarle a esos periodistas y sus medios que la ley nos tutela a todos de igual manera.

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