Columnas Escritas
Lo que dicen los columnistas

Entre Trump, México y la migración
Para México, dicho sea con gran pesar, elevar la fuerza y capacidades de contención contra la movilidad irregular no sería un problema. Ésa es la expectativa de Estados Unidos, incluso con un nuevo gobierno de Biden.
Tonatiuh Guillén López * | Proceso
La elección presidencial en Estados Unidos, que se realizará en noviembre próximo, está marcada intensamente por la problemática de la migración y el refugio. Durante el debate público que el pasado 27 de junio sostuvieron el presidente Joe Biden y el republicano Donald Trump fue evidente la preeminencia del tema migratorio y, sobre todo, la grosera manipulación por Trump de la aguda problemática humana.
Como si se tratara de una baraja comodín, útil para cualquier asunto, la migración irregular y la frontera con México fueron el eje de Trump para explicar –falsamente– el supuesto deterioro de Estados Unidos en todos los campos: relaciones internacionales, economía, homicidios, ingresos de las familias, empleo, salud, terrorismo, etc. Peor aún, señalando a los migrantes como una amenaza que destruye a los Estados Unidos. Más grave y peligroso discurso, no se puede.
Las personas migrantes y refugiadas, sus críticas circunstancias, los derechos humanos o la escala de su movilidad son cuestiones completamente ajenas al escenario imaginado por Trump y sus seguidores. Para ellos, tampoco es relevante la legislación estadounidense en materia de refugio o las normas internacionales que protegen los derechos de estas poblaciones. Todo se reduce a excluir, bloquear, impedir, en el sentido físico del término, agitando sin consideración algunas ideologías nacionalistas, racistas y xenófobas.
Para el discurso trumpista no hay necesidad de explicaciones y carece de interés comprender a las movilidades humanas y sus determinantes. No importan tampoco circunstancias, ni la escala de los flujos humanos. Es lo mismo si se trata de mil o de 100 mil, especialmente si el origen son países pobres y de piel no blanca. Por lo menos desde el año 2015 –lamentablemente, con éxito– la xenofobia y el racismo han estado enfrente de cualquier situación migratoria irregular. El argumento ha sido el mismo: la migración procedente del sur es una amenaza para Estados Unidos, una amenaza existencial, de naturaleza. Siendo así, tener una actitud antiinmigrante se ha convertido en un criterio de patriotismo; el planteamiento es evidentemente simplón, pero eficaz.
En el rubro antiinmigrante, Trump y los republicanos tienen la partida ganada desde hace rato. En los hechos han obligado a que el presidente Biden y buena parte del Partido Demócrata se orienten hacia medidas de contención. Si bien al mismo tiempo el gobierno de Biden ha abierto alternativas de inclusión para migrantes y refugiados por vías regulares, la prioridad sigue siendo frenar flujos.
Los muros siguen fortaleciéndose, mientras que en muchos lugares del mundo los factores de expulsión persisten obligando a que miles de familias busquen alternativas de vida en otros países, como nos sucede en México de manera creciente. De este modo, de un lado se endurecen barreras y, del otro, se extienden movilidades humanas: la dura colisión resultante no es una metáfora.
Parece inevitable que el próximo gobierno de Estados Unidos esté inclinado, de manera poderosa, a detener la movilidad humana en la frontera con México. Ese propósito ocurriría de manera extrema con el retorno de Trump a la presidencia, con severas consecuencias para centenas de miles de mexicanos y personas de otras nacionalidades. ¿Lo tiene previsto el próximo gobierno en México?
Las presiones sobre nuestro país para que se consolide como aparato de control migratorio serán mucho mayores. Lo mismo puede preverse para Guatemala y Panamá, como se vislumbra en los acuerdos recientes con Estados Unidos. Los costos humanos, incluyendo la pérdida de vidas, serán superiores a los actuales, de suyo graves. Al igual, se ampliará la masiva la violación de derechos de las personas refugiadas. Es difícil aceptarlo, pero no hay señales optimistas en el horizonte.
Para México, dicho sea con gran pesar, elevar la fuerza y capacidades de contención contra la movilidad irregular no sería un problema. Ésa es la expectativa de Estados Unidos, incluso con un nuevo gobierno de Biden. Existe amplia capacidad operativa y el Ejército, a través de la Guardia Nacional, tiene plenamente asumida la tarea de control migratorio. Además, la militarización del Instituto Nacional de Migración es también una práctica establecida.
Los acuerdos con Trump de junio de 2019 dejaron una profunda y persistente huella sobre nuestras instituciones, especialmente entre las fuerzas armadas y su vínculo con la contención migratoria. Pero no solamente. Por su cuenta, incluso otras entidades como la Agencia de Investigación Criminal de la FGR realiza acciones de control migratorio en el aeropuerto de la Ciudad de México, sin atribuciones legales evidentemente; y lo mismo hacen policías estatales y hasta municipales en algunas regiones del país. Detener a migrantes y refugiados se ha extendido como práctica ¨normal¨, tolerada, a pesar de ser completamente irregular.
Siendo así, la pregunta de fondo es si México aceptará continuar el crudo papel de barrera que impide el arribo de migrantes y refugiados a la frontera sur de Estados Unidos. O bien, si se promueve un nuevo diálogo, si se integran nuevos criterios y, sobre todo, si se ponen sobre la mesa los derechos humanos, el marco jurídico mexicano e incluso el de Estados Unidos en materia de refugio; además, si se impulsan reales estrategias de desarrollo, compartidas en la región y con terceros países.
Adicionalmente, para el escenario alternativo sería fundamental reclamar responsabilidad a los gobiernos de los lugares de origen de los flujos migrantes y de refugio… iniciando con nuestro propio caso. Las mexicanas y mexicanos aportamos hoy un tercio del total de arribos irregulares a la frontera del país vecino, mucho más que cualquier otra nacionalidad. El buen juez por la casa empieza.
Los próximos cambios de gobierno en México y en Estados Unidos son una oportunidad para renovar los términos del diálogo y, de paso, para cambiar a los interlocutores que participan en la mesa. Sobre todo del lado mexicano sería imprescindible.
Aun reconociendo que los dados están cargados, aun asumiendo la negativa densidad de un retorno de Trump a la presidencia de Estados Unidos, la relevancia económica y social de México para el país vecino es de enorme escala, gigantesca. Esta ficha es para nada despreciable; todo lo contrario, debe estar de manera firme sobre la mesa. En estos tiempos las interdependencias son de tal magnitud y profundidad que todo rebota con la misma intensidad en uno y otro sentido, cual leyes de la física. No se puede mover una pieza y al mismo tiempo pretender que el tablero siga igual; eso ya no existe. Otros caminos son posibles.
* Profesor del PUED / UNAM. Excomisionado del INM.
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La vorágine de los nombres
Durante la “dictadura perfecta” el mandato presidencial era prácticamente incuestionable.
Carlos Carranza | Excelsior
En el tablero del poder las piezas se mueven bajo sus propias reglas y sin empacho alguno. Estamos muy acostumbrados y acostumbradas a las sorpresas de esas “manos invisibles” que colocan sus alfiles, peones y caballos –y lo que se les ocurra, pues ¿por qué no colocar una pieza de las damas chinas, algunas canicas o las piezas del rompecabezas en este juego? Al fin, para eso se cuenta con el respaldo de millones de votos, podrán argumentar sin menoscabo– en el mapa de los designios y las lealtades.
A estas alturas de nuestra historia, sería una ingenuidad creer que, por ejemplo, los altos puestos del gabinete presidencial son elegidos por constituirse como los mejores perfiles para ejercer la responsabilidad de un cargo público de semejante calado. No es regla, ni mucho menos costumbre. Tampoco es extraño que quien ha encumbrado su carrera política en administrar la danza de las vocales, en un santiamén sea quien dirija los destinos de la existencia en los baches que surge por generación espontánea en las carreteras. ¿Quién negaría el poder de la alquimia profesional que se practica en la clase política de nuestro país desde hace tantas décadas?
Resulta interesante, inclusive divertido, percatarnos del cambio que se ha presentado en la forma en cómo se anuncian los gabinetes u otro tipo de designaciones. Baste recordar que, durante las épocas doradas de la “dictadura perfecta” el mandato presidencial era prácticamente incuestionable en el ámbito público –por cierto, ya a la distancia, ¿en dónde estaba la cuarteadura en la argumentación de Mario Vargas Llosa?–. Hoy, dichos anuncios se han convertido en un engranaje más de la parafernalia que el oficialismo ha decantado durante los últimos años y que siguen con una suerte de guion perfectamente establecido. Pero, claro, sin traicionar la vieja costumbre de cumplir, en ciertos casos, con propósitos políticos más que con la importancia de subrayar los perfiles necesarios para el desempeño que exige cada puesto.
Así, en medio de esta suerte de espectáculo mediático que ha implicado el anuncio del futuro gabinete que acompañará al gobierno de la virtual presidenta electa, Claudia Sheinbaum, ha surgido una polémica que ha provocado más de una discusión, inclusive dentro de los cuadros más guindas del oficialismo. Siempre existirán teorías y suspicacias alrededor de cada designación, así como argumentos que validan las decisiones de quienes comienzan a disfrutar de los alcances del poder dentro del contexto de un sistema presidencialista y una sociedad que lo ha sostenido cada vez con mayor fuerza. Sin embargo, para tirios y troyanos, para las “tribus” guindas y para los humoristas, el futuro secretario de Educación Pública ha provocado una tormenta que no puede ser considerada como algo accidental y pasajero, pues estamos hablando del fundamento y el porvenir del país al tratarse de la educación –y no sólo condicionada bajo las implicaciones del adjetivo “pública”–.
Son tantas las preguntas que se suscitan alrededor de esta designación y pocas las respuestas convincentes; lo cual se observa en la serie de posturas que se leen y escuchan en distintos medios de comunicación. Ya cada quién tendrá su valoración acerca de las “cartas credenciales” que, en el ámbito de la educación, validen a Mario Delgado como el titular de dicha secretaría. Lo interesante radica en observar que la educación, en sí misma, ocupa un lugar secundario en la visión del futuro: para unos sólo consiste en darle un lugar quien ha abierto las arcas del oficialismo a las y los llamados “chapulines” de tan diversos colores. Para otros es reconocer a uno de los artífices del triunfo electoral del pasado mes de junio. No faltan los que ya han “quebrado sus lanzas” a favor de Delgado. Tampoco faltan quienes ya señalan que, a pesar de que la educación y los alcances académicos de la virtual presidenta electa harían una diferencia en este ámbito, lo que se respira es una paradoja que será difícil de explicar. Y, bueno, a pesar de los que proclaman la gran “politización” del electorado, en esta ecuación no se hacen esperar quienes ni se enteran acerca del responsable de la oficina de Donceles y el derrotero de las aulas en donde se pretende impartir lo necesario en la preparación de sus hijos e hijas. A fin de cuentas, el remolino nos envuelve a todos y todas.
Al parecer, descalificar o entronizar al personaje político es lo único que se pone en la mesa; además de medir el alcance de su papel con los respectivos grupúsculos de poder como son los sindicatos magisteriales y su peso electoral. Pero, ¿cuál es el lugar de la educación en estas discusiones? ¿Con esa ligereza se decide el futuro del país? ¿Sólo es cuestión de entramados políticos o proyección de ideologías trasnochadas? Si observamos la historia de la SEP y el nombre sus respectivos titulares, entendemos que la dimensión de la vorágine es cada vez más y comprendemos que en sus oficinas se gestionan otro tipo de preocupaciones que no son simplemente las educativas.
Y, a pesar de todo, que no se olvide que, para una sociedad, no existe futuro democrático, libre y con justicia sin la educación. A superar la paradoja.
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De naturaleza política
En manos del INE, el futuro del priismo…
Enrique Aranda | Excelsior
Bastones de mando al mayoreo, ¡lo de hoy!
Desde ayer, el Revolucionario Institucional (PRI) tiene un nuevo e incuestionable dueño en la persona del impresentable Alejandro A(m)lito Moreno Cárdenas quien, tras consumar la apresurada reforma de sus estatutos, echando por tierra el tradicional eslogan de “sufragio efectivo, no reelección”, que por décadas ha identificado al tricolor, tiene libre el camino para perpetuarse al frente del mismo hasta 2032.
Luego que a mano alzada y sin oposición más de 3 mil 200 delegados presuntamente electos a nivel municipal y estatal validaran la propuesta de cambio a una veintena de artículos del estatuto, elaborada e impuesta por su principal beneficiario insistamos, el escenario quedó listo para formalizar el “cacicazgo” del campechano que, no conforme con llevar al otrora invencible a obtener los peores resultados electorales de su historia, busca apuntalar su control, so pena de provocar un éxodo masivo de dirigentes de antaño e incluso, avanzar hacia su formal desaparición.
Ante la consumación de este primer paso, sin embargo, un buen número de opositores agrupados en el llamado Frente Amplio de Renovación, que de manera conjunta encabezan Fernando Lerdo de Tejada, Dulce María Sauri, José Ramón Martell y José Asunción Alfaro, entre otros, se aprestan a recurrir a las diversas instancias, al INE y al TEPJF en un primer momento, para impugnar y busca revertir lo sucedido ayer en la sede priista.
Hoy mismo, pudimos saber, sostendrán un encuentro en busca de alternativas de acción puesto que, si bien ya la Asamblea Nacional aprobó la reforma citada, la misma debe ser validada –su convocatoria y resultados– por el instituto que encabeza la (casi) morenista Guadalupe Taddei en los siguientes 10 o 15 días posteriores a que el asunto sea elevado a su consideración o, de ser necesario, por el (diezmado) pleno del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación de Mónica Aralí Soto, quien en aproximadamente un mes tendría que emitir su resolución…
Una “última palabra” ésta del Tribunal, valga decir, que, si bien oficializaría la legalidad y entrada en vigor de las reformas, daría paso también a la eventual postulación en la elección que se convocara –a mediados de septiembre, se estima– de cualquier integrante del tricolor incluidos, obvio, quienes como A(m)lito ocuparon ya en otro momento la dirigencia en disputa, exgobernadores, legisladores o dirigentes estatales, por sólo mencionar algunos de ellos.
El asunto, pues, no está zanjado, sino que dará aún mucho de qué hablar, aunque, por lo pronto, su elevación a la consideración de las autoridades federales dará un respiro a los implicados…
Asteriscos
* ¡Vaya revés! el que ayer debió asumir el monrealismo, que, tras presuntamente manipular a autoridades electorales capitalinas para dar paso a un recuento voto por voto en la alcaldía Cuauhtémoc que suponían beneficiaría a Catalina Monreal, debió aceptar que el Tribunal Electoral diera marcha atrás y acordara que, por lo pronto, al menos, el triunfo electoral de Alessandra Rojo de la Vega se mantenga vigente. Bien…
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Astillero
Alito, rapiña por las menudencias // PAN acusa a Calderón y Fox // Fallido Segundo Piso rosa // 4T: siguen críticas a Mayer y Mario
Julio Hernández López | La Jornada
Alito siempre será Alito (marca registrable a nombre del cinismo y la corrupción). El problema es que ahora lo podrá seguir siendo por 12 años más.
Alito a la Fidel Velázquez (el sempiterno líder charro del sindicalismo oficialista, que mantuvo un castrante control de los trabajadores de 1950 a 1997), serpenteante entre ser AMLito legislativamente colaboracionista al principio de la actual administración federal, objeto posterior de todos los deseos de encarcelamiento por parte del campechano gobierno radiofónico de Layda Sansores y por el presunto intento (luego negociado) de desaforarlo en la Cámara de Diputados, hasta convertirse en aliado, siempre bajo sospecha de congénita vocación traicionera, del sonrosado intento oposicionista de armar una alianza tripartita (PAN, PRI y Claudio X. como agente del dinero empresarial; el PRD ni siquiera merece ser incluido como verdadero ingrediente).
Pésimo experimento aliancista que naufragó, como era previsible, y sigue naufragando ahora a cuenta de cada una de sus partes, según puede verse en este decadente espectáculo de rapiña de menudencias que escenifican el tan mentado Alito y sus opositores internos, a los que el flamígero caciquillo de apellido Moreno fustigó (¡oh, más vale varias décadas tarde que nunca!) por haber sido cómplices (¿Manlio Fabio Beltrones?) en el contexto del asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, en el caso delictivo de la triangulación de fondos de Pemex para una campaña presidencial del PRI (¿Francisco Labastida Ochoa y el Pemexgate?) o, ya metidos en el tobogán de las descalificaciones del desdorado santoral priísta, a figuras que han acabado siendo serviciales al cuatroteísmo (¿renunciarán al PRI tanto Manlio como Labastida, y acaso ellos o cuando menos Beatriz Paredes y Dulce María Sauri buscarán arreglos o pegar el brinco hacia el cuatroteísmo mayerista?; ¿más vale PRIMor en mano que Alito volando?).
Los panistas también lloran en pretérito. En sesudo análisis de cifras realizado en Consejo Nacional, el partido que encabezó la fallida intentona xochitleca resolvió echarle la culpa a Vicente Fox y a Felipe Calderón de una caída en el número de votos (un inusual reconocimiento blanquiazul de que el lapso de los dos ocupantes de Los Pinos constituyó una auténtica Decena Trágica). Sin embargo, según señalan los heroicos markistas del presente, la votación de 2024, que tan estrepitosa caída les significó en cuanto a captación de cargos, fue similar a la habida en 2018. Las maromas aritméticas de la consolación: seis por seis, treinta y seis, entre seis, a seis: ¡igualito, no os preocupéis!
Otros funambulistas intentaron caminar por la cuerda floja de la intrascendencia manifiesta. Supuestos herederos de una parte de la llamada marea rosa, un par de ex perredistas autodesignados ahora como sociedad civil, un senador independiente hasta de sí mismo y pocos asistentes más quisieron darle oxígeno a uno de los múltiples membretes de carrusel surgidos en la pasada elección: el Frente Cívico Nacional que, dicen los personajes innombrados, podría intentar constituirse en partido político nacional, una especie de segundo piso de las andanzas que les han llevado a la derrota electoral.
En el flanco electoralmente ganador, en tanto, cada vez se asienta más la percepción de que la verdadera oposición está y estará adentro. Candidaturas como la de Sergio Mayer continúan siendo impugnadas ampliamente, por encima de pretensiones cupulares de silenciamiento y de un sabido chantajismo ideológico a cuenta de unidad a toda costa y no hacerle el juego al enemigo con críticas que siempre desean posdatar las élites. Tampoco cede el señalamiento adverso a la incongruente designación de Mario Delgado como secretario de Educación.
Y, mientras Clara Brugada comienza a develar sus cartas de gabinete y en Morena se abre el proceso sucesorio de liderazgo.
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México, SA
Alito, sonado fracaso // De todas, perdió todas // Ocho años más en el PRI
Carlos Fernández-Vega | La Jornada
Las principales agencias funerarias del país se pelean entre sí con el objetivo de obtener el contrato por el servicio fúnebre del otrora invencible –por medio de la corrupción, mapachería, ratón loco, carrusel, una buena dotación de balas y algo más– Partido Revolucionario Institucional (PRI), hoy en ruinas, hundido en el inframundo y con una bestia peluda, Alito Moreno, al frente de su mortuoria circunstancia.
En una asamblea a modo, cancelado cualquier intento opositor y modificación de estatutos de por medio, el campechano se religió en la presidencia de ese cadáver que alguna vez fue un partido político –autoritario, dictatorial, sanguinario– nacido en la posrevolución, con lo que a 95 años de distancia se confirma el clásico dicho de que no hay mal que dure un siglo ni país que lo resista.
En su nueva toma de posesión, tras cinco años en la presidencia del tricolor y sin rubor alguno, Alito dijo que lo mejor que a México le puede pasar es que el PRI regrese y vuelva a gobernar. Además, anunció, de forma por demás tardía tras 36 años de destrucción nacional, que en la asamblea de ayer se aprobó expulsar al neoliberalismo de su declaración de principios, así como las políticas que generaron pobreza y desigualdad en el país. Y todavía le aplaudieron.
Pero, más allá de las inmundicias que le permitieron modificar estatutos para relegirse y conservar la presidencia priísta hasta el año 2032, no obstante su permanente cuan sonado fracaso como dirigente partidista en sus primeros cinco años en ese puesto, ¿cuáles serían sus méritos para ocupar, una vez más, la oficina principal del tricolor?, y declararse alejado de aquellos que se dicen que participaban en el PRI, que son una bola de cínicos, de lacayos, de esquiroles al servicio del gobierno y de sus intereses, que quieren romper la unidad a cambio de impunidad.
Según él, “afuera hay quienes jamás han dado un golpe por el PRI y han sido los más beneficiados del partido; ellos fueron el peor lastre para nuestro partido, ellos estuvieron al frente cuando castigaron al PRI con el Pemexgate; hay militantes del PRI vinculados al asesinato de nuestro candidato presidencial (Luis Donaldo Colosio) y eso le costó al PRI. No vamos a tapar a nadie, vamos a exigir cuentas y los vamos a convocar a que cumplan con su responsabilidad”. Cínico ante todo.
Alejandro Moreno tomó las riendas del PRI el 18 de agosto de 2019, apenas dos meses después de solicitar licencia como gobernador de Campeche, cuando la corrupción galopó y él mismo se hinchó de dinero e incrementó notoriamente su de por sí ostentosa cartera inmobiliaria y su colección de vehículos de alta gama sin que nadie le pusiera un alto. Ello, mientras el estado se hundía en la pobreza.
¿Méritos para su relección? Los números hablan por sí solos: desde que Alito ocupa la presidencia de la otrora aplanadora, el Partido Revolucionario Institucional perdió cerca de 80 por ciento de su militancia nacional (reconocida por el Instituto Nacional Electoral: de 6.7 a 1.4 millones, y en la Ciudad de México 47 por ciento, de 68 mil a 36 mil); perdió las elecciones intermedias (2021) y la presidencial (2024); perdió 80 por ciento de las gubernaturas en juego durante ese periodo y de 12 estados de la República que controlaba, el tricolor a duras penas se quedó con dos (Coahuila y Durango) de 32 posibles.
Por si fuera poco, con Alito el PRI perdió diputaciones y senadurías, y las que llegó a registrar fue mayoritariamente por la fórmula plurinominal; perdió alrededor de cuatro puntos porcentuales entre la elección presidencial de 2018 (13.56 por ciento del total) y la de 2024 (9.54 por ciento); este último año perdió en los ocho estados y la Ciudad de México en donde se eligieron gobernadores y jefa de gobierno (en ésta, apenas obtuvo 7.63 por ciento de la votación total, y en el Congreso local, por la vía plurinominal, sólo obtuvo tres escaños de 66); perdió 15 de 16 alcaldías de la CDMX, pero en la que supuestamente ganó, Cuauhtémoc (por escasos 3.38 puntos porcentuales), hay recuento por presunción de fraude.
En síntesis, en su lustro en la presidencia del PRI, Alito fue un sonado fracaso (para el partido, no para sus intereses personales), pues de todas, perdió todas, pero el campechano cree tener el derecho de quedarse ocho años más, Entonces, ¿cuál de las funerarias ganará el contrato?
Las rebanadas del pastel
Si de cadáveres se trata, ahí están los sepultureros del PRD y demás pelagatos en su intento por fundar una fuerza política para hacer frente a Morena. Ni la burla perdonan.
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PRI: frente al golpe, respuesta liberal y popular
Aurelio Nuño Mayer | La Jornada
Se consumó el golpe. A pesar del llamado que hicimos muchos militantes, la dirigencia optó por su cuartelazo. El PRI, bajo las siglas del PNR, nació en 1929 con dos propósitos: poner fin a los caudillos y crear instituciones. La prohibición de la relección fue el instrumento clave para lograr ambos objetivos. Esos pilares marcaron la diferencia entre México y el resto de América Latina durante el siglo XX.
Sin embargo, el día de ayer, después del peor resultado electoral de nuestra historia, la dirigencia inició el cortejo fúnebre de nuestro partido. La imposición de tres relecciones consecutivas en favor de sus actuales dirigentes aniquila la institucionalidad del PRI y traiciona su legado.
El gran partido de México concluirá sus días en las antípodas de su misión: convertido en un pequeño partido de caciques menores. En esa ruta, el PRI perderá su registro antes de que concluyan los ocho años de delirantes relecciones.
En nuestra peor crisis, en lugar de haber hecho una convención ilegal e ilegitima para consumar el asalto al partido, la dirigencia debió de haber convocado a una asamblea refundacional para realizar una dura autocrítica e iniciar un profundo debate sobre nuestro futuro.
Debimos haber iniciado con una discusión sobre nuestra filosofía e ideología: en qué creemos y qué proyecto de nación queremos desarrollar. En mi opinión, tendríamos que estar construyendo un liberalismo popular, anclado en nuestras mejores tradiciones históricas de libertad y justicia social, pero orientadas hacia una nueva agenda de libertades igualitarias para las generaciones del siglo XXI.
También tendríamos que estar discutiendo nuestra democratización, en lugar de cimentar una pequeña autocracia. En lugar de alejar a la CTM, tendríamos que estar desarrollando una política laboral de avanzada.
En lugar de hacer una purga de la militancia, desterrando a compañeras y compañeros muy valiosos, tendríamos que estar convocando a una defensa del sistema de justicia frente al blitzkrieg que prepara en su contra el nuevo gobierno hegemónico.
Tendríamos, también, que estar discutiendo nuevas formas de organizarnos: cómo impulsar a nuestra militancia. Cómo coordinarnos para dejar a un lado la simulación y salir a recorrer las calles, colonias, escuelas, los hospitales, parques, fábricas y todos los rincones de la República.
Necesitaríamos estar planeando la digitalización del partido y elaborando modelos de inteligencia artificial para potenciar nuestro activismo, así como reorientando nuestra desastrosa comunicación.
Por encima de todo, estaríamos obligados a recuperar la confianza de cada mexicana y mexicano. Acompañarlos en su vida cotidiana; trabajar para mejorar sus empleos, organizarnos para que cada familia pudiera vivir sin miedo a la delincuencia y tuviera acceso a un verdadero sistema de seguridad social, construir mejores escuelas con educación de calidad e impulsar energías limpias.
Tendríamos que estar construyendo un proyecto de nación vibrante, que nos hiciera soñar a todos con un país distinto, en el que cada mexicana y mexicano, sin excepción, pudiera vivir la vida que quisiera vivir.
En conclusión, tendríamos que estar en medio de un gran debate para rescatar a nuestro partido de su peor debacle e imaginando un México mucho mejor. Sin embargo, en lugar de estar haciendo todo eso, cabalgamos hacia un precipicio.
Por ello, como lo han propuesto muchos compañeros, debemos impugnar la ilegalidad de la asamblea. Además, debemos convocarnos con urgencia para realizar el gran debate de nuestra refundación. Un acto político incluyente y legítimo para construir entre todos un liberalismo popular para el siglo XXI, en lugar de la simulación vacía de ideas, ilegal, ilegítima y autocrática que quiere imponer la dirigencia. Hagamos un último intento antes de que el PRI, después de casi 100 años de historia, deje de tener sentido en la vida de la República.
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La eternización de Alito
Miguel Ángel Romero Miranda * | La Jornada
La importancia histórica que tiene el PRI nadie la discute. La tiene para bien o para mal. Eso depende del ángulo, postura ideológica o interés político de la persona que revise la historia. Tuvo años de grandeza, logró tener un poder total durante décadas. Pero recordando al alemán, habrá que sentenciar que todo lo que nace, merece perecer. Claro que hay formas de morir, casi todos deseamos que nuestra muerte sea digna. No siempre se logra lo que uno quiere. Al PRI le espera una muerte totalmente indigna que para algunos será lo que merece y para otros es inmerecida. El guión de su muerte nadie se hubiera atrevido a escribirlo. Menos con la enorme paradoja que se está presentando: la mayor debilidad del partido, tiene al presidente del Comité Ejecutivo Nacional más poderoso de su historia. El presidente que mayores atribuciones estatutarias ha logrado concentrar.
Empecemos describiendo quién es Alejandro Moreno, Alito. En realidad poco sabemos de su historia personal. Nació en 1975 en la capital de Campeche. Seguramente tuvo una niñez llena de pobreza. Eso se deduce porque cuando llegó a Villahermosa a buscar al líder del PRI en esos tiempos, Roberto Madrazo, realizó el viaje en una motocicleta bastante deteriorada. Es un hombre arrojado, y ese carácter le permitió presentarse ante el máximo líder del partido y pedirle su apoyo para desarrollar una carrera política dentro del PRI. Comentan, quienes lo conocieron en esa época, que nunca había visitado la Ciudad de México y que era todo un espectáculo verlo cruzar las avenidas de esta enorme metrópoli. Desconocía cómo funcionaban los semáforos y no sabía si avanzar o retroceder ante lo que consideraba un tráfico intenso.
Así llegó a la capital del país. Pero bajo el amparo y apoyo del líder del PRI rápidamente escaló en las filas del partido en el poder. Ingresó al PRI a la edad de 16 años. En poco tiempo fue nombrado dirigente nacional del Frente Juvenil donde estuvo en el cargo de 2002 a 2008. En 2003 fue electo diputado federal plurinominal y en 2006 obtuvo una senaduría por mayoría, logrando ser el senador más joven de la raquítica bancada priísta que pese a su pequeño número tuvo un excelente desempeño y se convirtió en un contrapeso del gobierno de Felipe Calderón. Desde el primer día que se presentó en el senado, Alito gritaba a todo pulmón que su candidato a la Presidencia de la República era Enrique Peña Nieto. Años después, en la antesala de las elecciones estatales para nombrar aspirante a gobernador, Alito se expresaba a voz abierta que sería el próximo mandatario de Campeche. Nadie le hacía caso porque consideraban que no era un hombre de ideas, conceptos o estrategias políticas, la cúpula priísta lo ubicaba como un político de poca monta. No lo logró en ese periodo pero obtuvo el compromiso de Peña Nieto de que sería el candidato del PRI para la siguiente elección y se lo cumplió.
No llevaba más de cuatro años en el gobierno de Campeche cuando a finales de 2018, después de la terrible derrota del PRI, anunció también con voz potente, que sería el próximo presidente del PRI. Pidió el apoyo de las principales figuras del partido y, como siempre, no lo tomaron en serio. Lo tiraron de loco y de pretender un puesto para el que no tenía los tamaños, la preparación y seguramente no alcanzaría el beneplácito. Como siempre sucedió en su meteórica carrera, obtuvo el apoyo del presidente Peña Nieto, quien era el personaje que controlaba el Consejo Político Nacional y la Asamblea Nacional y logró ser el líder nacional del partido. Pese a que las principales figuras no lo apoyaron.
Ya instalado en la presidencia del PRI, sin un titular del Ejecutivo federal priísta, se convirtió en el hombre fuerte del tricolor, sin ningún contrapeso y empezó a hacer lo que todos los jefes del partido hicieron: apoderarse de los órganos de gobierno y cambiar los estatutos y la declaración de principios hacia donde quisieran orientarla. Eso hicieron los presidentes de la República durante muchos sexenios. No había forma de que la disidencia, cuando la hubo, pudiera ganar una Asamblea Nacional. Es más, en muchas ocasiones no dejaban ingresar a los delegados opositores. Ahí están las crónicas de las asambleas más polémicas de los últimos años. Escondían las sedes de las mesas de discusión, no permitían conocer la redacción de los cambios estatutarios, etcétera. Lo mismo que ahora hizo Alejandro Moreno.
Lo que está sucediendo dentro del PRI no es nada nuevo. Sólo que ahora el presidente del CEN quiere la relección. Para poder argumentar la necesidad de permitir ese cambio estatutario, en la exposición de motivos se utilizan argumentos que pueden provocarnos risa, si no se tratara de un tema tan serio. Primer argumento, en la constitución se permite la relección de presidentes municipales, diputados y senadores. Los partidos se manejan de forma autónoma, siempre y cuando los órganos de gobierno autoricen las modificaciones. Es necesario adecuar y armonizar los documentos internos del partido con lo que la constitución establece. La ley general de partidos políticos no impide la relección. Además, en los estudios de derecho comparado, y aquí es donde hay que aguantar la risa, se establece la continuidad de las personas en los institutos políticos más representativos, por ejemplo, la Unión Demócrata Cristiana le permitió a Angela Merker reelegirse, y de esa manera fue posible implementar políticas coherentes y de estabilización de los partidos. Lo mismo ocurre con el Partido del Trabajo que lidera Lula.
Si siguiéramos la argumentación del derecho comparado que realizó el PRI, no hay nada de qué preocuparse, con la relección de Alito el partido garantiza un liderazgo similar al de Angela Merker o cuando menos parecido al que ejerce Lula en el PT, lo que no sólo le garantiza una larga vida, sino la certeza de que bajo su liderazgo el PRI volverá a retomar el papel de grandeza que una vez tuvo. Pero me temo que en esta ocasión aunque Alito vuelva a anunciar su jugada con voz estruendosa, no alcanzará lo que promete y al contrario, los días del partido están contados y tendrá un triste final que llenará de vergüenza a todos aquellos personajes relevantes del tricolor que no supieron defenderlo con la valentía que merecía una institución a la que le deben todo lo que son.
* Analista político.
