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México y Estados Unidos, caminos sobrepuestos e incomprensiones

Tonatiuh Guillén López

Proceso

Las relaciones entre México y Estados Unidos se han transformado radicalmente en los últimos tiempos. Nunca han sido relaciones simples, ni tersas, pero ahora se caracterizan por ser más complejas, intensas y, sobre todo, entreveradas de una manera estructural en escala gigantesca. No hay nada comparable en el mapa internacional y, hacia el futuro, cualquiera que sea el destino necesariamente será compartido de forma estrecha.

El planteamiento anterior es difícil reconocerlo en el día a día, aunque se trate del elefante en la sala. De un lado, tenemos actitudes que quisieran un muro fronterizo que separe a ambos países, no solamente por la migración sino frente a toda relación, como piensa una franja de la ultraderecha de Estados Unidos. Del otro, tenemos discursos como el del presidente López Obrador pretendiendo que la población de ascendencia mexicana en aquel país no vote por liderazgos políticos que censuran a México y a su gobierno (a menos que se trate de Donald Trump, quien sí tiene licencia para insultar). Ambos ejemplos enfatizan separaciones, pese a navegar sobre inmensos ríos de confluencia, plenos de estructuras sobrepuestas unas con otras.

Mientras la realidad avanza poderosa en una dirección, hay visiones que imaginan un mundo paralelo, evidentemente falso, capaz de distorsionar sus potencialidades o de empeorar lo problemático. Cabe aclarar que la confluencia entre los dos países no implica asumir un modelo alineado con los intereses de Estados Unidos, como hoy sucede con la política migratoria, por ejemplo. Implica reconocer las estructuras compartidas y promover beneficios recíprocos, con objetivos no necesariamente excluyentes. El desafío es mayúsculo, pero parece que el obstáculo radica en desconocer la actual dinámica entre ambos países, que es mucho más diversa que las relaciones entre gobiernos.

Nada mejor para representar a las estructuras compartidas que los intercambios diarios en los puertos fronterizos. En un día cualquiera pueden ocurrir cerca de 900 mil intercambios de sur a norte, de personas, vehículos, camiones, trenes, etcétera. En un día pico, casi un millón; en una hora pico, cerca de 40 mil eventos. Son cantidades inmensas que describen a gigantescas estructuras económicas y sociales en su torrente diario. Imposible un muro, imposible frenar su dinámica, a menos que se pretenda una crisis que haría estallar a los dos países.

El segundo indicador de las megaestructuras compartidas es el comercio exterior. Medido desde la perspectiva de Estados Unidos, es clarísimo que México es el socio más importante. ¿Pueden darse el lujo de reducir su densa interdependencia? Por el contrario, crece rápidamente, así no la comprenda la política económica del gobierno mexicano (si es que se elabora alguna) o si el gobernador de Texas imagina otra realidad.

Durante el primer trimestre del año 2023, el valor del comercio entre México y Estados Unidos fue de 197 mil millones de dólares. El equivalente de Canadá fue de 190 mil millones y el de China 139 mil millones (muy atrás de la cifra mexicana). Otros países de gran importancia económica como Alemania, Japón o Corea del Sur, su comercio con Estados Unidos fue un tercio o una cuarta parte del de México. Es evidente que nuestro país no es una economía menor, ni es marginal para Estados Unidos. El diálogo y el horizonte compartido deben reconocer esa gigante base estructural y diseñar estrategias congruentes: no somos un equipo llanero enfrentando a la primera división europea.

El segundo e inmenso piso estructural de las relaciones entre México y Estados Unidos radica en sus poblaciones y en el tejido de articulaciones: sociales, culturales, económicas, de familias y amistades. Redes y más redes de comunicación e intercambio capaces de hacer asunto de todos los días la relación entre personas de un lado y del otro, extendiéndose a lo largo del territorio de cada país. No hay manera de interrumpir esas prácticas o intentar distorsionarlas; son dinámicas que transcurren por sí mismas, con o sin intervención de alguna política pública.

Para el gobierno de México la interacción social se reduce a las remesas familiares, que alcanzaron casi 60 mil millones de dólares en 2022 –siendo la fuente de divisas más importante, pilar central de la estabilidad macroeconómica y del consumo familiar–, y no se interesa por valorar a las personas, a su generosidad y a la colosal estructura social que está detrás de las remesas. El Estado no ha sido capaz siquiera de comprender e interactuar con la población mexicana que emigró a Estados Unidos (actualmente 11.7 millones de personas), ni con su descendencia inmediata y siguientes quienes hoy son reconocidos como mexicanos por nacimiento (reforma del Artículo 30 constitucional, del año 2021).

La población mexicana en Estados Unidos, con plenos derechos, no son únicamente quienes emigraron. Son también su descendencia e integran un total de más de 37 millones de personas, que también son base social de la nación; son eje del tiempo presente y del futuro en todos los campos. De suyo, esta enorme población y su dinámica han perfilado de nueva manera la relación entre México y Estados Unidos. Son parte decisiva de la articulación binacional e imprimen su propio sello a la evolución de cada país; además, funcionan como denso engranaje que progresivamente gana relevancia estratégica a uno, a otro lado y simultáneamente. Y estamos ante una primera fase.

De este modo, debido a la estructura económica y debido a las estructuras sociales entreveradas, los caminos de Estados Unidos y de México están sobrepuestos; no solamente se cruzan. La pregunta es si el Estado mexicano sabrá ubicarse en este horizonte y actuar con congruencia ante un panorama que ofrece potencialidades sustantivas, al tiempo que desafíos históricos.

Por lo pronto, la respuesta es pesimista, si no es que negativa. Ni siquiera corrige su incomprensión y distancias con la población mexicana en Estados Unidos, que debiera tener prioridad no solamente por tratarse de una añeja deuda, sino porque configura una extraordinaria fuerza social que eficaz y sin mucho ruido va imprimiendo su sello a ambas naciones. A todos conviene reconocernos en el tiempo presente y valorar las tendencias centrales. No hacerlo es un sinsentido de altísimo costo, que al parecer tiene sin cuidado a un gobierno de México empeñado en reflejarlo todo en el espejo de décadas pasadas.

* Profesor del PUED/UNAM. Excomisionado del INM.

Arsenal

La congruencia de Marcelo y la corcholata despechada

Francisco Garfias

Excelsior

La renuncia de Marcelo Ebrard lo pone un paso adelante del resto de las corcholatas de Morena. Ese acto de congruencia presiona a los otros tres aspirantes que ocupan cargos públicos para que sigan el mismo camino.

Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno de la CDMX; Adán Augusto López Hernández, titular de Gobernación, y Ricardo Monreal, jefe de la bancada de Morena en el Senado, se van a tener que ir –temporal o definitivamente– si quieren registrarse oficialmente como aspirantes.

Pero lo harán en los términos de la convocatoria para elegir al candidato presidencial de Morena, que el Consejo Nacional de ese partido aprobará, en su caso, durante la reunión que sus integrantes tienen convocada este domingo.

“Ahí vamos a definir fechas, método, requisitos, para los participantes, todo en un marco de pluralidad, escuchando y recibiendo todas las aportaciones”, aclaró Mario Delgado, presidente nacional de Morena.

A la reunión del Consejo están invitados también Gerardo Fernández Noroña, diputado del PT, y Manuel Velasco, senador del PVEM, en su calidad de corcholatas externas.

El líder máximo del oficialismo, Andrés Manuel López Obrador, es partidario de que las corcholatas se separen de los cargos, según el diario El País.

El cotidiano asegura que lo dijo durante la famosa cena en el restaurante El Mayor, del centro de la CDMX, a la que asistieron los cuatro aspirantes y 22 gobernadores de la 4T. Todos sabemos que, para los morenos, los deseos de *AMLO son órdenes.

A esa cena, convocada para “apapachar” a Delfina Gómez, gobernadora electa del Edomex, sólo faltó el mandatario de San Luís Potosí, Ricardo Gallardo. Está enfermo y hospitalizado “para una revisión médica”, dicen oficialmente.

* Marcelo dejará la Secretaría de Relaciones Exteriores a primera hora del lunes 12 de junio.

Su propósito es dedicarse de lleno “con alegría y resolución” a defender el proyecto que encabeza el presidente López Obrador, dijo en el hotel Hilton Alameda, donde hizo el anuncio de su renuncia.

Discurso aparte, el canciller se va a dedicar de tiempo completo al propósito de convertirse en el abanderado del oficialismo, en la elección presidencial del 2024.

“Me separo del cargo y voy a encontrarme con los ciudadanos y ciudadanas”, dijo al hacer el anuncio. Los gritos de ¡Marcelo! ¡Marcelo!, coreados por decenas de “porristas” que lo rodeaban, no se hicieron esperar.

Entre los seguidores de Marcelo se encontraban Santiago Nieto, extitular de la UIF, y Martha Delgado, exsubsecretaria de Relaciones Exteriores. Pero también la senadora Malú Mícher, los senadores José Ramón Enríquez y Rafael Espino, y el diputado Emanuel Reyes Carmona, entre otros.

Desde el pasado mes de diciembre, Marcelo propuso la renuncia de los aspirantes que ocupen cargos públicos. Piso parejo obliga. Nadie lo peló entonces.

Hoy su principal problema es que se le atraviese el gran elector y su dedo apunte hacia otra (o) aspirante.

AMLO ya se comprometió a no inclinar la balanza a favor de nadie. “Nada de tapados, nada de dedazo, nada de destapes, nada de imposición”, dijo en la mañanera de ayer.

¿Le creemos? La memoria nos da derecho a la duda, sobre todo si eligen como método para designar a la candidata (o) la encuesta casera. Allí está la medición interna que hizo a Claudia Sheinbaum candidata a la Jefatura de Gobierno de la CDMX en 2018. Ricardo Monreal encabezaba todas las encuestas, menos la de casa. Quedó cuarto en la interna.

También hay dudas en la que hizo candidato presidencial del PRD al propio López Obrador frente a Marcelo, en la elección del 2012.

* Mario Delgado atribuyó a “la traición de un personaje que arrastró al PT” (Ricardo Mejía Berdeja), la paliza que le dieron a Morena en Coahuila. La alianza opositora se llevó carro completo. Morena perdió la gubernatura. No ganó un solo distrito en la elección de diputados locales. (Mejía Berdeja) “salió peor que los Moreira”, aseveró el presidente de Morena.

* Gerardo Fernández Noroña se comportó ayer como corcholata despechada. Está sentido porque no lo invitaron a la cena del presidente López Obrador en El Mayor.

“Como dice el compañero Presidente: mi pecho no es bodega y no dejaré de señalar un trato incorrecto, inadecuado, injusto, entre compañeros del movimiento”, dijo en rueda de prensa, celebrada en el Senado.

Y preguntó en tono decepcionado: ¿cómo se puede construir la unidad con la exclusión de uno de los aspirantes?

Mario Delgado buscará a Noroña para explicarle el motivo de la cena con el Presidente.

Juegos de poder

Las condiciones de Ebrard

Leo Zuckermann

Excelsior

Sigo pensando que Claudia Sheinbaum es la aspirante favorita de López Obrador para convertirse en la próxima candidata presidencial de Morena. Si la jefa de Gobierno capitalino efectivamente logra esta candidatura, la gran pregunta es qué hará Marcelo Ebrard.

Hay quienes continúan creyendo que el secretario de Relaciones Exteriores romperá con Morena y se lanzará como candidato de algún partido de oposición (Movimiento Ciudadano, por ejemplo) o de la propia coalición lopezobradorista (¿el Verde?). Yo lo dudo. Marcelo es un político muy abusado que sabe que tiene poco que ganar y mucho que perder si desconoce la candidatura de *Sheinbaum y compite en la elección presidencial por otro partido que no sea Morena.

El rompimiento de Ebrard seguramente desataría la ira del presidente López Obrador, quien tiene el poder de hacer pomada a Marcelo en un par de mañaneras. No sólo lo tildaría de traidor a la patria, sino que hasta súbitamente reaparecerían las carpetas de investigación por el accidente de la Línea 12 del Metro.

Las duras críticas de AMLO en contra de Ricardo Mejía Berdeja, quien desconoció los resultados de las encuestas para elegir candidato a gobernador de Coahuila por Morena y decidió lanzarse bajo las siglas del PT, eran mensajes muy claros para los perdedores de la candidatura presidencial morenista: ¡ni se les vaya a ocurrir tomar el camino de Mejía Berdeja!

¿Qué le queda, entonces, a Ebrard?

Primera opción: esperar que la candidatura de Sheinbaum se caiga por alguna razón, no llegue a las elecciones de 2024 y él entre al relevo.

Así lo trató de hacer su mentor, Manuel Camacho.

En cuanto el presidente Salinas destapó a Luis Donaldo Colosio en noviembre de 1993, el entonces jefe del Departamento del Distrito Federal se negó a felicitar al agraciado y renunció a su puesto. Salinas, de inmediato, lo nombró secretario de Relaciones Exteriores, con el fin de aplacarlo. Cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se levantó en armas, el primero de enero de 1994, Camacho convenció a Salinas que lo nombrara como coordinador para el Diálogo y la Reconciliación en Chiapas. Como no era un puesto de gabinete, lo habilitaba legalmente para participar como candidato presidencial ese año. Esto desató una serie de rumores de que Camacho sustituiría a Colosio, cuya campaña supuestamente no levantaba. En eso andábamos cuando ocurrió el asesinato de Colosio, que no sólo mató al candidato priista, sino cualquier posibilidad de Camacho de reemplazarlo.

Claramente no le funcionó al mentor de Ebrard su plan de convertirse en la opción B del partido gobernante. Marcelo podría jugar este mismo juego, pero, obviamente, aprendiendo de los errores que cometió Camacho.

La segunda opción de Ebrard es vender caro su amor.

Asumir que ya perdió y conseguir un buen puesto político para después del 2024. Ser, por ejemplo, líder de Morena en el Senado y ver si, desde ahí, podría lanzarse a la Presidencia en 2030. Para ese entonces Marcelo tendría 70 años de edad. Si Biden se presentará a la reelección de la Presidencia estadunidense a los 80, ¿por qué no lo haría Ebrard con diez años menos de edad?

En todo caso, lo importante es mantenerse vigente con un puesto donde tenga recursos y visibilidad en la opinión pública nacional.

Para que Marcelo reconozca su derrota y levante el brazo a Claudia, tiene que conseguir que López Obrador acepte las tres condiciones que él está poniendo para participar en la contienda morenista. A saber: “[…] separarnos de los cargos públicos quienes vamos a participar, para que haya equidad en el proceso interno, exponer y contrastar en público las propuestas de cada cual y, desde luego, asegurar que la encuesta a realizarse sea amplia, transparente y verificable, idealmente con una sola pregunta”.

Para darle credibilidad a su propuesta, Marcelo ya mismo anunció que renunciará a la Secretaría de Relaciones Exteriores el próximo lunes 12 de junio.

¿Aceptará AMLO las condiciones de Ebrard?

Depende qué tanto el Presidente quiera proteger a Sheinbaum.

Si siente que su delfina es vulnerable y las condiciones de Marcelo la pueden afectar, rechazará las condiciones porque, de todas formas, Ebrard no pateará el pesebre, sino que, al final, se disciplinará después de hacer algún tipo de pataleta para salvar cara.

Si, en cambio, AMLO considera que Claudia puede ganar con las tres condiciones impuestas por Ebrard, las aceptará en el entendido que, en cuanto la destapen, Marcelo correrá a levantarle el brazo a la ganadora, ya con una senaduría asegurada para el próximo sexenio.

Astillero

¿Marcelo precipitó cena y Consejo? // Incomodidad por Claudia // Encuestas y renuncias // Compromiso de lealtad

Julio Hernández López

La Jornada

Marcelo Ebrard había anunciado que el lunes inmediato a las elecciones del estado de México y Coahuila habría de presentar públicamente su propuesta para el proceso de designación de la candidatura presidencial de Morena.

Le pidieron que no lo hiciera dicho día, lo cual aceptó y pasó el anuncio para el martes, pero la misma noche del lunes el Presidente de la República salió de Palacio Nacional y se reunió en un restaurante con los dirigentes partidistas formales (Mario Delgado y Citlalli Hernández), con los cuatro aspirantes oficiales (Sheinbaum, Ebrard, López Hernández y Monreal) y con algunos gobernadores guindas que alcanzaron a llegar al convite gastronómico y fundamentalmente político.

El mensaje de Andrés Manuel López Obrador fue claro y reiterado: la unidad partidista como garantía de triunfo electoral en 2024 y, por tanto, de continuidad del proyecto denominado Cuarta Transformación. La profesora Delfina Gómez Álvarez se constituyó en ejemplo vivo de lo deseado para el año entrante, mientras el caso Coahuila mostraría las consecuencias de la división.

La breve posposición del anuncio de Ebrard, la convocatoria con apariencia apresurada a la cena presidencial del lunes y la emisión de la convocatoria a sesión por vía de Internet de los integrantes del Consejo Nacional de Morena para definir el proceso de elección de candidatura a 2024 generaron especulaciones varias, entre las que destacó la presunción de una incomodidad creciente del canciller Ebrard con el curso que ha llevado el corcholataje, lo que, según esas interpretaciones de antiobradorismo esperanzado, podrían significar una ruptura grave en el proyecto 4T y, ¡al fin!, la consecución de un abanderado opositor con viabilidad electoral.

Ebrard es un político inteligente y eficaz, de larga carrera, al que el presidente López Obrador ha recurrido no sólo para los asuntos internacionales, sino incluso para otros, distantes de su cargo oficial pero, en general, bien cumplidos a juicio de quien lo comisionó. En esas tareas, el titular de la SRE ha ganado capital político internacional, en particular en el ámbito del poder estadunidense.

Pero no pareciera Ebrard la carta más avanzada en el juego sucesorio establecido por el presidente López Obrador. A estas alturas todo apunta a que Claudia Sheinbaum concentra la voluntad presidencial, el respaldo de la mayor parte de la alta clase política cuatroteísta y la preferencia en las encuestas de opinión.

A Marcelo y su equipo les parece que hay una gran disparidad en esta competencia interna. Y han expresado dos puntos de máxima discordia: a) las encuestas para designar la candidatura presidencial, ¿cuántas?, ¿con cuáles preguntas? y ¿cuáles serían las garantías que darían confiabilidad? Y b) las prontas renuncias de los precandidatos: ¿Marcelo tomó su decisión, la notificó y precipitó cena y convocatoria a consejo? ¿En este consejo se mandatará que los aspirantes renuncien, para no darle al canciller el bono de ser el primero o único en salir de manera temprana?

Luego que Ebrard ha presentado sus propuestas, el próximo domingo el Consejo Nacional morenista, bajo la presidencia de Alfonso Durazo, de larga confianza operativa de López Obrador, determinará las primeras líneas firmes en ese proceso delicado. Más allá de los detalles (un comité en el que participen representantes de los precandidatos, por ejemplo), se insistirá en que los competidores se comprometan a aceptar rigurosamente los resultados demoscópicos.

No sería la primera vez que ese tipo de juramentos fueran desconocidos por aspirantes a la hora de no emerger ganadores, pero en el caso de Ebrard un posterior rechazo a un resultado adverso lo colocaría en la tesitura de traición política que, por ejemplo, tanto se le ha restregado a Ricardo Mejía Berdeja.

Ya se verá, pues, si a Ebrard lo mueven convicciones que no llegarían a la ruptura o se está en presencia de un cálculo que busca estirar para romper y justificar el convertirse en candidato opositor.

Alito, el meteorito de los dinosaurios

Juan Becerra Acosta

La Jornada

La derrota de Alejandra del Moral, candidata del PRI, PAN y PRD a la gubernatura del Estado de México, es culpa del Gobierno Federal, del partido Movimiento Ciudadano, hasta del gobernador priísta de la entidad, Alfredo del Mazo Maza. Así es el nivel de reflexión de una oposición que cada vez más encuentra triunfos ante las derrotas y que cuando parece percibir que perdieron evade la responsabilidad de ser oposición por mandato popular y, hay que decirlo, de ser unos operadores políticos torpes que ante su rechazo al cambio se obstinan en no reconocer que el país dejó de ser el que alguna vez gobernaron para convertirse en la nación que los echó de Palacio Nacional.

Canta triunfos falsos en aparente unidad, pero desconoce hasta a su hermano al mínimo olor a derrota, como hicieron los líderes del PRI, PAN y PRD la tarde del domingo al acompañar a Alejandra del Moral para adelantar que irían ganando la elección en el Estado de México, pero pocas horas más tarde desaparecieron del discurso con el que la candidata reconoció, sola, la derrota. El mensaje fue claro, la victoria es nuestra, la derrota es tuya.

¡Hay tiro! Señala el grupo opositor, mientras pierde cada vez más posiciones de poder. ¡No vamos a recibir cascajo de Morena!, señalan al tiempo en que una de las cartas fuertes para su candidatura en 2024 es Lilly Téllez. ¡Defendamos la democracia!, gritan para inmediatamente reclamarle a un gobernador el no haber metido las manos en un proceso electoral. ¿Es esa la oposición que ­merecemos?

El proceso electoral mexiquense dio el banderazo de salida a la sucesión presidencial, y mientras en Morena se tiene claro quiénes son sus aspirantes a contender por la candidatura y las preferencias muestran ya una tendencia clara hacia una de las corcholatas, el método de selección se afina. Pero del otro lado, en el de la oposición, no existe claridad alguna que pudiera indicar quién o de dónde podría venir quien aspire a contender en 2024, debido a que no cuenta con un proyecto que vaya más allá de donde siempre han estado sus prioridades y que es el usar al servicio público para servirse a ellos mismos. Por ello el discurso opositor no se aleja del AMLO es un peligro para México o nos van a convertir en Venezuela. No tienen nada más allá del intento de sembrar odio y miedo, parece ser la única ideología que conocen.

En un partido pequeño se convierte el PRI después de la jornada electoral del domingo pasado. A partir del momento en que la maestra Delfina Gómez rinda protesta como la primera gobernadora del Estado de México, Movimiento Ciudadano gobernará, con Jalisco y Nuevo León, a más personas que el Revolucionario e Institucional en Coahuila y Durango, los últimos dos estados que le quedan a un partido que parece cavar su propia tumba al prorrogar a su dirigencia, a pesar de que, al momento de esa decisión, había perdido 11 entidades; hoy ya son 12. No hay duda, el meteorito que acabó con los dinosaurios en el Estado de México se llama Alejandro Moreno, le dicen Alito, y está en proceso de pulverizar a un partido que abollado en su nombre y apellido tiene como destino, irremediablemente, la extinción.

Pero parece que el PRI ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, y el añico que queda del alguna vez revolucionario y actualmente ya ni institucional, lejos del poder que alguna vez tuvo, busca en la alianza opositora –una agrupación de partidos desahuciados– la única opción para no fallecer víctima de las enfermedades incurables causadas por sus propios vicios y excesos.

Será complicado, si no es que imposible, porque si bien a PRI, PAN y PRD los une –además de la carencia de proyecto– un enemigo en común, Morena, tanto el partido azul como el del sol tendrán que marcar distancia de su antiguo rival y hoy aparente aliado cuyo dirigente les resulta cada vez más incómodo.

Al ser Alejandro Moreno dirigente nacional del PRI, el partido no podría estar mejor representado, él claramente ha mostrado tener y logrado reproducir los valores más profundos de aquello en lo que terminó un partido que nació con la Revolución Mexicana, pero que traicionó sus principios para convertirse en aquello por lo cual luchó para abolir.

Señalado de participar en lavado de dinero, mapacheo, extorsión y un casi sinfín de habilidades oscuras que requerirían de demasiados adjetivos para poder calificarse, pero que al mismo tiempo podemos resumir en una sola palabra, priísmo, Alito Moreno es la personificación de lo que el PRI representa en el imaginario colectivo. ¿Quién en su sano juicio querría sentarse con él sabiendo que el único final posible será, como sucedió en los cierres de campaña en el estado de México, una batalla a sillazos?

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