Conoce más de nosotros

Columnas Escritas

Lo que dicen los columnistas

Published

on

Twitter
Visit Us
Follow Me
You Tube
Instagram

Semiótica presidencial (entre la popularidad y la aprobación)

Francisco Javier Acuña

Excelsior

Desde el comienzo de su mandato, el presidente Andrés Manuel López Obrador, ha sido un mandatario muy popular y a la vez muy querido. Así las cosas, ídolo y villano a la vez; acaso como muy pocos de sus antecesores, porque, su amplia victoria en las urnas agudizó su popularidad y la reacción de desaprobación por sus oponentes derrotados después de dos elecciones sin alcanzar el objetivo. Tampoco la polarización social al respecto y, en parte por él mismo, provocada al agredir a unos y elogiar a otros encuentra precedentes.

Acaso la tendencia al maniqueo respecto de un presidente se enfatizó después de los sexenios de Echeverría (1976) y López Portillo (1982); dado que con ellos se agotó el “desarrollo estabilizador” y repuntaron los indicadores negativos como las devaluaciones del peso frente al dólar, el endeudamiento externo, la inflación descontrolada y gradualmente desde el 2000 la pavorosa inseguridad pública por sospechosa inacción de los gobiernos o franca subordinación.

A diferencia de López Obrador, Salinas de Gortari y/o Felipe Calderón, al llegar al poder fueron rechazados por un importante sector del electorado en las casillas, los que votaron por ellos para darles el apretado o el polémico triunfo no fueron arrastrados por profunda admiración o simpatía natural al candidato, sino por una decisión circunstancial, una suerte de “mal menor”.

Sin embargo, y sin desconocer los índices de aclamación popular (devoción multitudinaria) de López Obrador, conviene acudir a las cifras de popularidad de los últimos presidentes para ubicar el fenómeno en el contexto de la comparación.

Ernesto Zedillo estuvo por debajo de los 30 puntos de aprobación a inicios de 1995, o sea durante su primer año de mandato después de los “errores de diciembre”, pero, para el cuarto y el quinto año de su gobierno alcanzó el 53% y algunas encuestadoras lo colocaron hasta en el 59 por ciento.

Según Parametría, Felipe Calderón hacia el 2009, en su tercer año de gobierno, alcanzó la cifra de 79%, pero, para el siguiente año, su cuarto en el poder descendió a 63 por ciento.

Vicente Fox, el presidente populachero y controversial, se situaba en su cuarto año de gobierno en un 60 % y antes de concluirlo había disminuido a un 51 por ciento.

Peña Nieto durante su segundo año, antes de Ayotzinapa y los escándalos de La Casa Blanca, se ubicaba entre un 47 y un 52%, y para el cuarto año, apenas llegaba al 30%; para terminar su gestión en medio del gasolinazo y las tramas de corrupción, Mitofsky le daba 17% y Reforma, 12 por ciento.

Definitivamente, somos una nación presidencialista o, por lo menos, un pueblo con una profunda vocación presidencial. A los mexicanos nos produce emociones encontradas el presidencialismo, para bien y para mal, fervorosos o detractores, somos víctimas de la obsesión de amar o detestar la imagen presidencial encarnada en personaje real.

No está del todo claro si los indicadores separan la popularidad (la identificación social del personaje que funge de presidente) de la aprobación real o desinformada de su gestión. O incluso, de la verdadera desaprobación o aceptación a su persona, como aquel que en su día fue capaz de atraer el voto mayoritario a su favor. Con independencia de cada caso, en general, ¿qué es preferible? ¿Qué haya popularidad (que su nombre circule por toda la extensión ciudadana, que esté en la boca de todos) o que a partir de señales y signos se pueda comprobar que su popularidad se puede asociar a su efectiva aprobación?

Nada nuevo en el IV informe

Carlos Ornelas

Excelsior

El presidente Andrés Manuel López Obrador es fiel a su trayectoria. En su na­rrativa todo lo que él hace o propone se acerca al paraíso; lo que hi­cieron los mandatarios “neo­liberales” es execrable. Y, al parecer, ese mensaje optimista es bienvenido por una mayoría que le aplaude y cree. La cre­dibilidad, según Max Weber, es la base de la legitimidad.

El mensaje emotivo crece el carisma del profeta, lo cu­bre con un manto de estima popular, aunque para el sector informado —aunque no sea opositor— sus palabras están llenas de exageraciones.

En la fiesta del 1º de sep­tiembre, el Presidente soltó la frase que, quizá, sintetiza la visión celeste: “Se hará rea­lidad el principio de que la educación y la salud no son privilegios. Estamos ganando la batalla contra el racismo. Se ha reducido la incidencia de­lictiva. Se garantiza la libertad de expresión. El gobierno no participa en fraudes electo­rales. Los Poderes actúan con independencia”.

La violencia no disminuye, la libertad de prensa está bajo acoso constante en la tri­buna mañanera, el gobierno quiere desa­parecer al INE para manejar las elecciones y se avienta duro contra el Poder Judicial.

Como siempre, cuando se refiere a la educación no habla de educación, reitera sus frases mañaneras: “Después de la pan­demia hemos regresado a la normalidad”. En miles de escuelas no hay maestros, otras no se han recuperado del vandalismo y no hay estrategia para aminorar el abandono y el rezago escolar.  

Machacó: “Mis respetos a las maestras y maestros de México. Se aumentaron más los salarios a los maestros que ganan me­nos. La relación con la CNTE es de atención a sus deman­das. No se ha registrado nin­gún paro y no han dejado de asistir a las aulas”. ¿Acaso los maestros militantes toman ca­setas de peaje y vías férreas en la noche o a la hora de recreo? Pueden documentarse innu­merables huelgas locas.

Porfió: “Esa propaganda sucia de que los maestros no trabajan, ha quedado en la his­toria”. No sé a qué se refiere. Sí, hay quejas de ciudadanos que se ven afectados por los actos vandálicos de la CNTE y las huelgas, pero no hay propa­ganda negra. Por el contrario, la sociedad aprecia a los bue­nos maestros.

Anunció: “Se han aproba­do nuevos conocimientos que sean humanistas”. Un plan que pocos entienden. “Se ha dado presupuesto de mantenimien­to a casi 66% de las escuelas del país”. Es de dudarse, dados los recortes al sector provoca­dos por la pobreza franciscana. “Se crearán 55 universidades más, para formar doctores y enfermeras”. Es posible que esta promesa sí la cumpla. Las universida­des Benito Juárez son cultivos de clientelas, pienso.

Buena parte de la popularidad del pre­sidente López Obrador, cavilo, se debe a un aparato de propaganda eficaz que en­grandece su figura; también a que la gen­te que le profesa fe observa virtudes en él. Pero, de nuevo, según Weber, el carisma es personal, intransferible. Los efectos de la propaganda no son perennes, inducen legitimidad compensatoria, de corto plazo, además.

Al frente de la epopeya (el mural)

Rolando Cordera Campos

La Jornada

Al ofrecer su cuarto Informe de gobierno, el presidente López Obrador destacó sus medidas de ahorro y eficaz recaudación que le han permitido acortar las brechas sociales por medio de sus apoyos monetarios directos. Sujeta como siempre lo está, la pobreza sube y baja dependiendo del cristal con que se le mira y proclamar una efectiva superación de la misma, así sea en su terrible modalidad de extrema no resulta eficaz como forma de exaltación del ejercicio del gobierno.

Ausente como ha estado el crecimiento de la economía a tasas socialmente satisfactorias, el gobierno apela a su capacidad de gasto y redistribución del mismo para sostener sus dichos igualitaristas. En lo inmediato nadie puede discrepar con ello, pero tampoco condonar su festinamiento. Por la vía de las transferencias hay un límite y es muy probable que la finanza pública ya lo haya tocado. Sin más recursos recurrentes, como los que se derivan de una reforma tributaria más o menos robusta y, sobre todo, sin crecimiento sostenido, dichas fuentes se secan y lo único que queda es la muy manoseada austeridad, ahora reconvertida en pobreza franciscana.

Puede convenirse con el Presidente en que no basta el crecimiento económico, y que es indispensable la justicia, pero no soslayar la dura realidad de las economías abiertas y de mercado, en las que la expansión productiva es una variable decisiva. En especial si el gobierno se compromete a asegurar los beneméritos equilibrios fiscales cuyo cumplimiento es permanente exigencia de las calificadoras. El nudo de las finanzas públicas mexicanas se cierra y es una lástima, porque el futuro inmediato se verá condicionado por eso, en medio de la batahola electoral que se apodera de angustias e ilusiones.

Con todo, el Presidente enfatizó: “los programas para el bienestar, la recuperación del poder adquisitivo de los salarios y el aumento en las remesas (…) han mejorado la situación económica de la población más pobre del país, y al garantizarse cuando menos lo básico se ha mantenido la paz y ha permanecido encendida la llama de la esperanza”, ( La Jornada, 2/9/22).

Tal triunfalismo acotado no oculta ni reduce la centralidad de los grandes temas, como la persistente desigualdad, las pobrezas y violencias que la acompañan y potencian, carencias miles que documentan la precariedad de la economía y del tejido social y revelan nuestra endeble situación política y social. No es exagerado insistir en que las estabilidades que pudieron sostenerse penden de unos cuantos hilos.

López Obrador insiste en que este gobierno y su enorme coalición no son iguales a los anteriores hasta absolutizar los males que nos heredaron. Se llega a decir que el único fin del gasto y en general del ejercicio del poder era el enriquecimiento de los detentadores ilegítimos del poder constituido, pero sus casos no parecen encontrar sostenes suficientes. Lo que tenemos para tejer la historia reciente, según Morena, son dichos y ningún hecho. Tampoco puede decirse que con su cuarto Informe el Presidente nos haya aproximado a una visión coherente de su transformación, menos a sus perfiles estructurales. La nación parece navegar sin las mínimas defensas frente a las tormentas; la más inmediata ha sido ya planteada por Estados Unidos y Canadá en una dispareja disputa energética en el marco del T-MEC, pe-ro ahí ni siquiera comienzan nuestras angustias. Lo que ha quedado del orden internacional heredado de la segunda posguerra, después de tantas y agresivas crisis, nos pasan y pasarán la factura y para enfrentarla se necesitan programa y visión, menos pendencias y cero petulancia.

Si en verdad se busca que primero sean los pobres, y que sea un compromiso nacional y a lago plazo, es inevitable insistir: la economía requiere crecer, porque sin crecimiento no hay empleo y sin éste el salario se aplana y, para empezar, la inflación se lo come, como puede estar pasando hoy. Sin inversión no hay crecimiento, pero sin inversión pública la privada no alcanza para crecer como se necesita.

El gobierno, acompañado de la nueva Legislatura, debería abocarse a estudiar y deliberar sobre el andamiaje institucional necesario para superar la aversión al riesgo que parece privar en los negocios privados. En esta tesitura, nada subversiva ni para los humores de la Cuarta Transformación, habría que convocar a la formulación de un programa nacional de inversiones e infraestructura –nacional, regional y municipal– que incluya mecanismos participativos de seguimiento y evaluación de las inversiones, de aprovechamiento de los encadenamientos productivos con los que contamos (antes de que una nueva furia globalizadora los devaste).

Podríamos avanzar en los términos y primeros protocolos para un acuerdo para la reforma hacendaria, un pacto para renovar el federalismo fiscal. Sólo así podremos sostener, fondear, un sistema de bienestar incluyente fundado en el derecho humano a la protección social, en primerísimo lugar la salud, con sólidas políticas e instituciones enfocadas a reducir y prevenir la vulnerabilidad y la pobreza.

Dogmatismos, obcecaciones, pereza y pobreza intelectual parecen ser los obstáculos defondo para encaminarnos hacia un nuevo desarrollo. Ahora hemos dado a disfrazarlos de po-larización, pero debajo de ésta lo que nos atrapa es el hundimiento de un sistema plural que demasiado pronto se acomodó a los usos del poder para reconvertirlos en abusos.

En buena medida, nuestros retos tienen que ver con negaciones e incapacidades, ciertamente del gobierno, pero también de las fuerzas y actores políticos para asumir una perspectiva común sustentada en el objetivo de un desarrollo nacional capaz de resistir e inscribirse provechosamente en una veleidosa economía global que apenas asoma. Bien haríamos en entender que no hay recursos que valgan ante el desgaste de las instituciones y las llamadas a las divisiones; en la necesidad de asumir la reconstrucción de la República como proyecto común.

Las inversiones sí convienen

Antonio Gershenson

La Jornada

Después de la presentación de los 20 puntos que el presidente Andrés Manuel López Obrador destacó en su cuarto Informe de gobierno, surgen comentarios de inconformidad en las redes sociales como ya es costumbre. Seleccionamos uno de éstos, adversos a las acciones del mandatario, el cual refleja la falta de entendimiento por parte de un sector amplio de la población que no percibe en toda su dimensión lo que significa la soberanía nacional.

La recaudación es uno de los pasos de la Federación que genera un apoyo económico seguro para sostener los programas sociales diseñados para disminuir la pobreza y aumentar la participación de toda la población en la reconstrucción de la economía a favor de las necesidades internas. Sobre todo, porque ya hemos visto que no contamos con la solidaridad hacia el pueblo por parte del sector empresarial nacional.

El precio de los productos alimenticios industrializados los han subido hasta en 300 por ciento. Los medicamentos, los uniformes y los útiles escolares, también los han encarecido de forma desproporcionada.

No respetar la medida de contener el alza de los precios es una acción prácticamente de conspiración, que trata de devaluar los diversos programas sociales del gobierno, especialmente los dirigidos a la población más vulnerable. Con la pensión para los adultos mayores, por ejemplo, la alimentación y la compra de medicamentos se resuelve modestamente, pero lo importante es que se cuenta con un apoyo que para muchos resulta determinante. Sin embargo, con el encarecimiento desmedido de los productos, el beneficio de la tarjeta del Bienestar no se percibe, pues vuelve a bajar el poder de compra.

Ésta es una crítica recurrente entre los mensajes en redes sociales, que sacan de contexto el fenómeno económico de la inflación. Como si en el mundo no existiera la guerra de precios, la de hidrocarburos, los asedios comerciales y todo aquello que desequilibra la subsistencia de la gente.

Dentro de los 20 puntos del cuarto Informe presidencial, el primero queda señalado entre las prioridades que han justificado la larga lucha social de López Obrador: neutralizar la corrupción en todos los niveles de gobierno y de la sociedad en su conjunto. El deterioro de los principios civiles que exigen mantenerse al margen de esta práctica nociva ha ido ganando espacio en todos los rubros de la estructura del Estado.

Otra de las observaciones de buena fe al gobierno es la inversión en empresas sin resultados en el corto plazo. La construcción del Tren Maya, la del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, la compra de trenes para el Sistema de Transporte Colectivo Metro, el Corredor Transístmico, los mil millones de dólares para rehabilitar las presas hidroeléctricas, son calificadas de inversión inútil. Y sigue la lista larga de críticas sin ser respaldadas por alguna propuesta viable.

La empresa LitioMx, recientemente creada, no se ha salvado de las reclamaciones. Sin fundamentos, se responsabiliza al presidente López Obrador de hacer otro gasto inútil, pues de esta empresa, dicen, tampoco tendremos resultados positivos en corto tiempo. Sin embargo, hablar de corto plazo es relativo, pues las inversiones se realizan para resolver problemas actuales y futuros. Es difícil asegurar que si no tenemos resultados positivos al día siguiente la inversión no es conveniente.

El litio es un químico apreciado en todo el mundo por sus características como medio accesible para la producción de energía limpia, pues tiene una larga vida de uso y existen grandes yacimientos en varios lugares de México, accesibles para la extracción, y ello avala la inversión. Esto no quiere decir que no existan otros metales o químicos idóneos para generar electricidad, sino que ahora tenemos la oportunidad de utilizar este recurso natural.

Por esa razón, y después de analizar las circunstancias bajo las que dos empresas extranjeras extraían el litio de un yacimiento en el estado de Sonora, el gobierno federal publicó en el Diario Oficial de la Federación la creación de la empresa LitioMx, un organismo público descentralizado, coordinado por la Secretaría de Energía, cuyo objetivo primordial es la exploración, explotación y aprovechamiento del litio ubicado en territorio nacional, así como la administración y control de las cadenas de valor económico de dicho mineral en beneficio de la población.

El argumento del pensamiento oligárquico es que ninguno de los proyectos del gobierno ha dado resultado. Ni la refinería Olmeca ni la nueva empresa minera, tampoco el rescate de Pemex, la CFE o la inversión en programas sociales y al mismo tiempo ambientales, como es el caso de Sembrando Vida.

Se invierte para prevenir, para resguardar la economía nacional y para consolidar los esfuerzos por recuperar la soberanía energética, sin la cual, seguiríamos siendo una colonia de las empresas extranjeras y víctimas de las privadas nacionales.

Twitter
Visit Us
Follow Me
You Tube
Instagram
Continue Reading
Publicidad
Presiona para comentar

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Publicidad

Lo más Visto

Copyright © 2021 Cauce Campeche. Diseñado por Sin Contexto.