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Alito, el peleador marrullero

Alito Moreno es un político pendenciero y explosivo, así lo definen algunos de quienes lo conocen: antes de dejar el PRI en manos de otro prefiere dinamitarlo para que nadie más dirija lo que ya considera suyo.

José Gil Olmos | Proceso

En el nuevo escenario político que se formó después de la elección del 2 de junio último el PRI, de la mano de Alejandro Moreno “Alito”, reafirmará lo que ya se ha delineado desde hace tiempo, convertirse en el PRIMOR: la supeditación al proyecto de Andrés Manuel López Obrador y la alianza con Morena en las cámaras de diputados y senadores.

Mantener la franquicia del PRI significa para Alito Moreno mil 866 millones 918 mil 380.75 pesos de presupuesto este año, pero sobre todo mantener un manto protector ante las denuncias que hay en su contra cuando fue gobernador de Campeche. 

Esta última es la razón clave de Alito Moreno –también conocido como Amlito– al buscar la reelección en el partido y mantener el fuero en el senado seis años, el mismo fuero que tuvo como diputado tres años previos y que lo protegió de las denuncias penales que hay en su contra. 

Apenas el 27 de abril último el diputado morenista Miguel Prado de los Santos presentó ante la Fiscalía Especializada en Combate a la Corrupción de la FGR una denuncia contra Alejandro Moreno Cárdenas por diversos delitos, entre otros, desvío de recursos públicos por tres mil 941 millones 744 mil 886 pesos cuando fungió como gobernador de Campeche.

Alito tiene una larga lista de delitos en su contra, es acusado de probables actos de tráfico de influencias, desvío de fondos federales y corrupción, lavado, enriquecimiento ilícito, fraude fiscal, peculado, uso ilícito de atribuciones o facultades y operaciones con recursos de procedencia ilícita.

Toda esta lista de posibles delitos es la cola que viene arrastrando Alejandro Moreno siendo gobernador de Campeche donde hizo lo mismo que ahora con el PRI, convertirse en el dueño y amo del estado y ahora del partido. 

Así es su naturaleza, controlar, dominar y golpear al enemigo de cualquier forma. No en balde cuando era joven y practicaba el boxeo le decían “El Púas”, en honor al peleador tepiteño Rubén Olivares.

Ante las denuncias y ataques Alito Moreno lanza golpes bajos con la ayuda del referí o de la autoridad.

Así, por ejemplo, ante las investigaciones del exfiscal campechano Renato Sales Heredia, desde la Cámara de Diputados sustrajo información de la Auditoría Superior de la Federación (ASF), con la complicidad de su amigo el diputado federal Pablo Guillermo Angulo Briceño, en su calidad de presidente de la Comisión de Vigilancia en la Cámara de Diputados, para acusar a Sales de haber comprado equipo de espionaje.

De acuerdo a denuncias legislativas, Angulo Briceño –a quien Moreno Cárdenas quiere poner como presidente del PRI, si es que él no puede reelegirse por la presión de sus adversarios– dio carpetas a Alito de una denuncia federal contra el fiscal del estado de Campeche, Renato Sales Heredia. Con esta información difundida en redes sociales, el dirigente priista intentó atajar las investigaciones en su contra.

Y ahora que se aprobaron los cambios a los estatutos del PRI con la puerta abierta de que se reelija, Alito soltó otros golpes bajos a sus principales críticos acusándolos de estar involucrados en casos graves, como el asesinato de Colosio, en el caso de Manlio Fabio Beltrones, o del Pemexgate a Francisco Labastida Ochoa. 

Alito Moreno es un político pendenciero y explosivo, así lo definen algunos de quienes lo conocen: antes de dejar el PRI en manos de otro prefiere dinamitarlo para que nadie más dirija lo que ya considera suyo.

Es tanta su obsesión de poder que entronizado será él quien elija a quienes coordinen las bancadas del PRI en la Cámara de Diputados y el Senado; será él quien negocie las reformas que vengan del próximo gobierno; será él quien realice las alianzas con Morena para sacar adelante programas de gobierno; será Alito Moreno quien se apodere del ring expulsando del partido a quienes están en su contra.

Por cierto… Con esta confrontación con Alito se abre la puerta para que Manlio Fabio Beltrones, senador por el PRI en la siguiente legislatura, se declare legislador independiente e impulsar las iniciativas que considere positivas. El priismo sería sólo una franquicia y comparsa de Morena en ambas cámaras, sin ningún peso político determinante, sólo de manto protector de Alito Moreno y sus comparsas.

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Razones

El atentado, Trump y México

No es la primera vez que un ataque de estas características catapulta a la persona o el movimiento que intentaba acabar. Eso aparentemente ocurrirá con el trumpismo

Jorge Fernández Menéndez | Excelsior

El atentado contra Donald Trump, que dejó al republicano herido en una oreja, hará casi imbatible su candidatura en noviembre en los comicios estadunidenses.

Es también una demostración más de la violencia que genera la polarización en todos lados, pero mucho más en un país donde hay más armas que habitantes. Lo que le sucedió a Trump es terrible, tan terrible como las muertes que se dan cotidianamente en tiroteos, ataques de presuntos desequilibrados, masacres en escuelas y centros comerciales de ese país. O en el nuestro, con las armas que vienen de Estados Unidos.

Pero el atentado a Trump, quien ha elevado a su máximo grado esa polarización, quien más ha defendido el uso de las armas, quien utiliza un lenguaje de fuerza y arrebato que ha impulsado las peores formas de violencia, como en la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021, lo convierte de victimario en víctima y de provocador en héroe.

No faltará la teoría de la conspiración que hable de un autoatentado o algo similar. No es verdad: sí se atacó a Trump y éste salvó milagrosamente su vida, como ya le había sucedido años atrás a Ronald Reagan. La muerte del atacante (como con Lee Harvey Oswald) no ayudará a tener claridad sobre lo sucedido o sobre quién fue el instigador del crimen.

Un buen amigo comentaba ayer que afortunadamente Trump no murió, porque eso hubiera implicado una enorme ola de violencia, casi una guerra civil que se desfogaría contra hispanos y afroamericanos. Puede ser. Las primeras reacciones de los más radicales partidarios de Trump hablan de venganza, pero su equipo de campaña lo capitaliza invirtiendo la realidad: los que quieren la violencia con acusaciones de fascismo, con el lenguaje de que hay que frenar a como dé lugar a Trump, dicen, son los demócratas, ellos provocaron el atentado.

No es la primera vez que un ataque de estas características catapulta a la persona o el movimiento que intentaba acabar. Eso aparentemente ocurrirá con el trumpismo.

Contra un candidato victimizado compite un Joe Biden que provoca, en el mejor de los casos, lástima. Un Biden que se aferra a la candidatura presidencial, pese a que ahora la cobertura de su campaña se concentra en sus cada vez más frecuentes errores: acaba de terminar una de las más importantes reuniones de la OTAN en Washington donde se celebró su 75 aniversario, con grandes acuerdos políticos y militares, pero la nota fue que Biden confundió a Zelenski con Putin y llamó a la vicepresidenta Harris, vicepresidenta Trump y así será hasta noviembre.

México se ha equivocado, y mucho, con Trump. Peña Nieto cometió aquel error terrible, impulsado por Luis Videgaray, de recibirlo como candidato en Los Pinos, sin haber concertado una visita similar con su entonces oponente Hillary Clinton, y cuando Trump amenazaba con el muro y la deportación masiva de migrantes, cuando decía en sus discursos que los mexicanos eran asesinos y violadores. Eso sirvió para derrumbar la popularidad de Peña, aumentar la de Trump y para que Videgaray tuviera una buena relación con el yerno de Trump, Jared Kushner, y que se abriera la renegociación del TLC, que terminó ya en el gobierno de López Obrador en el nuevo T-MEC, que tendrá que volver a ser revisado en 2026.

López Obrador, que incluso había escrito un libro muy duro contra Trump, cuando llegó a Palacio Nacional creyó que podía presionar abriendo las fronteras. A las oleadas migrantes, Trump respondió con amenazas y el Presidente decidió que podía hacer cualquier cosa menos pelearse con Trump; dio un giro de 180 grados, envió 27 mil soldados y guardias nacionales a la frontera y aceptó, con otro nombre, jugar el papel de tercer país seguro con los migrantes y solicitantes de asilo. Desde entonces, Trump dice que el muro lo hicieron los soldados mexicanos y lo paga México. En parte tiene razón.

López Obrador fue más allá. En plena campaña de 2020 voló a Washington para estar con Trump en La Casa Blanca, lo que fue interpretado como un apoyo explícito a su campaña. Actuó, vaya paradoja, exactamente igual que Peña Nieto, al que tanto criticaron duramente por haber recibido cuatro años antes a Trump en Los Pinos. El único endurecimiento de López Obrador con Trump se dio con la detención del general Salvador Cienfuegos: a pesar de que en las primeras horas la celebró, luego de una intensa presión militar y política exigió su liberación y, finalmente, la logró. Trump había perdido en esos días la elección.

Después del fallido atentado, a unas horas de la Convención republicana, y ya con Trump de candidato (pendientes de ver a quién anuncia como vicepresidente) y con un Biden disminuido, el equipo de Claudia Sheinbaum se apresta a afrontar las elecciones estadunidenses manteniendo, eso nos comentaba antes de las elecciones Juan Ramón de la Fuente, distancia con la competencia electoral y analizando cómo afrontar la próxima administración, sobre todo si es Trump, considerando que muchos de los que estuvieron en su primera administración y que eran las vías de comunicación de López Obrador, ya no estarán en La Casa Blanca.

No creo que Sheinbaum vaya a replicar la política de López Obrador, por la sencilla razón de que un Trump de regreso y más radicalizado será también mucho más duro que hoy en una relación bilateral con relación a migración, fentanilo, energía, agricultura; será mucho más compleja.

Se requerirá una agenda más amplia, que diversifique las políticas y tener mucha más capacidad de interlocución y operación. Y me imagino que para manejar esa agenda tendremos una Presidenta mucho más presente, política y personalmente, en la Unión Americana. Ojalá.

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Necesitamos 300 diputados plurinominales

Cecilia Soto | Excelsior

Las fuerzas políticas que se dicen la voz del pueblo, Morena y compañía, quieren burlar el mandato que les dio el electorado —el pueblo— en las pasadas elecciones. Éste les dio 54.7% para la Cámara de Diputados, pero quieren asignarse el 75 por ciento. Hasta ahora, el debate se ha centrado entre los especialistas en si la sobrerrepresentación autorizada por la Constitución, de un tope del 8%, se debe interpretar como un límite para el partido político mayoritario, como dice, literalmente, el artículo 54 constitucional o para la coalición mayoritaria, como lo indicaría la realidad política actual. A esto, quienes están a favor de que Morena se quede con el mayor número de curules contraponen la letra del texto constitucional que dice “partido” y no “coalición”..

Propongo dos ejercicios de interpretación alternativos. Uno, guiado por la herramienta de reducción al absurdo, muy útil para poner los argumentos en blanco y negro. El segundo, más sencillo, por ello, más difícil de aceptar, por el principio de realidad. Comencemos.

Imaginemos que la coalición triunfante en las pasadas elecciones del 2 de junio estuviera conformada por 10 partidos, cuyos votos sumaron el 54.7 por ciento. Los tres actuales —Morena, Partido Verde, Partido del Trabajo y siete formaciones más: el Partido de Amlovers, el Partido Viva AMLO, el Partido Constructor del Segundo Piso, el Partido Orgullo Macuspano, el Partido Vamos por Todo, el Partido Compañero Presidente y el Partido AMLO Forever—. Todos superaron con comodidad el 3 por ciento necesario para conservar el registro y tener derecho a diputados plurinominales. Si se aplicara el criterio de otorgar curules plurinominales a la coalición como un todo cuidando que no se sobrerrepresentara por más de 8%, es decir, que llegara a ocupar 62 o 63% de las curules, el número de plurinominales asignados sería igual a si la coalición estuviera conformada por tres partidos.

Pero imaginemos que el criterio que prevalece entre los consejeros del INE y, más tarde, entre el diezmado Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) fuera que el tope del 8% de sobrerrepresentación se debiera aplicar por partido y, en el caso hipotético del que hablamos, a los 10 partidos integrantes de la rozagante coalición triunfadora. ¿Alcanzarían los 200 lugares para que cada partido con derecho tuviera “pluris”? ¿Cuánto alcanzaría la sobrerrepresentación morenista?, ¿89 por ciento? ¿95 por ciento? La presencia en la Cámara de Diputados del conjunto de la oposición que ganó la nada despreciable suma de 41% de los votos, se vería reducida al mínimo de las curules que ganaron por mayoría.

Si el argumento de que el tope del 8% se debe aplicar por partido debería funcionar para una coalición de 3 o de diez, pero no funciona ni para el primer caso, pues produce una sobrerrepresentación de 16 puntos y si lo llevamos al absurdo de una coalición de diez, prácticamente desaparece a la oposición y demandaría unos cien diputados plurinominales extra para que les tocara a todos los que tienen derecho.

Lo correcto es aplicar el tope del 8% a la coalición como si fuera un solo partido porque de esa manera representa lo más cercanamente posible la voluntad de la ciudadanía expresada en las urnas. Y aquí pasamos al segundo ejercicio que propuse, el guiado por el principio de realidad.

¿El PVEM y el PT votan de manera diferenciada en la Cámara de Diputados? ¿Representan opciones realmente diferentes o su comportamiento, a la hora de las votaciones trascendentes, en los hechos, es el de una sola fuerza política? Al revisar las votaciones a reformas constitucionales tanto en la LXIV Legislatura (2018-2021) como en la LXV que daba de terminar, tanto PT como PVEM votaron todas las reformas constitucionales y reformas legales importantes con Morena.

El PT sólo se diferenció en la reforma sobre la violencia contra las mujeres, conocida como 3 de 3, en la que 25 de sus diputados se abstuvieron. Durante la discusión de la reforma electoral que propuso el Presidente, el Verde propuso continuar con la llamada cláusula de la vida eterna que permitía el traslado de votos entre partidos coaligados, vetada por el Presidente. Con esas dos excepciones que no cambiaron el resultado de las votaciones, los aliados de Morena votaron todo lo que quiso Presidencia, la mayoría de las veces “sin cambiar una coma”. Votaron la reforma eléctrica, la reforma constitucional en materia de Guardia Nacional, la reforma legal que adscribe a la GN a la Sedena y todas las iniciativas constitucionales y legales aprobadas en la vergonzosa sesión del 25 abril de 2023 que violó todos los procedimientos parlamentarios. Y no sólo eso: la mayoría de los integrantes de las bancadas del PT y del PVEM son de… Morena y ganaron por los votos de Morena.

Hay que darle oportunidad de respirar a la democracia en este país, respetando lo que expresaron los ciudadanos en las urnas.

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Astillero

El notario favorito de Morena y la ayuda a Mayer // Extraño nombramiento de Rubén Moreira // Hedor corrupto, historias de hermanos // Maniobras para desplazar a indígena

Julio Hernández López | La Jornada

En la serie de maniobras que propiciaron el ingreso irregular del actor Sergio Mayer a la lista de candidaturas plurinominales viables a San Lázaro, y el consecuente desplazamiento tramposo del indígena otomí Luis Morales Flores, asomó el nombre de un abogado de peculiar historia: Jean Paul Huber Olea Contró, quien fue habilitado como fedatario por el entonces gobernador priísta de Coahuila, Rubén Moreira, muy pocos días antes de dejar el poder.

Huber Olea, cuya notaría está asentada en Saltillo, Coahuila (aunque nada le impide conforme a derecho realizar actuaciones fuera de su adscripción), es actualmente el notario nacional favorito de Morena, casi un activista de partido cuyos testimonios quedan registrados en varios estados (se tiene constancia de ello), siempre en un contexto favorecedor de las pretensiones del nuevo partido hegemónico.

Una constante en el actuar del notario de la cúpula de Morena consiste en la elaboración de actas fuera de protocolo. Es decir, constancias de hechos que acontezcan en su presencia, aunque no necesariamente constituyen actos de plena eficacia probatoria. Experto en derecho electoral, con maestría en marketing y publicidad, combina sus labores con la dirección general, desde 1997, de Huber & Asociados, Consultoría Jurídica, Política y Electoral SC, una empresa fundada con la finalidad de ofrecer soluciones integrales a partidos políticos, candidatos, órganos electorales y gobiernos en sus tres niveles.

Del tema se ocupó esta columna el 14 de octubre de 2019, con los títulos: “Moreira(s): el hedor corrupto / Historias de hermanos / Magistrado uno, notario otro” (https://goo.su/7RSZU). Ésta es la esencia: los magistrados del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, Francisco Javier Huber Olea Contró, Delia Rosey Puebla y Miguel Ángel Mesa Carrillo resolvieron en segunda instancia, el 10 de octubre de 2019, que el académico Sergio Aguayo Quezada debería pagar 10 millones de pesos al ex gobernador Humberto Moreira (lo cual finalmente fue desechado por la Corte) por haber publicado que éste es un político que desprende el hedor corrupto (…) un abanderado de la renombrada impunidad mexicana.

Por su parte, Rubén, hermano de Humberto e igualmente gobernador de Coahuila, cuatro días antes de dejar el cargo había otorgado una notaría pública a Jean Paul Huber Olea Contró (hermano del magistrado Francisco Javier), sin tener presencia profesional en Coahuila.

Pues bien, Jean Paul Huber Olea Contró es señalado por el abogado Roberto Patiño Miranda, que defiende la causa de Luis Morales Flores, de dar fe de un acto que en realidad sucedió con posterioridad al que se argumentó en el informe circunstanciado del caso.

Así lo explica: Dio fe pública a la publicación del acuerdo de instrumentación, la cédula de publicitación y la lista final de diputados y senadores por el principio de representación proporcional en fecha diversa a la que en realidad se publicó; es decir, el partido Morena, a través de su representante jurídico Eurípides Pacheco Flores, dijo que el acuerdo de instrumentación se publicó el 20 de febrero de 2024, la cédula de publicitación y la lista final de diputados y senadores por el principio de RP el mismo 21 de febrero de 2024, cuando no fue así: estos documentos fueron publicados dos meses después, a eso le dio fe pública el notario, lo que concluye en la fabricación de una prueba para no analizar el fondo del asunto; es decir, en la violación al estatuto y la convocatoria, sino la forma, haciendo creer que por no haber impugnado ni el acuerdo ni la lista final, nuestro derecho a impugnar feneció y el acto se terminó de consumar.

En abono de este señalamiento, se presenta el informe técnico del ingeniero Fernando Amador Díaz, perito en informática forense y sistemas computacionales, registrado ante la SEP (informe del cual se tiene copia).

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México SA

Larrea: escuela laboral // Huelga en ArcelorMittal // Trump: huele a podrido

Carlos Fernández-Vega | La Jornada

Germán Larrea ha hecho escuela en la geografía empresarial del país, universo en el que, por sus pistolas y en uso de sus inagotables posibilidades en el sector judicial, los dueños hacen lo que se les pega la gana sin consecuencia legal alguna: unilateralmente cancelan contratos colectivos, declaran ilegales los movimientos de huelga, amenazan con despidos injustificados, crean sindicatos blancos, mienten en sus balances financieros para que el reparto de utilidades a los trabajadores sea cada vez menor y creen que la mano de obra debe ser gratuita, porque hacen el favor de dar empleo, así sea en condiciones medievales. ¿Y la autoridad laboral? En el limbo, como siempre.

El caso más reciente, que confirma la regla, se registra en la Siderúrgica Lázaro Cárdenas-Las Truchas, Michoacán, donde el pasado 24 de mayo el sindicato minero estalló la huelga ante la rotunda negativa de su propietaria, la trasnacional ArcelorMittal, a cubrir un pago justo por reparto de utilidades, más un bono especial. De inmediato, el fantasma de Larrea se apersonó: la empresa declaró ilegal el movimiento, denunció el secuestro de las instalaciones, recurrió a sus amigos en el Poder Judicial para negar los amparos solicitados por la representación obrera y archivar el procedimiento; amenazó con cancelar el contrato colectivo de trabajo y despedir a toda la plantilla laboral, rechazó cualquier acuerdo y lo que se le ocurra. ¿Y la autoridad laboral? Del lado patronal.

ArcelorMittal es la mayor productora de acero a nivel mundial; su planta en Lázaro Cárdenas es la más grande en América Latina y tiene ingresos monumentales, pero niega el pago justo y legal a sus trabajadores. Y todavía reprocha que éstos vayan a huelga.

Como siempre, en esta historia aparece la larga mano de Carlos Salinas de Gortari: en noviembre de 1991 decidió, por no ser estratégica para el país, privatizar la entonces paraestatal Siderúrgica Lázaro Cárdenas-Las Truchas y graciosamente la entregó al Grupo Villacero, propiedad de Julio Villarreal Guajardo, quien pagó 195.5 millones de dólares (obviamente los pasivos, que no eran pocos, los asumió el Estado) por un consorcio que en ese momento reportaba ingresos por más de 2 mil 500 millones de billetes verdes.

Como siempre, también, esa privatización resultó en aparatosa quiebra y en 2006 Grupo Villarreal vendió la empresa no estratégica a la trasnacional ArcerolMittal por más de mil 400 millones de dólares, es decir, un monto 7.16 veces superior al que supuestamente pagó Julio Villarreal Guajardo por su privatización. Desde luego, antes de concretarse la reventa o reprivatización, si se prefiere, ese magnate acudió a su amigo Vicente Fox para reprimir violentamente (dos muertos y más de 100 heridos) la huelga legítima que en ese entonces estallaron los mineros, por violación del contrato colectivo y el intento del consorcio de cancelar el derecho de libre asociación sindical.

Algo similar ha sucedido con la tres huelgas mineras, estalladas de forma conjunta el 30 de julio de 2007 en empresas de Grupo México (de Germán Larrea) y que en unos días más cumplen 17 años sin solución: Cananea, Sonora; Sombrerete, Zacatecas, y Taxco, Guerrero, todas privatizadas por el régimen neoliberal. ¿El motivo? Violación del contrato colectivo de trabajo, cancelación del derecho de libre asociación sindical y creación de sindicatos blancos. ¿Y la autoridad laboral? En defensa del tóxico barón.

Ante tal panorama, el dirigente del Sindicato nacional de mineros, Napoleón Gómez Urrutia, advierte que “se equivoca ArcelorMittal si cree que podrá acabar con el contrato colectivo de trabajo en la Siderúrgica de Lázaro Cárdenas y despedir a los trabajadores sin más. En materia jurídica no está dicha la última palabra, como pretende hacer creer la patronal, porque presentarán un recurso de revisión en un tribunal colegiado contra la negativa de un juez de distrito de concederles amparo ante la decisión de anular la huelga estallada en la acerera el pasado 24 de mayo. De ser necesario, acudiremos a la Suprema Corte de Justicia de la Nación; vamos a dar la batalla en tribunales, ya que tenemos la razón, porque la empresa violó la ley y el contrato colectivo al negarse a hacer un reparto de utilidades justo a sus trabajadores, amén de que intenta imponer un sindicato charro” ( La Jornada, Andrea Becerril).

Las rebanadas del pastel

Algo huele a podrido en el atentado a Donald Trump: la herida no fue por bala, sino por vidrios del teleprónter. De cualquier suerte, le garantiza su boleto de reingreso a la Casa Blanca.

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El PRI: legado y vestigio

David Penchyna Grub | La Jornada

El Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue una escuela de cuadros, una universidad de la política y, tal vez, el engrane más acabado del sistema político mexicano en el siglo XX. Una organización que sintetizó las ideas del movimiento revolucionario, le dio cauce y orden a los diferendos políticos, y sí, creó instituciones que le siguen sirviendo a México. El PRI fue más que un partido político. Fue ágora, lugar de debates, causa común y, como partido en el poder y desde la hegemonía que supo entender los tiempos y abrirse a la competencia democrática, forjador, en buena medida involuntario, de su propia oposición. El PAN surge para combatir al cardenismo, el PRD como escisión al PRI, por mencionar a quienes terminaron siendo incómodos aliados en la pasada elección. El PRI era un lugar que emanaba poder, siglas que significaban algo, y que con la lógica de una organización sectorial, obrera, campesina y popular, le dio armonía a las profundas diferencias entre sus militantes. Un partido variopinto con una sola idea sobre el papel del Estado, del bienestar social, de la economía y las relaciones internacionales. Un partido que, pese a sus defectos, tenía claro qué defendía y para qué lo hacía. Partido forjador de talento y de carreras políticas; hay que decirlo, porque conozco y conocí a muchos grandes hombres y mujeres de Estado con profundo amor a México.

Ese PRI fue el resultado, como la roca después de una erupción volcánica, de la lucha revolucionaria y sus ideales. De la disputa fratricida posterior y del invento genial del general Plutarco Elías Calles de reglas que no acotaban el poder, sino el tiempo para ejercerlo. El PRI enarboló, en diferentes momentos, el reparto agrario, la creación de toda la red de seguridad social del país, la industrialización y crecimiento económico y, también hay que decirlo, debió enfrentar en los años 70 y 80 las crisis más profundas y autoinfligidas de las que tengamos memoria en el México moderno. El PRI fue muchas cosas, como la lógica implica en décadas de ejercicio del poder, pero era el PRI. Era el rival a vencer, el sinónimo de la operación y el entendimiento de la política, el partido que convocaba a políticos profesionales y promovía, en los hechos, la institucionalidad que lleva en el nombre. Y duele hablar del PRI así, en pasado, como vestigio de otro tiempo, porque la historia de México tiene un lustroso y largo capítulo escrito por el Revolucionario Institucional. Un partido que lo era todo, menos irrelevante. Un partido que podía generar amor y odio, pero no indiferencia. Una organización política que pesaba y se hacía sentir en cada colonia, distrito y municipio del país, y que hoy, tristemente, recorre silenciosamente el camino al empequeñecimiento, hacia la irrelevancia testimonial, al final, inmerecido, a pocos años de celebrar el centenario de la fundación del PNR, su predecesor genético.

¿Qué debate podemos tener en ese contexto los que hemos abrazado la causa del PRI?, ¿a quién importa, a quién fortalece ese debate tras la hecatombe electoral y renovación de la dirigencia? Muchas veces, en particular en 2000, se dijo que el PRI estaba herido de muerte. No, no está herido demuerte, está herido de irrelevancia, de pequeñez. Algo inmerecido para el mecanismo que permitió evolucio-nar de una guerra civil a un país en paz y desarrollo, que legó, pese a sí mismo, una democracia imperfecta, pero democracia al fin. Un partido que, en el pináculo del poder y la hegemonía, cedió, abrió espacios, hizo partícipe a la oposición de esa idea imperfecta de democracia. No, el PRI no está herido de muerte, está en un coma inducido por su propia dirigencia, que lo reduce a un instrumento burocrático, sombra de lo que fue e indigno portador de su historia.

El México del siglo XX, el siglo del PRI, es profundamente distinto a nuestra realidad. Una realidad que, por lo visto, no hemos acabado de entender ni asimilar. Lejos del penoso espec-táculo que ha sido el debate priísta de los días recientes, el verdadero reto es reconstruir el centro político, vacante y subestimado, para darle paso a nuevas generaciones con opciones ciudadanas en democracia. Reconstruir el centro político será más fácil que reconstruir al PRI. Reconstruir al centro político es una discusión de futuro y en plural, mientras el debate del Revolucionario Institucional es, tristemente, una discusión en pretérito y en singular.

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El PRI: el riesgo de su herencia

Bernardo Bátiz V. | La Jornada

Un antiguo maestro de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México fue alguna vez su director, don Virgilio Domínguez Amezcua (de eso hace ya más de medio siglo) afirmaba entre veras y bromas que en México, ya al final de la década de los 50, sólo existían dos instituciones que funcionan bien: el presidente en turno y el partido oficial, el Revolucionario Institucional (PRI).

Y así parecía entonces, la vida política del país giraba en torno al poder absoluto, durante un sexenio del presidente y del aparato político de control, reclutamiento y reparto de cargos que era el PRI. Nadie más que el presidente, el jefe y su partido, la aplanadora, como la bautizó Nikito Nipongo el agudo y mordaz periodista y humorista, autor de la entonces leída columna Perlas Japonesas.

A partir de entonces, las cosas han cambiado mucho y a fondo, primero lentamente, poco a poco, con la participación de grupos y movimientos políticos, después más rápido, hasta que, en 2018, cuando llegó a la Presidencia de la República el licenciado (más no abogado) Andrés Manuel López Obrador, en forma tal que parece definitiva. Entonces y con él, se logró lo que parecía tan sólo una utopía; el PRI ya entonces mimetizado con su antiguo rival, el Partido Acción Nacional (PAN), para crear ese engendro bautizado como Prian, y si mal no recuerdo, por Manú Dornbierer, se vio obligado y no por voluntad propia, a dejar de ser el centro de la vida política de México.

Pero la debacle para el partidazo no se detuvo ahí. Seis años después, en las recientes elecciones del 2 de junio de este año, la derrota ya no sólo fue clara, sino estruendosa, tan contundente que parece que ahora sí, de esta ya no se levanta; con ella se consolidó el triunfo anterior, se borró prácticamente del mapa al invencible, con un triunfo histórico, que consolida un cambio a fondo: una mujer fue la vencedora, una universitaria a punto de asumir la Presidencia y consumar la apertura a la igualdad de género y aún más, la doctora Sheinbaum llega apoyada por un pueblo lúcido, enterado, comprometido con la política, despierto y exigente.

Así que todo converge para hacer real un viejo sueño impulsado por tres cambios importantes: primero la democracia real, instalada en la sociedad, más allá de la formalidad legal; segundo, llega una mujer a la más alta magistratura y tercero el protagonista, es un pueblo enterado y, por tanto, politizado. Los tres factores parece que hacen irreversible la transformación, el firme paso hacia adelante. Sin embargo, el imperio priísta fue tan longevo que dejó una huella que parece imposible de borrar, un estilo de hacer política que rompieron la dirigente que alcanzó la Presidencia y el amplio sector del pueblo que la siguió; pero no desaparece del todo, al PRI, como a la hidra de Lerna, se le corta una cabeza y le brotan dos. El peligro de que el estilo priísta, ya sin PRI, siga presente ¿es real? O se trata sólo de una más de las campañas de desprestigio de la extrema derecha: Morena es el nuevo PRI. Por supuesto, esto no es cierto, está claro; somos distintos; sin embargo, el riesgo puede estar latente en el trasfondo de las cosas; el peligro estar agazapado.

Hace poco, en una mesa redonda en un programa de televisión, Juan Carlos Monedero, político e intelectual español, afirmó algo que debiera estremecernos de ser un juicio correcto, expresó algo así: El PRI no es sólo un partido es una cultura. ¿Qué significa eso? En mi opinión la observación tiene algo de fondo, pero desde dentro sabemos que, aun cuando la huella del fraude electoral queda, la cultura ancestral de nuestros pueblos, la historia de luchas por las libertad, la igualdad y la justicia social están más arraigadas en nuestro pueblo que la herencia priísta; no podemos olvidar que la primera transformación superó la herencia de la monarquía; que la segunda transformación estableció la libertad religiosa y la tercera transformación venció la dictadura y la desigualdad entre las clases sociales del porfiriato.

En parte es cierto; pero esa cultura fue real en el pasado; su estilo tramposo, de fraude electoral, de publicidad barata dirigida a los ojos y oídos y no a la inteligencia de los votantes; los compromisos políticos, el oportunismo, las recomendaciones, el influyentísimo, el compadrazgo político, los abrazos con grandes y estruendosas palmadas para sellar los tratos están presentes, siguen ahí y su persistencia es contagiosa.

Dos partidos sucumbieron a ese estilo, el PAN que en un tiempo fue un partido de ciudadanos independientes y convencidos y el Partido de la Revolución Democrática, que surgió de la alianza de corrientes de izquierda; pero no sucedió lo mismo con la ciudadanía, con el pueblo, el nuevo protagonista de la transformación. Ese pueblo que ya probó su poder, que se entera y entiende, ha superado la cultura que existió y estuvo presente durante décadas, impulsada por unos y tolerada por otros, pero que un sector de ciudadanos siempre repudió y que es el actual triunfador.

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